domingo, 7 de diciembre de 2025

La medicina del silencio

Vivimos a un ritmo acelerado. En medio del trajín diario y los compromisos se nos hace difícil penetrar a fondo en la realidad y nos quedamos en la superficie de las cosas.

Por eso a veces nuestra vida nos parece una sucesión frenética de acontecimientos que nos arrastran como hojas llevadas por el viento. Es entonces cuando nos sentimos abrumados y ansiamos tener paz.

Si queremos encontrar el equilibrio en nuestra vida, necesitamos poner distancia entre el yo y la realidad que nos envuelve. Esa distancia nos permite saber dónde estamos y cuáles son nuestras aspiraciones. ¿Seguimos la guía de nuestro corazón, o nos dejamos llevar por las circunstancias, por la publicidad o los medios?

Vivimos ensordecidos por el ruido, exterior e interior. Si queremos reencontrarnos con nosotros mismos, necesitamos buscar espacios de silencio.

Huir del silencio

La hiperactividad, la dependencia tecnológica y las adicciones, a la comida, a ciertas actividades o a los accesorios, nos hacen incapaces de detenernos y mirarnos al espejo para contemplar, desde cierta distancia, nuestra propia existencia. O tal vez evitamos esa mirada, porque nos asusta enfrentarnos a lo que podamos ver. Tenemos tantas ataduras emocionales que mirarnos al espejo de nuestro yo nos produce vértigo.

El esfuerzo que nos pide esta mirada al interior es ingente. Porque seguramente va a causarnos tristeza y dolor. Pero ese dolor puede ser el detonante que nos empuje a cambiar.

Quien tiene el valor de mirarse a los ojos se replantea muchos aspectos de su vida personal. Tal vez llegue a proponerse un cambio de rumbo. Su cosmovisión se amplía. Ve más claro, y comprende que tiene que enderezar su trayectoria. Pero todo cambio es como un ejercicio al que no estamos acostumbrados: al principio, duele.

Hay dolores emocionales y psicológicos que pueden ser más intensos que el dolor físico. Si la persona adolece de valores, sentirá que su alma se resquebraja y puede entrar en una honda crisis existencial. Penetrar en las salas más recónditas del castillo interior causa un fuerte desgaste, porque muchas veces supone luchar contra uno mismo.

Cambio de rumbo

¿Estamos dispuestos a transformar nuestra vida, aunque esto suponga un cambio de perspectiva y visión de la realidad? ¿Estamos preparados para tomar el timón de nuestra vida y cambiar de rumbo? ¿Nos atreveremos a lanzarnos al vacío, sin ninguna seguridad?

Necesitamos certezas para evitar todo riesgo. Pero vivir no deja de ser una aventura que implica riesgos y fracasos. Quedarse paralizado por el miedo no es vivir, sino sobrevivir, o vivir bajo mínimos, en piloto automático.

Lanzarnos al desafío de vivir una vida auténtica, coherente con lo que somos y creemos, pide entrar en nosotros mismos y preguntarnos si lo que estamos haciendo tiene o no sentido. ¿Qué nos mueve a actuar? ¿A qué estamos llamados? ¿Qué es lo que anhelamos, en lo más hondo del ser?

Desde el sosiego

Nos aterra iniciar este proceso de búsqueda y descubrimiento. El único antídoto para empezar a disolver el miedo es el silencio. Y para ello tenemos que detenernos y afrontar con valentía y serenidad nuestra realidad, tal como es.

Desde el silencio, ignorando los ruidos externos e internos que nos ensordecen, iremos encontrando el sosiego y la calma que nos permitirán ver con lucidez. Desde aquí se puede iniciar una terapia de autocuración. La voluntad y el deseo sincero de reenfocar la vida son cruciales. Pero también se requiere paciencia y tiempo.

¡Cuántas veces nos refugiamos en el ruido para escapar de nuestra realidad! El ruido nos anestesia, la televisión nos absorbe, las redes sociales nos llenan de información y nos distraen. Series que nos enganchan, películas, vídeos cortos en TikTok y la dependencia del WhatsApp llenan nuestra mente y nos hacen olvidar, desconectándonos de nosotros mismos. Perdemos el tiempo que tan caro nos cuesta, sobrevivimos atados a los artilugios y vivimos una vida artificial, que no forma parte de nuestra naturaleza humana. Los creadores de estas empresas tecnológicas han estudiado muy bien la manera de distraernos y convertirnos en adictos, para impedirnos pensar y cultivar nuestra vida interior.

El silencio es una urgencia terapéutica para sanar nuestra vida. La neurociencia ya ha descubierto y comprobado, con métodos experimentales, que hacer silencio y meditar es un recurso terapéutico de primera mano.

No dejemos que el estrés, el frenesí y los agobios nos impidan llegar a esa playa interior donde podremos respirar, tomar aliento y disfrutar de un paisaje hermoso y sosegado.

El silencio es el camino para revertir nuestro camino. El silencio no oprime, sino que libera. No aburre, sino que ayuda a descubrir la riqueza inmensa que tenemos dentro. Sólo desde el silencio podremos renacer.