domingo, 30 de noviembre de 2025

Una recaída, otro aprendizaje


Cuando el cuerpo grita

Dicen que la salud es el silencio del cuerpo. Cuando nos encontramos bien, no sentimos dolor, ni molestias, nuestro maravilloso organismo responde y funciona sin que nos demos cuenta. ¡Cuántos procesos, cuánta actividad sucede dentro de nosotros sin que seamos conscientes!

Pero si las cosas no van bien, el cuerpo tiene su propio sistema de alarma para avisarnos. ¡Nunca nos traiciona! El cuerpo siempre nos habla.

Primero susurra, luego levanta la voz; al final, si lo ignoras, grita. El grito del cuerpo puede ser una enfermedad, un dolor súbito y paralizante, una fiebre, un ataque. Es su manera de decirte: ¡Para! Has estado haciendo algo erróneo durante mucho tiempo, y ya no puedo más. Te grito porque necesitas detenerte y cambiar de rumbo.

La verdad es que no siempre sabemos cuidarnos. Puede pasar mucho tiempo mientras una patología silenciosa se va incubando dentro de nosotros. Hasta que un día comenzamos a tener sensaciones extrañas. Algo no funciona. Poco a poco, comienza el dolor, primero leve y esporádico, pero con el paso del tiempo cada vez más frecuente e intenso, hasta hacerse insoportable. A veces dejamos pasar demasiado tiempo sin tomar decisiones y puede llegar a ser demasiado tarde. Hay enfermedades de gravedad que pueden poner en peligro nuestra vida.

Conectar con uno mismo

Con esto quiero reflexionar. Estamos tan desconectados de nosotros mismos que no calibramos nuestro estado de salud. Al igual que ciertas enfermedades mentales pueden llevar a confundir lo imaginado con lo real, disociándonos de la realidad, también nos puede suceder lo mismo con el cuerpo. La desconexión física nos lleva a ignorar sus mensajes, hasta que éste nos avisa de forma contundente. La alarma del cuerpo es una experiencia dolorosa, y de riesgo.

Por eso es necesario un centraje existencial. ¿Qué quiero decir con esto? Centrarnos, enfocarnos, y ser muy conscientes de lo que sucede en nosotros, en nuestro cuerpo, en nuestra mente y en nuestro espíritu. Debemos caminar por la vida como el conductor atento para evitar accidentes que nos llevan a la tragedia, tanto para nosotros como para nuestros seres queridos.

Cuando Jesús en el evangelio nos llama a vivir despiertos, nos está diciendo: Estad siempre atentos a lo que sucede. Y también a lo que hacéis: lo que pensáis, decís, hacéis y coméis. No llevéis una vida sin sentido, dejándoos arrastrar por las circunstancias, lo que os distrae o absorbe. Mirad lo que ocurre a vuestro alrededor y en vuestro interior, porque todo esto os afecta.

Tómate el pulso. Vigila qué comes, cómo duermes, cómo te mueves, cómo te sientes. Toma decisiones. Un pequeño cambio a favor de tu salud, sostenido en el tiempo, puede marcar un antes y un después en tu armonía física y psicológica.

Más adelante hablaré de la medicación, de la que a menudo se abusa y que provoca efectos indeseados. A veces los mejores remedios no consisten tanto en tomar pastillas, sino en cambiar hábitos. Y esto está en nuestras manos. 

Una conversión profunda

Un amigo nutricionista siempre me dice que los cambios alimentarios son como una conversión espiritual. Estamos tan enganchados a ciertos alimentos, sobre todo a los azúcares y a las grasas saladas, que la comida se convierte en una adicción que genera dependencia más allá de las necesidades nutricionales. Comemos más de la cuenta, y comemos lo que no debemos. Esto, con el tiempo, causa estragos en nuestra salud. La mayor parte de enfermedades de los países desarrollados tienen aquí su origen. Son dolencias que prácticamente no existían en los países llamados pobres, hasta hace poco.

Rechazar lo que sabemos que no es bueno implica esfuerzo. Pide una gran consciencia y sensibilidad para detectar qué conviene y qué no conviene a tu cuerpo. Un cambio puede empezar valorando qué ingieres y cómo lo ingieres. Es un auténtico desafío, pues estamos habituados a comer productos adictivos, a cualquier hora y de cualquier manera, de pie, en un sofá o ante la pantalla, incluso en la cama, sin sentarnos a una mesa bien puesta, con mantel y cubiertos, sirviendo con esmero los platos y saboreando despacio. Lo triste es que cada vez más personas comen en exceso, no por hambre, sino para hacer frente al estrés o anestesiar el dolor emocional ante los problemas que les aquejan. La comida se convierte en paliativo y antidepresivo, aunque, como toda droga, tiene su contraparte, generando otras patologías en el cuerpo.

Recaída y aprendizaje

La caída: una enfermedad, con sus achaques y dolores, nos puede hacer reaccionar y replantearnos qué estamos haciendo.

Pienso en mi pancreatitis. Me sobrevino como algo inesperado, pero pensándolo mejor, debo reconocer que mi cuerpo llevaba tiempo avisándome. Después del ataque agudo y de pasar mes y medio en el hospital, salí, bastante recuperado, pero no del todo.

Quizás salí con tantas ganas que quise correr, y no presté suficiente atención a lo que comía. No estuve lo bastante atento, no escuché mi ritmo interno, que me pedía más calma, más descanso, una dieta más suave.

No fui capaz de detectarlo y la reacción no se hizo esperar. La infección se reprodujo y tuve que volver al hospital, quince días más.

Es cierto que en una pancreatitis hay factores que uno no controla. Sabiendo que en mi abdomen quedó un pequeño resto de foco necrosado, que no se pudo eliminar mediante el drenaje, el riesgo de reinfección estaba ahí.

La recaída ha sido leve y he vuelto a salir del hospital sin infección ni líquido, y con mucha más energía que la primera vez.

Otra lección más, para agudizar el autoconocimiento y vivir despierto, vigilante a cualquier señal del cuerpo. Un nuevo aprendizaje para afinar más mi atención. Espero seguir aprendiendo y ser humilde para saber cuáles son mis límites y dónde está esa línea roja que no debo traspasar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario