lunes, 27 de febrero de 2017

Una sinfonía al Creador

La apacible noche se va disipando. El cielo empieza a clarear con un hermoso azul, la luna va palideciendo y las sombras de los árboles sobre los edificios desaparecen.

Todo es bello y silencioso. Mi corazón está sosegado. La noche se retira y empieza el día. Contemplo mi querido patio iluminado por los primeros rayos del sol, proyectados sobre el Edificio de las Aguas, que resaltan la belleza de sus paredes rojizas. Son las siete y media de la mañana y, de pronto, comienza un gran concierto matinal. El silbido del mirlo desgrana su melodía como una flauta maravillosa. Las gaviotas surcan el cielo en grandes círculos. Entre las ramas se oye el murmullo de las palomas y el parloteo de las cotorras, con el trinar de algunos jilgueros. Cada pájaro con su música diferente se une a esta variada armonía, que sube en intensidad a medida que avanza la mañana. Algunos saltan de una acacia a otra, y otros revolotean en las copas de los árboles. Asisto a la sinfonía del inicio del nuevo día. Bajo el cielo sereno, el sol, los árboles y esta música mi corazón se ensancha. Pienso que las aves expresan el dinamismo de una creación regalada al hombre para que pueda deleitarse en ella, con los cinco sentidos. Veo la mano amorosa de un Dios que hizo el universo y se recreó en la naturaleza para, finalmente, poner al hombre en medio y permitirle disfrutar y saborear tanta belleza.

Mis ojos se detienen en la morera. Si todo expresa júbilo en el estallido matinal, la morera, en cambio, permanece silenciosa. Su robusto tronco agrietado por el paso del tiempo contrasta con las ramas de su copa, como delgados brazos apuntando hacia el cielo. La morera está inmersa en un profundo letargo, desnuda, a merced del frío y la humedad que congela sus raíces. En medio del patio donde resuenan los trinos de las aves, que cantan con toda su fuerza, desprende una sensación de abandono y fragilidad.

Veo el contraste entre las acacias verdes, que bullen de vida, y la recia y desnuda morera, con su tronco y sus ramas vacías, que se extienden como una telaraña de huesos secos. Contemplo una primavera que se avanza junto al invierno que persiste en un árbol majestuoso. Como un indigente, espera que los rayos de sol bañen también su copa. Luz y oscuridad, vida y muerte, alegría y tristeza, cántico y duelo se entrelazan en el patio, formando un hermoso tapiz.

Todo en la vida es cambio; una sucesión de dolor y alegría, explosión y recogimiento, vacío y plenitud, soledad y compañía. Y pienso que todo es bello y todo lo que parece muerto llegará a resucitar algún día, como la morera que despertará en primavera y se cubrirá de verdor en verano.

También las personas pasamos momentos en que vivimos esta doble realidad.  A pesar de sentir nuestra indigencia existencial, porque nos sentimos muy limitados, poseemos una fuerza insólita que surge en nuestro interior y que nos hace capaces de las mayores proezas. Hay días en que queremos vivir a tope, con ilusión y ganas. Nuestro corazón canta y desplegamos lo mejor de nosotros. Pero también hay días en que sentimos el peso de nuestras ramas secas y la fuerza duerme en nuestro interior. Es entonces cuando hemos de aprender a convivir con aquello que nos hace vibrar y con aquello que todavía tiene que  despertar. Al final, todo sigue su ciclo. Tras el invierno vendrá la primavera, que ya está a punto de llegar; volveremos a desperezarnos y levantaremos nuestros tallos para que vuelvan a llenarse de hojas verdes y puedan dar sombra a los que huyen del calor devastador, bajo la brisa de sus ramas.

El ser humano tiene etapas y momentos estacionales. Saberlo y aprender de esta realidad es la manera de reconocerse tal como es. Hay tanta belleza en una lágrima resbalando por la mejilla como en una sonrisa; es tan hermoso un árbol frondoso y verde como el árbol desnudo que evoca una extraña ternura. Un día gris es tan bello como un día soleado: todos son regalo. No importa que el sol no salga tras las nubes. Lo importante es que, aunque haya tormenta, el sol salga por el horizonte de tu corazón. La belleza es más que un impacto estético; es darme cuenta de que todo lo que existe, por limitado que sea, tiene el sello del Creador que me regala esta sinfonía musical y que ha hecho posible que, hoy, mi corazón eleve un cántico de alabanza.