domingo, 3 de marzo de 2024

Aceptación y autenticidad

A veces las personas vivimos situaciones de fragmentación interna. Para tapar nuestros propios límites ante los demás nos obligamos a ser extrovertidos, simpáticos y hasta exquisitos. Damos una imagen que no siempre responde a la realidad o a la totalidad de nuestro ser. Ciertas actitudes ambiguas reflejan un divorcio entre cómo me percibo a mí mismo y cómo me perciben los demás.

En aquello en lo que somos buenos, solemos ser expansivos para demostrar lo mucho que sabemos. Hay personas a quienes les gusta dar lecciones para señalar lo valiosos que son sus conocimientos. Pero esto es un mecanismo de defensa: tienen que demostrar que son maduras y competentes, incluso superiores a los demás, cuando en realidad están tapando algo que no quieren que se visibilice.

El desdoblamiento

Hay casos en los que se vive un auténtico desdoblamiento de la personalidad. Esto sucede cuando se abre un abismo entre las relaciones familiares y las relaciones sociales. Hay una enorme separación entre aquello que se muestra en el núcleo familiar más cercano: cónyuge, hijos, y otros ámbitos en los que la persona se mueve.

Ante los demás se muestran atentos, amables, comunicativos, espléndidos y generosos. Sin embargo, con la persona que vive a su lado, son todo lo contrario. Exigentes y broncones, fluctúan entre el aislamiento, porque no soportan la compañía, y el enfado, porque nadie es lo bastante perfecto. Afuera están creando un paraíso artificial, con mucha impostación y forzada amabilidad. Por dentro, en la convivencia del hogar, estalla un auténtico infierno. Son actores que saben moverse en diferentes registros. Pero, a la larga, su realidad va quedando al descubierto, porque los demás captan esta ambivalencia y su verdadera personalidad va aflorando.

Este desdoblamiento revela algo muy hondo en su psicología y motivaciones. Tal vez una incapacidad para aceptarse a sí mismos, o la incapacidad para amar. Alcanzar una convivencia armónica requiere de mucha paciencia, sacrificio y entrega para llegar a la sintonía profunda. Esto es lo que hace crecer y madurar a la persona.

Ser tú mismo

De una convivencia plena puedes salir al mundo sin fingir. Si sales de tu casa lleno, contento, pletórico, no tienes que pretender ser lo que no eres. Puedes ser tú mismo, eso sí, atento a los demás y adaptándote a cada situación con prudencia y la distancia adecuada. Desde esta postura es como se aprende a estar en cada momento y en cada lugar. Podrás conectar con cualquier persona e ir generando una buena relación que os enriquezca a ambas partes.

Todos podemos aprender mucho de los demás, incluso de aquellos a quienes hemos puesto un cliché. Aprendamos a escuchar con calma, sólo así el otro aceptará con gusto lo que le podamos enseñar y sacaremos lo mejor de ambos. Dejaremos a un lado la insolencia y la arrogancia y estableceremos una comunicación auténtica y real con los demás.

Aceptándonos como somos y buscando mejorar, por amor y espíritu de servicio, podremos cultivar buenas relaciones, dentro y fuera de casa. La alegría no será impostada, sino real. Ya no habrá sarcasmo ni ironía, sino buen humor y cordialidad. Cuando se utilizan las bromas fáciles para empequeñecer al que está a tu lado, estás poniendo una barrera.

Aprendamos a amar y a ser agradecidos con todos. Perdamos el miedo y nos mostraremos tal como somos, sin dobleces. Cuanto más maduros seamos humanamente, mayor madurez espiritual vamos a adquirir. Todos necesitamos sentirnos valorados, desde el barrendero que limpia las aceras de nuestra calle hasta un famoso médico que salva vidas. Nadie es menos importante. Por el solo hecho de existir, todos poseemos dignidad.