domingo, 19 de mayo de 2024

Ver más allá de la sombra


Algunas veces se dan situaciones inesperadas que afectan a nuestra salud: una enfermedad, un accidente o una lesión que durante un tiempo limita nuestras actividades. En estos casos se da una especie de duelo: hemos perdido algo de nosotros mismos, se ha reducido nuestra calidad de vida, nuestras capacidades, nuestra energía.

Conozco muy bien estas situaciones porque las estoy viviendo desde hace años, y tienen que ver con mi visión.

Perder visión

La pérdida o mengua de la agudeza visual afecta mucho, dado que la vista es un sentido que utilizamos para mil aspectos de nuestra vida diaria. Mi problema está en la retina: se me ha formado una membrana cuyos vasos sanguíneos de tanto en tanto se rompen o exudan, y esto provoca deformación y pérdida de la visión. La única solución es inyectar un fármaco especial para frenar la hemorragia.

Aunque me sucede de tanto en tanto, la experiencia es distinta cada vez. Llevo años familiarizándome con este problema, pero el miedo y la incerteza están ahí. El impacto psicológico de la inyección, con el ingreso en el quirófano, hacen que la inseguridad se adueñe de mí. Siempre surgen dudas y preguntas. ¿Saldrá todo bien? ¿Qué puede llegar a pasar?

Poder ver es un auténtico milagro. He leído mucho sobre este tema y me admira el proceso de la visión en el ojo humano. Una serie de reacciones químicas, provocadas por el impacto de la luz sobre la vitamina A, generan las señales eléctricas que hacen posible la creación de una imagen en la retina; de allí las señales serán enviadas por el nervio óptico y, en milésimas de segundo, el cerebro las descifra: ¡estás viendo! Sin ser consciente del complejísimo proceso químico y eléctrico que hay detrás de algo tan simple como abrir los ojos y mirar.

Es algo extraordinario que pide un esfuerzo extra a las células de esta diminuta parte de nuestro cuerpo, la retina. Sus requerimientos de oxígeno son 25 veces mayores que los del resto del cuerpo. Por eso, hay una fina malla densamente irrigada por capilares sanguíneos que alimentan y oxigenan la retina y, en especial, su área central, la mácula, responsable de la visión precisa y en color.

Si por algún problema vascular unas cuantas células dejan de recibir su aporte de sangre y oxígeno, morirán y esa zona de la mácula quedará ciega; con lo cual se puede ir perdiendo la visión.

La naturaleza humana es un enorme misterio. Los ojos no sólo ven, sino que comunican. Forman parte del cerebro y conectan las neuronas con el mundo exterior.  

Mi problema ocular tiene su raíz en un trombo venoso que sufrí hace casi veinte años. Después se formó la membrana en la retina. Todo a causa de la fragilidad de los capilares que, al romperse, provocan hemorragias o exudaciones. Cuando esto sucede, todo cuanto veo ante mí queda difuminado en una bruma, o bien veo las rectas curvadas y deformes. No puedo centrar la vista, ni percibir los detalles, ni leer.

Gracias a las inyecciones en el ojo, la actividad de la membrana se va inhibiendo hasta cesar del todo. El líquido retenido se va drenando poco a poco y en unas tres o cuatro semanas recupero la visión. Durante ese tiempo, es inevitable preocuparse, esperando que todo se normalice y no surjan complicaciones.

Aprender del sufrimiento

Sin embargo, pienso que todo lo que nos sucede puede llegar a ser una gran experiencia humana y espiritual. Todo lo que ocurre, dependiendo de cómo se vive, es un aprendizaje. Si uno está abierto, la lección añade valor a tu vida. Las cosas siempre ocurren por algo.

Si estamos atentos y despiertos, podemos convertir cada experiencia en algo que marque de manera profunda y definitiva nuestra vida. Ahondar en los propios límites es importante. La vida es hermosa, pero también efímera y frágil. Estamos sujetos a nuestra vulnerabilidad y hemos de estar preparados para afrontar los vaivenes que surgen cuando menos lo esperamos.

Es necesaria una madurez emocional y espiritual para lidiar con nuestros límites y miedos y vivirlos con cierta paz. Así se darán las condiciones necesarias para regenerar el cuerpo y recobrar la salud.

Es entonces, cuando se asume la situación con paz y sosiego, cuando el cerebro conecta con el alma y se pone en marcha un mecanismo que va más allá de lo físico y lo químico. Somos más que una explosión de procesos biológicos; nuestra voluntad puede iniciar un camino de recuperación por otras vías. Más allá del cuerpo, el espíritu juega un papel decisivo que no debe minimizarse. Frente a la fuerza de la medicina, que a veces se endiosa y no siempre es efectiva, la fuerza de un poder divino lo trasciende todo. La vivencia espiritual es la base de nuestra salud, y es decisiva en el proceso de curación.

Ojalá todos aprendamos y sepamos que no somos sólo materia, conexiones nerviosas y reacciones químicas. Tenemos un alma con un enorme poder. En mi experiencia he aprendido que el cuerpo tiene la capacidad de sanar y somos capaces de mirar más allá de lo que se ve.

domingo, 12 de mayo de 2024

Borrando el futuro

 Cómo el alcoholismo juvenil está robando vidas y sueños



De buena mañana me gusta pasear con los primeros destellos del sol cuando amanece. Me alegra ver a personas que han madrugado para capturar la luz de ese hermoso diamante que despunta sobre el horizonte. Cada día nos ofrece una visión de belleza inigualable: la bola de fuego parece emerger desde las profundidades del mar hasta quedar suspendida en medio del cielo azul, resplandeciendo con toda su fuerza y dando vida y color a todo. Contemplar el sol naciente es un ritual diario que ensancha el corazón. Uno se siente diminuto y sobrecogido ante la grandeza de este parto de un nuevo día.

Pero la deliciosa experiencia matinal se vuelve agridulce cuando, al mismo tiempo que contemplo el sol naciente sobre el mar, observo numerosos grupos de personas que regresan de su ocio nocturno. Tras frivolizar durante toda la noche, vuelven gritando, balanceándose de un lado a otro, mareados y bebidos. Me produce una enorme tristeza verlos así: algunos caídos en el suelo, otros chillando, otros peleándose. Los veo desaliñados, con los ojos vidriosos y la ropa arrugada, desprendiendo un fuerte olor a alcohol, con la mirada absolutamente perdida.

Me dirijo a contemplar la belleza de la primera luz y me encuentro con la miseria humana de todos esos jóvenes que vuelven, no sé de dónde, tras explotar la noche y reventar sus vidas. Siento una profunda pena, porque veo que han llegado hasta el extremo de sus capacidades físicas y mentales para lograr una catarsis que los lleva al sinsentido, vaciándose por completo de su propia identidad. Dejan de ser ellos mismos, quedan rotos, sin aliento y casi sin vida, zombies que a duras penas pueden emprender el camino de regreso, ¿a dónde?, dando vueltas y deteniéndose porque apenas les quedan fuerzas.

Quedo impresionado cada fin de semana cuando contrasto la belleza del horizonte con lo que veo por las calles. Se me encoge el corazón y me pregunto: ¿por qué? ¿Qué les sucede a estos jóvenes que son capaces de ir mermando su vida y jugarse la salud de esta manera? Muchos de ellos sufrirán serios problemas, psicológicos y neurológicos, a edades tempranas. Otros experimentarán patologías diversas. Incapaces de sobrellevar su presente y de afrontar un futuro lleno de incertezas, se lanzan a una huida adelante. Golpeándose a sí mismos, están maltratando al anciano que tal vez llegarán a ser. Y van a convertir una etapa vital plena y creativa, como lo es la madurez, en un suplicio plagado de enfermedades.

A veces asociamos la vejez a enfermedad, y es verdad que con los años hay un deterioro progresivo de las células y los procesos del cuerpo. Esto hay que vivirlo con paz y serenidad, pero no necesariamente significa que debamos estar enfermos. Si cuando somos jóvenes no nos cuidamos, la enfermedad aparecerá mucho antes, y será pesada y difícil de sobrellevar. La ancianidad no es una patología, es una etapa de la vida. Se puede convertir en enfermedad cuando no hemos sabido cuidar nuestro cuerpo en su momento.

Estamos ante una terrible pandemia, que repercute en un innumerable grupo de jóvenes y adultos en todo el mundo: el alcoholismo.

Socialmente está adquiriendo una dimensión enorme y no sólo en jóvenes y en adultos, sino ya en niños y adolescentes que empiezan a frivolizar, creyéndose adultos y por miedo a ser rechazados en su grupo. El sentimiento de pertenencia es muy fuerte entre los jóvenes, no quieren quedarse al margen de las corrientes y tienen que atreverse con todo, aunque suponga un riesgo para su vida.

De aquí la urgencia de hacer un abordaje acertado hacia los adolescentes. Un tratamiento terapéutico y psicológico es un remedio, pero la prevención está en una buena formación en salud y hábitos. Y la solución no está solamente en los centros médicos ni en los profesionales sanitarios, sino en las familias, en la escuela y también en la administración.  

Sí, se puede hablar de una pandemia global: este ejército de sonámbulos caminando sin rumbo al amanecer debería hacer saltar todas las alarmas. Los educadores hemos de avisar: se trata de un suicidio lento a nivel planetario. Jóvenes y adultos convertidos en muertos vivientes, vagando en sus noches existenciales, chapoteando en la nada. Es una auténtica tragedia que diezmará y enfermará a una generación entera, sobrecargando el sistema sanitario y dejando secuelas enormes en sus vidas. ¿Qué futuro espera a un joven adicto? Dolor, soledad, rechazo social, incapacidad para trabajar y decidir. Y lo más profundo: un vacío de identidad. El alma le ha sido arrebatada y se convierte en uno más dentro de un rebaño manipulado, sin valores, sin referencias, sin otra ética que seguir sus impulsos ciegos. Estos jóvenes están a merced de sus adicciones y de quienes las promueven. En nombre de una seudo libertad, del culto al yo y a su propia dignidad, caen en una espantosa esclavitud.

Todo esto voy pensando mientras regreso de mi paseo matinal, donde se mezclan la belleza luminosa del sol naciente con la sordidez de los noctámbulos que regresan. Veo en estos chicos la oscuridad que anida en su corazón y una profunda soledad, disfrazada bajo los gritos.

Llego a casa, el sol ya está alto y la ciudad está bañada de luz. Rezo por ellos y pido que algún día estos rayos de sol también iluminen sus almas y descubran el sentido de su existencia. Cuando uno es capaz de mirar más allá de sí mismo brota la esperanza. Después de una noche oscura siempre hay un amanecer, y el sol llega a todos.

Ojalá esta marea de jóvenes pueda abrirse a la calma sosegada del mar, que yace plácido bajo la inmensidad del cielo, espejo de la luz solar que centellea en sus aguas.