domingo, 29 de noviembre de 2020

Cuando el amor se apaga


Todos ansiamos amar y ser amados. Este es nuestro anhelo más profundo: vivir amando. Forma parte de nuestra naturaleza humana. De no ser así, la vida se precipita hacia el abismo. La soledad, la falta de vínculos, vivir desconectado fragmenta al hombre. El amor es consustancial al ser humano. Pero también es cierto que, para vivir esta experiencia que colma todo deseo, es necesario estar preparado para esta gran aventura.

Desprenderse del egoísmo

Lanzarse al mar de la existencia con sentido y esperanza requiere de todo un aprendizaje para desengancharnos de una serie de capas que nos envuelven. Para empezar, hay que deshacerse de todo lo que no es propio, para descubrir en nuestro interior lo que nos constituye como persona. Cada uno de nosotros es un ser único, y desde nuestra peculiaridad estamos llamados a la vocación del amor, porque difícilmente podremos dar lo mejor de nosotros mismos si no saldamos las hipotecas emocionales de nuestro pasado.

Sobre todo, hay que desprenderse del egoísmo cultural y psicológico que nos impide abrirnos a los demás, ya sea por miedo, por incapacidad de confiar o porque no nos atrevemos a compartir con alguien aquello que somos, más allá de lo que tenemos y hacemos.

Es verdad que las malas experiencias nos llevan a blindarnos, como una defensa, cerrando muchas veces las puertas a nuevas personas y vivencias. Esto se ha podido dar porque no siempre decidimos correctamente a la hora de unirnos a una persona. Esto ocasiona muchos errores, que se pagan durante años y que finalmente llevan a la ruptura y, como consecuencia, al sufrimiento y a la soledad.

Tendríamos que plantearnos los verdaderos motivos por los que hemos decidido algo tan importante. A veces elegimos dar el paso de manera irresponsable, incluso frívola, sin prever las consecuencias. Incluso podemos tener algún interés escondido que no nos atrevemos a expresar. Construir un proyecto serio requiere de mucha madurez, discernimiento, entrega y, sobre todo, aparcar todo egoísmo.

Un fundamento sólido

Levantar una relación entre dos personas que se quieren debe hacerse sobre una base firme y sólida, inquebrantable, ya que los vaivenes de la vida pueden hacer tambalear cualquier edificio bien construido. Se hace necesario que las relaciones se mantengan fuertes para evitar las grietas que pueden ir debilitando los cimientos del amor de esas personas que se han comprometido. Sin tener esto claro, el paso del tiempo, la apatía y el cansancio, harán que el edificio se vaya fracturando y el proyecto que empezó con tanta ilusión acabe desplomándose. Por eso no hay que dejar de alimentar el fuego del amor. No puede faltar el combustible, a diario.

Muchas veces me pregunto cómo puede apagarse el amor, que empezó con tanto ardor. La lógica del amor es crecer siempre, florecer, expandirse, fructificar y llegar a cumbres de plenitud. Cuando el amor es auténtico y sincero, cuando se da el paso de la unión, asumiendo todos los riesgos, es porque hay algo encendido en el corazón de ambas personas. Ese fuego los lleva a mirar lejos, a orillar nuevos horizontes, a emprender todo tipo de hazañas y a sentir una profunda felicidad mutua. Dos que se aman están dispuestos a todo, hasta dar la vida por la persona con la que se decide compartirlo todo.

Pero, al cabo de un tiempo, esa fuerza arrebatadora que los impulsó a ir lejos en su aventura, se va apagando poco a poco. Con el paso de los días la vida se vuelve insoportable, pesada y angustiosa.

¿Por qué se apaga el amor?

Y me pregunto. ¿Qué ha pasado? ¿A dónde fue a parar ese huracán interior que os empujaba a vivir con intensidad? ¿Qué fue de ese volcán de fuego que llenaba vuestros corazones?

¿Fue algo auténtico, o fue una realidad virtual? ¿Teníais miedo de quedaros solos? ¿Os cansasteis y dejasteis de echar combustible a la hoguera de vuestro amor? ¿Por qué lo dejasteis? ¿Os dio vértigo seguir remando juntos, ante las grandes olas que envolvían vuestra barca y azotaban vuestra existencia? ¿Os vino grande afrontar las dificultades de la convivencia?

En la vida hay momentos de calma, en que todo se desliza de manera suave. Los amaneceres son bellos en alta mar, disfrutáis de la contemplación. Pero también hay momentos de fuertes sacudidas, que pueden llevar a volcar al barco. A veces surgen imprevistos ante los que no sabemos cómo reaccionar. Hemos de estar preparados para este viaje y saber, y prever, que toda existencia humana es un misterio. Nos topamos con la limitación del otro y con la nuestra. ¿Por dónde tenemos que ir?

La ciencia del amor

Yo os digo que, cuando todo lo que se proyecta está bien fundamentado, sobre una base sólida de amor, se está preparado para cualquier situación inesperada. Pero para esto se ha de amar mucho. Se ha de conocer mucho al otro y se ha de estar dispuesto a hacerlo todo por la otra persona. La ciencia del amor nos capacita para cualquier batalla, para tener el combustible a punto y activar todo ingenio y creatividad, para sortear las olas, girar a tiempo el timón y nunca enfrentarse a ellas, sino más bien navegar cruzándolas. Para esto se necesita temple, capacidad de reacción y, sobre todo, saber manejar la embarcación, mucha inteligencia y ser proactivo. Todo esto se puede aplicar a la vida, a las relaciones humanas y a dos personas que han decidido vivir juntas para siempre.

Se requiere de un buen equipaje para iniciar esta aventura llena de misterio y sorpresas. Para ello, siempre hay que mantener encendida la lámpara, y esto requiere prever la energía necesaria para que nuestra existencia sea luminosa y bella. De no ser así, la vida será un naufragio, los corazones rotos serán cuerpos sin vida flotando entre las olas, a la deriva. Será cuando la vida se vuelva nauseabunda, y nos sentiremos castigados a vivir sin vivir, deslizándonos hacia el abismo, hacia el sinsentido, hacia la hipocresía. Sólo lo puramente fisiológico mantiene ese hilo que está a punto de romperse. Qué vida tan gris, tan pobre.

Si eres capaz de dejar de pensar sólo en ti mismo y de recrearte en tus errores harás posible que, de momento, el hielo se derrita. Poco a poco, sanarás y se irán cerrando las grietas del corazón, para volver a encender la pasión. Cuando el ego se empequeñece estarás preparado para que, de las cenizas, reaparezca la brasa incandescente que, con un soplo, puede volver a arder. Así renacerá la pasión que hizo posible que una gran llamarada envolviera tu vida. Sólo necesitas desearlo, quererlo, y una fuerte voluntad para superar todos los fantasmas que os han convertido en «zombies». También una gran dosis de paciencia y dulzura. Solo de esta manera se producirá el milagro: volver a sentir aquello que sentíais cuando estabais profundamente enamorados, esas emociones que os llevarán a vivir como si estuvierais en el cielo.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Instalados en la irrealidad

Todos deseamos vivir para llevar a cabo nuestras metas y deseos. La vida no siempre es fácil y necesitamos de mucha creatividad e ingenio para hacerlos realidad. Es absolutamente loable que estos objetivos sean altos y requieran de autoexigencia para culminarlos, en cualquier ámbito en el cual nos sintamos realizados. Para ello hemos de poner toda la carne en el asador, arriesgándonos y sin dejar nada a la improvisación. Con actitud entusiasta y realista, uno puede alcanzar grandes logros, colmando así el deseo de su corazón.

Perseguir nuestras metas nos pide tiempo, dedicación, sacrificio, realismo y capacidad de discernimiento para calibrar si estamos en el camino correcto, pues si no, podemos despistarnos fácilmente y tomar una dirección contraria, desviándonos hacia ninguna parte.

Cuando los planes no funcionan

No se puede llevar a cabo un plan sin tener en cuenta lo real: lo objetivo, lo medible, lo tangible, para poder realizar un buen trabajo de análisis y evaluación. Sólo con una mente clara, y después de medir las propias fuerzas y recursos, con todas las variantes contempladas, uno puede iniciar de manera serena y lúcida, el camino que lo lleve a culminar su proyecto. De no ser así, se alejará cada vez más de la realidad y del cumplimiento de sus sueños.

Pero ¿qué ocurre a veces? Que uno lo arriesga todo y no hay manera de conseguir aquello que se desea. ¿Por qué?

Si el plan trazado no está bien pensado desde el principio, pueden surgir muchas trabas y problemas que lo hagan inviable.

Puede fallar el plan. Puede ser necesaria una revisión de las intenciones auténticas. Puede fallar el enfoque, o los recursos. Tal vez hemos puesto el acento donde no teníamos que ponerlo, y esto hace que nos alejemos del objetivo. Si no nos percatamos a tiempo, nos desviaremos cada vez más y un error puede llevar a otro, hasta que terminamos perdidos en una maraña de problemas y dificultades. Ya no sabemos dónde estamos, sólo sabemos que nuestra diana parece.

El fallo puede ser de fundamento. Quizás el plan se ha trazado sobre una base falsa, una realidad subjetiva o una proyección de nuestros deseos y necesidades. Esto nos puede complicar las cosas hasta llegar a situaciones límite. A medida que se pierde la capacidad racional, podemos cometer grandes errores. La realidad es tozuda, cruda y despiadada. Hay que aceptarla y asumirla como es, aunque nos cueste. Nuestras ilusiones no pueden obviarla, no la van a negar ni a cambiar, por mucho que queramos. Por muy dura que sea, y por mucho que nos descoloque, es lo que hay.

La realidad se impone

Negarla nos lleva a la obsesión e incluso a la violencia, porque no hay manera de culminar el plan, y nos enfadamos. Perdemos la capacidad de análisis, de razonar, y empezamos a dar vueltas y vueltas, regresando siempre al punto de partida. Nos instalamos en la irracionalidad y en nuestros sueños, y podemos permanecer así durante mucho tiempo, esperando lo imposible porque la meta que nos planteamos era errónea y no hemos sabido corregir a tiempo nuestros planes. La obstinación y la imposibilidad de llevarlos a cabo acaban frustrándonos.

Hasta que la realidad se impone y, de pronto, nos hace abrir los ojos y tocar plenamente de pies a tierra. Entonces nos damos cuenta de que hemos pasado años dando tumbos y bailando al son que marcaba nuestra ensoñación, lejos de lo que ocurría en la realidad.

Qué importante es contrastar nuestros planes, pedir opiniones y consejo, escuchar, con actitud humilde, y aprender cuando no sabemos. La soberbia de creer que lo sabemos todo y que todo está bajo control nos puede lanzar a un pozo sin fin, incluso a renunciar a nuestros principios éticos, viviendo una experiencia de continuo desgaste hasta llegar a situaciones sin sentido, y aislándonos de la comunicación con los demás. Cuando perdemos los vínculos con los demás, estamos perdiendo algo esencial de nosotros mismos.

Lo que es irrenunciable

No todos los planes son viables, ni logran buen fin. A veces hay que aprender a perder con dignidad, y a renunciar cuando la meta es imposible. No podemos poner en juego lo que es sustancial a nuestro ser. Saber perder, asumir una derrota, es una gran lección para replantear nuestra jugada. Hemos de ser humildes porque hay cosas que no siempre podremos conseguir, aunque las deseemos tanto. Pero sí podemos cambiar para afinar mejor y aprender de estas experiencias. Hemos de estar muy despiertos para no desanimarnos y saber retroceder a tiempo para reenfocar.

Todo lo que se aparta de la realidad real nos lleva hacia el pantano de las ilusiones, que, a veces, son más fuertes que la misma realidad si no vigilamos, y nos hunden en sus arenas movedizas. Cuanto más insistimos en avanzar por ahí, más nos hundimos en la miseria interior. Ojalá aprendamos a abrazar la realidad tal y como es, y no como quisiéramos que fuera. Aunque eso signifique parar a tiempo y renunciar a un plan que sólo ha conseguido llevarnos a un laberinto sin salida.

Cuando el plan te hace perderlo todo, incluso lo que más quieres, es que estaba mal concebido. Cuidado cuando nuestro plan esté dirigido solamente a objetivos materiales. Es legítimo obtener ganancias, pero que esto no nos haga perder un mayor valor: la presencia y el afecto de los tuyos, de tus amigos. Y, sobre todo, tus propios valores. Si el plan se traza con razón y corazón, será más fácil emprender un buen camino hacia tus sueños reales.

martes, 10 de noviembre de 2020

Mi nuevo libro, en Amazon


Escritos con alma
, de Joaquín Iglesias

¿De qué trata este libro?

Partiendo de mi experiencia cotidiana, os ofrezco 50 reflexiones sobre el ser humano, sus inquietudes, sufrimientos y esperanzas. Profundizo en el dolor y en sus causas, pero también en el potencial inesperado del alma, que desea vivir y alcanzar sus sueños. Son escritos en los que muchos lectores os podéis sentir identificados, pues hablan de historias reales, y a la vez podéis encontrar en ellos inspiración y fuerza para salir adelante.

Sinopsis

Una mirada. Un rostro. Un encuentro. Dicen que el buen fotógrafo captura la belleza con su ojo, antes que con su cámara. El buen poeta la aspira en el aire, y la transmite en palabras. Y el que está acostumbrado a vivir despierto, con el asombro a flor de piel, convierte cada momento en una reflexión, en un aprendizaje, en un escrito… con alma. 

Así lo he intentando hacer recopilando estos momentos convertidos en vida, en meditación, en sabiduría. Son escritos que surgen de mi experiencia cotidiana, de mis encuentros con personas diversas y de mi intento por ver la realidad con ojos nuevos cada día. Son escritos que rezuman amor a la vida, a toda forma de vida, ya sean pájaros, árboles o flores. Pero, muy en especial, amor al ser humano.

Cómo adquirirlo

En Amazon, versión impresa.
Versión Kindle
Si quieres un ejemplar  firmado y dedicado, puedes solicitarlo a: jiglesias@arsis.org.
Booktrailer del libro: en un minuto.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Semillas que crecen sobre roca


Paseando por aquellos caminos que rodean el valle del río Farfaña, en la comarca de la Noguera, observo el rocío matinal sobre los matorrales a ambos lados del camino y reparo en una roca plana: en medio de la piedra sale un arbolillo, que crece sobre ella sin haber siquiera una grieta donde pudiera haber caído la tierra para hacer germinar un fruto. Sobre aquella piedra, sólida roca, crecía una planta, echando sus ramitas erguidas de un fresco color verde.

Sorprendido de ver esta mata en un entorno tan seco, sobre una piedra lisa sin fisuras, me pareció un diminuto jardín en medio del árido paisaje. Y me quedé pensativo. ¿Qué había ocurrido en aquella rocosa maceta natural, sin tierra, para hacer brotar la vida? Seguramente hay una razón, pero, más allá de la explicación científica y racional, quisiera extraer una lección de carácter moral y filosófico.

Las personas vivimos en un entorno que, a veces, puede semejar esa roca yerma. No todas crecen rodeadas de un marco de valores que definen su manera de ser, especialmente sus creencias. Cuántas veces nos encontramos con alguna persona que hacía tiempo no veíamos y hemos percibido un gran cambio en ella, quizás porque la teníamos encerrada en un cliché o en algún prejuicio, éramos muy conscientes de sus limitaciones y nos habíamos hecho una idea de ella. Pero, de golpe, la encontramos diferente, vemos algo nuevo que nos indica que en ella se ha producido un cambio. A veces, nuestra forma de ser tan crítica nos impide ver la posibilidad de crecimiento en el otro y, sin querer, actuamos como cirujanos sobre sus lagunas, grietas y carencias emocionales. Lo hacemos de manera fría y racional, negando su potencial de desarrollo y sin creer en su capacidad de florecer. Pensamos: ¿saldrá algo bueno de este?

Nuestros prejuicios sobre esa persona se convierten en una losa rigurosa e insensible que le cierra toda posibilidad de desplegarse, sacando lo mejor de sí. La hemos convertido en un terreno pedregoso donde no pueden brotar los mejores frutos de su corazón. Pero la naturaleza nos enseña que aún en terreno árido y seco, donde no parece posible la vida, encontramos piedras que han gestado un hermoso arbolito, que da color y belleza al paisaje. Sí, todos podemos sacar algo bueno de nosotros, aunque parezca imposible. Si una semilla cae en un corazón estéril, algo puede brotar y dar fruto.

El ser humano es permeable y siempre hay algo, una pequeña semilla, un poquito de tierra, que lo puede hacer fecundo, pese a sus lagunas. Siempre hay un paso abierto que le ayude a renacer. La gente no siempre es lo que parece. Todos estamos llamados a convertirnos en árboles que formen bosques de ramas entrelazadas. Sólo así podremos dar vida allí donde estemos.

domingo, 20 de septiembre de 2020

Un beso en la encrucijada


Era una tarde soleada del mes de julio. Paseaba por aquel camino, entre matorrales de encina y romero, bordeando un inmenso campo de trigo. Una brisa fresca hacía más apetecible el paseo a media tarde. El día era claro, luminoso, y el sol bañaba todo el valle. Pese a la sequía, sobre la aspereza del paisaje explotaba la vida, con toda su belleza. Junto al río crecían los chopos, en medio de la selva de ribera que ocultaba el curso del agua. El intenso azul del cielo se extendía sobre los trigales y las espigas se mecían en el viento, a punto para la siega, su color dorado contrastando con el verde de los bosques y las abruptas montañas grises, vestidas de raíces y matorrales. Junto al camino, los saúcos y las zarzamoras se llenaban de sus primeras bayas.

Todo era esplendoroso y la naturaleza a mi alrededor elevaba un cántico de color, viento, luz. Me sentía como un nuevo Adán en medio del paraíso rústico, respirando aquel aire tan limpio. Estar allí no sólo mejoraba mi salud física y anímica, sino mi alma. Envuelto en ese trocito de creación, me sentía parte de ella, hijo del mismo Creador.

Caminando tranquilo, con aquel aire que reavivaba mis pulmones, la visión se me agudizaba. Es entonces cuando vi a lo lejos a una pareja, en el cruce entre dos caminos, abrazándose con pasión. Me acerqué un poco y vi que no eran jóvenes, sino más bien un matrimonio de mediana edad. Ajenos a mi presencia, su abrazo se prolongó y acabó en un efusivo beso propio de dos enamorados.

Me detuve a cierta distancia, sin atreverme a interrumpir aquel momento, pero sin decidirme a marchar. Me sorprendió ver que no eran dos jovencitos, como los que se inician en la experiencia amorosa, sino dos adultos en su madurez, pero se besaban con la frescura de una joven pareja, expresando su amor en medio de la naturaleza. Era hermoso contemplar la dulzura en sus rostros, la delicadeza en el trato y la sonrisa que hacía brillar sus ojos. No parecía que los años de convivencia hubiera minado o restado alegría e intensidad a su relación. Parecían dos chiquillos experimentando por vez primera el arte del amor. Sus rostros eran maduros, pero el tiempo no había resecado sus almas. El vigor de su abrazo y sus miradas reflejaban un compromiso estable y firme.

No llegué a hablar con ellos, pues no quise seguir en esa dirección y di media vuelta. Pero la escena, en medio de ese bello paisaje, me conmovió. Dos almas se abrazaban bajo la luz del sol de media tarde. En sus rostros se leía la solidez de una vocación al amor para siempre, un compromiso de permanecer unidos más allá del tiempo e incluso de aquel lugar. El tiempo se detuvo para ellos aquella tarde.

Mientras seguía mi camino, fui pensando. Qué importante es para los matrimonios que ese sí que se dieron se renueve continuamente. Que se alimente y hagan crecer ese deseo de una vida plena, vivida con pasión. Ver a esa pareja con tanto vigor, en su madurez, me demostró que ni el tiempo ni el cansancio, ni las dificultades de la convivencia, habían gastado su amor. Juntos, cogidos de la mano, bajo el sol y escuchando el silbido del viento, su corazón latía al unísono y de él fluyó espontáneamente esa efusión de afecto que enlazó sus cuerpos.

El amor de verdad atraviesa las barreras del tiempo, el cansancio y los propios límites humanos; acepta los defectos y los trasciende. Va más allá de la pura psicología y las emociones. Aquella tarde me hizo pensar en tantos matrimonios que, a esa edad, entre los 50 y los 60, ya han agotado su convivencia y se les hace pesado seguir amándose. Se instalan en tedio, sobreviven como pueden, pierden la alegría, resbalan hacia el abismo. De una frialdad afectiva pasan al «ir tirando», como se puede, sin motivación, sin rumbo. Están uno junto al otro, como dos muebles. Viven un destierro en su propio hogar. La incomunicación los aleja el uno del otro y viven entre los conflictos y las treguas. La luz de sus vidas se va apagando y acaban hibernando, con resentimientos acumulados. Dos personas unidas acaban volviéndose extraños que viven bajo el mismo techo. Cada cual «hace su vida».

He tenido la ocasión de hablar con muchas parejas que se encuentran en esta situación de invierno conyugal. La visión de aquel matrimonio, esa tarde luminosa, me hizo pensar que, si se mantiene vivo el deseo de amarse, pese a los tropiezos, todo es posible.

Hacer que cada día todo sea nuevo. Mirar con ojos de sorpresa al otro, más allá de sus defectos. Desear amar y crecer. Basta volver a mirar al otro con mirada limpia y hacer el esfuerzo, como aquella pareja que encontró tiempo para cambiar de escenario, salir, pasear, soñar y buscar nuevos espacios donde el corazón se ensanche, se calme y se sienta bien, sin prisa. Espacios donde caminar dulcemente susurrándose al oído, diciéndose palabras bonitas, agradeciendo.

Hay que saber entrar en la dimensión del amor, cambiar de ritmo y entrar en un ambiente de ternura y diálogo sosegado, lleno de miradas cómplices. Hay que saber mirar más allá de los límites. Os aseguro que se puede mantener el fuego del amor, vivo y ardiente, para que ilumine vuestra vida. Así lo percibí en aquellos dos adultos. No vale escudarse en que «cada uno es como es», y no se puede cambiar al otro. Eso es cierto, pero también puede ser una excusa para rendirse y dejar la lucha. Digo esto con rotundidad: he visto matrimonios en situaciones límite de ruptura. Sólo con que haya unas pocas brasas aún incandescentes, se puede reavivar el amor si se quiere y se ponen los medios.

Vivir al margen del amor, o desamorados, no es parte de nuestra naturaleza. El pez necesita del agua para vivir, y el caballo necesita campo para trotar; el ser humano necesita el amor para poderse desarrollar y ahondar en su propio misterio. Sólo así será feliz.

Ojalá me encuentre muchas más almas por los caminos, que se prometan fidelidad, y que el paso del tiempo no marchite las rosas de su corazón.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Educar desde la libertad


La tarea de educar es un reto cada vez más complejo y difícil. Sobre todo, por la fuerte carga ideológica que hoy permea la educación pública, tanto en el ámbito escolar como universitario. En este sentido, creo que todo está muy mediatizado.

La educación en la familia

Pero ¿qué sucede en otros ámbitos? Hoy quiero reflexionar sobre la educación en el ámbito de la familia. Somos muy críticos con la influencia política en la educación pública, pero somos muy complacientes en la forma de educar a nuestros hijos. Creemos que tal vez estamos haciendo lo mejor por el bien de los niños, pero en el entorno familiar también se hace muy difícil educar. En primer lugar, porque nosotros también fuimos educados de una cierta manera por nuestros padres. A veces el hijo ha vivido la experiencia educativa como una pesada carga que le ha impedido crecer según sus talentos y capacidades. Educar no es clonar al hijo según los criterios de los padres, no es modelar en función de unos ideales. Ser unos buenos padres implica asumir que la educación debe darse desde la libertad y por la libertad. No pueden encerrar al hijo en sus esquemas ideológicos, filosóficos y religiosos. Pero da miedo asumir que tener un hijo no significa moldearlo según sus gustos y sentimientos.

Cada hijo es singular e irrepetible. No se puede hacer un asalto a su legítima libertad. A veces los padres cargan sobre ellos todo el peso de su propia estructura psíquica, familiar, emocional y cultural. Muchos proyectan sobre los niños sus miedos y quisieran protegerlos y apartarlos, sin darse cuenta de que esto impide también su crecimiento natural. Cuando son pequeños es más fácil, porque los niños adoran a sus padres. Pero cuando van creciendo y desarrollan su criterio propio, en el inicio de la adolescencia, cada vez se producirán más choques y desencuentros.

El adolescente puede entrar en un círculo de autoculpa, porque no quiere romper con sus padres, pero su fuerza interior lo empuja lentamente a ir soltando esos vínculos que se forjaron en la infancia. Ya no ve la realidad a través del filtro paterno, sino que empieza a sumergirse en ella desde su propia experiencia y conocimientos. Su intelecto crece a gran velocidad. Está luchando por gestionar sus emociones y su proyección social. Empieza a pensar por sí mismo. Su discurse se aleja del de sus padres. Quiere tomar decisiones, asumiendo los riesgos, y muchas de ellas se alejan de lo que decidirían sus padres. La tensión está servida.

El segundo parto

Los padres se enfrentan al segundo corte del cordón umbilical, quizás aún más doloroso que el del parto. En la entrada a la juventud, con una clara proyección de lo que quieren hacer en el futuro, los padres deben aceptar que el adolescente está iniciando su madurez. Necesita salir de este segundo vientre: su hogar. Se está produciendo otro parto y el hijo necesita vivir por sí mismo. Quiere sentirse libre, dentro del ámbito familiar y fuera. Tiene amigos, le gusta defender sus ideas, quiere sentirse con la capacidad de elección: desde la ropa, el ocio, sus amigos, los estudios… Es un momento crucial para los padres. Si en este segundo proceso de parto intentaran retener al bebé más tiempo, le causarían un enorme daño. Lo ahogarían psicológicamente.

La vida llama a la puerta y necesita un canal abierto para poder nacer. Lo mismo pasa en esta fase vital. No se puede retener más tiempo de la cuenta al joven que grita por tener autonomía, por ser él mismo. Es normal que pida salir de la atmósfera y el ambiente familiar de manera progresiva. Siempre acompañado de manera serena, en su proceso evolutivo hacia la madurez. Pero, como en todo paso, esto implica desatar amarras con la familia. Es una etapa compleja para todos, porque tienen que aprender a relacionarse de una forma nueva. Ya no tanto desde el peso de la dependencia, sino desde la confianza que les permita el reencuentro, el reconocimiento y la propia identidad, de adulto a adulto. El peso familiar no puede condicionar una relación basada en la libertad. Sólo así se restablecerán esos vínculos que tanto han marcado a los hijos y ambos, padres e hijos, podrán ser amigos.

Padres de hijos adultos

Entiendo que para los padres no es fácil. Ser padres de hijos adultos requiere plantearse ciertos paradigmas educativos. Es la única manera de posibilitar una vida familiar serena y pacífica. Para los padres, supone un reinventarse, aprender a estar sin los hijos, respetar sus decisiones, no forzar situaciones con el deseo solapado de manipular… Los padres tienen que preguntarse con valentía y sinceridad si están realmente ayudando a sus hijos para que sean lo que quieren ser o lo están modelando según sus criterios. Incluso tendrían que atreverse a preguntar: Hijo, ¿qué te gustaría hacer?

¿Están dispuestos los padres a renunciar a un cierto formato educativo para ayudar a los hijos a ser lo que quieren ser? Tal vez les da vértigo preguntarse si lo están haciendo bien, si lo hacen por el bien de ellos o en realidad les están inculcando sus modelos y su cosmovisión, modelándolos según sus ideas y hasta según sus propios miedos, con el pretexto de que lo hacen por su bien.

Hemos de tener cuidado con el excesivo proteccionismo. Puede estar basado en el miedo a que aparezca la propia personalidad del niño, y esto implique un cierto desgarro para los padres. Ellos son también hijos del mundo. Ellos elegirán con quién vivir y compartir su vida, al margen de sus padres. Es un momento crucial para aprender a estar en su sitio. La posesividad es contraria a la libertad. Los padres tendrán que depurar intenciones. La maternidad no puede frenar todo el potencial del hijo, aunque esto signifique alejarse del nido. Es ley de vida y algo totalmente natural. Volver a ser padres de otra manera es una gran asignatura que también tendrán que aprobar si quieren ver a sus hijos adultos y felices.

domingo, 6 de septiembre de 2020

¿De ilusión también se vive?


Vivir inmerso en la realidad a veces se hace difícil y pesado. La realidad nos acerca a las cosas tal y como son, no tanto como nosotros quisiéramos. A veces huimos de ella porque nos viene grande y nos supone asumir las consecuencias de estar despiertos y abiertos. Nos cuesta mirar cara a cara la realidad: qué es el mundo y quiénes somos, y preferimos vivir en una burbuja que nos aleja del sufrimiento de la vida.

Aceptar lo que somos y vivimos a veces se hace cuesta arriba. Preferimos pasar de lado ante lo que acontece y, cuando las cosas se vuelven insoportables, no queremos enfrentarnos a ellas, porque esto significa aceptar que no siempre conseguimos lo que queremos. Esa dificultad de culminar nuestros deseos nos hace sufrir y preferimos vivir en una mentira que nos anestesie que en una verdad cruda y real. Entonces buscamos mecanismos para torear la situación.

Es verdad que la realidad nos puede producir incomodidad, sobre todo si vivimos situaciones precarias, tanto económica como social y emocionalmente. Necesitamos analgésicos psicológicos para poder sobrellevar momentos límite. Y tiramos de nuestros recursos mentales para sacar nuestra cabeza de esa inquietante y mala experiencia. Es entonces cuando jugamos a cambiar la realidad, confundiendo la esperanza con la ilusión. Sacamos a relucir esas frases tan populares, «de ilusión también se vive», o «la esperanza nunca muere». Las utilizamos como mecanismos de supervivencia y esto nos ayuda a sobrevivir en condiciones asfixiantes, donde el oxígeno de la realidad nos angustia. Creamos un autoengaño: la mentira se utiliza para alargar situaciones de espera sin sentido, porque la verdad nos supone un choque tan contundente que preferimos evitarlo. «Todo irá bien.» «Las cosas saldrán.» «Mi deseo se hará realidad.»

Vivir en una dulce mentira

Así es como nos acabamos creyendo nuestra propia narrativa, el pensamiento mágico que nos convence de que un día todo acabará bien, tal como queremos. Incluso, ingenuamente, decimos que hay que tener esperanza, en un intento de sobreponernos. Pero cuanto más tiempo pasa, más se alarga la situación y acabamos resignándonos, sin preocuparnos por cambiar las cosas. Esperamos que un día todos nuestros problemas se resolverán, con tan sólo desearlo.

La vida no es un circo, ni un montaje mental. La vida fluye tal y como es, y todo cuanto hacemos tiene consecuencias, algunas muy duras. No es que no se puedan resolver, pero lo que está claro es que la solución no será mentirse o dejar que otros nos mientan.

Si no hacemos algo nuevo, ¿cómo vamos a salir del atasco?

A veces es muy doloroso enfrentarse con una realidad agresiva y hostil. Pero es mejor tener la valentía de afrontarla cara a cara.

Los manipuladores

La realidad tiene que ver con la verdad, la honradez y la transparencia. La ética ha de marcar todas las relaciones humanas; todo lo que se aleje de esto es mentira, autoengaño y abuso de los demás. Huir de lo que es justo y honrado no es la solución. Mucha gente prefiere vivir creyendo que todo saldrá bien algún día, y se mete en su burbuja virtual, a merced de la manipulación psicológica de quienes alimentan su ilusión mientras siguen agrediéndoles, mintiéndoles o estafándoles.

Estas personas manipuladoras saben muy bien qué hacer. Con su juego de falsas promesas y engaños impiden que la víctima despierte de su letargo y reducen su capacidad de reacción y reflexión. La incapacitan para salir a luchar con todas sus fuerzas por su vida y sus metas.

Salir de la trampa

Necesitará tiempo y firmeza para salir de ese globo envolvente, rompiendo el círculo de mentiras y pretextos, saliendo de ese baile donde el ritmo lo marca otro. Con actitud resolutiva, se vuelve a marcar su meta y regresa a la realidad. De la ilusión pasa al realismo, de la magia a lo tangible, de una falsa esperanza a la autenticidad; del miedo a la valentía, de la opacidad a la transparencia. Sale de la mentira para abrazar la verdad, deja atrás la injusticia para buscar la justicia.

La verdad a veces puede ser muy dura y necesitamos tenacidad para afrontarla. Pero tiene más sentido lo real que lo irreal, lo que ves que lo que supones. Todo esto implica un gran esfuerzo, porque las ilusiones son adictivas: te hacen creer que, mientras lo quieras y lo sueñes, lo alcanzarás algún día. Es como la imagen de la zanahoria y el burro: corres sin alcanzar nunca tu objetivo. Vives en un permanente engaño y para salir se necesita coraje.

La única solución para resolver estas situaciones es tener el valor de mirar con firmeza la realidad tal como es y empezar a deshilar la textura de tantos engaños sutiles que te mantenían atrapado. Si eres capaz de hacerlo, el montaje caerá y te liberarás de esa dulce pastilla que te ha mantenido arrodillado. Será entonces cuando podrás salir y te darás cuenta de que vivías en un mundo irreal y virtual.

Tu vida verá un nuevo amanecer y serás una persona enraizada en ti misma y en la verdad.

domingo, 30 de agosto de 2020

Caminar envuelto en el silencio


He estado unos días descansando en la montaña. He podido meditar, planear con serenidad el nuevo curso y reconectar con mi yo más profundo en un entorno incomparable, el Montseny, rodeado de cumbres y de bosques, disfrutando lentamente, a sorbos, ese espacio de cielo.

Una terapia necesaria

Salir, apartarse, retirarse e ir en busca del silencio tendría que ser una terapia que todos pudiéramos recibir antes de iniciar la gran batalla de vuelta a nuestros quehaceres. Si puede ser, con amigos, o solos. Pero sobre todo que el entorno sea lo más natural posible, en espacios abiertos, cerca de las montañas que se alzan hacia el infinito, donde respirar el susurro del viento y dejarse acariciar por la brisa fresca al nacer el día, o contemplar la infinitud del cosmos cuando cae la noche y se encienden las estrellas.

Aprender a mirar y remirar lo que hay fuera de ti y lo que hay dentro, dialogar con la naturaleza, con Dios, y contigo mismo, aprender a poner distancia en el devenir diario, desde una actitud realista de saber que somos limitados, pero tenemos un corazón muy grande y, sobre todo, con ganas de abrirnos a los retos que nos depara el nuevo curso. Y todo esto, con el deseo de crecer y dar lo mejor de nosotros, poniendo al servicio de los demás los talentos que tenemos.

El paseo silencioso en medio de este hábitat natural me ayuda a penetrar en la realidad con una profundidad inusual. Es como si el cerebro, al recibir más oxígeno, activara sus conexiones para adquirir una lucidez más amplia. Caminar rezando es una muy buena manera de conectar el corazón y la mente, haciendo que fluyan las ideas y el pensamiento. La serenidad da una mayor claridad en la visión y la realidad adquiere muchos matices, ensanchándose la perspectiva de la mente. Esto, sin nunca perder la objetividad del momento y del lugar: bosquejando el paisaje surge en mí una profunda admiración. La belleza hace más honda la meditación, añadiéndole claridad existencial y espiritual.

Fecundidad del silencio

Dios, la naturaleza y tú. Esta trinidad hace fecundos los momentos de intimidad, envueltos en un silencio que no es ausencia de ruido, sino algo mucho más potente que el ruido.

El ruido te aleja de ti mismo y de los demás, pero el silencio oracional te ayuda a ir más allá de los propios límites psicológicos. Aprendes a saber estar sin hacer nada de manera “productiva”.

Hoy, a la gente le cuesta no hacer nada, callar, permanecer sin ruido. Siente vértigo ante la soledad y el silencio. ¡Y es urgente que lo comprenda!

Este binomio, soledad y silencio, es fundamental para reenfocar la existencia. Aprenderemos a estar bien con los demás cuando aprendamos a estar solos, y aprenderemos a estar en medio del bullicio cuando sepamos estar en silencio. Por eso, cada verano necesito envolverme de naturaleza para revitalizarme humana y espiritualmente, para nunca perder el rumbo y saber dónde estoy y a dónde voy. Es muy importante para no desviarme del horizonte que me he marcado. De esta manera, mi alma se tonifica, y gana energía y fuerza para el combate diario. Estar envuelto de silencio y meditar en un lugar hermoso y apartado me ayuda a prepararme, para no desfallecer y saber reposar en Dios. Es la mejor garantía de una gran victoria.

La clave es apartarse un tiempo de este mundo para entrar en el mundo de Dios y dejar que él vaya sanando cada celulita de tu alma. La paz, la alegría y la lucidez son los rayos que iluminarán tu existencia.

domingo, 16 de agosto de 2020

La luna de mi infancia

Desde que era pequeño he sentido una profunda fascinación por la luna. Recuerdo, muchos días, estar atento al atardecer, cuando la luna aparecía, primero tímidamente, y a medida que oscurecía, cada vez con más brillo. La luna rompía con fuerza la oscuridad de la noche, convirtiéndose en un faro luminoso. Tenía sólo ocho años y me asombraba tanta belleza.

Me quedaba embobado contemplando el cielo durante largo tiempo. Esa esfera luminosa me hipnotizaba. Me gustaba recrearme admirando el cuerpo celeste suspendido en el firmamento y me preguntaba cómo podía sostenerse en medio del universo y su ejército de estrellas. Con mi visión de niño, alguna noche podía vislumbrar los cráteres y en mi imaginación soñaba, algún día, volar hacia ella. Había días que la luna no aparecía, o salía por otro lado, pero siempre la buscaba. En las noches de verano, a veces emergía en el cielo oscuro como una reina con su traje plateado. El brillo de su rostro parecía querer penetrar por las ventanas abiertas de mi habitación. Yaciendo en la cama, su luz caía sobre mí, y yo viajaba hacia ella en un trayecto ficticio que me hacía sentir un profundo bienestar. Envuelto en su luz clara, saltaba por su superficie, jugando en medio de la inmensidad del universo. Recuerdo que alguna noche me dormía mirándola, y me sentía como custodiado por ella. Cuando despertaba, la luna ya no estaba y me apresuraba a levantarme para mirar por la ventana, a ver si aún la veía. Pero a la noche siguiente ella volvía, fiel a su cita. Aparecía resplandeciente y yo sentía algo muy hondo dentro de mí. La hermana luna se asomaba con su semblante a mi dormitorio e iniciaba un diálogo silencioso y secreto con ella. «Ven otra vez», le decía antes de dormirme. Y nuestra amistad crecía con el paso de los días. Esta complicidad me hacía sentir fuera del tiempo. Cuántas noches de romance pasamos juntos. Allí estábamos los dos, danzando en un baile invisible. A veces alargaba mi mano para intentar tocarla con la punta de los dedos. Nunca llegaba, pero sus rayos plateados sí llegaban hasta mí.

Fue tan honda esta experiencia que he olvidado muchas cosas de mi infancia, pero este recuerdo jamás se ha borrado de mi memoria. Ahora, siendo adulto, cuando contemplo la luna, sigo sintiendo la misma emoción que tanta vida dio a mi mente.

Estos días, que he estado en La Noguera, donde las noches son oscuras y estrelladas, sigo maravillándome ante la luna. Ya no sueño ni alargo mis dedos hacia ella, pero sigue tocando mi corazón y me sobrecoge su belleza. Lejos de la contaminación lumínica, me gusta contemplar con nitidez a esta amiga de la infancia, que siempre me acompañó y que aún me conmueve cuando la veo.

Hoy, la luna sigue siendo inspiración para muchos de mis escritos. Algunos los escribo bajo su luz. Nunca he olvidado su música silenciosa, que me susurra al oído.

Doy gracias a Dios por haber puesto en la noche esta hermosa luminaria, que simbólicamente ilumina la noche oscura del alma que muchos experimentamos alguna vez en la existencia. En las noches oscuras la tiniebla nos desorienta y nos hace andar temerosos y perdidos. La luna es faro en el firmamento y símbolo de María, esa luz de Dios que nos acompaña en nuestra vida para que nunca nos sintamos totalmente abandonados. Con ella, nuestras noches no son totalmente oscuras. Ese faro que ilumina nuestro caminar en la noche nos ayuda a seguir adelante.

domingo, 9 de agosto de 2020

Alzheimer espiritual

A lo largo de mi actividad pastoral he ido observando, no sólo un alejamiento de los valores de la fe, que también, sino, sobre todo, una profunda desubicación de los cristianos de hoy. En medio de un mundo convulso y confuso, en lo ideológico y en lo espiritual, muchas personas han perdido sus referencias. No me refiero a aquellos que se distancian de la Iglesia y pierden la fe, sino a aquellos que, aunque siguen creyendo y participan en la misa, han convertido este acto supremo y sagrado en una rutina que siguen por inercia y por obligación, y esto les hace perder el valor genuino de su fe. Como se suele decir, están de «cuerpo presente», pero su cerebro espiritual está plano, sin actividad alguna.

¿Qué pasa en las celebraciones? Se hacen pesadas, largas, y la gente espera que el sacerdote acabe cuanto antes. A veces se hace insoportable estar ahí delante sin entender nada. Si el cura alarga la ceremonia, la incomodidad crece. Cuando uno se siente bien, desearía alargar más el tiempo, vibraría con todo lo que oye y ve, saborearía los bienes espirituales que dan sentido a su vida y se estremecería ante algo tan bello, que responde a su anhelo de crecimiento espiritual. Hemos caído en una rutina pesada, que nos cansa por su repetición.

Otras veces, la misa nos sirve para desconectar. Ante los problemas y las experiencias dolorosas, las celebraciones son un analgésico que nos hace olvidar las dificultades del día a día. Vamos a misa para olvidarnos, durante un rato, de nuestros problemas, tanto internos como de nuestro entorno. Así convertimos la eucaristía en una pastilla balsámica que nos aleja de la realidad. Es una terapia tranquilizante, pero, en el fondo, no produce ningún efecto porque la sensación al final es la misma. Esos tres cuartos de hora se hacen interminables. Lo que al principio pudo ser una huida de los problemas y la autoexigencia espiritual se convierte poco a poco en algo no tan deseado. Aislados en medio de tanta gente, la mente no para de divagar, nos despistamos y desconectamos. Aquí es cuando podríamos hablar de Alzheimer espiritual.

Alzheimer es desconexión

¿Qué es el Alzheimer? Es una forma de deterioro cerebral cuyo efecto es la desconexión. Falta el sentido de la ubicación, la persona se desorienta, se pierde, todo se le olvida, entra en un limbo y empieza a no conocer; los rostros se desdibujan y pierde toda referencia espacial y temporal. Confunde nombres y lugares. El enfermo de Alzheimer acaba encontrándose desubicado en medio del mundo. Esta temible enfermedad, que va consumiendo el cerebro, acentúa la desconexión de la persona hasta hacerle perder la identidad: no sabe quién es ni qué hace. Una auténtica tragedia.

Las causas del Alzheimer son muchas y aún se están investigando, pero uno de los factores que lo provocan es la falta de oxígeno y la mala circulación de la sangre, especialmente en el cerebro. También influyen mucho el estrés, una alimentación inadecuada, la inflamación interna del cuerpo, por fármacos u otros motivos, el desgaste físico y emocional, la toxicidad en la comida y en el ambiente, el sedentarismo y la falta de ejercicio.

Estas manifestaciones se producen también en el plano espiritual.

Veo en muchos fieles una desconexión progresiva de la realidad de la Iglesia. Desconectan de lo nuclear de la fe, que requiere compromiso e implicación. Todo empieza con la falta de empatía, diálogo, comunicación. El que se sienta al lado es un desconocido. Dejan de saludar al que es hermano de la fe y que comparte una misma experiencia religiosa. La distancia se hace cada vez mayor, no hay tensión, sino completa dejación. La persona, dormida o anestesiada, está presente sin que vibre su corazón. Se pierde en su laberinto interior. Deja de ser consciente de dónde está, con quién está y por qué acude a las celebraciones. El mismo Cristo se desdibuja en su mente y es entonces cuando va de camino a un limbo espiritual. La soledad aparece junto con la pérdida de identidad, porque cuando se pierden las referencias fundamentales uno se pierde a sí mismo. La identidad cristiana se diluye porque se ha diluido la identidad comunitaria. Y la persona se convierte en un islote perdido, como un náufrago en los mares de su existencia. Poco a poco, se va alejando del barco, que es la Iglesia, de la comunidad que le acompaña y, en definitiva, de aquel que guía el timón: Jesús.

¿Cuáles pueden ser las causas de este Alzheimer espiritual?

Por qué desconectamos

Al igual que el físico, pueden contribuir a esta desconexión varios factores. El primero es el estrés, también el estrés espiritual: no saber parar, no detenerse a rezar, a pensar, a abandonarse en Dios. Otro riesgo es la falta de oración, de silencio y descanso. También hay malos alimentos para el alma: nos llenamos de basura espiritual y mental con los medios, la televisión, las críticas y las maledicencias, los pensamientos reiterados y negativos. Los prejuicios y las ideologías que nos dividen y enfrentan también nos van envenenando. Toda esta toxicidad mental y anímica nos acaba enfermando y agota nuestra energía espiritual.

También podemos sufrir una inflamación interior: nuestras guerras internas, tensiones y conflictos, con nosotros mismos y con nuestra realidad, situaciones irreconciliables que no acabamos de resolver, falta de aceptación de los demás y de las cosas como son…

El desgaste espiritual puede producirse por falta de abandono en Dios, un exceso de voluntarismo, de activismo, de confiar sólo en nuestras propias fuerzas olvidando que todo cuanto hacemos está en manos de Dios.

Finalmente, incurrimos en un sedentarismo espiritual: nos apalancamos, nos volvemos perezosos a la hora de amar y servir. Nos instalamos en una religiosidad cómoda y rutinaria, casi automática, que nos apacigua y encaja en nuestra agenda, pero no nos despierta ni nos desinstala. Cumplimos, y basta. La inmovilidad física anquilosa el cuerpo y el cerebro, pero la inercia espiritual también puede matar el alma. En el mundo espiritual, como en el material, el movimiento es vida. Si no avanzas, retrocedes o mueres.

¿Cuál sería la medicina?

El mejor antídoto

La desconexión revela una falta de pasión. Necesitamos volver a enamorarnos, de Cristo, de la Iglesia, de nuestra comunidad. Quien vibra y ama nunca desconecta, ni en lo físico ni en lo espiritual. La pasión nos une, nos hermana, nos regenera y nos da vida. Y Jesús nos llamó a vivir así, ardiendo y entregándonos, como él. Jesús no quiere una Iglesia de muertos vivientes, ni de fieles dormidos.

Estamos surcando nuevos horizontes, ¡seamos conscientes de que vamos hacia el Reino de los cielos! Una parroquia es un pequeño barco que avanza en su misión: necesita permanecer atenta, despierta, velando, vibrando todos con el mismo corazón de Cristo. Recuperar el sentido de nuestra vocación cristiana es el mejor antídoto para el Alzheimer espiritual.

domingo, 2 de agosto de 2020

Claridad mental, dulzura de corazón

Mentes prodigiosas


Mi inquietud por el saber es insaciable y es un anhelo que ha marcado toda mi vida. Aprender, conocer, investigar, sobre todo en el campo del pensamiento y del alma humana. Siempre me he preguntado qué hay detrás de todo y, en especial, quién mueve la realidad del mundo y del hombre. Quedo maravillado ante los descubrimientos que aportan novedad, tanto en las ciencias antropológicas como en la biología, la medicina y la física. Me asombra la capacidad humana de penetrar en todo lo que le envuelve. Las dudas y los interrogantes son consubstanciales al aprendizaje. De no ser así, las ciencias, las relaciones, las preguntas por el más allá, se estancarían y no creceríamos como seres humanos.

En el mundo de las ciencias y de la cultura han sobresalido mentes muy privilegiadas y, gracias a ellas, el mundo evoluciona. La historia de la humanidad está llena de grandes gestas, desde la invención de la escritura, hasta el descubrimiento del ADN, el lenguaje de la vida; desde la exploración de los astros hasta los primeros viajes espaciales. 

Pero, siendo esto muy loable y crucial para el progreso material de la humanidad, hay otro tipo de conocimiento que también es necesario para que podamos crecer como seres humanos.

La sabiduría del corazón


Además de los cerebros brillantes que han marcado la historia de la ciencia y la cultura, ha habido una infinidad de personas anónimas que quizás no sobresalían tanto desde un punto de vista científico o intelectual, pero su aportación a la humanidad ha sido esencial. Son todos aquellos que, desde la intuición, desde ese olfato que trasciende la propia humildad, han sabido unir de manera armónica la mente y el corazón.

La potencia del saber está limitada, o incluso se puede desviar. Porque la mente es capaz de grandes inventos, pero también de crear artilugios monstruosos que, en vez de ayudarnos a caminar, han causado un enorme daño a la humanidad. Cuando las ciencias no se conjugan con la ética, cuando la razón se divorcia del corazón, esas mentes maravillosas pueden engendrar bombas atómicas que destruyan parte de nuestro planeta. A la mente hay que ponerle límites y esto lo marca la ética y el corazón.

El saber conceptual no es suficiente. Será necesario también el saber de las pequeñas cosas, el arte de mantener unas relaciones humanas equilibradas y maduras, la humildad, la cortesía y la amabilidad, la generosidad y, sobre todo, la ciencia de los afectos.

Si el ser humano vive en un ambiente hostil, su inteligencia emocional se bloqueará y lo incapacitará, no sólo para pensar, sino para relacionarse. Lo peor: le impedirá discernir y amar.

¿Qué hace que el mundo florezca? Ese impulso vocacional por la vida. Esto significa apertura hacia los demás, fomentar la solidaridad y la cooperación, el diálogo con el que es diferente, y una renuncia a nuestro yo idólatra. Creemos que, porque sabemos algo, somos mejores y no se trata de saber más, sino de amar más y escuchar más.

El inteligente humilde se convierte en un sabio que ha sabido incorporar a su mente la potencia creativa e intuitiva de su corazón. Cuando la ciencia incorpore la sabiduría del corazón, se hará un bien real a la humanidad. Pero todo lo que no se realice desde la ética, la bondad, la ternura y el amor, puede ser en alguna medida un daño potencial.

Necesitamos la dulzura


Aprendamos con sencillez a observar la naturaleza. Aprendamos de la belleza de la amapola, que viste de rojo un trigal, y que tan sólo dura dos o tres días, pues sus frágiles pétalos son de una sensibilidad extrema. Tan sólo que le dé el viento, o que la arranques, se marchitará en seguida. Pero no por ser tan sencilla pierde su valor. Lo que ensancha mi corazón no es el análisis racional del hecho, sino el impacto estético que me produce ver las flores, o aspirar su aroma. Lo que me conmueve no es el conocimiento intelectual, sino la emoción estética que me produce.

En el plano humano esto tiene sus consecuencias. Las relaciones humanas crecen cuando nos apeamos de la soberbia intelectual. Con nuestra mente analítica diseccionamos al otro, lo criticamos y hasta queremos amputarlo, sin que nos importe el daño que le podamos causar. La mente, en este caso, se vuelve obtusa. Somos capaces de decir y hacer lo peor, y a veces dejamos que nuestro corazón bombee toda la rabia, los celos y la envidia, en nombre de nuestra claridad mental. Cuando a la mente se le va el brillo, la oscuridad del egoísmo cabalgará en nuestra vida.

Pero cuando somos capaces de ver al otro más allá de sus defectos, y descubrimos su potencial humano de bondad, lo trataremos con delicadeza, como si fuera un pétalo de amapola, con dulzura de corazón.

La dulzura ha de formar parte de nuestro ser. Sin ella tenderemos a reventarlo todo, especialmente lo que no nos gusta, o la persona que no nos cae bien. Seremos como aquellos que arrojaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki, esperando exterminar a los supuestos enemigos, contaminando el aire con el gas del odio. Una explosión de resentimiento asfixia el alma. Cuando matamos la fama de una persona le estamos quitando la vida.

Sin amor, las ciencias no avanzarán hacia el bien. Con amor, el saber producirá gozo y alegría, porque estaremos contribuyendo a todo aquello que favorece el crecimiento y la expansión del ser humano, centro de toda ciencia.

domingo, 26 de julio de 2020

Como el Sol cuando nace

Un paraíso hacia Poniente


La zona de La Noguera es un lugar donde suelo retirarme cada verano a descansar. Allí hago mis recesos y organizo el próximo curso y mis actividades pastorales. No es un lugar húmedo de grandes bosques, como podrían ser los Pirineos, ni un lugar de playa, como Tarragona, con un intenso turismo y ofertas de ocio. Pero La Noguera es un paraíso para otro tipo de turismo. Los parajes naturales en torno al Montsec, las rutas siguiendo montañas, ríos y pantanos, las excursiones a antiguas ermitas románicas o a castillos medievales, o cruzando desfiladeros como el de Mont-rebei, ofrecen escenarios incomparables al viajero buscador de belleza y de rastros de nuestra historia. En La Noguera es posible encontrar bienestar, cultura, naturaleza y unos cielos estrellados de asombrosa nitidez.

Tengo especial preferencia por estos paisajes secos, los Aspres de la Noguera, montes abruptos donde el romero y el matorral espinoso crecen entre encinas y robles. Me gusta contemplar la agreste belleza de las rocas mientras camino por senderos pedregosos entre valles y montes. Escucho el murmullo del viento en los chopos que se elevan siguiendo el curso de los arroyos. Contemplo las curvas caprichosas de las ramas de los almendros y huelo el aroma del romero y los hinojos que crecen junto al camino. A lo lejos, veo los extensos campos, llenos de espigas doradas, a punto de la siega. No es este el paisaje verde de Girona, ni el de la Costa Brava. Pero el clima seco, además de ser excelente para mi salud, por la baja humedad, tiene sus encantos. Cada noche veo las estrellas como nunca las he visto; por la mañana, piso el rocío en el campo; a mediodía, el viento me regala su silbido. Contemplo el sol al nacer, a mediodía y al atardecer. Disfruto del frescor de la noche, paseando mientras escucho la música de los grillos. El clima seco moldea un paisaje natural, poco manipulado por el hombre, con un bosque sorprendentemente frondoso y variado. Sobre todo, disfruto de ese silencio que todo lo envuelve y de una soledad deseada que empuja a descubrir las maravillas del entorno.

Todo es más limpio, más sencillo, los colores son puros y las montañas se perfilan en un cielo nítido de intenso azul. Al haber poca población, la sensación de inmensidad es mayor. El Edén no es sólo un bosque verde con manantiales y jardines; también puede ser un hermoso campo de espigas acariciadas por el viento de la tarde, el murmullo de un arroyo que se desliza entre los cañizares, o la suave brisa que sopla en el crepúsculo, mientras el cielo se tiñe de rosa y oro. Sí, esto también es un Edén, un jardín a Poniente. Recuerdo que Joan Oró, el gran científico catalán, decía que jamás había visto el cielo nocturno tan claro como en este lugar.

La soledad buscada


Prefiero el anonimato en medio de un ambiente árido y sus maravillosas cumbres que perderme en el anonimato impersonal en medio de tanta gente, que mata el tiempo en la playa; prefiero el silencio y la soledad al ruido humano y al engentamiento. Prefiero un tiempo para crecer y no para perderme, un tiempo y un lugar para encontrarme en vez de ir empequeñeciendo en medio de un excesivo culto a todo lo que hago. Prefiero callar y contemplar que decir palabras huecas, perdiendo el rumbo. Sé que, cuanto más me adentre en mí, más aprenderé quién soy y hacia dónde voy, y qué sentido tiene la vida. Así podré dar respuesta a otros que buscan, y quizás les ayude a encontrarse consigo mismos.

Reflejos de Dios


Cada mañana, temprano, salgo a caminar por los senderos, en busca de la claridad que anuncia la salida del sol. En seguida me veo envuelto por esos parajes tan bellos, y me gusta sentir el frescor del rocío matinal en la mejilla. El sol sale por detrás de las montañas. Primero se dibuja una aureola luminosa y después, lentamente, asoman los primeros rayos: un diamante en el cielo claro de la mañana. Y sale con toda su fuerza por encima de las cumbres. Es un momento mágico, de belleza estremecedora. Todo el valle queda iluminado; atrás quedan las sombras de la noche. Los colores estallan, los campos son bañados generosamente por la luz que irradia el nuevo sol.

Solo, en medio de tanta belleza, respiro dando gracias. Y recuerdo aquel pasaje bíblico del libro de los Jueces, el cantar de Débora, que acaba con este verso: «Sean los que te aman, Señor, como el sol, cuando nace con todo su fulgor». La luz de Dios envuelve toda mi existencia. Todo mi ser brilla cuando amo, porque los rayos de Dios embellecen mi alma de tal manera que toda mi vida es transparencia suya. Esos rayos, que son los brazos de Dios, me acompañan cuando abrazo el nuevo día. Cada amanecer es un regalo: Dios me vuelve a levantar para que sea espejo donde rebote su calor hacia la humanidad, para que me convierta en otro faro que indica el camino hacia él.

Sólo así, con esta actitud oracional, cuando me levante, brotará en mí una invitación a vivir plena e intensamente. Este es el gran desafío diario: ser feliz, dando gracias a Dios.

Una vez el sol ya está en lo alto, regreso agradecido por esa bendita experiencia. El día comienza. Es verdad, también, que la luz me ayuda a ver más mis propias imperfecciones, pero esto no me asusta. La acción amorosa de Dios sobre mí es mayor. Si me dejo iluminar por él, arrancaré el día lleno de su inmenso amor.

26 de julio de 2020

domingo, 12 de julio de 2020

Pasión o adicción


Llamados a vivir en plenitud


El ser humano está llamado a su máxima realización. El deseo de encontrar sentido a su vida lo empuja a una búsqueda inherente a su persona. No podemos vivir sin metas, sin esperanzas, sin un propósito vital. En esto radica la plenitud de la naturaleza humana: estamos concebidos para emprender grandes gestas. Lo contrario sería renunciar a ese anhelo más íntimo que todos tenemos: el deseo de ser felices, es decir, ser, hacer y pensar, desde la libertad, aquello que da sentido a nuestra vida.

Renunciar a este anhelo inscrito en nuestro ADN es morir lentamente en vida; el deseo de plenitud forma parte de ese itinerario que nos lleva hacia la madurez.

Pero ¿qué ocurre cuando nos estancamos por miedo a las consecuencias de una lucha sin tregua? El miedo, la inseguridad, la responsabilidad, nos pueden congelar y detener nuestro avance, impidiéndonos alcanzar nuestros objetivos.

¿Qué hacer?

Encender la pasión por todo aquello que soñamos. La vida es demasiado hermosa, como para tumbarse en la cuneta de la desidia. La vida es un estallido de oportunidades, y no para vivirla a cámara lenta y en blanco y negro.

¡Cuánta gente se rinde ante las dificultades! Hemos de saber que nuestro cerebro está diseñado para potenciar y rentabilizar nuestras capacidades. No lograremos entender que estamos diseñados para reinventarnos una y otra vez, porque nuestro potencial y genialidad lo tenemos inscrito en nuestros genes. Es una maravilla ver hasta dónde puede llegar uno si se lo propone: el Creador nos ha dotado de una sorprendente y a veces desconocida creatividad.

Cómo arder


Pero ¿qué nos pasa, a veces? Que nos volvemos demasiado timoratos y pusilánimes. Nos contentamos con sobrevivir en medio de una bruma que nos creamos nosotros mismos, porque nos faltan agallas y valentía frente a la tibieza. La solución es dejar que arda el fuego en medio de esa tiniebla interior, y esto pasa por abrirse, salir de uno mismo y atreverse a cruzar el abismo, corriendo para que los músculos del corazón se activen. Entonces fluye dentro de nosotros ese anhelo más escondido que hay en los recovecos del alma.

Haz el esfuerzo. Descubre los rayos de luz que hay dentro de tu propia sombra. Alza el vuelo sobre ti mismo. Con ese impulso nuevo que te ayudará a reencontrarte, ahora ya sin miedo, pasarás de la apatía a la pasión. El fuego de tu alma será un motor dispuesto a romper barreras, malas creencias, tópicos, inseguridades. Mantén el fuego de la pasión siempre encendido para que las frías y gélidas estaciones del tiempo nunca apaguen tu fulgor.

Ese fuego que tienes dentro te permitirá seguir hacia adelante, pero siempre con un profundo control mental, para que no seas devorado por las llamas. Hemos de evitar llegar al límite de nuestras fuerzas, porque, aunque nuestros deseos son grandes, no olvidemos que nuestra naturaleza es limitada. No confundamos pasión con frenesí. El corazón puede arder, pero la mente debe equilibrar el calor con la fría racionalidad para evitar excesos. El calor no debe ir más allá de lo soportable.

El equilibrio necesario


Con esto hemos de tener cuidado. Nuestra conciencia y ética pueden poner el marco de contención de la temperatura de la pasión para evitar quedar calcinados. Sería contraproducente que, por exceso de pasión, acabemos cayendo en el estrés, el cansancio, la enfermedad. Una tensión extrema va minando nuestra calidad de vida y nos lleva a somatizar los estados nerviosos. Como en todo, la prudencia y la moderación han de ser las grandes amigas de la pasión, pero eso sí, desterrando los miedos y la apatía. Es un juego de malabares que hemos de dominar: el equilibrio necesario para alcanzar nuestras metas con pasión, pero evitando caer en la obsesión y la adicción.

Si no se da este equilibrio, es cuando la obsesión nos impide razonar y poner las cosas en su sitio; entonces sentimos que se nos van de las manos y no podemos contener nuestras reacciones. Caemos en la hiperactividad acelerada y pasamos a una fase aguda que irá deteriorando nuestra salud. Se genera una dependencia con aquello que al principio era algo sano, natural, que nos hacía vibrar. Ahora, el fuego de la pasión se ha convertido en una obsesión. Y, más tarde, en adicción. Llegados aquí, todo se complica a velocidad de vértigo.

El riesgo: de la obsesión a la adicción


Aparece la ansiedad, el no poder dejar aquello que se hace, la incapacidad para detenerse. Se empieza a perder el control de uno mismo, surgen problemas digestivos y otros síntomas. El sistema nervioso se dispara y el sistema inmune cae. Falta de sueño, pérdida de apetito, irritabilidad… Todo contribuye a aumentar la sensibilidad extrema, y damos demasiada importancia a lo que no la tiene. La percepción de las cosas se agudiza y todo aquello que consume tiempo y nos impide hacer más nos saca de quicio.

Llegados a este punto, la persona empieza a estar cada vez más agotada, siempre a punto de estallar, pero se controla ante los demás, porque no quiere que todo se le vaya de las manos. Las noches se hacen larguísimas y al día siguiente está más alterada, ve problemas por todas partes, pero no puede dejar de hacer, más y más. Es el cuento de las zapatillas rojas, la historia de aquella niña que amaba tanto bailar con ellas que no supo ver el límite. Quien entra en esta espiral corre un grave peligro para su salud. El cuerpo somatiza el estrés con reacciones patológicas que responden a la falta de control sobre la situación que se vive.

Cuando uno se da cuenta de que ya no controla, es cuando se hace necesaria la intervención de un facultativo médico, o un terapeuta. Pero a veces la persona reacciona muy tarde, porque cuesta reconocer la adicción y el proceso de recuperación es largo y difícil de asimilar. El agotamiento físico, mental y psicológico la ha debilitado tanto que, una vez se recupere, deberá plantearse un cambio de rumbo, una profunda reflexión para orientar su vida y, posiblemente, empezar algo diferente. Estas experiencias límite muchas veces significan renacer. La persona descubre, aunque el coste haya sido muy alto, lo que realmente es prioritario en la vida: la familia, los amigos, un trabajo que le permita vivir con dignidad… Pero, sobre todo, lo más importante es ella.

Renacer


Lo importante eres tú. Tu vida, tu paz, aquellos a quienes de verdad amas, tus amigos auténticos, que te hacen crecer y florecer. También aquel que con dulzura te ayuda, te orienta y te aconseja, con respeto y amor, para que alcances ese sano equilibrio entre tú y los demás, entre lo que eres y lo que haces, entre tu libertad y tus sentimientos. Sobre todo, y aunque sea lo más difícil, necesitas equilibrar lo que ocurre fuera de ti y lo que pasa dentro de ti. No pierdas tu esencia, tu yo más íntimo ante el mundo que te rodea.

Conócete, acepta lo que no puedes hacer, porque se aleja de lo que eres. El yo y la libertad, tu ser y tus talentos, han de formar una sólida base de tu existencia. Y vuelve a lo primigenio: al silencio, a la moderación, a la suavidad, al descanso. Ama, escucha, vive y saborea la naturaleza.

No te apegues demasiado a las cosas. Desvincula el dinero del trabajo para no caer en el agobio económico. Los gurús de la prosperidad pueden hacer mucho daño, haciéndote correr detrás de una meta que quizás no es la tuya. Trabaja con pasión, pero no con obsesión. Abre cauces a tu creatividad, pero no dejes que desborde y se pierda. En especial, controla el tiempo, porque tu tiempo es tu vida. Así podrás gozar de cada momento, y serás feliz.

lunes, 22 de junio de 2020

No intentes ser lo que no eres


Vivimos en una sociedad compleja y contradictoria. La integridad, como valor ético y social, tendría que formar parte de nuestra realidad humana. Pero a menudo nos fabricamos una imagen de los demás que no siempre responde a la realidad, ya sea porque nos engañan o porque no tenemos capacidad de análisis y crítica constructiva.


Apariencias engañosas


Hay personas tan sutiles y sibilinas que harán cualquier cosa para que creamos en ellas, aunque no sean de fiar. Son camaleónicas, se comportan en función de lo que les interesa y van cambiando de actitud para sacar el máximo partido de cada situación. Su ambivalencia llega a ser patológica; no les importa decir lo mismo o lo contrario, con tal de conseguir algo. Cambian de traje constantemente. ¿Por qué?

Somos así por naturaleza. Inventar algo que no es verdad nos hace superar la mediocridad de una vida sin sentido. Aparentar lo que no somos puede ser fruto del miedo, de una personalidad insegura, de la inmadurez, de la falta de realismo o de coraje para gestionar nuestras contradicciones. Tenemos miedo a la realidad y nos cuesta enfrentarnos a nosotros mismos. Y empleamos nuestra capacidad para inventar relatos más o menos verosímiles que nos permiten esconder nuestras carencias, convencer a los demás o, simplemente, sobrevivir.  Pero cuando la conciencia salta, uno se da cuenta de qué es lo que realmente está haciendo.

¿Por qué nos metemos en un papel que no es el nuestro? ¿Por qué vivimos la vida como si fuera un teatro, alimentado de imaginaciones que nos hacen vivir una realidad paralela? ¿Tanto cuesta ser lo que somos, tal como somos, sin apariencias ni engaños? ¿Tanto nos cuesta tener humildad?


Chocar con la realidad


La necesidad de aparentar no sólo afecta a nuestro carácter, sino a las cosas que decidimos hacer, aunque no salgan propiamente de nosotros.

No se puede vivir siempre así. Con el tiempo, a medida que renunciamos a lo que somos, esta duplicidad se convertirá en una patología bipolar, que nos alejará de nuestra esencia. Llegará el día en que nos miraremos ante el espejo y no nos reconoceremos a nosotros mismos. Esto terminará en una profunda crisis de identidad que tal vez precise de una psicoterapia.

He conocido a personas con este perfil. Viven en un entorno conflictivo, siempre chocando con la realidad, hasta que todo les parece insoportable y reaccionan con actitudes agresivas, rompiendo lazos con los demás y perdiendo amistades, en algunos casos, irrecuperables.

Será la realidad la que nos llevará a vivir situaciones límites que quizás nos harán despertar. Una cosa es lo que fabrica nuestra mente y otra cosa es lo que realmente es. No nos importe reconocer lo que somos. No necesitamos inventarnos un personaje de nosotros mismos. Ser como somos es nuestra mayor dignidad. Tampoco necesitamos hacer algo diferente para que los demás nos reconozcan y aprueben. No necesitamos vivir en función de lo que piensen o digan los otros. No podemos renunciar a lo que propiamente somos, ni condicionar nuestra vida en función de los demás. Estaríamos contribuyendo a la pérdida de nuestra identidad.

No necesitamos demostrar nada para ser aceptados en nuestro núcleo más inmediato.


Sé lo que eres


Tú, como persona, con tus grandezas y defectos, eres tú y nadie más. Esto tiene un valor intrínseco. Lo llevas en tu código genético, es parte de tu hecho diferencial. Eres único, no necesitas clonar a alguien que no eres tú.

Eres una joya, de incalculable valor, con una luminosidad diferente, ni mejor, ni peor; ni más malo ni más bueno. No importan tus rasgos. Eres, y eso basta para encontrar sentido y enfocar tu vida de una manera plena. Cuanto más seamos lo que somos y lo que estamos llamados a ser en esta vida, más felices seremos, aunque tengamos que retarnos ante los propios límites.

No podemos engañarnos. La vida es extraordinaria. Si tu proyecto vital te lleva a una infelicidad insoportable, replantéate si estás siguiendo el camino adecuado, pero no te engañes a ti mismo ni asumas una figura que no eres tú.

Sé valiente y empieza de nuevo. No te apartes de lo que eres para convertirte en alguien que no eres. Busca dentro de ti con ahínco, pero serena y lúcidamente. Es más soportable abrazar lo que eres, en tu proceso de maduración, que vivir en una permanente contradicción. Esta es una de las metas más difíciles para el ser humano, pero si la consigues, nadie podrá detenerte, ni siquiera tu vulnerabilidad, porque estarás anclado en tu ser.

Cada uno de nosotros es un Himalaya de existencia. Ser consciente de ello nos produce una gran liberación. La libertad es la meta de todos nuestros sueños.