La soberbia espiritual es algo que siempre me ha preocupado.
Detrás de este orgullo suele haber una actitud de autosuficiencia y egolatría
muy arraigada en la persona. Nadie está exento de caer en la soberbia, pero es mucho
más grave en aquellos que tienen una responsabilidad importante en los
diferentes ámbitos sociales. La gravedad se acentúa en un político, por la
influencia que ejerce sobre los demás. También en unos padres, por su papel en
el hogar; en los maestros, en la escuela; o en los referentes religiosos en su
comunidad.
Perfil del soberbio espiritual
Resbalar por el tobogán de la soberbia es mucho más grave de
lo que parece, porque le precede un exceso de seguridad en sí mismo. Creyéndose
en posesión de la verdad, el soberbio se blinda y es incapaz de escuchar a los
demás, sin reconocer que el otro puede tener razón. Aún menos reconoce que
pueda equivocarse. Por tanto, es incapaz de una reflexión sobre su propia
conducta y errores. Su autosuficiencia le lleva a defender «su verdad»,
impidiendo que los demás se expresen y argumenten ante su posición. El soberbio
juzga, pues se cree mejor, y le molesta ser cuestionado. En realidad, vive en
una nube de seudo-verdades, incapaz de afrontar la realidad tal como es.
Cuando se trata de soberbia espiritual, la persona se
envuelve con un discurso religioso, justificando su actitud por fidelidad a una
causa, que defenderá a ultranza, llegando incluso a cierta violencia. Su
postura se radicaliza ante quienes la cuestionan, llegando al desprecio del
otro, desplazándolo y marginándolo, a veces con agresividad. La soberbia espiritual, para mí, es la más peligrosa,
porque utiliza verdades fuera de contexto para encajarlas en lo que uno piensa
y justificar su forma de actuar. Así se generan graves perjuicios a quien se
atreve a hablar, arriesgándose a asumir las consecuencias de la reacción
descontrolada del soberbio espiritual.
El soberbio espiritual, aunque no lo parezca, en el fondo es
una persona insegura, incapaz de gestionar los conflictos. Necesita tener a su
alrededor una corte de gente dócil que jamás cuestione su autoridad. Para dar
una sensación de firmeza, se protege con discursos repetitivos y argumentos
aprendidos de memoria, pero poco asimilados vitalmente, y menos aún elaborados
racionalmente. De aquí que, cuando se crea una situación de conflicto, el
autoblindaje es cada vez más feroz, evidenciando su fragilidad interna. A fin
de no perder control sobre el grupo, el soberbio se encuentra seguro en su
radicalidad, insiste en la exigencia moral y pide obediencia, para que nadie se
desvíe de sus postulados. A los disidentes, los critica sin piedad y los
avergüenza ante los demás, manifestando su dureza de corazón. El discurso del
soberbio puede ser convincente, en ocasiones, pero pronto revela el orgullo
solapado que muchas veces no puede controlar. Las reacciones duras, valiéndose
de sus armas más letales, demuestran que tiene el poder en sus manos. Cree y
quiere hacer creer al resto que es totalmente inmune al error, pisando esa
línea que separa la fidelidad normal y humilde de la adhesión ciega y sumisa.
¿Cómo sanar la soberbia?
Fidelidad, sí; obediencia ciega, no, porque se puede estar
condicionando la libertad del otro. El diálogo sereno y lúcido es fundamental para
no caer en la tentación de actuar como un dios.
Para no caer en esa tentación se necesita hacer silencio y
escuchar, aunque creas que el otro no tiene razón. Sobre todo, es importante
ser humilde y reconocer que por el hecho de ocupar un puesto de responsabilidad
no significa que estés exento del abuso de poder. En el lenguaje moral, la
soberbia espiritual es grave, porque es una ofensa a Dios, cuando intentas
actuar como si fueras un dios. «Yo soy el único bueno, nunca puedo fallar,
tengo la verdad y estoy por encima de los demás porque he sido elegido.»
Dios es la verdad y la bondad absoluta. El hombre, cuando
quiere ponerse en el lugar de Dios, utiliza su poder, pero no para servir
humildemente, sino para aprovecharse de su cargo e imponer sus ideas por encima
de la razón objetiva y de la caridad. Cuando el soberbio actúa desde la atalaya
de la autosuficiencia, es cuando está más lejos del corazón misericordioso de
Dios.
¿Qué hacer para no caer en la soberbia espiritual?
Señalaré algunos puntos.
· Nunca te sientas mejor que nadie, ni por encima
de nadie, por muy diferente que piense, sienta o viva.
·
Reconoce que todos somos iguales, aunque
ocupemos un puesto de responsabilidad.
·
Saber siempre objetivar la realidad de manera
racional, e intentar comprender la postura de los demás, por incómoda que sea.
·
Nunca imponer tu punto de vista sobre temas que
requieren profundizar y dialogar.
·
Renunciar a querer tener siempre la razón en
todo.
·
No utilizar tu cargo o autoridad para intereses
o asuntos de dudosa moralidad.
·
Nunca coaccionar la libertad de los otros.
·
Nunca pedir obediencia a nadie, y menos someter
a alguien en aras a una supuesta adhesión a ciertas ideas.
· Facilitar que los demás expresen su opinión, aun
asumiendo la posibilidad de rectificar alguna conducta manipulable.
· Potenciar a los demás, sacando lo mejor de ellos
mismos, sin miedo a que puedan ser mejores, en algún aspecto, que el que está
liderando el grupo.
·
Ayudar a crecer a los demás, dándoles las
herramientas para ello.
·
Recordar que la fidelidad y la adhesión no sólo
son a ideas y a proyectos; la fidelidad a Dios está por encima de las
adhesiones personales y grupales, incluso por encima de la institución.
Libertad y vocación no tienen que estar reñidas; al
contrario. La vocación sólo puede crecer y madurar desde la libertad. Sin ella
la vocación sería una sumisión a ideas o a grupos humanos, pero no
necesariamente una adhesión total a Dios.
La alegría, la armonía y el amor han de reinar siempre en el
corazón. De no ser así, cabe preguntarse si la vocación es auténtica y si el sí
se ha dado con entera libertad.