Cada vez más se está extendiendo el fenómeno socio-familiar
de los abuelos que están ejerciendo un papel decisivo en la crianza de sus
nietos. La absorción laboral de los padres hace que los niños pasen mucho
tiempo con sus abuelos, dándose una gran complicidad y sintonía generacional,
siendo esta relación muy buena para afianzar los lazos familiares.
Los abuelos son conscientes de la dificultad que podría
haber en el crecimiento sicológico y emocional del niño si no compensaran la ausencia
de los padres en su cometido educativo. Con su cercanía están salvando una
enorme barrera entre padres e hijos, ya que muchos de ellos no dedican el tiempo
suficiente para estar con los pequeños.
Pero, siendo positivos los vínculos entre abuelos y nietos, debe haber unos límites en ese necesario apoyo familiar. Hay que establecer
algunos criterios que ayuden a equilibrar el rol de los abuelos, especialmente
para que el niño nunca pierda la referencia de la autoridad moral y educativa
de sus padres. De no ser así, la omnipresencia de los abuelos en detrimento de
los padres podría crear lagunas en el desarrollo del niño.
Por responsabilidad y por compromiso, los abuelos han de
estar siempre atentos a las necesidades del núcleo familiar. Pero sin que esto
sea una fuente de injerencias más allá de lo necesario. Podrían estar
favoreciendo una solapada dejación de los padres. Cuántas veces he observado en
los abuelos un cierto cansancio, aunque no lo manifiestan para no herir ni
crear conflictos familiares. Prefieren callar y asumir ya no sólo un exceso de
trabajo sino la exigencia de unos hijos estresados, que están cargando sobre
sus hombros el peso de estar permanentemente atentos a los nietos, que a veces
son muy movidos y nerviosos, o presentan problemas de conducta. Los hijos de
estos abuelos han de atreverse a reflexionar y hacer el esfuerzo de estar
presentes en la educación de sus hijos. Se puede entender la dificultad por
conciliar trabajo y familia y también las dificultades económicas por las que
puede estar atravesando la familia, y cómo no, por supuesto, que se dé el caso
de alguna penosa enfermedad de la madre o el padre. Siempre se ha de valorar
que el frágil siquismo del niño no sufra carencias. Pero los padres no pueden
renunciar a su papel fundamental: ellos son los primeros responsables de la
educación de sus hijos.
Los abuelos necesitan espacio y tiempo
Por otra parte, los abuelos, ya jubilados, tienen tiempo para desarrollar actividades que quizás siempre han querido hacer, y no pudieron antes por estar trabajando y llevando adelante a su familia. Ahora que pueden, tienen todo el derecho de disfrutar de un tiempo de descanso, de viajar, de dedicarse a sus hobbies, o a sus aficiones, a sus amigos. Muchos mayores también se comprometen en actividades de voluntariado, o en proyectos solidarios que les requieren mucho tiempo, pero les llenan y satisfacen, les hacen crecer como personas. Algunos incluso se ponen a estudiar, o hacen deporte, o alguna actividad artística. No deberían renunciar a esto. Aún pueden dar mucho al mundo. Además de ser abuelos y dedicarse a la familia, pueden hacer otras cosas. Ser abuelo no significa ser “canguro gratis”. Los abuelos tienen su lugar importantísimo en la crianza de los nietos, pero nunca como sustituto de los padres.
Los hijos necesitan a sus padres
Los padres de familia también necesitan hacer una reflexión
muy profunda. A veces trabajan muchas horas por ganar más dinero, pero luego
tienen que gastar grandes sumas mensuales para pagar canguros, actividades
extraescolares, psicólogos, esplais o campamentos… Toda clase de recursos para
tener a sus hijos entretenidos y vigilados. ¿No sería más natural trabajar
menos horas y pasar ese tiempo con los niños? Los niños necesitan tiempo vivido
junto a sus padres. Esa es su primera necesidad, vital en la infancia para su
desarrollo emocional. Necesitan más papá y más mamá que extraescolares. Sus
mejores vacaciones son los días y las horas que pasan con ellos.
La ausencia de los padres enfría las relaciones familiares.
El niño aprende a confiar en sus amigos y en las tecnologías: los aparatos y
los juegos digitales se convierten en su mejor compañía para resolver la
soledad. Esto le priva de una intimidad y de una convivencia necesaria para
crecer bien.
Por último, hay que pensar que los abuelos, un día,
necesitarán ayuda y cuidado. La edad los irá debilitando y tendrán que ser
atendidos. ¿Quién se ocupará de ellos? ¿Buscaremos “canguros” para los abuelos,
como los buscamos para los niños? ¿Los aparcaremos en una residencia? ¿Qué
haremos? Decía una anciana que, antes, una madre nunca tenía reparos a la hora
de criar a sus hijos: se apañaba como podía y los sacaba adelante a todos. En
cambio, los hijos de ahora, tienen muchos problemas y discusiones para poder
cuidar a su madre cuando esta los necesita.
Cuanto más estén en su sitio los abuelos y los padres, más ayudarán a los niños a madurar como personas armónicas.