domingo, 17 de diciembre de 2023

Un alma pura

Se llamaba Pura y falleció recientemente con 94 años. Formaba parte de la comunidad parroquial de San Félix. La conocí en el verano de 2010, era una feligresa muy asidua, mujer piadosa y de profunda fe. Su compromiso con la parroquia ha durado más de 60 años, en los que ha participado fielmente y con intensidad tanto en las misas dominicales como en los momentos fuertes del año litúrgico.

Venía a diario a misa y al rosario. También formaba parte del grupo de adoración nocturna. Para ella la parroquia era una extensión de su casa: conectaba ambas realidades con total naturalidad.

En su hogar, Pura se volcó a su familia y al cuidado de sus hijos. Los educó en sus valores cristianos y creó un ambiente afable y de bondad a su alrededor.

Tras morir su marido, pasó 32 años viuda. La experiencia de la pérdida no apagó su fe ni le impidió mantenerse fiel a sus quehaceres domésticos y a su compromiso parroquial.

Su presencia era muy discreta y su trato prudente y exquisito. Percibí en ella un alma muy pura y sencilla, pero firme como una roca. De pocas palabras, su comunicación era cálida y sincera, y a menudo iba más allá de lo verbal. Recuerdo que se movía con suavidad y sigilo, como si no quisiera molestar. Toda ella desprendía sensibilidad, como una flor perfumada. Su manera de ser atraía porque siempre trataba a los demás con extrema delicadeza. Esta actitud definía su personalidad: cuando no estaba, se la echaba de menos. Sobre todo, en los últimos años, cuando ya estaba muy enferma.

No es habitual encontrar personas con tanta finura en el trato, tan delicadas y a la vez tan fuertes. Desde su silencio, Pura trabajó con empeño por hacer crecer su hogar y su parroquia. Supo levantar con amor una familia: la suya es otra de tantas microhistorias que hacen posible un proyecto familiar y un apostolado parroquial. ¡Cuántos laicos buenos están contribuyendo a la misión de la Iglesia en su compromiso evangelizador!

Pura forma parte de este rosario de personas cristianas que han contribuido a forjar la comunidad. Como otros feligreses difuntos, se unirá a este grupo de benefactores que, desde el cielo, siguen velando por nosotros, para que la parroquia siga fiel a su misión.

Gracias, Pura, por tu ejemplo y testimonio cristiano. Gracias por ser una estrella que se suma a esta constelación de feligreses que ya viven para siempre en los brazos de Dios. No dejes de interceder, cuidar y proteger a tu querida comunidad.

domingo, 3 de diciembre de 2023

El hombre araña

No me refiero a Spiderman, ni a otro héroe del mundo del cine o del cómic. Me refiero a cierto tipo de personas con un perfil psicológico que me recuerda a este inteligente animal que teje finas redes. Son aquellos que, en sus relaciones con los demás, van tejiendo una red que va envolviendo a su presa, sin que se dé cuenta, para cazarla y fagocitarla después.

Son personas de apariencia muy amable y exquisita, que parecen estar muy pendientes del otro. Incluso a veces se exceden en su amabilidad. También parecen muy generosas, al menos al principio. Todo esto responde a una sutil estrategia para sacar algo de los demás, a veces con intenciones oscuras. Son expertas en manipulación y seducción, y su táctica pasa por diferentes etapas.

En la fase inicial, son generosas y crean un ambiente cálido y atento a su alrededor, para que el otro se encuentre a gusto y baje la guardia. Así lo van debilitando, con su cortesía y atenciones, hasta ganar su confianza. De entrada, nadie duda de las buenas intenciones de esta persona tan amable, a quien es fácil abrir el corazón.

Poco a poco, la relación con estas personas puede llegar a generar una dependencia. Aquí entramos en la fase intermedia. Uno queda tan envuelto en la red invisible, que cree ser alguien importante en la vida de la «araña». Incluso se generan expectativas prometedoras. Ya está atrapado en sus garras.

Pero no podrá clavarle el aguijón hasta que el otro esté totalmente envuelto en la red, de manera que no tenga posibilidad de escapar y quede paralizado entre sus hilos. La persona atrapada está inmovilizada y ya no puede defenderse.

Evidentemente, la gravedad del caso dependerá del grado de perversión o de las intenciones: puede ser un chantaje emocional o económico, el pago de una deuda, una dependencia familiar o incluso obtener favores sexuales. La víctima ya está cautiva y a merced de su predador, que ha conseguido lo que quería.

Así, lo que comenzó como una relación de aparente generosidad, acaba siendo una esclavitud, donde la persona sometida se convierte en un bien de consumo para el depredador. De manera suave, sin ruido, ha puesto en marcha una táctica de seducción envolvente que puede llegar a arrebatar al otro su identidad. El aparente buenismo tiene una clara intención: ir anestesiando a la víctima para evitar que su inteligencia se active y reaccione.

¡Cuántas situaciones enmarañadas vemos a nuestro alrededor! Quitan la alegría, la serenidad y la lucidez en las relaciones humanas. Conozco a personas que están o han estado en esta situación, y realmente el proceso de liberación es muy doloroso y angustioso. La inoculación del veneno quita margen de reacción a la víctima, porque ha ido adormeciendo incluso sus instintos naturales de supervivencia y se hace muy difícil salir de las zarpas opresoras. Para escapar, es necesario que intervenga una tercera persona: un amigo, un familiar, un terapeuta, un consejero que ayude y apoye a la víctima. De estos abismos no se sale fácilmente, porque, entre otras cosas, se ha logrado desarrollar el síndrome de Estocolmo. Esto sucede mucho entre parejas, tanto heterosexuales como del mismo sexo. La víctima ha quedado tan absorbida que ha dejado de ser ella misma.

Pero de todo se sale, aunque el camino sea largo y costoso. Se puede volver a activar la inteligencia y el instinto de vivir para salir de la trampa y resetear la mente. Ser consciente de la situación es el primer paso para, poco a poco, hilo a hilo, ir desatándose del otro.

Alerta cuando alguien se muestre excesivamente amable, o cuando quiera dártelo «todo» sin conocerte apenas. Desconfía, porque puede haber intereses escondidos. Cuando alguien de verdad quiere ayudarte debes tener una cosa muy clara: lo primero que querrá esa persona será tu libertad y tu bien real. Si te sientes cada vez más enganchado, está claro que hay un plan para reducir tu libertad y someterte para sacar algún provecho de ti.

Cuidado: las apariencias son amables; las intenciones son malvadas. Hay que estar muy despiertos.

domingo, 29 de octubre de 2023

Un canto a la sencillez

Sara Carrete nació el día 24 de agosto de 1934 en Seara de Quiroga, un pueblecito de la provincia de Lugo. Tenía dos hermanas y un hermano.

Quisiera subrayar dos aspectos clave en su vida: su fidelidad a la Iglesia y su amor a la familia.

Jesús era el centro de su vida. Como cristiana, vivía su fe inquebrantable de una manera sencilla y a la vez profundamente enraizada en su corazón. Siempre firme en sus convicciones, además de tener una sólida fe era una trabajadora incansable. Todo lo que hacía, pensaba y creía se reflejaba en su vida, que vivía con intensidad.

Para su familia era un rayo de esperanza y consuelo. Atenta a las necesidades de los demás, animaba a los suyos y los apoyaba de manera total e incondicional, sobre todo en los momentos difíciles. Siempre estaba allí. Su experiencia humana y cristiana brillaba en estas ocasiones en las que se volcaba por el bienestar de la familia. Sara sabía estar al lado de los suyos, tanto en la primavera como en los inviernos oscuros, aportando siempre luz. Sus sobrinos Rosa, Benjamín y Asunción, así como su cuñada María Isabel, tuvieron una hermosa relación con ella, en su comunicación había gran sintonía y cariño.

Sabía dar un toque especial a todo cuanto hacía. Su sensibilidad dejaba huella en el corazón de los demás. Hoy día se da mucha importancia a lo grande, lo espectacular e impactante. Ella valoraba las cosas que pasan desapercibidas. Descubrió que en lo pequeño hay algo grande y que la vida cotidiana está hecha de cosas pequeñas pero valiosas. Entendía muy bien aquel versículo del evangelio: «Te doy gracias, Señor, porque has escondido estas cosas a los sabios y se las has dado a entender a la gente sencilla» (Lucas 10, 21).

Sara murió el día de San Francisco, el 4 de octubre de 2023. Se fue serena y durmiendo. Su hermana Carmen siempre la atendió con exquisitez. Ella vivió ese trance hacia la eternidad con paz: ardía en deseos de encontrarse con sus padres.

La historia humilde de Sara es desconocida por muchos, pero a los que la conocían nunca los dejaba indiferentes, y no por algo extraordinario que hiciera, sino por su dulzura y su irresistible sencillez. Conquistaba el corazón con su calidez y su capacidad de acogida. Para los suyos fue un regalo y un legado.  

Con su partida, Sara ha dejado un profundo vacío en su familia. El vínculo afectivo que los unía ha quedado dolorosamente rasgado. Alguien a quien querían tanto se les ha ido y el duelo pesa en el alma. Pero, más allá de la tristeza, son conscientes del don de su vida. Agradecen el privilegio de haberla conocido y de haber aprendido tanto de esta mujer increíble que lo dio todo por los suyos.

Este escrito recoge una serie de reflexiones sobre unos hermosos testimonios, tanto escritos como verbales, de su hermana Carmen y de su sobrina, así como del resto de la familia. Vosotros os sentís privilegiados por su legado humano y espiritual. Pero yo quisiera añadir que en los momentos difíciles ella también sintió vuestro calor. Vuestra entrega incansable expresaba el amor mutuo y desinteresado que os unía. Le disteis vuestro soporte y supisteis acompañarla con enorme dulzura.

Amante de los libros y del saber, ahora se abre un nuevo libro ante Sara: las bellas páginas del cielo se despliegan ante sus ojos. Se encontrará con Jesús, su amor y su amigo, en la eternidad. Las páginas de esta historia no tendrán fin.

domingo, 8 de octubre de 2023

La incomunicación, un muro a derribar

La comunicación entre las personas es esencial para fortalecer los vínculos y la cohesión familiar. Asumiendo que hay un deseo de crecer juntos, la calidad del compromiso puede verse en riesgo cuando surgen dificultades. Por eso el matrimonio ha de velar de manera muy especial para que su unión siga teniendo sentido, así como la voluntad de permanecer juntos en un proyecto común. Muchos matrimonio empiezan su camino con alegría y felicidad, pero, con el paso del tiempo, la comunicación se deteriora, se hace más escasa, y la unidad se va fragmentando. La relación se agrieta y se empobrece. Poco a poco, aunque sigan viviendo juntos bajo el mismo techo, se abre un abismo de incomunicación que va separando a los cónyuges. Ya no saben mirarse a los ojos como antes y se genera un profundo sufrimiento. Todo se complica si uno de los dos padece sordera: es la excusa para huir hacia adelante y eludir toda responsabilidad. Las paredes de la casa se convierten en muros blindados. La distancia entre ambos aumenta, no hay diálogo y se hace difícil buscar soluciones. La persona que se aísla prefiere el mutismo, porque le da vértigo replantearse el fundamento de su relación.

Es preocupante que cada vez se den más casos de aislamiento entre matrimonios. La comunicación es vital; es el oxígeno de las relaciones. Sin ella se pierde el brillo en la mirada y se debilita el músculo del amor.

Hay personas que viven una profunda contradicción; es como una bipolaridad. Dentro de casa, se aíslan y buscan refugio en la lectura o en algún pasatiempo, encerrándose en su mundo. Pero, de puertas afuera, cultivan una buena imagen: se muestran amables, solícitas, cordiales. No soportan pensar que los demás se den cuenta de su situación, y mucho menos que sospechen una ruptura. Los desconocidos no adivinarán nunca lo que está sucediendo en el hogar. En cambio, con los suyos son personas frías, que desconectan y se meten en su guarida. No quieren enfrentarse con su propia realidad y la de su familia, con lo cual las relaciones se tensan aún más.

Esta dualidad existencial: fuera no soy el de adentro, y dentro no soy el de afuera, puede durar mucho tiempo, provocando un enorme dolor. La roca firme del matrimonio empieza a fisurarse; el fundamento que sostiene el compromiso se va desgastando hasta convertirse en arena. El tedio es una señal de alerta; pero la tristeza es el síntoma que indica que hay algo que hacer todavía, si ambos cónyuges se aman de verdad.  

Cuando un matrimonio envejece, se necesita valentía para no mirar a otro lado y afrontar con lucidez y serenidad esta etapa vital.

Será necesaria mucha humildad para asumir con sencillez que hay que volver a los fundamentos de la relación. Si uno quiere permanecer fiel al otro debe replanteárselo todo. Ha de aceptar sus propios límites y reconocer que su conducta puede no favorecer la mejora de las relaciones. Tendrá que apearse del orgullo y la autosuficiencia para iniciar un camino de retorno a esos bellos momentos que los llevaron a unir sus vidas para siempre. No se trata de tener capacidad intelectual, sino corazón, firmeza y voluntad para afrontar con valentía los problemas.

Hay personas muy sencillas, pero que son doctoras en amor y entienden de relaciones humanas. En cambio, hay gente muy preparada, con mucha formación, que es analfabeta en la sabiduría del amor y la entrega, incapaz de someterse al aprendizaje que las hará personas sensibles y solidarias.

La gente sencilla a menudo saca matrícula de honor en convivencia, en servicio, en generosidad, en amabilidad. La arrogancia intelectual impide calibrar el auténtico drama que puede generar a su alrededor. Sólo si uno mira hacia dentro de sí mismo y empieza a desnudarse ante el espejo de su alma, podrá iniciar un reencuentro sincero. Para ello, deberá tener mucho coraje y determinación. ¡Se puede lograr!

domingo, 17 de septiembre de 2023

Jugando bajo los naranjos

Hace unos días, caminando por el barrio, observé una escena preciosa y entrañable: un niño y su abuelo jugaban correteando en un parque, bajo los naranjos. El anciano reía, saltaba y se movía como su nieto; parecía otro niño, tanto que algunos transeúntes que pasaban por allí se quedaban extrañados viendo su conducta tan infantil.

Pero yo descubrí entre ambos una complicidad intensa, más allá de las palabras.  Conectaban tanto que no importaba lo que pudieran pensar los demás. Los ojos del niño brillaban, parecía una gacela saltando con agilidad; el abuelo lo imitaba, y para mí era un deleite ver a ese niño grande, disfrutando de la experiencia lúdica.

Pensé entonces que entre nietos y abuelos a veces se produce una sintonía muy especial, una relación bonita y diferente de la que se da con los padres.  Aquella escena me pareció conmovedora: la diferencia de edad entre ellos quizás era de unos 75 años. Sólo se puede llegar a este grado de conexión si el anciano se vuelve como otro niño, y lo hace porque los vínculos son necesarios y la dimensión lúdica es fundamental en la relación con los niños. Para crecer necesitan un espacio de ternura y amor, y también de juego, que pondrá las bases de una buena educación para alcanzar su madurez emocional y psicológica.

El esfuerzo del abuelo por adaptarse al niño y correr con él, con sus gestos, con sus movimientos, y con una alegría desbordante, es la mejor enseñanza. Ese niño, cuando sea adulto, sabrá dedicar tiempo a sus hijos y a sus nietos, aprenderá a jugar con ellos echando mano de su creatividad y su cariño.

Me detuve a mirarlos, profundamente emocionado, y me di cuenta de que los niños necesitan sentirse queridos, necesitan sentir afecto. No sólo que se les diga «te quiero», sino que se les manifieste en gestos reales: jugar y pasar tiempo con ellos les demuestra que realmente ocupan un lugar en el corazón de sus padres y abuelos. Es cierto que esto requiere una gran dosis de paciencia, tiempo y un caudal de ternura enorme.

El substrato de valores que inculquen los padres a los hijos es decisivo para el futuro adulto. La educación debe encontrar el equilibrio entre exigencia y dulzura para estimular los talentos y mejorar la conducta. Una exigencia rigurosa, que acaba en beligerancia, puede generar rupturas y lejanía Educar con firmeza no significa ser duro. Pero también es verdad que la ternura no debe caer en la blandenguería y el sentimentalismo fofo. Esto podría convertir al niño en una persona frágil, incapaz de proyectarse y afrontar los desafíos de la vida. Es un desafío para los padres.

Educar jugando

La educación debe sumar lo lúdico, lo ético y lo intelectual: estudio, juego y moral. Viendo a aquel anciano jugando con su nieto me di cuenta de que él seguía teniendo corazón de niño. ¡Qué importante es no perder la frescura, la mirada limpia, abierta a la belleza, a la sorpresa, al aprendizaje! Nunca deberíamos perder la capacidad lúdica.

Recordar nuestra infancia nos ayudará a conectar con ese niño que vive todavía dentro de nosotros, y que la sociedad, a veces muy farisaica,  entierra bajo el peso de una cultura contradictoria en sus valores.

Cuando uno va envejeciendo se pierde la elasticidad de la piel, también del alma. Para muchos, las experiencias sufridas los han marcado tanto que ni siquiera se acuerdan de sonreír, viven siempre de mal humor o se quedan con la parte amarga y negativa de su vida. Otros se aferran a una moralidad rígida que ha anestesiado al niño que balbucea en su corazón.

Lo que vi en esa tarde de septiembre me hizo pensar que reconciliarse con el niño interior es una forma de recuperar la libertad que nos hace enamorarnos del mundo y de la vida. El qué dirán y lo «políticamente correcto» son formas de autolimitarnos y cortarnos las alas. Una sociedad tan pendiente de caer bien y de la aprobación ajena puede llegar a esterilizar el potencial creativo de muchos genios.  Todos deben encajar en ciertos esquemas y los que no, son rechazados.

Esa tarde, viendo jugar al abuelo y al niño como dos cachorritos, me di cuenta de que aquel momento para ellos lo era todo. Los seres humanos alcanzamos nuestra máxima expresión como homo ludicus. Ojalá no olvidemos nunca que fuimos niños y que nuestros abuelos nos cogieron de la mano y nos ayudaron a subir las montañas de nuestra existencia. Ellos son parte de lo que ahora somos.

domingo, 3 de septiembre de 2023

Viaje ¿hacia dónde?

El drama del Alzheimer

He tenido la ocasión de conocer muy de cerca a personas que sufren esta enfermedad. La verdad es que me quedo sobrecogido y profundamente impactado. Es una patología neurológica que hace reflexionar mucho, porque ves el grado de deterioro que va alejando a la persona cada vez más de su entorno y de la realidad. Lentamente, la conciencia del yo se va deslizando hasta caer en un limbo, desconectando de los demás. Conocer en profundidad algunos casos suscita grandes cuestiones; no todas llegan a obtener respuesta.

Esta enfermedad genera una gran inquietud interna y mucho sufrimiento a los cuidadores, sin que sea consciente de ello el que la padece. Es como si se levantara un muro entre el cuidador y el «paciente». La incomunicación pesa y dificulta la relación entre ambos.

En algunos casos, incluso puede darse violencia del enfermo hacia el cuidador, llevándolo a situaciones límite de gran estrés emocional. El cuidador se siente impotente y necesitará consultar a profesionales que le ayuden a gestionar esta difícil situación. Manejar la dependencia de un ser querido es una auténtica gesta marcada por altibajos que van debilitando psíquicamente al cuidador. Los vínculos afectivos y emocionales se van empobreciendo; el enfermo es incapaz de mantener una relación equilibrada y armónica. No responde ante los estímulos. Poco a poco, en función de la gravedad de la dolencia y del tiempo que pasa, se irá dando una desconexión total.

El mundo, las relaciones, todo desaparece de su mente. Vive en un vacío, en una laguna neuronal. Se ha apeado de la realidad. Su cuerpo está aquí, ahora. ¿Dónde ha ido a parar su mente?

Cuánta heroicidad hay en muchas personas que lo viven en su familia. De una historia amorosa inicial han pasado a la ausencia de aquel que fue parte de su proyecto vital. El que padece la enfermedad no sabe a quién tiene delante, pero el que lo cuida, marido o mujer, hijo o hija, sabe bien qué lazos los unen, por eso hace lo que puede para seguir mostrándole cariño como respuesta al amor recibido.

Es entonces cuando el amor está tan maduro que ya no espera respuesta afectiva del otro, incapaz de establecer una relación consciente. Es una auténtica gesta de amor incondicional, de un valor extraordinario.

Aprender a cuidarse desde el inicio de la relación es fundamental. Si dos cónyuges se acostumbran a tener cuidado el uno del otro, desde jóvenes, cuando llegue la enfermedad ya no se convertirá en una carga tan pesada.  

Origen y prevención

No dejo de preguntarme dónde puede estar el origen del Alzheimer y qué se puede hacer para evitar esta enfermedad. ¿Se puede prevenir, en la medida de lo posible? Algunos neurólogos sostienen que tiene un origen genético y familiar; por tanto, es muy difícil de evitar. Pero las investigaciones más recientes revelan que, aunque haya una tendencia familiar, se podría evitar o minimizar si se tomaran decisiones adecuadas en cuanto a hábitos de vida y alimentación. Es importante, también, hacer ejercicio físico y mantener unas relaciones sanas con los demás, implicándose en un proyecto vital que nos ayude a crecer como personas. Todo esto son factores que pueden incidir en una mejora de la actividad neuronal. Además de una buena dieta, se puede tomar una adecuada suplementación que ayude a mantener sano el sistema vascular cerebral, así como las conexiones entre neuronas.

Otros médicos e investigadores opinan que el impacto de ciertas experiencias, sobre todo durante la infancia y la adolescencia, producen bloqueos muy potentes que causan un trauma psíquico y emocional. Con el tiempo, este impacto puede afectar la actividad neuronal. Evidentemente, el efecto no será inmediato, sino que aparecerá mucho más tarde. Una persona que desde niño no ha podido asumir ciertas vivencias negativas, sobre todo durante su desarrollo, puede manifestar diferentes patologías, una de ellas el Alzheimer.

Otra explicación puede ser el constante estrés al que estamos sometidos: preocupaciones, tensión en casa, fracasos, pérdida de empoderamiento, depresiones, todo esto puede ser causa de un shock existencial. El ADN de nuestras células recibe el impacto y puede producir enfermedades a largo plazo.

A los cuidadores

Con este escrito quiero reconocer al enorme ejército de personas buenas, entregadas y generosas, que desde la discreción de su hogar están humanizando la sociedad. Un enfermo de Alzheimer puede perder la consciencia, pero no su identidad. Hasta el último momento, un ser humano es algo más que materia gris: es un alma creada que, aunque se halle perdida en esta estación de la vida, no corre hacia la nada. Su destino no es el vacío. No sabemos qué ocurre en su mente, pero sí sabemos que la meta final será un reencuentro con Aquel que inició su proyecto de vida. El materialismo científico no agota la realidad misteriosa que envuelve al ser humano.

En última instancia, para mí Dios nos entrega una nueva experiencia. El alma es una energía que nunca se agota.

Animo a todos aquellos que estáis volcados en esta dura y hermosa labor a que intentéis hacer un cielo en medio de este combate. Ellos se lo merecen por todo lo que os han dado.

domingo, 30 de julio de 2023

Cabalgar sobre la mentira

La mentira como defensa

Ante la complejidad del ser humano y su entorno, la mentira aparece como un mecanismo inconsciente de defensa o huida. Mirarnos en el espejo de la verdad nos da pánico, porque descubrimos en ella lo que realmente somos: personas contradictorias, ambiguas y llenas de fragilidades. Tememos la verdad porque nos sentimos desnudos e inseguros. Aunque aparentemos seguridad y coherencia, nos da miedo ser descubiertos tal y como somos.

De aquí vienen ciertos comportamientos que muchas veces no podemos controlar. Entre la realidad que queremos esconder y lo que mostramos, nuestra personalidad se va fragmentando de tal manera que a veces no llegamos a distinguir la verdad de la mentira. La frontera entre ficción y realidad se diluye y mentir llega a hacerse tan natural que uno acaba perdiendo el control. Es entonces cuando los demás se percatan y las mentiras se hacen más visibles.

Una enfermedad del alma

El mitómano es aquel que ha convertido la mentira en el eje de su vida, llegando a la patología. Vive fuera de la realidad y de la verdad, dos conceptos que, desde un punto de vista moral, sustentan la integridad de la persona.

¿Qué razones psicológicas hay detrás de alguien que constantemente está mintiendo? Tal vez le ha faltado una educación moral que le ayudara a distinguir lo falso de lo verdadero. Quizás sea una tendencia a mentir por miedo a recibir reprimendas o castigos en su infancia; una excesiva severidad de los padres o simplemente la fragilidad de un niño temeroso. Lo cierto es que, si un niño aprende a mentir, de joven y de adulto lo seguirá haciendo.

La mentira genera adicción. El adulto que ha integrado el hábito de mentir inevitablemente va a provocar conflictos en su entorno y en las relaciones humanas que entable. Cuando las mentiras son tan evidentes que sus interlocutores se dan cuenta, surgirá la desconfianza, incluso entre las personas que más quiere. Y es que el mentiroso compulsivo arroja dudas sobre sí mismo.

La pregunta más aguda que me surge es: ¿qué está intentando tapar de su realidad? ¿Qué aspecto de su vida quiere ocultar? ¿Por qué necesita mentir tanto? ¿Es la ficción un muro para no mostrar su verdadera personalidad?

Resolver esta situación necesita de una acción terapéutica que ponga a la persona cara a cara con su realidad. Por muy pobre y mísera que se sienta, moralmente hablando, siempre será mejor la verdad que una mentira que la va destruyendo por dentro. Cabalgar sobre ella es lanzarse hacia el abismo. Se irá vaciando hasta llegar a somatizar el problema con dolencias físicas. Huir de la verdad es vivir en constante tensión, porque la naturaleza humana tiene una brújula interior que señala siempre la verdad como valor instintivo. Cuando uno va en dirección contraria a su GPS interno, que señala la vía de la bondad, la belleza y la verdad, se dirige hacia la maldad, la fealdad y la mentira. Es un camino destructivo que rompe por dentro ocasionando problemas de identidad y una crisis moral.

La verdad es liberación

La verdad actúa como un foco que ilumina la existencia. La mentira es un agujero negro que fagotiza a la persona quitándole el don más valioso: la libertad.

La verdad os hará libres, dice Jesús. La verdad nos permite encontrarnos a nosotros mismos y reconciliarnos con nuestro ser. Aceptando nuestra realidad podemos mejorar. La verdad, por dura que sea, es el primer paso hacia la sanación interior. Y es el camino que nos llevará a la auténtica felicidad.

domingo, 23 de julio de 2023

Saborear el silencio

Después de un año de intenso trabajo aprovecho el tiempo estival para sumergirme hasta las entrañas del silencio. Durante el curso, hago lo que puedo para buscar momentos de paz en medio del trasiego. La verdad es que sabe a poco, pero ese poco es necesario para mantener el rumbo de la misión. El frenesí nos puede robar esos instantes cruciales, que son verdadero rocío en la lucha y el acelerado trajín cotidiano. Sin este parón diario, aunque corto, perderíamos el eje central de lo que hacemos y somos. El silencio es importante para mantenernos firmes en las convicciones y fieles en nuestra responsabilidad.

Pero constato que para fortalecer mis principios cada año es necesario pasar no unas horas, sino unos días de silencio. Ese espacio me permite ahondar en mi vocación más genuina y en aquello que define mi identidad y misión en el mundo. Por eso hago un esfuerzo en parar. En ese paréntesis, reviso, planeo y organizo todo lo que hago con el fin de mejorarlo, si cabe, ya que buscar la mejora continua forma parte del crecimiento humano y espiritual del hombre.

Sin este oasis interior el hombre se aparta de su propia naturaleza. Sin ese silencio que ayuda a orientar nuestra vida perdemos el norte y hasta nuestra identidad.

Nacidos para la vida interior

El silencio forma parte de nuestra realidad más primigenia. Somos y estamos concebidos para la interioridad: es decir, pasar un tiempo a solas, sin prisas, susurrando al corazón y meditando sobre los aspectos más vitales de nuestra existencia. Necesitamos, aunque no seamos conscientes de ello, estar a solas con Dios, que es principio y fin de nuestra realidad. Él, de manera misteriosa, nos envuelve, dando sentido a lo que somos.

Todos anhelamos pasar momentos de abandono en manos de Dios, y más aún en medio de una lucha sin tregua en el mundo. Respirar al unísono con Dios, de manera sosegada, es la clave para encontrar la paz y la fuerza que nos mantendrá de pie en el combate diario. Ahondar en el misterio del hombre y su creador forma parte de esa búsqueda que, de manera innata, nos empuja a encontrar razones para vivir. Y las encontramos en nuestra misión.

Todos estamos llamados a adentrarnos en nuestro bosque interior y respirar la brisa del silencio antes de emprender el camino hacia la cumbre de la vida, donde nos dejaremos cubrir por el abrazo de un Dios Padre que ha hecho posible nuestra existencia con el fin de que seamos felices. Seremos capaces de alcanzar esta felicidad si nos remitimos a Aquel que es su fuente, cuando se dé una profunda e intensa comunión con él.

El silencio terapéutico

Estos días he tenido la oportunidad de ir a un lugar en plena naturaleza. He vuelto a sentirme en medio del silencio, sin hacer nada, sólo caminar atento a las maravillas del entorno, un derroche constante de belleza. Sólo estar y rezar. Rezar y estar para escuchar el sonido del silencio. Allí, envuelto de tanta belleza, me doy cuenta de que, además de la contaminación ambiental, existe otro tipo de contaminación: la acústica. Desde el silencio y la soledad descubro que el ruido forma parte de uno mismo, e incluso nos acostumbramos. Pero el exceso de ruido no es propio de la naturaleza humana. En una sociedad donde ciertos trabajos o actividades generan ruidos estridentes, soy consciente de que muchas veces no se pueden evitar, pero este machaqueo constante puede generar patologías físicas y neurológicas, pues impide un buen descanso. Descansar forma parte de nuestra salud y el ruido urbano, desde el tránsito hasta ciertas músicas, golpea nuestra psique.  

Pero hay otro tipo de ruidos, los ruidos que yo llamaría emocionales, esos que salen de nuestro interior. Estos ruidos paralizan y nos quitan vitalidad y fuerza. Por eso, más allá del valor espiritual, el silencio es un recurso terapéutico para no perderse en el laberinto de las emociones y paradojas humanas. Adquirir este hábito es prevenir una vida vacía, donde la gente deambula sin metas.

En medio de la Creación

Estos días, en un valle bañado por un pequeño río, he disfrutado, no haciendo cosas, sino dejándome llevar por mi viento interior, acariciado por esa misteriosa presencia que me acompaña con los primeros rayos de sol cuando despunta en el horizonte. He disfrutado de sonidos que no molestan: el viento y el cantar del agua; los pájaros al amanecer, que trinan revoloteando entre las copas de los árboles. Esto no es ruido, es música que alegra el oído y el corazón.  

Paseando en silencio me he sentido parte de la Creación y he descubierto una vez más mi indigencia ante Dios. Todo depende de él y veo su mano creadora cada mañana, tiñendo de matices diferentes cada amanecer.

Os invito, aunque sea a sorbitos, a que allí donde estéis, también en la ciudad, sintáis que vuestra persona puede convertirse en un pequeño monasterio, un jardín interior que también forma parte de esta hermosa creación de Dios. Él os ama y sólo desea que tengáis esta certeza. Será entonces cuando se produzca la fusión con su realidad trascendente, que tanto anhelamos y buscamos desde nuestra concepción.

Mañana, tarde, noche. En medio de una catarata de silencios enriquecida por una explosión de colores bellísimos, el hombre se encuentra a sí mismo.

* * *

Si os apetece escucharlo, podéis clicar este enlace de audio.

domingo, 9 de julio de 2023

La alegría de dar

El sol luce en sus ojos: es una mujer menudita y ágil, de sonrisa contagiosa. Tiene noventa años y se llama Rosa. Aunque su aspecto es frágil, la expresión de su cara revela una enorme vitalidad. Su mirada transmite vida y alegría.

Me deja pensativo. Una señora de esa edad, que ha pasado por situaciones complejas y difíciles, que seguramente pueden haber afectado a su salud, podría tener motivos suficientes para quejarse de la vida. Cuando las fuerzas van flaqueando o se sufre alguna enfermedad, casi todo el mundo decae y también se apaga la alegría. Pero ella, en esta mañana luminosa, está ahí, tirando de su carro, tan fresca como una flor con su mirada pilla y su sonrisa amable. Hablando con ella descubro, más allá de un carácter abierto y comunicativo, unos profundos valores humanos.

Le comento que la encuentro muy bien, como preguntándome el secreto de tanta vivacidad, y me contesta que para ella dar es una alegría. Va acompañada de una gran amiga, Ana, con la que suele pasear. Se conocen desde hace 50 años; todo empezó en la habitación de un hospital, donde Ana era enfermera y cuidadora de la madre de Rosa. Su atención y su trato hacia ella eran exquisitos. Desde entonces se fraguó una gran amistad, que ni el tiempo ni las dificultades han podido romper.

Dos ancianas viudas, cuidando una de la otra, acompañándose durante largo tiempo: un bello canto a la amistad. Las dos han sido capaces de luchar contra todo tipo de barreras y son un ejemplo de amor y de solidaridad.

Veo sus rostros arrugados, pero adivino en ellas dos almas jóvenes y tersas. El tiempo ha envejecido su piel, pero la frescura de su corazón pervive. Sonríen como las adolescentes que fueron, sólo que ahora, con la experiencia que tienen, saben mucho más. Han elegido el camino de la generosidad: dar y darse, desafiando el tiempo y manteniendo el vigor de la amistad.

Rosa es delgadita y de aspecto vivaz. Sabe cuidarse, lleva una dieta muy equilibrada, empezando el día con un buen batido de frutas. Prepara comida para sus nietos, regala platos cocinados por ella a familiares y vecinos. Dice que tiene la nevera llena... ¡para alimentar a otros! No le importa: vaciando su nevera llena su corazón.

En ella he encontrado un alma rebosante de belleza y fuerza amorosa. Salir a pasear y hablar con la gente me permite descubrir estas perlas en el corazón de las personas. ¡Cuánta gente buena hay que, desde su anonimato, sabe estar presente en la noche de quienes necesitan ayuda y calor! Ellas, que están en el otoño de la vida, llevan la primavera en su interior. Su presencia se convierte en un regalo, brisa para el alma y bálsamo dulce en el bregar cotidiano. La amistad es un néctar que baña estas historias desconocidas en medio de la gran ciudad. Encontrarme con ellas es beber un sorbo de humanidad y escuchar un canto de esperanza. A veces, en medio de la oscuridad, aparece un destello luminoso. Personas como Rosa y Ana son estrellas que iluminan el gélido firmamento de una sociedad que vive en la penumbra, alejada de la luz. A pesar de tantas tragedias, en el corazón humano hay mucha luz y un enorme caudal de bondad.

domingo, 7 de mayo de 2023

Mutismo, ¿defensa o prisión?

Aunque el ser humano desea tener unas relaciones armoniosas y plenas con los demás, en la realidad vemos que, a pesar de este anhelo, muchas personas quedan atrapadas en lo que se llaman relaciones tóxicas. Sin saber cómo, se encuentran metidas en situaciones complejas y difíciles que no saben manejar. Esto produce tensión, desconcierto e inseguridad.

En la vida humana se dan muchas veces cambios inesperados que hacen virar las relaciones. Se inicia un proceso de distanciamiento que quizás al principio no se percibe, pero poco a poco se va acentuando.

Estos cambios psicológicos se dan por alguna razón, primero en el nivel inconsciente y después en el consciente. Hay algo que no se puede controlar y tampoco se manifiesta. De ahí los periodos intermitentes de mutismo acompañado de una fuerte gestualidad que revela que se está cociendo algo serio.

El silencio se puede mantener durante un tiempo hasta que, de pronto, la persona estalla, ya no puede contener más el nudo emocional y se expresa con violencia.

Esto suele suceder cuando la realidad no encaja con sus ideas y visión del mundo. Se resiste a aceptar lo que ve a su alrededor. Lo que ve, oye y percibe se sale de sus esquemas mentales y no concibe que el otro piense y actúe de forma diferente.

Su discurso se aleja del mundo real y puede apelar a valores religiosos y morales que forman parte de su bagaje: su formación, su visión de las cosas, su perspectiva unilateral. Esto puede llevarle a un bloqueo con los demás y a una actitud pugilista en defensa de lo que sabe o cree, a veces con tal vehemencia que puede limitar o cortar su conexión con los demás.

Desde esta perspectiva, y con la pretensión de poseer la verdad, está levantando un muro que hace inviable una comunicación fluida y provechosa. Es entonces cuando empieza a replegarse sobre sí mismo silenciosa, progresivamente, hasta romper las relaciones humanas y entrar en una fase totalmente estéril.

Esta distancia nos lleva a separarnos, desaprovechando una gran oportunidad para saber crecer en la adversidad.

¿Cómo encontrar una salida?

Para una persona que se encuentra bloqueada, cerrada en sus esquemas y cada vez más aislada de los demás, el primer paso para salir es aceptar la realidad tal como es y las personas como son, no como quisiera que fueran.

El otro es un misterio inagotable: no podemos etiquetarlo ni clasificarlo como un objeto. Aceptar esta dimensión nos enseña a valorar a los demás por lo que son, únicos y valiosos, igual que nosotros.

El siguiente paso es conectar desde la humildad con los demás: nunca imponiendo criterios ni sintiéndose superior, sino escuchando y aprendiendo a dialogar. Se crece en la adversidad y se madura en las diferencias. El diálogo es más que un intercambio de ideas: es acogida, es apertura, recepción y contacto humano. Dos personas pueden llegar a quererse sin necesidad de estar de acuerdo en todo y sin compartir las mismas ideas. Sólo así dejaremos la puerta abierta para iniciar un diálogo más profundo, a un nivel que supera las diferencias y nos lleva a una auténtica comunión.

Realismo y humildad. Como decía el papa Benedicto XVI, la verdad absoluta no la posee nadie; en todo caso, es la verdad quien posee a quien la busca sinceramente.

domingo, 26 de febrero de 2023

La bondad más fuerte que el miedo

Vivimos en una sociedad llena de miedo: el otro, el diferente, el marginado nos asusta. Etiquetamos a las personas que sufren alguna patología psíquica o social, que están por las calles. Incluso nos permitimos hacer juicios sobre ellas: algo habrán hecho para encontrarse en esa situación. Los marginados nos molestan y nos ponemos a la defensiva ante ellos. Desconfiamos de todo el mundo, ¿no creéis que esto es también una patología social?

Un ejército invisible


Lo cierto es que hay un ejército de gente invisible que grita por ser mirado, comprendido, acogido. El dolor los rompe, aún más que su carencia económica o las dificultades para salir de esa situación. Lo peor es sentir que no existen, porque la sociedad no los quiere ver. Podríamos hablar de un dolor emocional y existencial, provocado por el rechazo social. Muchos acaban planteándose la posibilidad del suicidio porque su vida se vuelve insoportable. De la tragedia económica pasan a la angustia y a la depresión y surge la pregunta: ¿Vale la pena vivir así? Sin nada, sin nadie, hundidos en el pozo más profundo donde la vida se oscurece sin remedio.

¡Cuántas de estas personas yacen, inertes, a nuestro lado! ¡Cuántas dejan de vibrar ante la vida, ante un hermoso amanecer o una noche estrellada! ¡Cuántas dejan de oír el susurro de las olas del mar! Ya no se emocionan cuando viene la primavera y llena de luz el cielo, cuando los árboles brotan y se visten de color. Ya no se asombran ante la belleza que crece a su alrededor. No tienen fuerza ni ganas para sonreír, para emocionarse. No son besadas ni abrazadas por nadie.

Y nosotros tenemos miedo de ellos. ¡Qué contradicción! Los hemos relegado a la nada y deambulan sin rumbo. El invierno permanece en ellos y el sol ya no sale en el horizonte de su corazón. Y desviamos la vista para que nuestra conciencia no se vea asaltada por la exigencia ética natural. Se nos hace insoportable su mirada, y bastaría eso para que empezaran a recuperar lo mejor que han perdido: su dignidad.

Nadie en la calle


Esta es la gran asignatura pendiente, no sólo de la administración, sino de los ciudadanos. Cada persona que acaba sola en la calle es un fracaso de la sociedad. Dedicar los recursos suficientes para paliar este mal endémico tendría que ser una prioridad para todos los gobiernos. Ninguna ideología debería instrumentalizar el dolor humano para apoyar sus argumentos políticos y después engañar a la gente, utilizando la pobreza para sensibilizar a los demás y conseguir el mayor número de votos.

Pero también es necesaria la generosidad ciudadana. No podemos mirar al otro lado. La pobreza en el llamado cuarto mundo es una lacra en Occidente. Estamos permitiendo que muchos se rindan y se instalen, cronificando el sentimiento de vacío.

Acoger a estas personas puede ser un riesgo, pero también una oportunidad para sacar lo mejor de nosotros mismos y vencer el miedo que nos paraliza. Desde un punto de vista ético y cristiano, el miedo no puede frenar la bondad y la solidaridad, cualidades innatas del ser humano. Amar con inteligencia debería ser un rasgo de nuestra identidad personal. Hacer el bien, no de manera ingenua, sino aprender a ir más allá de la pura asistencia y buscar el crecimiento mutuo. Ayudar al otro significa abrirle un nuevo horizonte en su vida, no sólo cubrir sus necesidades básicas, sino hacerle recuperar su dignidad, estimulándolo de tal manera que sea capaz de rehacer su vida con un nuevo impulso vital. Sabemos que esto requiere de un tiempo necesario para que la persona se encuentre consigo misma, recobre su fuerza anímica y vuelva a descubrir el valor y el sentido de la vida. Para esto se requiere tiempo, orientación, formación y acogida. Ojalá surjan más vocaciones que se dediquen a levantar a las gentes perdidas en el arcén de la vida. Sé que muchos lo hacen.

Una sola noche en la calle es un fracaso de todos. Rescatar a alguien que duerme a la intemperie da una profunda paz a la persona y es un triunfo de la sociedad.

Amar es arriesgarse


Este escrito ha sido inspirado por la belleza del alma de dos mujeres, buenas, sencillas y discretas. Con una enorme capacidad de amor, se han atrevido a acoger en su casa a una mujer que estaba a punto de dormir en la calle. Ellas han sido las humildes heroínas que han evitado que el frío de la noche congelara su corazón y la soledad la hundiera más en su pozo interior. Este escrito quiere ser un homenaje a estas dos valientes mujeres que se han atrevido a acoger a una desconocida. La bondad ha sido más fuerte que el miedo. Amar es una aventura y a veces entraña riesgos, pero sólo desde el amor se puede comprender a aquel que sufre y meterse en su piel.

Las instituciones no llegan a resolverlo todo, y a veces se equivocan. Pero allí donde el estado no quiere o no puede actuar, hay una marea de voluntarios dispuestos a paliar el sufrimiento. Mi experiencia en el campo social es que las instituciones, con sus asistentes sociales y sus técnicos, hacen algo, y muchas de estas personas son profesionales con vocación. Los voluntarios quizás carecen de su profesionalidad o sus recursos, pero sí tienen corazón, inteligencia, ternura y bondad. No son armas menores para combatir esta lacra que hunde a tantos en sus arenas movedizas. Sólo falta que esos corazones anónimos se unan y estallará una bomba de amor que puede cambiar el mundo.

domingo, 29 de enero de 2023

Un amor que nunca envejeció


En la madrugada del jueves, 19 de enero, Francisco Amela, cogido de la mano de su dulce esposa, Ana, comenzó su tránsito hacia la eternidad. Su mujer estuvo acompañándole en el lecho hasta el último aliento. Siempre delicada, siempre amable, no se separó de él en los sesenta años que vivieron juntos. Soñaron y construyeron un hermoso proyecto familiar, una fortaleza inquebrantable que nada ni nadie pudo derribar.

Francisco era un joven despierto, un verdadero galán que supo conquistar el corazón de Ana. Cuando la conoció se dio cuenta de que era la mujer de su vida y así iniciaron un apasionante aventura de amor.

Simpático, creativo, irónico y trabajador incansable, Francisco tenía dotes para el teatro, y las ejerció, pero también tenía muy claro lo que quería. Su pasión amorosa era un fuego intenso que nunca se apagó.

Siendo ella tan diferente, su relación era una sólida roca. Si Francisco era el Sol, Ana era la Luna; si él era el mar, ella era la playa; si ella era toda dulzura, él era un terremoto expansivo. Ella era la quietud, él era inquieto. Los dos, a su manera, supieron dar lo mejor a los suyos. Se desvivieron porque su familia fuera un auténtico hogar. Para Víctor, Jorge Javier, Inmaculada, Francisco José y Alejandro, su padre fue un gran referente educativo. Nunca dudaron de que quería lo mejor para sus hijos.

He tenido la oportunidad de presidir el responso por Francisco y allí percibí un enorme cariño y gratitud de los suyos. Con la lectura entrañable de los recuerdos del abuelo, escritos por una de sus nietas, descubrí el derroche de amor que desprendían esas palabras. La emoción invadía la sala, en medio de sonrisas. ¡Qué hermosa vinculación entre el abuelo y sus nietos! ¡Qué importantes son los abuelos! Y qué los padres faciliten esa relación. Fue bonito comprobar la complicidad entre Francisco y sus nietos.

No menos profundo y agradecido fue el testimonio de su hijo Víctor, que supo hilvanar con realismo el vínculo interpersonal con su padre. Lo describió como el hombre más importante en su vida, y explicó cómo, en momentos clave, le ayudó, desde la libertad y el respeto, a abrirse camino. Lo que más me impresionó fue el enorme cariño de toda la familia hacia Francisco. La suya es una historia no exenta de dificultades, como todas, pero ellos superaron las situaciones más complejas para mantener una bella realidad que estaba por encima de los defectos: la fidelidad familiar los cohesionaba.

El amor de los esposos, Francisco y Ana, estuvo bañado con el perfume de la alegría. La unión de la intrepidez y la dulzura fue el fundamento de este hogar, ejemplo para muchas familias.

Francisco era un feligrés entrañable. Entre el humor y la ironía, amaba a su parroquia y la apoyaba, participando en las celebraciones litúrgicas como buen lector. Mi vinculación con él fue espontánea y llena de gratitud. Francisco, hoy, forma parte de ese rosario de personas buenas, integradas en la comunidad parroquial, que supieron dar lo mejor desde su fe, su carisma y su espíritu de servicio. Como dije en la homilía del responso, la muerte nunca es el final para los cristianos. Cuando hay una sólida relación de amor, ni la muerte puede vencerlo. La historia de un amor apasionado nunca puede morir. Tras la muerte, habrá una continuación, una segunda parte que durará para siempre, en la eternidad. Es un misterio insondable, que va más allá de nuestra racionalidad. Lo verdadero y lo auténtico siempre permanece.

Gracias, Francisco, por tu entrega, por tu servicio y tu alegría.

Con gratitud,

P. Joaquín.

domingo, 15 de enero de 2023

Doctorado en humildad



Es un error creer que, solo acumulando conocimientos por la vía intelectual, uno puede alcanzar la sabiduría. Nuestra cultura ha fomentado la adquisición de conceptos e ideas como la mejor vía para llegar a ser alguien en la vida. A mi ver, hemos caído en un culto a la «titulitis», es decir: si no tienes una carrera o un título académico, no eres nadie, o no puedes acceder a ciertos cargos o puestos en un mundo terriblemente competitivo. Si no demuestras tu valía con documentos que avalen tus capacidades, estás fuera del campo social, cultural o académico.

Sin dejar de valorar la importancia de la formación en cualquier disciplina, creo que hemos de estar alerta ante la soberbia intelectual. No somos sólo un cerebro, una materia gris que dirige nuestra vida; no podemos entronizar la razón despreciando otras facultades. En el proceso del aprendizaje entran en juego muchos factores: creativos, emocionales, de motivación y de intuición. También cuenta la experiencia adquirida.

Otras formas de inteligencia

El aprendizaje empieza a partir de una profunda admiración por todo lo que te rodea. Los niños son un ejemplo: quieren explorar el mundo, todo los fascina y les atrae. Admirarse trasciende la propia inteligencia. Hay personas que no han tenido la oportunidad de ir a la escuela o a la universidad, por razones económicas, cargas familiares o por trabajo. Algunas incluso han rechazado ir, porque el sistema educativo no les convence. No han adquirido sus conocimientos dentro del marco establecido; se han convertido en autodidactas de la disciplina, arte o ciencia que más les gustaba. Otras personas, sin tener tiempo ni ocasión de formarse, han adquirido, en cambio, una rica experiencia humana, espabilándose en la vida. No sabemos cómo, pero su cerebro funciona.

Los psicólogos hablan de diferentes tipos de inteligencia, además de la racional y abstracta. Así, podríamos decir que muchas personas que no han logrado adquirir un título académico están llenas de sabiduría. Son maestras de la vida, expertas en el arte de comprender el corazón humano. Muchas de ellas son pilares de su familia, pues saben cuidar las relaciones, cuidar la casa, cuidar a los suyos. ¿Existe una ciencia del hogar? Estas personas, muchas veces mujeres, saben armonizar la convivencia, aliviar las tensiones, limar diferencias. Su entrega las hace doctoras en la ciencia de la familia. Nadie les otorga un título, pero sin ellas, el mundo perdería algo importante.

El saber como refugio

Como hemos reducido el saber al conocimiento y al aprendizaje intelectual, muchos tienden a minusvalorar a estas personas que no han tenido la oportunidad de ganar un título. En el fondo, han caído en la trampa de idolatrar el intelecto; construyen una peana con sus conocimientos, para despertar admiración y demostrar lo que saben y lo que valen. Es una forma de autoidolatría. Sin eso, no serían nada. Si no demuestran lo que saben, creen que nadie los valorará o quizás no serán queridos. Por eso necesitan deslumbrar. La raíz de esta actitud es, en el fondo, una profunda necesidad de ser amados.

Conozco a personas muy preparadas que no dejan de dar lecciones. En cambio, son incapaces de aprender de alguien, y menos aún de alguien que, según ellas, no tiene su mismo nivel de formación. ¡Nadie tiene que enseñarles nada! Lo saben todo... al menos, de su disciplina.

Hoy se habla mucho de la inteligencia emocional. Personas con una gran formación intelectual a menudo carecen de ella. Han adquirido muchos conocimientos teóricos, pero les cuesta aterrizar en la realidad. Y la realidad les viene tan grande que tienen dificultades para manejar situaciones familiares, emocionales y complejas. Les cuesta tomar decisiones. Su empacho de conocimientos no les ayuda. La única escapatoria que tienen es huir y encerrarse en sí mismas. Son incapaces de conectar con los demás y se meten en su torre de marfil, su propio mundo alejado de la realidad.

En ese refugio, adquirir más conocimientos puede convertirse en una adicción, en vez de ser un puente que las conecte con los demás.

Maestría vital

Cuando uno va más allá de sus capacidades cognitivas y se abre a los demás, empieza a adquirir un conocimiento del corazón, junto con la experiencia humana que transforma el saber en sabiduría. Cuando te abres, incluso a aquel que parecía que no podía enseñarte nada, empiezas una nueva carrera. Doctorarse en sencillez es la gran asignatura pendiente. Cuando aprendes que la gente humilde quizás no pueda enseñarte grandes pensamientos abstractos, pero sí puede compartir contigo el tesoro de su bagaje humano, su trabajo, sus sufrimientos, sus luchas y esperanzas, empiezas a doctorarte en la escuela de la vida.

Este es el gran reto de nuestra cultura: descubrir la dignidad de la persona, más allá de su condición y nivel intelectual. Es el desafío de una sociedad que ha de aprender a valorar cada ser humano por el simple hecho de existir, único y valioso. 

domingo, 1 de enero de 2023

Vivir los días como un don


Han pasado 365 días más que, para muchos, han supuesto cambios profundos en nuestras vidas. Hemos tenido momentos de todo: alegría, emoción, tristeza y esperanza. Hemos saboreado cada día vivido en este año que se va. El mundo está convulsionado, generándonos una profunda incerteza. Los oleajes sacuden a la sociedad: pandemia, guerras, crisis económica y un hondo desasosiego en muchas familias. Las consecuencias del covid han dejado huellas en el corazón de muchos, mientras los mandatarios y las corporaciones han utilizado dicha coyuntura para tomar medidas moralmente cuestionables. La falta de ética política ha causado una fuerte desconfianza en las instituciones. A la enorme inseguridad se han sumado decisiones que han afectado a la libertad personal. Algunos profesionales parecen haber olvidado su código deontológico, vendiéndose a los poderes políticos y económicos. Todo esto ha generado un profundo desconcierto en la sociedad.

A esto se le añaden aspectos personales y familiares: para algunos todo lo ocurrido ha traído un panorama muy sombrío y muchos han caído en una enorme depresión. Pero, así y todo, aunque las tormentas han sacudido con mucha fuerza, el ser humano está creado para sortear todos los oleajes, ya sean provocados por nosotros mismos, o cuando otros son los causantes de situaciones dolorosas en nuestra vida. Es el misterio que envuelve al ser humano: enfermedades inesperadas, accidentes o fallecimientos de personas queridas.

Pero incluso para esto tenemos el potencial espiritual para afrontar cualquier adversidad, asumiendo los procesos personales de cada uno. Estamos preparados para asumir estas contrariedades. Y hoy ha de ser un día en que hemos de mirar hacia atrás dando gracias a Dios porque hemos podido llegar a la meta del último día del año, algunos quizás arrastrándose, o con mucho dolor en el alma. Pero hemos llegado. Todo lo aprendido ha de ser una lección para la carrera que empezamos en el nuevo año que se nos abre, con un enorme potencial de sorpresas.

Hagamos que no nos pesen los días que se suceden. Hagamos que cada día sea una gran oportunidad para crecer e ir descubriendo hacia dónde tenemos que focalizar nuestra vida para sacar lo mejor de cada cual.

Tenemos un año más para ser mejores y para saborear ese don tan maravilloso que es la vida, los hijos, los amigos, las propias capacidades, descubrir el gran tesoro que hay en cada persona. Sólo amando es como se vive plenamente y los días se convierten en grandes hitos. Hemos de redescubrir el propósito vital, que tiene que ver con salir de nuestra zona de confort y emprender nuestra misión en el mundo, es decir, pasar de la subsistencia a un estallido de vida, saboreando cada minuto y cada segundo que tiene el día. Esto es: vivir con intensidad.