domingo, 1 de noviembre de 2015

El tiempo, un regalo que se escapa

El hombre, en su existencia, está sujeto al tiempo y al espacio. Su dimensión histórica y su temporalidad contribuyen a forjar su propia identidad.

Nacemos en una fecha concreta, un día, un mes, un año, y en un contexto histórico, con un entorno social y familiar. Estamos de lleno insertados en el tiempo.

La pregunta sobre el valor del tiempo forma parte de la búsqueda del sentido de la vida. Este es objeto de muchas reflexiones filosóficas y teológicas, como las que se hizo san Agustín.

Pero ¿qué es el tiempo? Aunque nos parezca que es un concepto abstracto que no tiene forma, no por ello es menos real. Nos damos cuenta de que nacemos, crecemos, maduramos y envejecemos. Las diferentes etapas que marcan nuestra vida se suceden en el tiempo.

Las emociones, la pasión o la desidia dan un carácter elástico al tiempo, que se nos hace corto o largo, tedioso o veloz. Su paso por nosotros es una sucesión de momentos fugaces en los que nuestro corazón vibra. Cuantos más años vivimos, más parece que el tiempo acelerara su velocidad. Los días, los meses con sus estaciones, los años, se van sucediendo. Te miras al espejo y ves las huellas del paso del tiempo en tu rostro: la textura de la piel baja de tono, aparecen las arrugas, el cabello encanece… con la sorpresa de que la mirada nunca envejece, aunque sí los ojos. Cada noche que pasa nos queda menos tiempo para enfrentarnos al inevitable final de esta vida.

A veces el tiempo se convierte en una carga pesada que nos cuesta aceptar, porque nos recuerda nuestro final biológico. Muchos tienen la soberbia de querer alargar su juventud con operaciones de cirugía estética, como si quisieran detener el tiempo, y caen en una espiral angustiosa, porque no soportan asumir las consecuencias físicas y sicológicas del deterioro progresivo de sus órganos vitales. Por mucho que lo intenten estas personas, el tiempo las irá empujando hasta la muerte.

¿Por qué se dan estas actitudes? Buscar la eterna juventud es una forma de querer huir de la propia realidad. Quizás falta madurez para asumir nuestra condición mortal. Somos así, o no seríamos humanos ni existiríamos. Solo abrazando la realidad, tal como estamos configurados por nuestra genética, descubriremos que la muerte forma parte de nuestro código vital. La tenemos inserta en nuestros genes. Se podría decir que la muerte empieza ya con nuestro nacimiento.

Pero aquel que acepta y asume la muerte aprende a vivir la vida con la máxima intensidad, dando sentido y esperanza a sus días. El tiempo ya no le pesa ni le asusta. Cuanto más vive, más experiencia atesora, y más sabiduría: aprende a bailar con el tiempo y dejarse llevar al son de su ritmo. Saborea todo lo que acontece, aprende las grandes lecciones de la vida. Ya no le abrumará la velocidad ni la lentitud: disfrutará de su ritmo. Lo que importa es sacar jugo a toda experiencia y adquirir serenidad ante lo que nos sucede. Todo añade valor y crecimiento. Es tan bello el instante de un beso que querrías eternizar como saborear la soledad de una tarde.

El tiempo te lleva inexorablemente a una etapa de plenitud de la vida, cuando te conviertes en oro líquido, doctorado en la vida y en el amor. Es entonces cuando el ser es más que el hacer y el aspecto físico ya no importa. A un adolescente el tiempo se le queda corto; a un adulto le pasa volando y a un anciano que va llegando al final de su camino, consciente de la densidad del ser, ya no le angustia el ritmo del tiempo porque ha aprendido a saborear su riqueza interior.

El tiempo es el gran regalo que no se deja atrapar. Solo permite que nos deslicemos por él como un surfista sobre las olas: disfrutando de esa aventura que lleva a vivir la vida hasta el límite de la existencia.

La misión del tiempo es dejarte a las puertas de una vida nueva, más allá del tiempo y del espacio. No es un salto al vacío, es un salto a otra dimensión, hacia una vida más plena que no podemos imaginar, fundiéndonos con el Ser Absoluto, libres para siempre de ataduras. En esta existencia nueva ya no volaremos por el cosmos, sino que navegaremos en el Amor Absoluto.

Podemos atisbar esta plenitud ya aquí, cuando vivimos una experiencia de amor tan intenso que perdemos la noción del tiempo e incluso del espacio, como si flotáramos en el infinito. Esto nos lleva a la culminación de nuestra existencia. Cuando se experimenta un amor tan incondicional es cuando se empieza, aquí y ahora, a saborear la eternidad. Solo quien ama se convierte en señor del tiempo.

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