sábado, 29 de junio de 2019

Soledad entre el gentío


Era un día claro y casi veraniego. Soplaba una brisa agradable en la sombra mientras caminaba por el Portal del Ángel hacia la catedral de Barcelona. Era mediodía y un gran gentío caminaba en ambas direcciones.

A media calle vi tumbada en el suelo a una joven. No llegaría a los treinta años y yacía de lado, sumida en un profundo sueño. Sola y casi invisible para la multitud que pasaba a su lado, apresuradamente. Me acerqué con cierto desasosiego a aquella muchacha que dormía, ajena a todo cuanto sucedía a su alrededor. Y una realidad cruel se desveló ante mis ojos. Aquella joven parecía un objeto, abandonado en el suelo, sin que nadie se percatara. Algunos la miraban furtivamente, pero se apartaban en seguida, quizás por miedo. Yo me quedé unos minutos contemplando el menudo cuerpo de una persona frágil que se había rendido ante la vida antes de llegar a su madurez.

La contemplé con dulzura. Podía adivinarse el dolor en sus facciones caídas y en su semblante inexpresivo, como ignorando el mundo que la rodeaba. Para muchos sólo dormía, pero era un ser humano vivo. ¿Cómo llegó hasta ahí? ¿Cuántos días lleva deambulando sin norte, perdida, sin referencias ni apoyos, sin amor? ¿Hasta qué punto es consciente de que en medio de un día luminoso su existencia está cayendo por un abismo oscuro? ¿Sueña en algo? ¿Por qué ha elegido cerrar los ojos a la belleza de un día de verano? En el corazón de esta muchachita quizás hace muchos días, o meses, que no amanece, y tal vez su realidad es tan brutal y su soledad tan insoportable que ha decidido autoanestesiarse para no sufrir. La vida se ha convertido para ella en una larga sucesión de días; la indiferencia de los demás flagela su débil corazón y ella elige huir a pasos agigantados, como si no mereciera vivir.

La gente pasaba, y yo la miraba pensando: ¿Despertará en algún momento? ¿Me atreveré a preguntarle? La gente pasaba aprisa, el tiempo corría, pero para ella ni el tiempo ni la gente existían. Ni siquiera la luz del sol o la mirada compasiva de alguien que, como yo, se acercaba con sigilo. Dormía tan profundamente que no me atreví a despertarla. ¿Podría beneficiarle una dulce pausa en medio de tanta insensibilidad?

Al final, se acercaron dos señoras de mediana edad que, sorprendidas ante la escena, se pararon a hacer unas fotos. Fotografiaron a la muchacha y se fueron. Como si hubieran querido retratar el dolor de aquella chica tendida en el suelo, inmortalizando la marginación que se vive en Barcelona. No sé si fue compasión, piedad o curiosidad, o tal vez estaban haciendo un estudio de los sin techo. Me quedé con la duda. ¿Fue el ojo de la máquina o el ojo de su corazón lo que las hizo detenerse?

Todo esto lo sabemos. Lo vemos por la tele, escuchamos las estadísticas y leemos los informes de Cáritas y las administraciones. La indigencia y los sin techo aumentan en Barcelona. Incluso nos emocionamos y nos duele ver tanta mendicidad, pero nos limitamos a quejarnos y no hacemos nada. Para mí sigue siendo estremecedor ver cómo puede haber tanta frialdad e insolidaridad.

Esto me hace pensar en tantos estudios sociológicos que se llevan a cabo sobre la realidad social y que se quedan en meras estadísticas y análisis de datos que engrosan la bibliografía sobre marginación, acumulándose en la frialdad de los despachos. Un análisis racional de estos fenómenos, si después no se hace nada para ayudar a estas personas a salir de su situación, ¿de qué sirve? Mientras muchos se reúnen, hacen charlas y emprenden estudios, los sin techo sobreviven a un frío invierno interior, expuestos a los comentarios y a las críticas de quienes tienen hielo en el alma. Ellos, los de la calle, solos y sin afecto, van sintiendo que su existencia se congela porque las instituciones y la administración siguen dando vueltas sin encontrar soluciones eficaces. La ignorancia ahoga a tantos que van naufragando por el océano de la existencia. Muchos perecen ante enormes olas de insolidaridad. Y nos quedamos igual. Porque quizás creemos que ya estamos haciendo algo.

Una sociedad que mira al otro lado ante el dolor de los más frágiles los irá descartando. Demasiado peso, y vértigo para una conciencia ética que pide y exige ayudar al hermano que está solo y perdido. Los fundamentos de una sociedad se tambalean cuando el otro se hace invisible.

domingo, 9 de junio de 2019

Tenacidad incansable

Este escrito surge a partir de unas densas conversaciones con dos personas, la esposa y la hermana de Jordi Rius, recientemente fallecido y cuyo funeral hemos celebrado hace pocos días. Os pido que recéis por él. Su familia está muy vinculada a la parroquia de San Félix desde hace años.

Luchar por vivir



La noticia de su enfermedad convulsionó a toda la familia. Jordi se preguntaba: ¿por qué? Sería un largo camino de seis años que tendrían que afrontar, él y su familia. No era fácil. Era la gran lección de su vida. ¿Cómo responder a un reto tan lleno de sufrimiento?

Toda la familia luchó de manera incansable para ganar terreno a la sombra de la muerte, para intentar sacarle ventaja, aunque fueran unas pocas horas más de vida. El combate era a todas, y Jordi quería ganar, si era preciso, sometiéndose a todo tipo de pruebas. El pulso estaba echado y el duelo por la vida era su batalla diaria. En él volcó todas sus fuerzas, aunque a veces eran pocas.

En el cuadrilátero de su vida, saltaba entre las cuerdas. Allí estaba, peleando con entereza por vivir. Amaba mucho a su esposa Esther, a su hija Laia, a Núria, su hermana, a su madre Laura y a sus sobrinos Oriol y Joel. Su cuñado Josep lo acompañó con especial cariño durante los últimos meses, en su estancia en el hospital. Jordi era un hombre bueno y enamorado de los suyos, amigo de sus amigos, sensible, solidario, siempre dispuesto a ayudar con su presencia, su mirada limpia y su sonrisa.

Su familia es un modelo extraordinario de unidad, con vínculos fuertes e irrompibles. En este entorno, Jordi se encontró totalmente arropado y acompañado con dulzura. Impresiona ver la fuerte unión de esta familia, que va más allá de lo normal que se espera. Sus raíces están firmemente arraigadas en sólidos valores éticos y cristianos. Jordi siempre llevaba colgada junto a su corazón una hermosa imagen de la Virgen de Montserrat, a la que guardaba una devoción especial. Sabía muy bien cuánta ternura hay en el corazón de María y rezaba, aferrándose a su protección.

Hasta que su enfermedad fue avanzando, lenta pero inexorablemente, hacia su desenlace. Jordi luchó hasta el último momento, cuando una certeza última en su corazón le reveló que el final era inminente. La tarde del dos de mayo quiso besar y abrazar a los suyos, en especial a su hija Laia y a sus sobrinos. En la madrugada del día tres se fue. Su lucha había terminado.

Esa mañana, Jordi inició un nuevo recorrido hacia la eternidad. Ya no hacía falta sacar fuerzas de donde no las había; los ángeles del cielo levantaron su alma. Ya no era necesario pelear con esfuerzo; suavemente se deslizó hacia su último destino, los brazos de Dios. Pasó de un largo e intenso sufrimiento al gozo de un encuentro con Aquel que es la fuente de la vida. Cruzó el umbral del misterio ―el dolor, la muerte― para adentrarse en un misterio aún mayor ―la raíz de la vida misma―.

La meta del hombre no sólo es vivir, sino encontrarse con Aquel que lo ha creado, Aquel que hace posible su existencia. Los vínculos son importantes porque nos hacen crecer, pero no es menos importante lanzar una mirada más allá de las relaciones humanas y más allá de uno mismo, hacia el vínculo que lo sostiene todo y que fundamenta toda la vida: la familia, los hijos, los sueños, los amigos… Es el vínculo con el que todo nos lo da, el Dios de Jesús cuyo anhelo último es la felicidad de su criatura.

El amor es más fuerte que la muerte


Tras una corta y densa conversación con Esther, esposa de Jordi, bajo la morera del patio, siento un profundo desasosiego en ella. Abatida, se pregunta el porqué de su muerte. Llorando sin cesar, con un dolor tan intenso, me parecía que se quedaba sin aliento. Las lágrimas le salían del alma mientras iba evocando recuerdo tras recuerdo. Jordi, siempre tan solícito y acogedor con todos: familia, amigos, vecinos… atendía con exquisita amabilidad a las personas que se encontraban en su camino. No tenía un no para nadie.

La brisa bajo la morera parecía suavizar un poco el intenso dolor de esta esposa que recordaba la última noche a su lado, cogida de la mano de su esposo. En esos momentos, aquellas manos que tanta ternura habían expresado, desprendían un amor sin límites. Ahora ya no pueden unirse más. Después de 20 años de matrimonio, Esther se ha quedado sin su amado.

Al otro lado del lecho estaba Laura, su madre. Madre y esposa juntas afrontaban un terrible dolor. Ambas tomaban el sorbo amargo de la muerte. ¿Qué le diría en aquella noche, dándole la mano por última vez? La honda conexión que se da entre madre e hijo se iba cortando, mientras ella, temblorosa, apretaba aquellos dedos que se despedían. Era el último adiós, lleno de calor y dulzura que ella intentaba transmitirle, soportando en silencio ese dolor tan lacerante: la muerte de un hijo.
Dos mujeres, partidas por un dolor inmenso, unidas por el mismo dolor. Dos amores diferentes, pero no menos intensos, llenos de entrega y donación. Y, aunque no estaba presente, su última palabra fue el nombre de su hermana Núria, que no pudo acompañarlo en esos momentos. Exhaló su último aliento en medio de estas mujeres, a las que tanto había querido.

Se quedan y él se va. La muerte los ha separado de un hachazo. La esposa amada se queda sin la razón de su vida; su hija Laia afronta un dolor casi irresistible. La madre se queda sin su hijo con tan sólo 47 años. Es duro ver cómo la vida se desliza, apagándose. Cuando se ha vivido con intensidad, una vida plena llena de amor y de gozo, la muerte es todavía más incomprensible. ¿Por qué Dios lo ha permitido? Quizás esta sea la pregunta más difícil. ¿Por qué?

Esther quisiera encontrar razones para entender el silencio de Dios. Pero Dios calla. El vacío la deja desconsolada y busca explicaciones. Pero no se cierra. Ella misma admite que quizás algún día pueda llegar a entender; está dejando una puerta entreabierta al misterio…

Más allá de nuestros razonamientos lógicos, más allá de la ruptura emocional, Dios es un inmenso misterio. Nunca puede estar lejos de los que sufren. Comprender a Dios más allá de la razón requiere una apertura diferente, desde el silencio. Sólo desde una dimensión espiritual se puede empezar a entender. Dios también presenció la muerte de su propio hijo en la cruz. ¿Cómo va a ser ajeno al dolor de Jesús, clavado en el madero? ¿Cómo va a ignorar el dolor de los que pierden a un ser tan querido?

Hay una parte de Dios que nunca entenderemos, porque es inaccesible y misteriosa. No podemos explicarla, pero sí tenemos una certeza. Nos ha creado con infinito amor y nos ha dado todo lo que necesitamos para nuestra felicidad.

Jordi no va a ningún abismo; al contrario, en todo su largo viacrucis mostró un constante empeño y ahínco por luchar hasta el final. Su victoria será el descanso y una paz infinita en brazos de Dios, su creador. Como bien decías, Esther, aunque hoy no lo entiendas, algún día Dios te irá revelando ese secreto. Mientras tanto, no te quepa ninguna duda de que él seguirá vivo en ti, con un regalo añadido: te querrá siempre, más allá del tiempo y del espacio. No dudes, Esther, que él está disfrutando de la presencia amorosa de un Dios que ha hecho posible vuestro amor, y que te está preparando un sitio a su lado. Entonces encontraréis la plenitud en la eternidad.

Jordi, ahora, está liberado del sufrimiento. Desde el cielo te ayudará con el bálsamo de su ternura a calmar el dolor de tu corazón. Un amor tan auténtico, tan fuerte, ni la muerte puede acabar con él. La promesa de un reencuentro os ayudará a vivir con paz y serenidad vuestro duelo.