Un manto de nieve cubre más de la mitad de España. En
Barcelona, el día se despierta con una gélida lluvia bajo un cielo gris. Debido
a la amenaza de nieve, muchas personas no salen de sus casas. Las calles están
más desiertas de lo habitual.
Son las diez de la mañana y las gotas de lluvia se clavan
como agujas de hielo en la piel. De nuevo me dispongo a visitar a Susi, en el equipamiento
sanitario donde la han trasladado. La solidez del edificio, de reciente
construcción, contrasta con el descampado de tierra, desolado y pobre, que lo
rodea. Pienso que un lugar de recuperación debería tener un entorno más bello:
un jardín, unos bancos, algún árbol que hiciera más amable la terapia de
restablecimiento de los enfermos. Pero, más allá de estas consideraciones, me
doy cuenta de que lo fundamental en el proceso de mejora de la salud, más que
un entorno bonito o un edificio bien equipado, con las últimas tecnologías, es
el valor de los cuidadores, familiares y amigos. Su presencia es definitiva
para sobrellevar con paz la situación.
La gelidez del día contrasta con el torrente de dulzura que
percibo, expresada en infinidad de gestos hacia la enferma. Así lo puedo comprobar
con Julia, la hermana de Susi, y Ricardo, su esposo.
Julia, atenta y cariñosa, la cuida con enorme ternura, le
habla en voz suave y la mira con esos ojos del que siente un profundo amor.
Siendo una mujer enérgica, sobrelleva con delicadeza extrema una situación
difícil, donde se atisba la penumbra de la muerte. Cuando cruza miradas con su
hermana, se nota que no quiere que sufra. Ella misma se convierte en bálsamo y
con el calor de sus manos le transmite que está con ella. Firme, acogedora,
como una madre. Frente a la fragilidad de su hermana, siempre atenta a sus
gestos y miradas.
Y Ricardo, aunque casi sin ruido, siempre está allí, cerca,
con su corazón vibrando desde lo más profundo de su silencio, quizás todavía
preguntándose por qué está ocurriendo todo esto. Ni siquiera la ciencia médica
le ha podido dar respuestas. Calla mientras de su corazón sale un gemido mudo
lanzado al infinito. ¿Por qué a ella?
Pese al dolor intenso, la mira con delicadeza, le sonríe,
acaricia sus mejillas, se adivina la complicidad cuando se miran. Sin decirle
nada, se lo dice todo. El dolor le puede haber encogido el corazón, pero no el
alma. En poco tiempo se han dicho muchas cosas. Quizás las palabras podrían
molestar, pero no la suavidad de un gesto, de una presencia que suena como una
dulce melodía.
Julia y Ricardo, con su esmero y su cuidado incansable, son
una brisa primaveral en medio del frío flagelante. Estoy allí, delante de
ellos, y procedo a la celebración de la unción de enfermos.
Miro con gratitud a Susi y le explico lo que vamos a hacer.
En medio del dolor y de la enfermedad Dios se hace presente a través de la
unción con el óleo santo, para que su gracia penetre en lo más profundo de su
ser.
La respuesta de Dios ante el sufrimiento y nuestra debilidad
es su protección y apoyo, su calor. A través de la imposición de manos la
presencia amorosa del Espíritu alivia esos momentos en que uno se siente débil,
desconcertado e inseguro. Dios sabe penetrar en lo más hondo de nuestra
realidad, confortándonos. Nos ama, tanto sanos como enfermos. En su infinita
misericordia, desborda amor.
Rezamos las oraciones del ritual y le digo que Dios está en
su corazón, muy presente. Ella parece que quiere hablarme, jadea, sus ojos no
dejan de mirarme, como si quisiera decir algo. Estoy a punto de romper a
llorar. Su jadeo aumenta mientras voy recitando las oraciones. Cuando rezamos
el Padrenuestro, sus manos empiezan a temblar.
Le tomo la mano, me la aprieta con fuerza y siento que una
comunicación silenciosa hace vibrar todo su cuerpo. Le digo que Dios la quiere,
y que se lo perdona todo. Que se sienta en paz. Ha hecho muchas cosas buenas
por la parroquia, colaborando en el comedor social; ha ayudado a muchas
personas y esto Dios lo bendice.
Son momentos intensos. Me estremece, por un lado, palpar su
fragilidad e indigencia absoluta; por otro lado, siento la fuerza de un ser que
se agarra a la vida, aunque esta se le escape de entre las manos.
Creo que es consciente, en todo momento, de lo que está
ocurriendo. Quizás no puede ver bien, pero sí oír. Sabe que estamos allí en un
momento crucial de su vida. Está entre la luz y la oscuridad, entre la
debilidad y la fuerza, entre el desespero y la esperanza.
Susi, una luz divina te
envuelve, como la nieve que cubre los campos y esa lluvia fina que no deja de
caer. Una luz invisible que va cubriendo tu alma, vistiendo de blanco
reluciente las montañas de tu existencia. Siento que estás ante ese velo invisible
que te separa de mí y de los tuyos. Estás ahí, mirando más allá. Tras el
vendaval de tu existencia, quizás ya presientes que, en tu vida, aletea
suavemente la primavera de la eternidad.
Ese día tuve una experiencia
reveladora sobre los límites humanos frente al dolor y la enfermedad, la muerte
y las últimas certezas, que van más allá de la razón. Certezas sobre un
misterio que todo lo envuelve, trascendiéndonos, y que no se revela hasta que
nos encontramos con el Ser Infinito. Una experiencia impactante, intensa y
bella.
SUSY....mi querida e inolvidable SUSY.... gracias doy a Dios por haberte tenido tan cerca cuando estudiaba en Barcelona.Un abrazo a tí y a Ricardo.
ResponderEliminarISABEL
Estimado Joaquín,tu escrito es emotivo y aunque duro muy hermoso.
ResponderEliminarA mis padres Ana y Francisco les ha gustado mucho escuchar lo que has relatado de la experiencia con Susi y sus allegados.
Gracias por estar cerca de todos con tu amor y cariño.
Muchas gracias por vuestras visitas y comentarios. Susi era una persona muy vinculada a la parroquia y ha dejado una huella.
ResponderEliminarYa habia leido varias veces tu escrito, pero ayer al escucharlo y ser leido con tanta dulzura me emociono y me hizo sentir un sentimiento de paz y amor .
ResponderEliminarYa habia leido varias veces tu escrito, pero ayer al escucharlo y ser leido con tanta dulzura me emociono y me hizo sentir un sentimiento de paz y amor .
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