domingo, 5 de enero de 2014

Cada año nuevo, una oportunidad para crecer

Se culminó el año 2013 y se abre otro nuevo. Lo empezamos con alegría porque en lo más hondo de nuestro corazón nos apasiona vivir: tener desafíos, retos, oportunidades. Porque estamos embarcados en la hermosa aventura de la vida. Día a día hemos encontrado razones, sueños, esperanzas para seguir luchando, creciendo, amando.

Muchas personas han apostado por el bien, la felicidad, la entrega generosa, personas que vitalmente aman lo que son, pero especialmente aman a los demás. Son un ejército de gente buena que atraviesa la línea del nuevo año con paso firme y decidido, que pese a las dificultades no se han rendido y miran hacia el frente. Son felices, no solo por lo que hacen y son sino porque la vida tiene un sentido que va más allá del éxito o del fracaso. Han descubierto que tras el reverso de la existencia está Dios, y esto les da una visión y unas fuerzas inusitadas para vivir con intensidad exprimiendo minuto a minuto la vida.

Se nos abre un nuevo año, entre los aciertos y los errores del pasado que, sumando y restando, nos han hecho crecer. Con la incerteza del futuro, pero no menos apasionante, y con la certeza, eso sí, de saber que es un regalo, una nueva oportunidad para acumular experiencia y sabiduría.

Tenemos la potencialidad para hacer frente a cualquier reto que nos surja. La capacidad humana en sus distintas dimensiones es asombrosa: su cerebro, su corazón y su alma, conectados, están llamados a dar lo mejor de sí mismos. Nada ni nadie puede detenernos, ni siquiera las enfermedades, los fracasos, el dolor, las traiciones. Somos creados por Dios y podríamos decir que, de alguna manera, estamos participando de sus atributos divinos. Nos ha dado una inmensa capacidad para crear y una inteligencia maravillosa. Pero sobre todo nos ha dado el impulso y la capacidad de amar. ¿Creéis que con todo esto no podemos subir la montaña más alta, cruzar el océano más profundo o lanzarnos al vacío sin miedo, sabiendo que tenemos una mano amorosa que nos protege? Con esto, nada ni nadie nos puede frenar. Nuestra osadía viene de creer que nunca estamos solos en la travesía de la vida.

Dios nos lo ha dado todo: existencia, inteligencia, libertad, amigos, familia… Pero sobre todo nos ha dado el don de ser como él, aunque no seamos él. Más allá de lo físico y lo biológico hay una semilla de plenitud que todos tenemos: esa alma inmortal que nos hace trascender. Somos semejantes a Dios, y esto nos da el coraje y la convicción para descubrir un fascinante amanecer en el horizonte.

Cada vez que abrimos los ojos, nos levantamos y damos un beso a la persona que tenemos al lado, esto es mejor que todos los amaneceres del mundo. Porque unos ojos que se abren y dejan atrás la oscuridad, unos ojos que pueden ver, un cerebro que está vivo, conectado al corazón, a las manos, a las piernas; un cuerpo que se mueve y se levanta para besar a la persona amada, todo es un milagro. Ya no solo me funcionan el cuerpo y los órganos vitales: me levanto con la capacidad de amar. El amor hace posible que todo lo que nos rodea tenga sentido: cónyuge, familia, amigos, trabajo, respirar, hablar, pasear… Cuando damos valor a la persona por el simple hecho de existir la estamos potenciando al máximo. Como decía un amigo mío: una sola persona es más valiosa que todas las estrellas del universo.

Con emoción y pasión podemos hacer que cada día que pase vayamos a dormir con la total certeza de que ha valido la pena todo cuanto hemos vivido: lo bueno y lo malo, porque todo contribuye a hacernos mejor persona y a acrecentar nuestra madurez espiritual.

Joaquín Iglesias
4 enero 2014