viernes, 15 de agosto de 2014

El abrazo de la morera y la luna

En una silenciosa noche de agosto la luna, sin prisa, asciende sobre el mar, cruzando en su recorrido por encima de calles y plazas. Llega hasta los plataneros que custodian el campanario de la parroquia y se desliza entre las ramas. La luna está llena, resplandeciente, y el cielo empalidece, aterciopelado bajo la brillante luz. Entre la brisa suave de esta cálida noche pasa por encima de las copas de los árboles y se posa suavemente encima de la morera del patio.

Las hojas de la morera se perfilan sobre la faz de la luna. Es como si quisieran jugar. Emocionado, intento retener esos bellos y efímeros instantes, imposibles de plasmar en el cuadro más hermoso. Nunca había visto la morera tan iluminada, de noche. La luz  de la luna proyecta su sombra en el patio, moteando el gris del asfalto. Admirando tanta belleza, me pregunto por qué precisamente esta noche, vigilia de santa Clara, la morera y la luna se abrazan. Me quedo largo rato contemplando ese encuentro, ese diálogo silencioso que asciende desde la raíz del árbol frondoso hasta la altura inaccesible de la luna. Árbol y astro se entrelazan en la dulzura de una sorprendente amistad. El patio entero parece transfigurado, todo reluce bajo la claridad matizada del cielo.

Estremecido por tanta belleza, me voy a descansar. Desde la ventana, les deseo una feliz noche a estas dos amigas insólitas. Poco a poco la luna se desplaza para seguir su curso en el cielo; la morera continúa en su lugar. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que vuelvan a encontrarse? La brisa de la noche parece entonar una melodía, un canto de amistad entre el cielo y la tierra, un canto entre la naturaleza viva y la bóveda celeste, entre el creador y su creación, entre la belleza y el hombre que la contempla.
Esta noche, la luna es algo más que una esfera de roca y la morera más que un árbol erguido. Más allá de dar luz la una, y sombra la otra, más allá de orbitar por el cielo o de crecer siguiendo su impulso vital, luna y árbol resplandecen, como respirando una alegría profunda.

Me viene a la memoria mi niñez, cuando, en las noches de verano, me asomaba a la ventana de mi habitación, siempre fiel a mi cita con la luna, que contemplaba hasta quedarme dormido, mecido en su luz. Miro por última vez hacia el patio y siento que mi corazón late con ellas. Luna y morera, cielo y tierra, ser humano. Entre las criaturas nace una hermosa complicidad porque todo, firmamento, tierra y ser humano, está llamado por el creador a convivir armónicamente. Todas las criaturas somos polvo celeste insuflado por el Espíritu Santo, creadas con amor y por el amor divino. La belleza es imagen de Dios. Y Dios ha creado las cosas para que el hombre se enamore de la inagotable belleza del universo.

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