
Dobles vidas
Hablando con mucha gente, en largas y densas conversaciones,
llegas a conocer en profundidad el corazón humano. Poco a poco vas
descubriendo, tras las palabras, un desdoblamiento de la personalidad: la que
aparenta de cara afuera y la que vive de cara adentro.
A menudo nos da miedo reconocer la propia realidad, porque,
si llegamos a sincerarnos con nosotros mismos, quizás descubramos que nuestra
vida interior es muy mezquina y mediocre. Por eso, cuando explicamos algo o nos
mostramos ante los demás intentamos dar una imagen exterior muy cuidada, con la
que tapamos o huimos de la auténtica realidad. ¡Cuánta confusión y ambigüedad
nos rodea!
Somos capaces incluso de crear un personaje irreal antes que
reconocer lo que somos. Nos sentimos abrumados y tenemos miedo al qué dirán.
Nos da pavor quedarnos desnudos ante los demás y nos cubrimos con fantasías psicológicas, mentiras que, de tanto repetirlas, acabamos creyendo. Hemos
convertido nuestro autoengaño en una verdad que no responde a la realidad, que
se desvanece ante un soplido, pero nos aferramos a ella como si nos fuera la
vida. Cuánto subterfugio psicológico, cuántas actitudes, sentimientos,
inspiraciones e incluso sensaciones físicas nos fabricamos para poder
sobrevivir al crudo realismo de la existencia. Hasta somos capaces de recrear
un complejo mundo paralelo con visos de verosimilitud, y nos sumergimos en él
como si fuera real, cuando en el fondo estamos presos de una ficción que nos
aleja de la realidad más pura.
Pero, ¿por qué necesitamos esta vida virtual? ¿Por qué
huimos de la auténtica realidad? ¿Qué vacíos, qué lagunas, qué miedos
intentamos conjurar? ¿Dónde se origina la necesidad de vivir una vida
paralela?
Aceptar lo que somos
Quizás la raíz de todo es el pavor que nos da asumir lo que
somos, nuestros orígenes. Nos cuesta admitir que no estamos contentos con ser
lo que somos y hacer lo que hacemos. No estamos satisfechos con nosotros mismos
y necesitamos vivir esta dualidad, creando un personaje que nos guste más
para poder metabolizar la vida.
Con madurez hemos de aceptar que todos tenemos lagunas, y
que todo lo que somos es fruto de una historia familiar que nosotros no hemos
forjado, sino que la hemos recibido. Nadie es mejor que nadie y nadie queda
excluido de sus condicionamientos. Somos fruto del pasado, con todas nuestras
cargas y herencias.
Necesitamos abrazar el pasado, con paz y serenidad, sin
reproches hacia nosotros mismos. Sólo cuando seamos capaces de afrontar nuestro
propio ser dejaremos de ser un personaje ficticio y podrá emerger lo que somos
realmente, con nuestros defectos, carencias y miedos. Pero seremos nosotros y no otro.
Una mirada sosegada ante el espejo, con actitud humilde y
deseo de reconocer nuestra propia identidad, nos ayudará. Mirarnos a los ojos
irá diluyendo nuestro miedo al qué dirán y nos atreveremos a ser quien somos,
tal como somos.
Es verdad que, al principio, cuando nos reconocemos, se nos
cae el mundo encima. Poco a poco tendremos que ir digiriendo esta situación de
doblez emocional que nos ha esclavizado quizás durante mucho tiempo. No es
fácil, porque se produce un desgarro psicológico muy fuerte. Del maquillaje
pasamos a ver la piel del alma tal como es, y quizás nos demos cuenta de que detrás
del Superman o la Superwoman hay un ser muy frágil e inseguro, atado a un
pasado. Nos miraremos a los ojos, que tal vez no nos gustan, y pasaremos un
tiempo de rebeldía interior. Luego nos asombraremos de nosotros mismos.
Tu vocación
¿Por qué soy así? ¿Por qué esa callada y aparente elocuencia
ante el mundo? Los psicólogos apuntan que esto no sólo se da en personas
normales, que tienen sus contradicciones internas, sino en personas con cierta
relevancia social, cultural, intelectual e incluso espiritual. Los gurús mediáticos no se libran de esta
doblez, ese halo que convierte sus vidas en aquello que hacen y dicen, y no en
lo que son. Muchas de estas personas necesitan cubrir sus profundos agujeros
subiéndose a un escenario.
Académicos, artistas, líderes religiosos, políticos,
empresarios… Todos necesitan desenvolverse en el reconocimiento social porque
son incapaces de descubrir que uno se hace sabio cuando abraza el universo
interior de su corazón y aprende a ser uno mismo cuando no deja que ni el pasado,
ni el presente, ni el futuro, condicionen su dignidad y su valor como persona,
sea quien sea, con sus lastres y defectos. Sólo así lo que diga y piense será
acorde con su ser. Su vida dejará de ser una huida y se convertirá en un
servicio a la humanidad.
Deshacerse de tantas capas pide tiempo, pero una vez
descubres quién eres en realidad, podrás volar sin miedo, porque descubrirás tu
auténtica vocación: ser para los demás. Y cuanto más seas tú mismo, el vuelo
será más alto y darás más lo mejor que tienes dentro. Que no son cosas, sino
la belleza de tu corazón y el sentido último de tu vida: darte, amar, ser con
los demás. Aquí encontrarás la auténtica libertad.