domingo, 23 de agosto de 2015

¿Metas inalcanzables?

Encontrar el propósito vital


Todos deseamos tener un propósito en la vida. Cuánto cuesta alcanzarlo. Las metas no tienen por qué ser solo en la línea profesional o económica. Muchos han logrado sus objetivos profesionales pero sienten que no van en la dirección correcta. Incluso disfrutan de un estatus social y económico, pero en su corazón hay un latido que no suena con el ritmo de la alegría. Se afanan por muchas cosas, pero no acaban de sentirse llenos, con esa paz que hace discernir lo que es realmente valioso en la vida. Lo tienen todo: reconocimiento, éxito, posición social, pero cuando se enfrentan al silencio una gotita de amargura escondida va agrietando su corazón.

Cuando reducimos el propósito de la vida al bienestar material y ponemos por encima de lo esencial lo que es accidental; cuando rendimos culto al trabajo, a la economía, al bienestar o al estatus social, nos hemos alejado del valor de lo sencillo, de la amistad, de la persona. Hemos olvidado la importancia de las relaciones, de lo emocional y lo espiritual. Vivir un divorcio entre lo que uno es y lo que está haciendo es renunciar a la propia identidad, que tiene que ver más con lo que se es que con lo que se hace.

El estrés laboral y profesional, las exigencias del mercado, muchas veces nos alejan de nuestro núcleo. Quizás es más fácil hacer lo que los otros quieren que asumir la libertad de la autoexigencia, que implica estar muy despierto para descubrir el auténtico propósito de nuestra vida. Nos dejamos arrastrar por el miedo al qué dirán, vivimos una dualidad constante. A veces nos falta voluntad, energía para afrontar un proyecto personal que implica darlo todo. Esto requiere estar alerta para aprovechar todas las oportunidades que surgen. Cualquier propósito implica madurez en las relaciones humanas, empezando por los vínculos más cercanos: esposo, esposa, padres e hijos, familiares, amigos, compañeros de proyectos…

Para alcanzar lo que tu alma anhela, es decir, tu propósito, has de tener claras las varias dimensiones del ser humano: física, emocional y mental. Sin ellas no podremos alcanzar la plenitud como personas.

La tríada del equilibrio


Nuestro cuerpo es importante: no podemos olvidar el cuidado y la atención de nuestras necesidades biológicas. La salud física es un barómetro que nos indica cómo estamos viviendo y si nuestro estilo de vida es acorde con lo que somos y sentimos. Muchas enfermedades y trastornos tienen su origen en un desajuste emocional o espiritual que se somatiza en un problema físico.

La dimensión mental nos aporta la riqueza del raciocinio y nos ayuda a enfocar nuestros esfuerzos. Las facultades intelectuales son grandes instrumentos a la hora de hacer realidad nuestros sueños y proyectos.

La dimensión emocional nos enriquece con sentimientos, emociones y pasión. Junto con la inteligencia, nos abre a una visión más amplia y trascendente de la vida, y nos ayuda a discernir nuestra vocación, desde nuestras habilidades y capacidades volcadas al servicio de los demás.

La dimensión emocional, psicológica, es importantísima, porque afecta a todas las demás y en especial a nuestras relaciones humanas. No podemos proyectar nuestro futuro sin un equilibrio en las relaciones. La solidez de este equilibrio es fundamental, ya que nuestras carencias emocionales nos quitan lucidez, pueden dificultar nuestro conocimiento de la realidad y, por tanto, impedirnos alcanzar nuestras metas.

En definitiva, alcanzar el gran propósito de tu vida pasa por armonizar las emociones con la razón; la experiencia con las ideas y creencias; pasa por integrar la dimensión ética y trascendente en el día a día. Armonizar esta triple dimensión: cuerpo, mente y corazón, ayuda a objetivar los anhelos más profundos del alma.

Descubriendo tu vocación


Solo así estaremos avanzando hacia el futuro, viviendo la realidad cotidiana como una auténtica vocación de servicio. Cuando el corazón se abraza con la razón en el espíritu estamos viviendo centrados en el eje de nuestra existencia. Todo tendrá su medida y su verdadera dimensión.

El hombre siente un profundo vacío existencial cuando no descubre que está llamado a mirar más allá de sí mismo. El sentido último de su vida es amar y eso es lo que le hace ser reflejo del Ser.

Sin este propósito el hombre se pierde, se frustra por dentro, su identidad se diluye y pierde referencias y valores hasta disiparse en la nada, cayendo en lo absurdo de la existencia. Vegetará anímicamente.

Pero con propósito el hombre levanta el vuelo, trasciende, surca nuevos horizontes. El miedo no lo paraliza, al contrario: lo empuja hacia nuevas metas. Una paz inquebrantable marca su rumbo hacia la plenitud de su ser. A todo lo que hace le encuentra sentido, por pequeño que sea. Respira, mira al cielo, agradece. Ha renunciado a la competitividad. Los otros ya no son enemigos. Los otros son una escuela en el camino de la madurez y del crecimiento interior.


Cooperar, servir, amar: esto ha de guiar todo anhelo de búsqueda, todo deseo ardiente del alma. Cuando aprendamos a mirar más allá de nuestros propios límites y necesidades sabremos que estamos por el buen camino. Ni los errores ni las malas experiencias nos impedirán lucir con dignidad la corona de nuestra existencia. 

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