domingo, 27 de agosto de 2017

Viajar, huida o encuentro

He tenido la oportunidad de viajar a mi pueblo natal, Montemolín. A lo largo del trayecto desde Barcelona, me he topado con mucha gente que también viajaba hacia el sur. Parando en diferentes estaciones de servicio, he podido observar la inmensa cantidad de gente que se desplaza, haciendo altos para tomar algo y estirar las piernas. Hasta aquí todo parece normal.

Viajar es mantener la mente abierta y aprender e integrar nuevas experiencias. Viajar es abrirse a lo nuevo de cada día, descubrir un paisaje o saborear el arte. Es conocer las peculiaridades de la gente, su cultura, su lengua, sus logros y su historia. Sobre todo, ese motor emprendedor que hace que los pueblos sean lo que son.

Pero, observando las riadas de viajeros, su forma de comer, de hablar, de moverse, me pregunto si viajar, para muchos, no se reducirá a ir un lugar a otro, deseando llegar a una estación de servicio para calmar la voracidad del hambre. Mirando con detenimiento a las personas que viajan en grupo veo que sus ojos no brillan y sus rostros no sonríen. ¿Van a llenar un vacío? ¿Es el viaje una huida porque toca ir de vacaciones? ¿Viajan porque les apetece? ¿Realmente servirá este viaje para fortalecer los vínculos entre ellos, para aprender y admirar al otro, para cultivar con más profundidad el sentido de sus vidas y las motivaciones que los impulsan? ¿Van a escapar de la rutina o a vivir con más intensidad sus relaciones humanas? ¿Van a ocupar su tiempo o van a saborear cada momento, convertidos en viajeros de la vida? ¿Van a recorrer kilómetros, arrastrando su matrimonio, su familia, el lastre de su hogar? ¿O serán capaces de convertir ese tiempo en un encuentro lúdico y una experiencia luminosa que los ayude a desplegarse ante el otro, para conocer juntos la realidad en la que viven? ¿Viajan con el corazón abierto, dispuesto a descubrir las maravillas de la naturaleza y de la creación humana, con un deseo bello y profundo por saber y conocer más? ¿Van dispuestos a empaparse de la esencia de esos lugares por donde van a pasar?

Viajar es bueno y necesario para crecer. Siempre que se sueñe junto con el otro, el viaje es una aventura por compartir. Pero cuando el viaje se convierte en una vía para escapar de uno mismo se hará insoportable y los otros serán un peso y un motivo constante de molestias y desazón.

¿A dónde vamos cuando viajamos? Ya no se trata de ver a dónde vamos ni con quién, sino de ver cómo estamos nosotros mismos.

Cuántas almas aplastadas ignoran a dónde van. No tienen claro el rumbo de su vida y van dando vueltas y vueltas, porque su brújula está orientada hacia sí mismos. Puertas afuera se producen peleas, agresiones o largos mutismos que convierten el viaje en una pesadilla.

Un viaje ha de servir para enriquecer el diálogo y estar atento y obsequioso a los demás, aprendiendo y compartiendo con ellos su riqueza humana. Esto constituye la esencia de las relaciones.

Un viaje es una gran oportunidad para vigorizar el alma, levantarse cada día y disponerse a encontrar nuevas razones para seguir juntos en la barca de la existencia.

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