domingo, 14 de diciembre de 2014

Una mirada perdida

La crisis económica no deja de flagelar a miles de personas que viven sometidas a una terrible presión, dejándolas sin esperanza y sin ganas de luchar. Ante la carencia, lejos de sacar fuerzas de donde no tienen, acaban rindiéndose. Meditando, sentado en un banco del parque de la Ciudadela, observaba a un señor que he visto más de una vez. De tez morena y pelo rizado, con el rostro un poco deformado y señales de vejez prematura, tenía la mirada fija en ninguna parte, los ojos apagados y tristes. Miraba sin mirar, como si el vacío lo hubiera invadido. Estaba allí, pero no estaba. Quizás esa desconexión sea un mecanismo sicológico para sobrevivir ante una realidad demasiado cruda.

Allí permanecía, inmóvil, como si durmiera con los ojos abiertos, escondiéndose de sí mismo en una madriguera invisible hecha de ausencia y olvido. Tan ensimismado en la cueva de su existencia que era incapaz de darse cuenta de que el sol acariciaba sus mejillas, el día era luminoso y las hojas de los árboles susurraban a su alrededor.

Y pensé que para muchos la vida se convierte en un latigazo, pero encerrarse en si mismo tampoco es una salida. No ven, no huelen, no sienten. Su tiempo no es tiempo, su vida no es vida. No saludan cada día como una nueva oportunidad. No admiran la belleza de los colores que les rodean. No ven que cada mañana el ciclo de la vida se renueva con toda su fuerza. Inerte, echado en el banco, aquel hombre era incapaz de respirar la belleza.

Se me encogió el corazón y tuve el impulso de dirigirme hacia él. Quizá había pasado la gélida noche lidiando con su soledad. ¿Dónde está su libertad? Perdida, como su hogar. Ahora su casa es un banco y sus enseres son cuatro cartones para amortiguar la dureza de la madera. El frío y el sol han quemado su piel, pero no dan calidez a un corazón falto de afecto y ternura.

Cuántas historias rotas, cuántos adultos entrando en la ancianidad completamente desvalidos, solos, apartados. ¿Qué le pasó a este hombre para que su dignidad se vea tan pisoteada? Si esto ocurre es porque en la sociedad todavía faltan recursos para todos aquellos que, por circunstancias no queridas, se encuentran al límite de no valorar su propia vida. Si esto ocurre es porque no hay consciencia de “pecado social”. Falta una ética fundamentada en la hermandad existencial, además de los recursos necesarios para atender a quienes sufren, social y laboralmente.

Muchos caen en la desesperanza. Un grito silencioso salió de mi corazón ante la injusticia. Me sublevé, interiormente, mientras aquel hombre, frente a mí, era ajeno a todo cuanto sucedía a su alrededor. Sumido en su letargo, prefería no abrir los ojos del alma.

No soñar nada, no creer en nada, casi ni respirar: este es uno más entre miles que ya no tienen fuerza para mirar adelante, que prefiere no sentir porque la vida resulta demasiado dolorosa. Prefiere no fiarse de nadie, como si el resto del mundo fuera cómplice de su angustiosa soledad. Vive en plano y ve en blanco y negro; prefiere el vacío antes que arriesgarse a confiar en un alma generosa. Quizás un desamor, una traición, un despido, un desprecio o una ruptura lo han desengañado. Su horizonte es un abismo.

Todos tenemos derecho a una vida digna, a un trabajo estable y a ser felices. Este es el deseo de Dios hacia su criatura y el anhelo más profundo del ser humano: crecer, amar, gozar, surcar los vientos de la libertad para alcanzar la máxima plenitud humana. En esto radica la esencia más genuina de la vida: mirar más allá de uno mismo, hacia la trascendencia.

Recé en silencio. Solo desde el silencio podemos ahondar en el misterio de nuestro propio ser. Me dirigí a Dios y le pedí que sacara a ese hombre del pozo que es uno mismo  cuando se hunde en las entrañas de su miseria. Cuesta mucho salir, porque la misma luz molesta al que se ha acostumbrado a vivir en tinieblas. Para un náufrago de la vida, que ha perdido el norte y camina hacia ninguna parte es difícil salir del laberinto de su existencia. Solo desde la caridad podemos convertirnos en brújulas para todos aquellos que han perdido el rumbo y han olvidado la felicidad, a la que todos estamos llamados desde la concepción.

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