La apacible noche se va disipando. El cielo empieza a
clarear con un hermoso azul, la luna va palideciendo y las sombras de los
árboles sobre los edificios desaparecen.
Todo es bello y silencioso. Mi corazón está sosegado. La
noche se retira y empieza el día. Contemplo mi querido patio iluminado por los
primeros rayos del sol, proyectados sobre el Edificio de las Aguas, que
resaltan la belleza de sus paredes rojizas. Son las siete y media de la mañana
y, de pronto, comienza un gran concierto matinal. El silbido del mirlo desgrana
su melodía como una flauta maravillosa. Las gaviotas surcan el cielo en grandes
círculos. Entre las ramas se oye el murmullo de las palomas y el parloteo de
las cotorras, con el trinar de algunos jilgueros. Cada pájaro con su música
diferente se une a esta variada armonía, que sube en intensidad a medida que
avanza la mañana. Algunos saltan de una acacia a otra, y otros revolotean en
las copas de los árboles. Asisto a la sinfonía del inicio del nuevo día. Bajo
el cielo sereno, el sol, los árboles y esta música mi corazón se ensancha.
Pienso que las aves expresan el dinamismo de una creación regalada al hombre
para que pueda deleitarse en ella, con los cinco sentidos. Veo la mano amorosa
de un Dios que hizo el universo y se recreó en la naturaleza para, finalmente,
poner al hombre en medio y permitirle disfrutar y saborear tanta belleza.
Mis ojos se detienen en la morera. Si todo expresa júbilo en
el estallido matinal, la morera, en cambio, permanece silenciosa. Su robusto
tronco agrietado por el paso del tiempo contrasta con las ramas de su copa,
como delgados brazos apuntando hacia el cielo. La morera está inmersa en un
profundo letargo, desnuda, a merced del frío y la humedad que congela sus raíces.
En medio del patio donde resuenan los trinos de las aves, que cantan con toda
su fuerza, desprende una sensación de abandono y fragilidad.
Veo el contraste entre las acacias verdes, que bullen de
vida, y la recia y desnuda morera, con su tronco y sus ramas vacías, que se
extienden como una telaraña de huesos secos. Contemplo una primavera que se
avanza junto al invierno que persiste en un árbol majestuoso. Como un
indigente, espera que los rayos de sol bañen también su copa. Luz y oscuridad,
vida y muerte, alegría y tristeza, cántico y duelo se entrelazan en el patio,
formando un hermoso tapiz.
Todo en la vida es cambio; una sucesión de dolor y alegría,
explosión y recogimiento, vacío y plenitud, soledad y compañía. Y pienso que
todo es bello y todo lo que parece muerto llegará a resucitar algún día, como
la morera que despertará en primavera y se cubrirá de verdor en verano.
También las personas pasamos momentos en que vivimos esta
doble realidad. A pesar de sentir
nuestra indigencia existencial, porque nos sentimos muy limitados, poseemos una
fuerza insólita que surge en nuestro interior y que nos hace capaces de las
mayores proezas. Hay días en que queremos vivir a tope, con ilusión y ganas.
Nuestro corazón canta y desplegamos lo mejor de nosotros. Pero también hay días
en que sentimos el peso de nuestras ramas secas y la fuerza duerme en nuestro
interior. Es entonces cuando hemos de aprender a convivir con aquello que nos
hace vibrar y con aquello que todavía tiene que despertar. Al final, todo sigue su ciclo. Tras
el invierno vendrá la primavera, que ya está a punto de llegar; volveremos a
desperezarnos y levantaremos nuestros tallos para que vuelvan a llenarse de
hojas verdes y puedan dar sombra a los que huyen del calor devastador, bajo la
brisa de sus ramas.
El ser humano tiene etapas y momentos estacionales. Saberlo
y aprender de esta realidad es la manera de reconocerse tal como es. Hay tanta
belleza en una lágrima resbalando por la mejilla como en una sonrisa; es tan
hermoso un árbol frondoso y verde como el árbol desnudo que evoca una extraña
ternura. Un día gris es tan bello como un día soleado: todos son regalo. No
importa que el sol no salga tras las nubes. Lo importante es que, aunque haya
tormenta, el sol salga por el horizonte de tu corazón. La belleza es más que un
impacto estético; es darme cuenta de que todo lo que existe, por limitado que
sea, tiene el sello del Creador que me regala esta sinfonía musical y que ha
hecho posible que, hoy, mi corazón eleve un cántico de alabanza.
Joaquín, te agradezco enormemente que me hayas hecho vivir un bello amanecer en el patio de tu Parroquia. Ha sido una oración de acción de gracias a Dios, por la belleza de su creación.
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