sábado, 22 de abril de 2017

Un abrazo sanador

En los diferentes encuentros que tengo a lo largo de la semana, sobre todo con personas que necesitan apoyo, consejo y acogida, me doy cuenta y percibo tantas y tantas heridas que quiebran su corazón. Leo en sus ojos una profunda soledad. Se sienten frágiles, incomprendidas y a menudo perdidas. Buscan una palabra amable, una acogida cordial y una atención exquisita.

Cuántas personas viven la peor de las pobrezas, que es la falta de afecto, y buscan un apretón de manos, una mirada cálida, unas palabras que alivien su ansiedad. En el fondo, sólo buscan un poco de dulzura. La dureza de la vida las ha llevado a un profundo vacío interior y viven desoladas porque han perdido sus referencias y sus motivos para vivir. Se convierten en mendigos existenciales que reclaman la limosna de la ternura. Han perdido su autoestima y están a punto de perder su propia identidad como personas humanas. Cuando son tan vulnerables pierden algo consustancial al sentido más hondo de su vida y de su historia: su capacidad de tomar decisiones libres. Esto puede diezmar su dignidad y hacerles caer en la indigencia emocional.

¿Cómo ayudar a estas personas que buscan respuestas ante su deprimente situación? Muchas de ellas no son pobres económicamente, pero sí emocional y espiritualmente, y buscan salida a su laberinto existencial. Ante el abismo sienten terror. Les angustia el presente, lleno de contradicciones. Han llegado a una situación límite y no saben qué hacer con sus vidas.

Es verdad que existen muchas alternativas y tratamientos psicológicos. Hoy asistimos a un boom de terapias que se presentan como la panacea a estos problemas del alma. También hay ramas de la ciencia médica que ayudan o pueden ayudar, pero no siempre son suficientes. Si no se establece una conexión con la persona que tienes delante es difícil poder ayudarla.

La prisa es anti-terapéutica. El facultativo sufre otra terrible enfermedad: la falta de tiempo por culpa de una mala organización o por pocos recursos, pero también por un desconocimiento de la persona. Sin una mirada sosegada al enfermo no se puede curar. Un entorno cálido y apacible, con tiempo para poder escuchar al paciente, ya es medicina preventiva. No damos importancia a estos aspectos cuando son justamente los que constituyen la base de la psicología humana. Muchos médicos se van por las ramas con tecnicismos sobre patologías, pero son incapaces de mirar al paciente a los ojos, pendientes del reloj. A veces tampoco hace falta hablar mucho. La mirada, la postura y el tono de voz ya pueden ser suficientes para hacer un primer diagnóstico. Detrás de una voz o de unos ojos, muchas veces se esconde un corazón roto que ha somatizado su herida en el cuerpo.

Los sacerdotes tenemos un desafío similar al de los médicos con las personas que vienen buscando consejo. En nuestro despacho nos encontramos con personas que sufren enfermedades, no sólo físicas, sino emocionales y espirituales. Muchas veces, después del encuentro que hemos mantenido, han tenido la libertad de pedirme una «medicina», como dicen algunos.

La semana pasada una señora me pidió: «¿Le puedo dar un abrazo?». Claro, le dije. Y recordé que Jesús también bendijo, abrazó y se dejó abrazar. La Iglesia es una madre, ¿y qué madre no abraza a sus hijos? Y más cuando los ve tan desvalidos.

No hay sanación física si no hay sanación emocional y espiritual. Y la gente tiene hambre de abrazos y de afecto. La patología más profunda, muchas veces, es la falta de amor. Cuando alguien pide un abrazo está reclamando ternura en su dolor y no lo pide porque esté ante un médico, un psicólogo o un sacerdote, sino porque ha visto una persona capaz de escuchar y se ha sentido bien. Se ha atrevido a hacer esta demanda de calor sincero, porque aquel terapeuta, médico o sacerdote, ha ido más allá de su función y se ha convertido en un sanador del alma. Cuando se llega al alma, se puede sanar todo, aunque no siempre se cure todo.

El amor devuelve el sentido de la vida. Un abrazo sincero se convierte en la terapia de las terapias. Un abrazo está expresando la potencia regeneradora del amor. Un abrazo apaga la sed de la aridez interior; un abrazo puede convertir un día lleno de nubes en una jornada de sol; un abrazo puede deshacer el hielo del corazón; un abrazo te hace mirar más allá de tus límites y puede convertir la amargura en gozo y alegría. Un abrazo sana la totalidad de la persona y te ayuda a descubrir la riqueza que hay en ti. Un abrazo te hará sentir vivo y recuperar tu capacidad de amar y abrazar a otros para que también, a su vez, puedan sanar.

Sanando a los demás se sana uno mismo, aunque esto suponga afrontar retos nuevos cada día. Porque sanar, en definitiva, es una forma de amar.

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Leer "El poder sanador de un abrazo":

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