Llamados a vivir en plenitud
El ser humano está llamado a su máxima realización. El deseo de encontrar sentido a su vida lo empuja a una búsqueda inherente a su persona. No podemos vivir sin metas, sin esperanzas, sin un propósito vital. En esto radica la plenitud de la naturaleza humana: estamos concebidos para emprender grandes gestas. Lo contrario sería renunciar a ese anhelo más íntimo que todos tenemos: el deseo de ser felices, es decir, ser, hacer y pensar, desde la libertad, aquello que da sentido a nuestra vida.
Renunciar a este anhelo inscrito en nuestro ADN es morir
lentamente en vida; el deseo de plenitud forma parte de ese itinerario que nos
lleva hacia la madurez.
Pero ¿qué ocurre cuando nos estancamos por miedo a las
consecuencias de una lucha sin tregua? El miedo, la inseguridad, la
responsabilidad, nos pueden congelar y detener nuestro avance, impidiéndonos
alcanzar nuestros objetivos.
¿Qué hacer?
Encender la pasión por todo aquello que soñamos. La vida es
demasiado hermosa, como para tumbarse en la cuneta de la desidia. La vida es un
estallido de oportunidades, y no para vivirla a cámara lenta y en blanco y
negro.
¡Cuánta gente se rinde ante las dificultades! Hemos de saber
que nuestro cerebro está diseñado para potenciar y rentabilizar nuestras
capacidades. No lograremos entender que estamos diseñados para reinventarnos
una y otra vez, porque nuestro potencial y genialidad lo tenemos inscrito en
nuestros genes. Es una maravilla ver hasta dónde puede llegar uno si se lo
propone: el Creador nos ha dotado de una sorprendente y a veces desconocida
creatividad.
Cómo arder
Pero ¿qué nos pasa, a veces? Que nos volvemos demasiado timoratos y pusilánimes. Nos contentamos con sobrevivir en medio de una bruma que nos creamos nosotros mismos, porque nos faltan agallas y valentía frente a la tibieza. La solución es dejar que arda el fuego en medio de esa tiniebla interior, y esto pasa por abrirse, salir de uno mismo y atreverse a cruzar el abismo, corriendo para que los músculos del corazón se activen. Entonces fluye dentro de nosotros ese anhelo más escondido que hay en los recovecos del alma.
Haz el esfuerzo. Descubre los rayos de luz que hay dentro de
tu propia sombra. Alza el vuelo sobre ti mismo. Con ese impulso nuevo que te
ayudará a reencontrarte, ahora ya sin miedo, pasarás de la apatía a la pasión.
El fuego de tu alma será un motor dispuesto a romper barreras, malas creencias,
tópicos, inseguridades. Mantén el fuego de la pasión siempre encendido para que
las frías y gélidas estaciones del tiempo nunca apaguen tu fulgor.
Ese fuego que tienes dentro te permitirá seguir hacia
adelante, pero siempre con un profundo control mental, para que no seas
devorado por las llamas. Hemos de evitar llegar al límite de nuestras fuerzas,
porque, aunque nuestros deseos son grandes, no olvidemos que nuestra naturaleza
es limitada. No confundamos pasión con frenesí. El corazón puede arder, pero la
mente debe equilibrar el calor con la fría racionalidad para evitar excesos. El
calor no debe ir más allá de lo soportable.
El equilibrio necesario
Con esto hemos de tener cuidado. Nuestra conciencia y ética pueden poner el marco de contención de la temperatura de la pasión para evitar quedar calcinados. Sería contraproducente que, por exceso de pasión, acabemos cayendo en el estrés, el cansancio, la enfermedad. Una tensión extrema va minando nuestra calidad de vida y nos lleva a somatizar los estados nerviosos. Como en todo, la prudencia y la moderación han de ser las grandes amigas de la pasión, pero eso sí, desterrando los miedos y la apatía. Es un juego de malabares que hemos de dominar: el equilibrio necesario para alcanzar nuestras metas con pasión, pero evitando caer en la obsesión y la adicción.
Si no se da este equilibrio, es cuando la obsesión nos
impide razonar y poner las cosas en su sitio; entonces sentimos que se nos van
de las manos y no podemos contener nuestras reacciones. Caemos en la
hiperactividad acelerada y pasamos a una fase aguda que irá deteriorando
nuestra salud. Se genera una dependencia con aquello que al principio era algo
sano, natural, que nos hacía vibrar. Ahora, el fuego de la pasión se ha
convertido en una obsesión. Y, más tarde, en adicción. Llegados aquí, todo se
complica a velocidad de vértigo.
El riesgo: de la obsesión a la adicción
Aparece la ansiedad, el no poder dejar aquello que se hace, la incapacidad para detenerse. Se empieza a perder el control de uno mismo, surgen problemas digestivos y otros síntomas. El sistema nervioso se dispara y el sistema inmune cae. Falta de sueño, pérdida de apetito, irritabilidad… Todo contribuye a aumentar la sensibilidad extrema, y damos demasiada importancia a lo que no la tiene. La percepción de las cosas se agudiza y todo aquello que consume tiempo y nos impide hacer más nos saca de quicio.
Llegados a este punto, la persona empieza a estar cada vez
más agotada, siempre a punto de estallar, pero se controla ante los demás,
porque no quiere que todo se le vaya de las manos. Las noches se hacen
larguísimas y al día siguiente está más alterada, ve problemas por todas
partes, pero no puede dejar de hacer, más y más. Es el cuento de las zapatillas
rojas, la historia de aquella niña que amaba tanto bailar con ellas que no supo
ver el límite. Quien entra en esta espiral corre un grave peligro para su
salud. El cuerpo somatiza el estrés con reacciones patológicas que responden a
la falta de control sobre la situación que se vive.
Cuando uno se da cuenta de que ya no controla, es cuando se
hace necesaria la intervención de un facultativo médico, o un terapeuta. Pero a
veces la persona reacciona muy tarde, porque cuesta reconocer la adicción y el
proceso de recuperación es largo y difícil de asimilar. El agotamiento físico,
mental y psicológico la ha debilitado tanto que, una vez se recupere, deberá
plantearse un cambio de rumbo, una profunda reflexión para orientar su vida y,
posiblemente, empezar algo diferente. Estas experiencias límite muchas veces
significan renacer. La persona descubre, aunque el coste haya sido muy alto, lo
que realmente es prioritario en la vida: la familia, los amigos, un trabajo que
le permita vivir con dignidad… Pero, sobre todo, lo más importante es ella.
Renacer
Lo importante eres tú. Tu vida, tu paz, aquellos a quienes de verdad amas, tus amigos auténticos, que te hacen crecer y florecer. También aquel que con dulzura te ayuda, te orienta y te aconseja, con respeto y amor, para que alcances ese sano equilibrio entre tú y los demás, entre lo que eres y lo que haces, entre tu libertad y tus sentimientos. Sobre todo, y aunque sea lo más difícil, necesitas equilibrar lo que ocurre fuera de ti y lo que pasa dentro de ti. No pierdas tu esencia, tu yo más íntimo ante el mundo que te rodea.
Conócete, acepta lo que no puedes hacer, porque se aleja de
lo que eres. El yo y la libertad, tu ser y tus talentos, han de formar una
sólida base de tu existencia. Y vuelve a lo primigenio: al silencio, a la
moderación, a la suavidad, al descanso. Ama, escucha, vive y saborea la
naturaleza.
No te apegues demasiado a las cosas. Desvincula el dinero
del trabajo para no caer en el agobio económico. Los gurús de la prosperidad
pueden hacer mucho daño, haciéndote correr detrás de una meta que quizás no es
la tuya. Trabaja con pasión, pero no con obsesión. Abre cauces a tu
creatividad, pero no dejes que desborde y se pierda. En especial, controla el
tiempo, porque tu tiempo es tu vida. Así podrás gozar de cada momento, y serás
feliz.
Sabios consejos y sabias palabras necesarias para poder seguir viviendo con un mínimo de dignidad y bienestar emocional... solo que las necesitaríamos casi a diario por un buen especialista que estuviera pendiente de cada uno de nosotros... como eso es imposible, al final recurrimos al Gran Especialista que nos guía y controla todo el tiempo y está por encima del bien y del mal, huelga decir su nombre porque todos sabemos quien es. Mas siempre no podremos hacerlo y cuando así nos ocurra la lectura de este artículo y otros parecidos, escritos con alma, nos alienta a seguir la rutina diaria.
ResponderEliminarRecuerdo una frase de un sabio terrestre: “El hombre que piensa que su vida no tiene sentido no es que sea infeliz, es que no sirve para vivir”
(Albert Einstein)
¡Qué importante encontrar ese punto de equilibrio! Porque cuando algo te apasiona, o lo haces muy "tuyo", es fácil acabar en los excesos. Hasta lo bueno, si es demasiado, puede dejar de serlo. Y qué importantes son esas personas amigas que ayudan a crecer. Me parece que, sin ellas, nos costaría mucho salir de nuestras particulares obsesiones o adicciones... ¡Gracias!
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