domingo, 29 de enero de 2023

Un amor que nunca envejeció


En la madrugada del jueves, 19 de enero, Francisco Amela, cogido de la mano de su dulce esposa, Ana, comenzó su tránsito hacia la eternidad. Su mujer estuvo acompañándole en el lecho hasta el último aliento. Siempre delicada, siempre amable, no se separó de él en los sesenta años que vivieron juntos. Soñaron y construyeron un hermoso proyecto familiar, una fortaleza inquebrantable que nada ni nadie pudo derribar.

Francisco era un joven despierto, un verdadero galán que supo conquistar el corazón de Ana. Cuando la conoció se dio cuenta de que era la mujer de su vida y así iniciaron un apasionante aventura de amor.

Simpático, creativo, irónico y trabajador incansable, Francisco tenía dotes para el teatro, y las ejerció, pero también tenía muy claro lo que quería. Su pasión amorosa era un fuego intenso que nunca se apagó.

Siendo ella tan diferente, su relación era una sólida roca. Si Francisco era el Sol, Ana era la Luna; si él era el mar, ella era la playa; si ella era toda dulzura, él era un terremoto expansivo. Ella era la quietud, él era inquieto. Los dos, a su manera, supieron dar lo mejor a los suyos. Se desvivieron porque su familia fuera un auténtico hogar. Para Víctor, Jorge Javier, Inmaculada, Francisco José y Alejandro, su padre fue un gran referente educativo. Nunca dudaron de que quería lo mejor para sus hijos.

He tenido la oportunidad de presidir el responso por Francisco y allí percibí un enorme cariño y gratitud de los suyos. Con la lectura entrañable de los recuerdos del abuelo, escritos por una de sus nietas, descubrí el derroche de amor que desprendían esas palabras. La emoción invadía la sala, en medio de sonrisas. ¡Qué hermosa vinculación entre el abuelo y sus nietos! ¡Qué importantes son los abuelos! Y qué los padres faciliten esa relación. Fue bonito comprobar la complicidad entre Francisco y sus nietos.

No menos profundo y agradecido fue el testimonio de su hijo Víctor, que supo hilvanar con realismo el vínculo interpersonal con su padre. Lo describió como el hombre más importante en su vida, y explicó cómo, en momentos clave, le ayudó, desde la libertad y el respeto, a abrirse camino. Lo que más me impresionó fue el enorme cariño de toda la familia hacia Francisco. La suya es una historia no exenta de dificultades, como todas, pero ellos superaron las situaciones más complejas para mantener una bella realidad que estaba por encima de los defectos: la fidelidad familiar los cohesionaba.

El amor de los esposos, Francisco y Ana, estuvo bañado con el perfume de la alegría. La unión de la intrepidez y la dulzura fue el fundamento de este hogar, ejemplo para muchas familias.

Francisco era un feligrés entrañable. Entre el humor y la ironía, amaba a su parroquia y la apoyaba, participando en las celebraciones litúrgicas como buen lector. Mi vinculación con él fue espontánea y llena de gratitud. Francisco, hoy, forma parte de ese rosario de personas buenas, integradas en la comunidad parroquial, que supieron dar lo mejor desde su fe, su carisma y su espíritu de servicio. Como dije en la homilía del responso, la muerte nunca es el final para los cristianos. Cuando hay una sólida relación de amor, ni la muerte puede vencerlo. La historia de un amor apasionado nunca puede morir. Tras la muerte, habrá una continuación, una segunda parte que durará para siempre, en la eternidad. Es un misterio insondable, que va más allá de nuestra racionalidad. Lo verdadero y lo auténtico siempre permanece.

Gracias, Francisco, por tu entrega, por tu servicio y tu alegría.

Con gratitud,

P. Joaquín.

domingo, 15 de enero de 2023

Doctorado en humildad



Es un error creer que, solo acumulando conocimientos por la vía intelectual, uno puede alcanzar la sabiduría. Nuestra cultura ha fomentado la adquisición de conceptos e ideas como la mejor vía para llegar a ser alguien en la vida. A mi ver, hemos caído en un culto a la «titulitis», es decir: si no tienes una carrera o un título académico, no eres nadie, o no puedes acceder a ciertos cargos o puestos en un mundo terriblemente competitivo. Si no demuestras tu valía con documentos que avalen tus capacidades, estás fuera del campo social, cultural o académico.

Sin dejar de valorar la importancia de la formación en cualquier disciplina, creo que hemos de estar alerta ante la soberbia intelectual. No somos sólo un cerebro, una materia gris que dirige nuestra vida; no podemos entronizar la razón despreciando otras facultades. En el proceso del aprendizaje entran en juego muchos factores: creativos, emocionales, de motivación y de intuición. También cuenta la experiencia adquirida.

Otras formas de inteligencia

El aprendizaje empieza a partir de una profunda admiración por todo lo que te rodea. Los niños son un ejemplo: quieren explorar el mundo, todo los fascina y les atrae. Admirarse trasciende la propia inteligencia. Hay personas que no han tenido la oportunidad de ir a la escuela o a la universidad, por razones económicas, cargas familiares o por trabajo. Algunas incluso han rechazado ir, porque el sistema educativo no les convence. No han adquirido sus conocimientos dentro del marco establecido; se han convertido en autodidactas de la disciplina, arte o ciencia que más les gustaba. Otras personas, sin tener tiempo ni ocasión de formarse, han adquirido, en cambio, una rica experiencia humana, espabilándose en la vida. No sabemos cómo, pero su cerebro funciona.

Los psicólogos hablan de diferentes tipos de inteligencia, además de la racional y abstracta. Así, podríamos decir que muchas personas que no han logrado adquirir un título académico están llenas de sabiduría. Son maestras de la vida, expertas en el arte de comprender el corazón humano. Muchas de ellas son pilares de su familia, pues saben cuidar las relaciones, cuidar la casa, cuidar a los suyos. ¿Existe una ciencia del hogar? Estas personas, muchas veces mujeres, saben armonizar la convivencia, aliviar las tensiones, limar diferencias. Su entrega las hace doctoras en la ciencia de la familia. Nadie les otorga un título, pero sin ellas, el mundo perdería algo importante.

El saber como refugio

Como hemos reducido el saber al conocimiento y al aprendizaje intelectual, muchos tienden a minusvalorar a estas personas que no han tenido la oportunidad de ganar un título. En el fondo, han caído en la trampa de idolatrar el intelecto; construyen una peana con sus conocimientos, para despertar admiración y demostrar lo que saben y lo que valen. Es una forma de autoidolatría. Sin eso, no serían nada. Si no demuestran lo que saben, creen que nadie los valorará o quizás no serán queridos. Por eso necesitan deslumbrar. La raíz de esta actitud es, en el fondo, una profunda necesidad de ser amados.

Conozco a personas muy preparadas que no dejan de dar lecciones. En cambio, son incapaces de aprender de alguien, y menos aún de alguien que, según ellas, no tiene su mismo nivel de formación. ¡Nadie tiene que enseñarles nada! Lo saben todo... al menos, de su disciplina.

Hoy se habla mucho de la inteligencia emocional. Personas con una gran formación intelectual a menudo carecen de ella. Han adquirido muchos conocimientos teóricos, pero les cuesta aterrizar en la realidad. Y la realidad les viene tan grande que tienen dificultades para manejar situaciones familiares, emocionales y complejas. Les cuesta tomar decisiones. Su empacho de conocimientos no les ayuda. La única escapatoria que tienen es huir y encerrarse en sí mismas. Son incapaces de conectar con los demás y se meten en su torre de marfil, su propio mundo alejado de la realidad.

En ese refugio, adquirir más conocimientos puede convertirse en una adicción, en vez de ser un puente que las conecte con los demás.

Maestría vital

Cuando uno va más allá de sus capacidades cognitivas y se abre a los demás, empieza a adquirir un conocimiento del corazón, junto con la experiencia humana que transforma el saber en sabiduría. Cuando te abres, incluso a aquel que parecía que no podía enseñarte nada, empiezas una nueva carrera. Doctorarse en sencillez es la gran asignatura pendiente. Cuando aprendes que la gente humilde quizás no pueda enseñarte grandes pensamientos abstractos, pero sí puede compartir contigo el tesoro de su bagaje humano, su trabajo, sus sufrimientos, sus luchas y esperanzas, empiezas a doctorarte en la escuela de la vida.

Este es el gran reto de nuestra cultura: descubrir la dignidad de la persona, más allá de su condición y nivel intelectual. Es el desafío de una sociedad que ha de aprender a valorar cada ser humano por el simple hecho de existir, único y valioso. 

domingo, 1 de enero de 2023

Vivir los días como un don


Han pasado 365 días más que, para muchos, han supuesto cambios profundos en nuestras vidas. Hemos tenido momentos de todo: alegría, emoción, tristeza y esperanza. Hemos saboreado cada día vivido en este año que se va. El mundo está convulsionado, generándonos una profunda incerteza. Los oleajes sacuden a la sociedad: pandemia, guerras, crisis económica y un hondo desasosiego en muchas familias. Las consecuencias del covid han dejado huellas en el corazón de muchos, mientras los mandatarios y las corporaciones han utilizado dicha coyuntura para tomar medidas moralmente cuestionables. La falta de ética política ha causado una fuerte desconfianza en las instituciones. A la enorme inseguridad se han sumado decisiones que han afectado a la libertad personal. Algunos profesionales parecen haber olvidado su código deontológico, vendiéndose a los poderes políticos y económicos. Todo esto ha generado un profundo desconcierto en la sociedad.

A esto se le añaden aspectos personales y familiares: para algunos todo lo ocurrido ha traído un panorama muy sombrío y muchos han caído en una enorme depresión. Pero, así y todo, aunque las tormentas han sacudido con mucha fuerza, el ser humano está creado para sortear todos los oleajes, ya sean provocados por nosotros mismos, o cuando otros son los causantes de situaciones dolorosas en nuestra vida. Es el misterio que envuelve al ser humano: enfermedades inesperadas, accidentes o fallecimientos de personas queridas.

Pero incluso para esto tenemos el potencial espiritual para afrontar cualquier adversidad, asumiendo los procesos personales de cada uno. Estamos preparados para asumir estas contrariedades. Y hoy ha de ser un día en que hemos de mirar hacia atrás dando gracias a Dios porque hemos podido llegar a la meta del último día del año, algunos quizás arrastrándose, o con mucho dolor en el alma. Pero hemos llegado. Todo lo aprendido ha de ser una lección para la carrera que empezamos en el nuevo año que se nos abre, con un enorme potencial de sorpresas.

Hagamos que no nos pesen los días que se suceden. Hagamos que cada día sea una gran oportunidad para crecer e ir descubriendo hacia dónde tenemos que focalizar nuestra vida para sacar lo mejor de cada cual.

Tenemos un año más para ser mejores y para saborear ese don tan maravilloso que es la vida, los hijos, los amigos, las propias capacidades, descubrir el gran tesoro que hay en cada persona. Sólo amando es como se vive plenamente y los días se convierten en grandes hitos. Hemos de redescubrir el propósito vital, que tiene que ver con salir de nuestra zona de confort y emprender nuestra misión en el mundo, es decir, pasar de la subsistencia a un estallido de vida, saboreando cada minuto y cada segundo que tiene el día. Esto es: vivir con intensidad.