
Ciertas personas viven constantemente pendientes de lo que
hace el otro y quieren saberlo todo, ya no sólo de las personas más inmediatas,
sino del vecino del rellano, de la señora que se encuentran en el mercado o de
la gente que vive en su bloque o en su barrio. También están pendientes de la
vida de los personajes públicos: cantantes, actores, periodistas, contertulios,
participantes de programas sensacionalistas o los que aparecen en las revistas
del corazón. Se alimentan de historias ajenas, normalmente desde una actitud
crítica y a veces despiadada. Se llenan la vida de lo que dicen y hacen los
otros, como si no tuvieran vida propia, o no les bastara con la suya. ¿Acaso la
tienen vacía? ¿Les faltan metas, propósitos o relaciones gratificantes? Lo
cierto es que estas personas van de un lado a otro, cambiando de dirección, son
inestables emocionalmente y tienen dificultades para adaptarse a los demás. En
el fondo, aunque muestren mucha seguridad, están muy acomplejadas y son
inseguras. Tienden a distorsionar la realidad porque se les hace difícil aceptar
su propia situación, vacía de sentido, y suelen meterse en líos.
¿Por qué se alejan de la realidad? Quizás no aceptan que
otras personas sean más listas, más guapas o se expresen mejor que ellas, que
tengan una vida llena e incluso feliz. Les molesta y van acumulando mucha rabia
por dentro. El resentimiento bloquea su crecimiento humano y espiritual, y
necesitan responder con agresión, aunque sea verbal, ante sus propias
contradicciones. Sobre todo, buscan justificarse e imaginan formas de seguir
sobreviviendo en su burbuja irreal, alimentadas por un oxígeno artificial que
las hace vivir siempre amargadas y atacando a los demás. Flotan entre lo que
quieren ser y lo que no son; entre lo que quisieran tener y no tienen. La rabia
contenida va marcando su vida hasta hacer de ellas supervivientes emocionales.
Y esto las empobrece humana y moralmente.
Es entonces, cuando se produce el descontrol de su vida
interior, cuando se obsesionan por controlar a los demás. Si no saben dónde
están, qué hacen y qué dicen, se angustian y se disparan, hasta llegar a
reacciones violentas que amenazan romper una relación normal. Podríamos hablar
de una patología psicológica, que necesita de un abordaje terapéutico que les
ayude a hacer una introspección y buscar las causas reales de tales
comportamientos.
Últimamente he hecho otras observaciones. Esto no sólo
sucede en ambientes cotidianos y sencillos, como parece indicar cierta visión
sociológica. También sucede en los estratos académicos, en el mundo
empresarial, político y religioso. Detrás del afán de control puede haber un
hambre de poder sobre los demás, y esto pasa mucho en las instituciones
educativas y de todo tipo, incluidas las religiosas. Ciertas personas creen que
tienen derecho a saberlo todo del otro: qué hace, qué piensa, dónde está, con
quién está, de qué habla… El ansia de saber puede llegar a interferir con las
vidas ajenas e incluso entrometerse en su intimidad, con la excusa de
ayudarles. No soportan no saber nada y malinterpretan la prudencia del otro en
su comunicación.
Quien controla, o quiere controlar, siempre está imaginando
que se le oculta algo, y piensa mal del otro. ¿Dónde está el límite en las
relaciones humanas?
Está en la libertad. Si en aras de algo bueno creo que tengo
el derecho de pisar un gramo de la libertad del otro, me estoy equivocando.
Sólo cuando hay confianza y respeto puede producirse una apertura que facilite
una comunicación fluida y que ayude al otro a crecer. Cuando esto se produce,
no hará falta preguntar nada: la otra persona, fruto de la libertad y de la
confianza, me hará partícipe de todo cuanto vive, porque le saldrá solo. La
amistad sincera es un espacio donde fluye una relación interpersonal alegre. Es
entonces cuando cada momento, experiencia y diálogo se armoniza. Del control se
pasa a la libertad, del miedo y la ansiedad se pasa a la paz y a la serenidad,
y de esta a la alegría de compartir con los demás no sólo el tiempo, sino los
deseos y sueños. Aprendemos y descubrimos el tesoro que hay en el corazón del
otro. El vacío se convierte en luz y todo adquiere sentido. El corazón se llena
de vibraciones y se expande ante el amigo.
Gracias P. Joaquín por este escrito tan útil para comprender el origen de tanto malestar en muchas relaciones humanas. La libertad es la clave, y es la meta, pero es también lo que más temen estas personas, si no van cogidas de la mano de Diós, que es lo que más les cuesta, y agarrarla fuerte.
ResponderEliminarGracias a ti por tu lecturas. ¿Me puedes decir quién eres? ¿Eres feligresa de la parroquia, o de algún grupo? ¡Feliz año nuevo!
EliminarGracias de nuevo, sus escritos no sólo están llenos de sabiduría, si no también de inspiración. Y me atrevería a añadir, que si nos quitaramos el manton de miedo que nos cubre, seguro llegaría a florecer la empatia, la comprensión, y sobre todo el respeto.
ResponderEliminarGracias por tu aportación, Olga. Es tal como dices. ¡Feliz año nuevo!
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