domingo, 25 de septiembre de 2022

Del sueño a la realidad

Algunas personas con las que hablo me comentan que han tenido mala suerte en la vida. Lo dicen con un tono de frustración, quejoso, incluso molesto y a veces rayando el victimismo. Pero cuando las conozco más a fondo me doy cuenta de que el problema no es la mala suerte.

A veces hay factores ajenos a uno mismo que, sin quererlo ni buscarlo, nos colocan en situaciones inesperadas, como un accidente, la pérdida de un ser querido, una mala jugada de alguien que nos traiciona. Pero, aparte de estos factores externos, a veces lo que nos ocurre es fruto de nuestra propia actitud. No siempre actuamos con acierto. Hay personas que quieren forzar situaciones a su favor y no lo consiguen. Ya sea por falta de criterio, por falta de realismo, por incapacidad o imprevisión, estas personas, que pueden ser muy creativas e incluso tener iniciativa, no pueden culminar las metas que se han propuesto. Acaban sumidas entre la perplejidad y el enfado, y se preguntan por qué no han logrado hacer realidad su sueño.

Decía un amigo mío que sueños podemos tenerlos todos. Pero ese sueño hay que dotarlo de «patas» para convertirlo en propósito que, un día, llegue a ser real. Es decir, hay que pasar del sueño al proyecto. Hay quienes son brillantes describiendo su idea, pero les cuesta mucho trazar un plan para llevarla a la práctica. Pueden definir hasta el menor detalle de lo que sueñan, e incluso involucran a otros en su iniciativa, pero no son capaces de seguir un plan racional ni de trabajar en equipo. Quieren imponer su visión y toman decisiones sin contar con nadie. A veces cambian de planes arbitrariamente, o se lanzan a la aventura sin prever los riesgos ni las consecuencias. ¿Por qué las cosas no salen bien? ¿Han previsto las dificultades? ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones?

Constato en muchas de estas personas que soñar les es muy fácil, porque esto los abstrae y los lleva fuera de una realidad que puede ser dura. Los hace huir hacia adelante ante su propio drama existencial, esquivando la pregunta incómoda: ¿Qué hago en este mundo? ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué no?

Creo que una de las claves para resolver esta «mala suerte» e insatisfacción de tantas personas es hacer un ejercicio profundo de introspección: explorar dentro de ellas, descubrir lo que son y preguntarse si lo que hacen tiene sentido. Ahondando en sí mismas encontrarán que hay algo valioso que pueden hacer para su crecimiento personal, aunque a menudo no es lo más fácil ni lo que les apetece.

Cómo convertir un sueño en un proyecto real

Lo primero es algo que todos solemos hacer muy bien, que es describir el proyecto, dejando volar la imaginación. Con tres folios ya está bien.

La segunda pregunta, fundamental, es esta: ¿aquello que propongo es algo que la gente quiere, espera o necesita? ¿Resuelve una necesidad o una carencia? ¿Es algo que nadie más hace, o que nadie hace en el lugar o en el ámbito donde vivo? Esto es decisivo para tirar adelante, porque hará viable el proyecto. Es fundamental pensar en los demás para que sea algo que marque una diferencia con otros proyectos similares. ¿Qué añade valor a mi proyecto, cuál es su rasgo diferencial?

A partir de aquí, hay que investigar y profundizar un poco. Para ello hay que sumergirse en la realidad: ver cómo es mi entorno, cómo es la gente, qué recursos existen y de qué puedo disponer, qué necesito y qué tengo ya. Cuáles son las necesidades de las personas a quienes voy a dirigir mi iniciativa. En qué lugar voy a desarrollarla. Quizás este estudio a fondo me hará cambiar algunas cosas.

Después podré definir varios objetivos que me permitirán alcanzar la finalidad deseada. Estos objetivos han de ser muy claros y precisos y, como afirman los consultores empresariales y los coach, motivadores y siempre realistas y con fecha límite.

Ahora llega la parte ardua de prever todos los recursos y medios para conseguirlo, desde el grupo humano, economía, formación, equipamiento... y un buen presupuesto, realista y detallado. No podemos improvisar nada ni dejar cabos sueltos si queremos que el proyecto salga adelante. Es crucial, sobre todo, contar con un equipo humano bien trabado y coordinado, donde cada cual sepa exactamente qué debe hacer. Otro pilar fundamental es contar con la financiación suficiente. Sin inversión es casi imposible iniciar nada, por brillante que sea la idea y por extraordinario que sea el equipo.

Finalmente, hay que desvincular el proyecto de la avaricia y el interés personal. Si la única finalidad es conseguir mucho dinero, y no prestar un buen servicio o algo útil para los demás, el proyecto se convierte en una mera proyección personal.

En todo el proceso es necesario tiempo y saber gestionar los momentos, esto es clave. La prisa siempre es mala consejera; en un proyecto nuevo no se puede actuar con precipitación.

Todo esto pide reflexión, silencio y tiempo. Y también diálogo. No importa que el proyecto se demore; cuando todo esté maduro y a punto echará a rodar, y será positivo. Si se actúa precipitadamente y se deja todo a la improvisación, el fracaso será rotundo.

Todo esto requiere una cultura de la gestión y la organización. Cualquier iniciativa pasa por un plan minucioso, teniendo presentes todos los factores que pueden facilitar el proyecto (oportunidades) y los que pueden dificultarlo (obstáculos). 

Un plan realista, junto con la capacidad de analizar la realidad objetivamente, y saber cambiar y adaptarse cuando sea necesario, es vital para llevar adelante el proyecto soñado. Hemos de saber dónde estamos, para plantearnos a dónde vamos y a dónde queremos llegar.

Creatividad y realismo

Como decía al principio del escrito, tener buena o mala suerte no es lo más importante. Tampoco se puede vivir en una burbuja, al margen de los vaivenes de la sociedad. Con todos los problemas que nos rodean, hemos de estar bien despiertos y agudizar el ingenio para descifrar las claves de nuestro mundo. Si las cosas salen bien no es por buena suerte, sino porque se ha actuado con la cabeza y con el corazón. Si no salen, es porque quizás ha fallado alguna de las patas del proyecto, o no se han tenido en cuenta todos los factores que se debían considerar. Pero cuando las cosas no funcionan y se insiste, forzando las situaciones, se puede llegar a una terrible frustración. El choque con la evidencia y la realidad puede ser muy duro.

En definitiva, a la creatividad y a la imaginación hay que sumarles una buena dosis de realismo y discernimiento. Un plan estratégico, además, necesita rigor y constancia para cumplir lo propuesto, así como flexibilidad para revisar el proyecto y cambiar o adaptarse, si es necesario. También hacen falta humildad y empatía para poder conectar con los demás y trabajar con motivación.

Con estas cualidades, estaremos preparados para alcanzar cualquier meta que nos propongamos.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Música que eleva o que destruye

La música forma parte de la creatividad humana y de su sentido de la belleza. El deseo de expresar sentimientos y emociones se traduce muchas veces en sonidos. La música es un lenguaje que va más allá de las palabras, incluso más allá de la razón. La melodía va directa al corazón. La belleza de una música abre la totalidad del ser. Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras, pero también se podría decir que una música transmite mil imágenes. Los musicólogos explican que la música pone vida a las palabras y a las imágenes.

Música que eleva

La música forma parte intrínseca del ser humano. Nuestra capacidad cerebral nos permite crear melodías. En la inmensa complejidad neuronal, debe haber áreas específicas donde se generan conexiones y señales que nos permiten emitir sonidos armoniosos. Somos homo musicus por naturaleza. Esto lo vemos en todas las culturas del mundo: todas ellas tienen sus canciones, danzas, instrumentos y sonidos típicos. El sonido armonioso forma una verdadera sinfonía de notas, desde la tonada más simple hasta llegar a las partituras de los grandes maestros, donde el sonido se plasma en su propio abecedario musical.

Con la música, el hombre se expande, medita, se relaja o se entusiasma. Se predispone a una apertura emocional y espiritual; de aquí la tendencia a escuchar música o a crearla. Hay músicas que son auténticas obras de arte. En la música sacra encontramos el canto gregoriano y las magníficas composiciones religiosas del barroco. En la música profana, la creatividad de compositores y virtuosos se ha desplegado hasta lo sublime. Sus obras expresan la realidad del hombre, su experiencia vital, sus emociones y sus sueños, así como la poesía del paisaje y la naturaleza.

La música revela también la capacidad del hombre de comunicarse con los demás. Especialmente a través de las canciones de todo género, desde la zarzuela, el bolero o las rancheras hasta el Gospel, el country o la música pop. Por ser creación humana, tiene una profunda dimensión ética y filosófica. Detrás de cada letra hay una visión del mundo o del hombre. La música expresa lo que late en el corazón humano y el flujo variante de sus emociones. Por eso hay quienes afirman que a través de la música se expresa la bipolaridad de la persona: un día está feliz y compondrá canciones alegres y exultantes, llenas de poesía; otros días estará abatido, o furioso, y su música expresará resentimiento, odio o soledad. El hombre se desnuda en su creación artística, ya sea literaria, musical o plástica. Su voz le sale de lo más profundo de las entrañas.

¿Qué tipo de música ayuda a armonizar a la persona? La musicología ha estudiado mucho este tema fascinante, incluso realizando experimentos que demuestran el efecto de ciertas músicas en las personas y hasta en las plantas. Lamentablemente, no toda la música tiene un efecto sano y terapéutico.

Música alienante

La dependencia a cierto tipo de música ya es reveladora: la música tecno, el rock, la electrónica... Esta música que se emite a gran volumen en discotecas y salas de baile puede estar afectando de forma importante la salud mental de la persona. El ritmo y el machaqueo constante, las notas, el tono, todo esto afecta al cerebro provocando una reacción hipnótica o de aturdimiento. Es un ruido que ya deja de ser música para convertirse en un sonido opresivo que literalmente atrapa, alejándose de la auténtica armonía.

La psicología tiene mucho a estudiar sobre el efecto de estas músicas en los jóvenes que se ven expuestos a ellas durante horas, cada semana e incluso cada día. En una sala abarrotada, todos bailan, contagiándose el frenesí, repitiendo movimientos estereotipados hasta el agotamiento. Dan la impresión de estar abducidos por el sonido, y el estado de alteración aumenta cuando el alcohol y las drogas entran en escena. En algunos casos se llega al desvarío y a la pérdida de consciencia, como sucedía en los conciertos de rock de los años 60 y 70. Hay una serie de géneros musicales vinculados a este mundo autodestructivo: alcohol, droga, sexo y rebeldía contra el mundo y contra todos. Pienso que esto es la antimúsica.

Recientemente me contaba una amiga que había vivido un tiempo en Colombia. En cierto barrio, unos vecinos solían celebrar fiestas continuamente, poniendo música estridente a altas horas de la noche. Resultaba insoportable e imposible descansar. Otro vecino que vivía cerca salió de su casa para pedirles, por favor, que bajaran el volumen, e hizo unas fotos de la concurrencia. Al día siguiente, fueron a su domicilio, le forzaron la puerta y lo apalearon de tal manera que a consecuencia de los golpes se quedó ciego. Destrozaron su vida.

A partir de esta experiencia, ella hacía una profunda reflexión. ¿Cómo puede la música hacer esto en las personas? ¿Cómo puede enajenarlas hasta el punto de atentar contra la vida y la salud? Es gravísimo que este tipo de música se emita en ciertos ambientes sin ningún tipo de control y sin respeto hacia el resto de la comunidad. Sí, podemos decir que algunas músicas enferman a la persona y la empujan a un estado sicopático.

El antídoto: el silencio

Nuestra cultura está enferma por falta de silencio. Pero hay músicas que son una huida de la realidad humana. Cuánto mal hace la música que embriaga e induce a las personas a huir de sí mismas. El antídoto de esta patología musical está en cultivar el silencio. El silencio armoniza nuestra vida ayudándonos a encontrar dirección y sentido, equilibrando las emociones. A partir de aquí, se pueden recibir otros sonidos: armónicos, creativos, poéticos, que conviertan la experiencia musical en un momento gratificante que ayuda a elevar el ser.

A veces me pregunto si el fomento de este tipo de música no formará parte de un plan para destruir al ser humano arrebatándole el alma. Las experiencias oscuras y extrañas que animalizan al hombre, inducidas por el consumo de drogas o por la adicción a la pornografía, son preocupantes y reclaman una reflexión por parte de las familias, los políticos, los religiosos y todos los grupos sociales. Tenemos una sociedad enferma y urge buscar soluciones. Médicos y psicólogos deben plantear la necesidad de una actuación urgente ante la pérdida progresiva de identidad y de propósito vital. No podemos perder la libertad, que es la que nos hace más humanos. Cuántas personas están cayendo por ese abismo sin fondo hacia la nada, enfermos mental y físicamente, con el coste que esto supone para la sanidad pública. Con leyes en la mano, y con un plan de acciones efectivas, se podría hacer algo. Mientras tanto, extendamos el silencio a nuestro alrededor, y promovamos el pensamiento y la belleza. No dejemos que los jóvenes caigan en el infierno de lo absurdo y del sin sentido. Ojalá, con la fuerza de muchos silencios, podamos neutralizar el poder de autodestrucción masiva que está fagotizando a las generaciones jóvenes. Todos necesitamos la calma de un lago interior, mientras que las olas de un mar embravecido hacen naufragar a mucha gente, hundiéndola en la oscuridad que volatiliza al ser humano.