Este escrito surge a partir de unas densas conversaciones con dos personas, la esposa y la hermana de Jordi Rius, recientemente fallecido y cuyo funeral hemos celebrado hace pocos días. Os pido que recéis por él. Su familia está muy vinculada a la parroquia de San Félix desde hace años.
Luchar por vivir
La noticia de su enfermedad convulsionó a toda la familia.
Jordi se preguntaba: ¿por qué? Sería un largo camino de seis años que tendrían
que afrontar, él y su familia. No era fácil. Era la gran lección de su vida.
¿Cómo responder a un reto tan lleno de sufrimiento?
Toda la familia luchó de manera incansable para ganar
terreno a la sombra de la muerte, para intentar sacarle ventaja, aunque fueran
unas pocas horas más de vida. El combate era a todas, y Jordi quería ganar, si
era preciso, sometiéndose a todo tipo de pruebas. El pulso estaba echado y el
duelo por la vida era su batalla diaria. En él volcó todas sus fuerzas, aunque
a veces eran pocas.
En el cuadrilátero de su vida, saltaba entre las cuerdas.
Allí estaba, peleando con entereza por vivir. Amaba mucho a su esposa Esther, a
su hija Laia, a Núria, su hermana, a su madre Laura y a sus sobrinos Oriol y
Joel. Su cuñado Josep lo acompañó con especial cariño durante los últimos
meses, en su estancia en el hospital. Jordi era un hombre bueno y enamorado de
los suyos, amigo de sus amigos, sensible, solidario, siempre dispuesto a ayudar
con su presencia, su mirada limpia y su sonrisa.
Su familia es un modelo extraordinario de unidad, con
vínculos fuertes e irrompibles. En este entorno, Jordi se encontró totalmente
arropado y acompañado con dulzura. Impresiona ver la fuerte unión de esta
familia, que va más allá de lo normal que se espera. Sus raíces están
firmemente arraigadas en sólidos valores éticos y cristianos. Jordi siempre
llevaba colgada junto a su corazón una hermosa imagen de la Virgen de
Montserrat, a la que guardaba una devoción especial. Sabía muy bien cuánta ternura
hay en el corazón de María y rezaba, aferrándose a su protección.
Hasta que su enfermedad fue avanzando, lenta pero
inexorablemente, hacia su desenlace. Jordi luchó hasta el último momento, cuando
una certeza última en su corazón le reveló que el final era inminente. La tarde
del dos de mayo quiso besar y abrazar a los suyos, en especial a su hija Laia y
a sus sobrinos. En la madrugada del día tres se fue. Su lucha había terminado.
Esa mañana, Jordi inició un nuevo recorrido hacia la
eternidad. Ya no hacía falta sacar fuerzas de donde no las había; los ángeles
del cielo levantaron su alma. Ya no era necesario pelear con esfuerzo;
suavemente se deslizó hacia su último destino, los brazos de Dios. Pasó de un
largo e intenso sufrimiento al gozo de un encuentro con Aquel que es la fuente
de la vida. Cruzó el umbral del misterio ―el dolor, la muerte― para adentrarse
en un misterio aún mayor ―la raíz de la vida misma―.
La meta del hombre no sólo es vivir, sino encontrarse con
Aquel que lo ha creado, Aquel que hace posible su existencia. Los vínculos son
importantes porque nos hacen crecer, pero no es menos importante lanzar una
mirada más allá de las relaciones humanas y más allá de uno mismo, hacia el
vínculo que lo sostiene todo y que fundamenta toda la vida: la familia, los
hijos, los sueños, los amigos… Es el vínculo con el que todo nos lo da, el Dios
de Jesús cuyo anhelo último es la felicidad de su criatura.
El amor es más fuerte que la muerte
Tras una corta y densa conversación con
Esther, esposa de Jordi, bajo la morera del patio, siento un profundo
desasosiego en ella. Abatida, se pregunta el porqué de su muerte. Llorando sin
cesar, con un dolor tan intenso, me parecía que se quedaba sin aliento. Las
lágrimas le salían del alma mientras iba evocando recuerdo tras recuerdo.
Jordi, siempre tan solícito y acogedor con todos: familia, amigos, vecinos… atendía
con exquisita amabilidad a las personas que se encontraban en su camino. No
tenía un no para nadie.
La brisa bajo la morera parecía suavizar
un poco el intenso dolor de esta esposa que recordaba la última noche a su
lado, cogida de la mano de su esposo. En esos momentos, aquellas manos que
tanta ternura habían expresado, desprendían un amor sin límites. Ahora ya no
pueden unirse más. Después de 20 años de matrimonio, Esther se ha quedado sin
su amado.
Al otro lado del lecho estaba Laura, su
madre. Madre y esposa juntas afrontaban un terrible dolor. Ambas tomaban el
sorbo amargo de la muerte. ¿Qué le diría en aquella noche, dándole la mano por
última vez? La honda conexión que se da entre madre e hijo se iba cortando,
mientras ella, temblorosa, apretaba aquellos dedos que se despedían. Era el
último adiós, lleno de calor y dulzura que ella intentaba transmitirle,
soportando en silencio ese dolor tan lacerante: la muerte de un hijo.
Dos mujeres, partidas por un dolor
inmenso, unidas por el mismo dolor. Dos amores diferentes, pero no menos
intensos, llenos de entrega y donación. Y, aunque no estaba presente, su
última palabra fue el nombre de su hermana Núria, que no pudo acompañarlo en
esos momentos. Exhaló su último aliento en medio de
estas mujeres, a las que tanto había querido.
Se quedan y él se va. La muerte los ha
separado de un hachazo. La esposa amada se queda sin la razón de su vida; su
hija Laia afronta un dolor casi irresistible. La madre se queda sin su hijo con
tan sólo 47 años. Es duro ver cómo la vida se desliza, apagándose. Cuando se ha
vivido con intensidad, una vida plena llena de amor y de gozo, la muerte es
todavía más incomprensible. ¿Por qué Dios lo ha permitido? Quizás esta sea la
pregunta más difícil. ¿Por qué?
Esther quisiera encontrar razones para
entender el silencio de Dios. Pero Dios calla. El vacío la deja desconsolada y busca
explicaciones. Pero no se cierra. Ella misma admite que quizás algún día pueda
llegar a entender; está dejando una puerta entreabierta al misterio…
Más allá de nuestros razonamientos
lógicos, más allá de la ruptura emocional, Dios es un inmenso misterio. Nunca
puede estar lejos de los que sufren. Comprender a Dios más allá de la razón
requiere una apertura diferente, desde el silencio. Sólo desde una dimensión
espiritual se puede empezar a entender. Dios también presenció la muerte de su
propio hijo en la cruz. ¿Cómo va a ser ajeno al dolor de Jesús, clavado en el
madero? ¿Cómo va a ignorar el dolor de los que pierden a un ser tan querido?
Hay una parte de Dios que nunca
entenderemos, porque es inaccesible y misteriosa. No podemos explicarla, pero
sí tenemos una certeza. Nos ha creado con infinito amor y nos ha dado todo lo
que necesitamos para nuestra felicidad.
Jordi no va a ningún abismo; al
contrario, en todo su largo viacrucis mostró un constante empeño y ahínco por
luchar hasta el final. Su victoria será el descanso y una paz infinita en
brazos de Dios, su creador. Como bien decías, Esther, aunque hoy no lo
entiendas, algún día Dios te irá revelando ese secreto. Mientras tanto, no te
quepa ninguna duda de que él seguirá vivo en ti, con un regalo añadido: te
querrá siempre, más allá del tiempo y del espacio. No dudes, Esther, que él
está disfrutando de la presencia amorosa de un Dios que ha hecho posible
vuestro amor, y que te está preparando un sitio a su lado. Entonces
encontraréis la plenitud en la eternidad.
Jordi, ahora, está liberado del
sufrimiento. Desde el cielo te ayudará con el bálsamo de su ternura a calmar el
dolor de tu corazón. Un amor tan auténtico, tan fuerte, ni la muerte puede acabar
con él. La promesa de un reencuentro os ayudará a vivir con paz y serenidad
vuestro duelo.
Mis más sentido pésame a toda la familia Rius, la pérdida de un ser querido es duro de entender y de asimilar, pero como bien dice el padre Joaquin él vivirá siempre en vuestros corazones. A dejado de ser humano para convertirse en vuestro ángel.
ResponderEliminarAcompaño a la familia en su dolor.Pero el està en el mejor lugar el cielo xq es un hombre bueno
ResponderEliminar