La crítica es una constante en la sociedad, tanto, que podríamos decir que forma parte de nuestra naturaleza. Criticar al otro, empezando por el vecino, el compañero o algún miembro de la familia, está arraigado en nuestra cultura más ancestral. ¿Por qué nos gusta tanto hablar mal de un tercero, cuando no está delante de nosotros? ¿Cuál es el origen de esta tendencia? ¿Dónde se sostiene? ¿Por qué es tan difícil de erradicar, cuando puede causar tanto daño en las relaciones?
Las críticas pueden generar enormes problemas y conflictos
difíciles de resolver. Media humanidad critica a la otra media; las mujeres
critican a otras mujeres, y también lo hacen los hombres. Es una pandemia
mundial.
¿Cuál es la terapia? No conozco otra que el ayuno: ayuno de
lengua, y disciplina en la mente. Como dice el proverbio bíblico, quien domina
su lengua domina su vida; tiene las riendas en la mano. Pero ¡cuánto nos cuesta!
Intentaré desgranar este fenómeno, para atisbar dónde puede
estar su origen. La verdad es que en la crítica confluyen varios factores. Voy
a señalar algunos.
Más allá de la imagen que podemos dar a los demás, para
quedar bien y aparentar quizás lo que no somos, detrás de la crítica suele
haber un gran vacío interior. La persona se siente hueca y tiene que llenarlo.
¿Con qué? Con rumores, con palabras, con situaciones externas que le den algo
qué pensar y de qué hablar.
Pero cuando se habla de los demás, de inmediato surge la
tendencia a criticar. ¿Por qué? Porque a menudo nos quedamos con la apariencia.
No conocemos a la persona a fondo, vemos su aspecto superficial, lo que hace y
dice en público, y sin saber qué le ocurre ni por qué actúa así, ya la estamos
juzgando y condenando. Como no está delante, no dejamos que se defienda o que
justifique su conducta. Ni siquiera se nos ocurre escucharla. Antes de dejarla
hablar, ya la estamos sentenciando.
También tendemos a exagerar los defectos de los demás,
minimizando los propios. Cuando alguien no piensa como nosotros, ya le estamos
cuestionando. Lo vemos todo a través de nuestras lentes de aumento.
A veces, detrás de una crítica hay celos. Nos comparamos con
el otro y, sintiéndonos menos, lo compensamos hablando mal de él.
Cuando nos acostumbramos al comadreo, nos hacemos adictos y
perdemos el control, de la lengua y de la mente. Ya no podemos vivir sin
criticar, porque nos falta vida propia y necesitamos saber siempre qué hacen
los otros, dónde están y con quién. Sacamos información de sus vidas, como sea
y de donde sea. Y vamos guardando todo ese arsenal para utilizarlo en el
momento oportuno, para causar daño o conseguir algo en interés propio.
Pero ¿qué ocurre cuando la otra persona se percata de
nuestro afán de control y nos rechaza? Entonces llega la rabia interior y el
deseo de destruir. Como no podemos hacerlo físicamente, lo hacemos verbalmente
y echamos una montaña de basura sobre esa persona, matándola socialmente,
ensuciando su imagen y cuestionando su moralidad.
Esto sucede, cerca de nosotros. Tal vez somos causantes de
daño, sin calibrar hasta qué punto podemos herir. O tal vez somos víctimas, y
alguien muy cerca de nosotros nos está «confeccionando un traje», como suele
decirse. Las personas que más daño nos hacen pueden estar muy cerca.
La crítica se agrava cuando ya no sólo es de una persona a
otra, sino de un grupo a otro, o de una familia a otra. Entonces el daño es más
letal, porque las críticas se multiplican; son un cáncer que va diezmando la
paz y la alegría de nuestro entorno.
Nadie es perfecto. Todos hemos criticado alguna vez, y todos
somos objeto de crítica. Nadie se escapa, estamos condenados. Tiramos piedras y
recibimos piedras.
Nos hemos habituado a vivir en un infierno social y
familiar, entre conflictos y habladurías, silencios y murmullos a la espalda.
Esto causa un daño en nuestra psique, llegando, en algunos casos, a la
patología. Inocular este veneno letal a nuestra vida nos roba la paz. Es una inclinación humana que cuesta depurar.
¿Cómo sanarla?
Quizás un primer paso sea reconocernos como somos: limitados
y con defectos. Asumirlo, sin que esto sea un problema y nos quite la paz.
Nadie es mejor que nadie. No podemos juzgar porque no
estamos en el corazón de la otra persona. Si la conociéramos, quizás no la
criticaríamos, porque nos daríamos cuenta de que, en su lugar, haríamos igual o
peor.
Salir de esta rueda de críticas requiere dar un paso
valiente para cortar. Nos puede motivar una actitud de comprensión y aceptación
del otro. Nos acostumbramos al veneno de la crítica y cada vez necesitamos más.
Cuando decidimos dejarlo y aceptar a los demás como son, empezaremos a quedar
libres de sus efectos.
Nos puede sanar vivir nuestra propia vida, la que tenemos
ahora, con sus circunstancias buenas y malas, con intensidad y aceptación. Tomar
las riendas de nuestros propios asuntos e intentar contribuir a mejorar la
sociedad, a hacer más felices a los que viven cerca, a nuestro lado.
Nos sana una mirada serena y limpia hacia el mundo que nos
rodea. Cuando dejamos de ser el centro de todo y nos abrimos a los demás, nos
daremos cuenta de que somos más felices y tenemos más paz.
Y de la paz surge la alegría vital. El sosiego y la calma para ver con claridad, escuchando y comprendiendo, a los demás y a nosotros mismos, nos permitirá llevar una existencia que valga la pena, que nos entusiasme, y que despierte en nosotros la alegría de vivir.
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