Un retiro necesario
Como cada verano, procuro hacer un paréntesis en mi
ajetreado trabajo. Me gusta parar y cambiar de ritmo. Durante todo el curso
estoy enfocado a realizar mis tareas con esmero intentando sacar el máximo
fruto, dedicando mi tiempo a servir a los demás. Así como cada día procuro
tener un espacio para la oración y el cultivo espiritual, en este tiempo
estival hago lo posible para retirarme, meditar, caminar y pasar más horas de
soledad y silencio, profundizando en mi propia vocación. Pues es necesario no
perder nunca el rumbo y el sentido último de la llamada.
Por eso a veces es importante, no sólo tener horas para
saborear el silencio, sino unos días enteros para dejarte envolver por esa
misteriosa presencia de un Dios que desea la plenitud del hombre. Te das cuenta
de que estás hambriento de silencio y necesitas sumergirte en la suavidad, ir a
otro ritmo, más despacio. Cuando te instalas en el silencio la percepción se
agudiza y captas a tu alrededor matices de la realidad muy diferentes. Has
dejado atrás la prisa, el reloj y la agenda, la aceleración mental y el estrés
que disminuyen los sentidos. Todo adquiere un tono y un color diverso: los
paisajes que contemplas se despliegan en mil tonos variados con sus infinitas
gamas de verde y tierra.
El silencio ayuda a profundizar en la belleza del entorno,
pero también en la belleza del corazón humano y sus anhelos. Aquietar el ruido
es abrir las puertas para ir penetrando en tu castillo interior, ahí donde te
lo juegas todo, allí donde reside tu identidad.
Tener unos días de reencuentro contigo mismo y con lo que da
sentido a tu vida es crucial. Es hacer un alto en el camino, ponerte en dique
seco y reparar las grietas y desperfectos del alma, sus huecos y vacíos. Dios
es el carpintero del barco de tu vida, y necesita tiempo, también, para
restaurar las heridas y restablecer las piezas rotas, para recuperar el tono e
iniciar el camino de nuevo. Ya regenerado, puedes volver a tu misión de
evangelización con paz, pasión y lucidez.
Un retiro es tiempo para dejarte moldear según aquello que,
en el fondo, deseas: estar junto a tu Creador. Es dejar que el jardín de tu
alma florezca y dé el máximo fruto. Hay que atreverse a volar por la inmensidad
del corazón de Dios.
Sobrevolando el Montsec
Uno de estos días, tuve la ocasión de subir por la carretera
serpenteante que lleva a la cumbre del Montsec. Desde esta montaña prepirenaica
se divisa el valle de Áger y buena parte del llano de Lérida, desde la comarca
de la Noguera. Cuando llegué a lo alto de la montaña caminé hacia una explanada
que moría en el abismo. Allí había un grupo de jóvenes con sus parapentes,
dispuestos a lanzarse al vacío. Me quedé observándolos y vi que intentaban
aprovechar las corrientes de aire, tensando las cuerdas del parapente, para
elevar la enorme tela que les sirve para suspenderse en el vacío. Y vi que se
necesitan tres cosas para culminar el vuelo. Por un lado, conocer la técnica y
el manejo de las cuerdas, así como conocer con absoluta certeza la dirección de
la corriente del aire. La segunda, tener arrojo para lanzarse corriendo hacia
el precipicio y deslizarse por los cielos. Es decir, valentía, seguridad,
confianza en sí. Y la tercera, la más lúdica, es atreverse a jugar con el
viento, con las emociones intensas y el riesgo. Los que practican deportes de
aventura hablan de un profundo sentimiento de libertad. Se dejan mecer por el
aire y pierden el miedo. Una vez lo tienen todo controlado, disfrutan. Una
diminuta persona, suspendida en el aire, vive la grandeza de una experiencia
indescriptible. Para muchos es una locura, pero ellos lo viven como algo sublime: el pequeño hombre superándose a sí mismo,
rozando la infinitud, es capaz de grandes gestas. Para quienes contemplamos, es
un gozo visual.
Cuando vi que se iban alejando, convertidos en pájaros que
surcan las alturas, pensé que todos los seres humanos, en el fondo, anhelamos
rozar la trascendencia, volar alto y superar nuestras limitaciones.
Observé que, entre los voladores, uno de ellos era capaz de
manejar bien las cuerdas y controlar el viento, manteniendo su lona en alto
durante mucho tiempo, pero no se movía. Lo tenía todo: técnica, formación,
conocimiento y el viento a su favor, pero le costaba decidirse, y permanecía
plantado e inmóvil.
Finalmente, seguí mi camino por el monte y, cuando volví, la
explanada estaba desierta: todos volaron. Todos tuvieron el coraje de saltar y,
junto con sus compañeros, convertirse en dueños del viento, fundiéndose en el
paisaje.
De regreso, pensé que saber vivir, como volar, tampoco está
exento de riesgos. Pide atención y conocimiento, destreza y control de la
situación, pero también asumir riesgos. En el fondo, vivir de manera plena
implica una elección libre, entre vivir de verdad o sumergirte en una burbuja
donde sentirte protegido, pero encerrado. Cuántos, por miedo a conocerse a sí
mismos, no saben lanzarse desde la rampa de su corazón, porque les falta el
valor para verse como son, incluso arriesgándose en sus decisiones. Muchos no
saben ni siquiera quiénes son y qué anhela su corazón. Se quedan quietos, les
da vértigo lanzarse al vacío, tienen miedo, están inseguros y esto los lleva a
la parálisis.
Vivir en plenitud es como volar: no es dejarse llevar por el viento, sino aprovecharlo en tu favor. Con las cuerdas bien tensas, que son los valores que nos orientan y nos mantienen a flote. Unos valores firmes nos permiten navegar sin perder el rumbo. Sabiendo despegar y soltar lastre, que es correr el riesgo de perder... En ese momento, no caes, sino que el viento te eleva. Así sucede también en la vida interior: cuando lo das todo, arrojándote al vacío, Dios te sostiene en sus alas y te eleva.
A mi también me gustaría poder hacer un retiro volando por los aires
ResponderEliminarLa claridad de su mensaje abre la mente y nos demuestra que todos nuestros miedos son en realidad un poco falta de fe en nosotros y en dios
ResponderEliminarQue bien poder aislarse unos dias para reponer fuerzas físicas y espirituales.
ResponderEliminarEste último escrito tuyo me lleva a recordar un poema que publiqué en mi web: "lavegueta.blogspot.com" y lleva por título; Memorias de Celedonio II, el 4/IV/2013 cuyo enlace es el siguiente:
ResponderEliminarhttps://lavegueta.blogspot.com/2013/04/memorias-de-celedonio-ii.html. Es una trilogía sobre unas supuestas memorias de un abuelo mío donde mezclo realidad con ficción.
El último párrafo que escribes y da introducción al apartado, Sobrevolando el Montsec que dice "volar por la inmensidad del corazón de Dios". Que es lo que deben sentir quienes practican el parapente, o al menos es lo que sentíría yo si me atreviese a tan arriesgada aventura "terapéutica".
"Ven de nuevo al nido, pajarillo,
construido en este cálido país
añoro tu canto si lo dejo de oír.
Vuelve a deleitarme, gorrioncillo,
con trinos que suenen a libertad.
Dime si en aquel lugar reina el mismo pesar,
la misma pena instalada aquí,
donde el rocío no tiene perlas.
Donde el hombre sembró amistad,
para después cosechar guerras.
Si supiera cantar y tuviera alas,
como el viento, echaría a volar.
Volaría por encima de alcores y cañadas,
sembrados de trigales y sarmientos.
Volaría por encima de breñas y nogales,
transformando penas en canciones."
Preciosa reflexión musen, mientras estaba leyendo, he reflexionado muchas cosas,
ResponderEliminarGracias saludos