El frenesí de una sociedad volcada al rendimiento, a la
eficacia, a la productividad, nos impide detenernos para dar valor a los
pequeños acontecimientos que cada día suceden a nuestro alrededor. Convertimos
nuestra vida en un maratón y no saboreamos el valor de lo cotidiano. Como si
fuéramos a bordo de un tren de alta velocidad, los ojos no pueden captar el
instante y el cerebro no puede retener las imágenes del paisaje.
Las emociones estéticas surgen a partir de lo que entra por
nuestros ojos. Tenemos dos puertas que conectan el cerebro con la creación, a
fin que podamos admirarla y disfrutarla. Son la ventana del alma que nos
permite saborear el tejido multicolor que baña la naturaleza. Nuestros ojos nos
abren a la realidad. Ver es un regalo precioso: convierte las señales
eléctricas en una imagen, a través de un complejo proceso neuronal que nos
permite comunicarnos con el mundo exterior.
Pero los ojos, más allá del lenguaje verbal, también
comunican de adentro hacia afuera y expresan emociones y sentimientos. Nuestros
ojos no solo tienen la función de fotografiar la realidad; abren nuestro
interior hacia ella y solo podemos hacerlo si detenemos la mirada para
deleitarnos en aquello que estamos viendo.
Más allá de ver
Mirar va más allá de nuestras conexiones nerviosas. Una
mirada que goza con lo que ve está saboreando el gusto de la vida. La mirada
abre muchos horizontes, porque cuando se mira se capta otra textura más allá de
lo orgánico: una mirada profunda ve el reverso de la realidad.
No nos damos cuenta de la cantidad de detalles que se nos
escapan porque no tenemos el ojo acostumbrado a observar ni a contemplar.
De la misma manera que decimos que no es lo mismo oír que
escuchar, también podemos decir que no es lo mismo ver que mirar. Podríamos
comparar la visión global y superficial con la visión detallista y profunda: la
mirada del observador científico y la del ingenio creativo; la mirada penetrante
de un poeta, la de un pintor.
Un hermoso geranio en un balcón; unos amigos enfrascados en
una conversación; un escaparate con un atractivo diseño que invita a entrar;
dos patinadores que pasan rozándote… Son impactos visuales que percibes al ir
despacio. Si al ver y al oír sumamos esta mirada profunda, aprenderemos a dar
sentido y a saborear la vida.
Hay otras miradas, esas bellas miradas de complicidad que
acompañan gestos dulces, abrazos llenos de pasión, sonrisas y silencios que
dicen más que muchas palabras. Los ojos se llenan de emoción ante el susurro de
un enamorado, la fragilidad de un abuelo que habla con dificultad, el vigor de
un niño que corretea sin parar, la mirada de una pareja que se entrecruza… todo
esto ensancha el corazón.
Dejemos que nuestros ojos desplieguen todas sus
posibilidades. No seamos hipermétropes, viendo solo lo lejano y descuidando lo
próximo. Tampoco seamos miopes, perdiendo de vista el horizonte y dejando que
lo lejano se vuelva difuso. Nuestra potencialidad visual es inmensa. Nuestros
ojos están formados de tejido cerebral, el mismo que forma las neuronas. Y,
como afirman los neurocientíficos, el cerebro tiene una plasticidad enorme para
adaptarse a la realidad. Sabiendo esto, podemos hacer que esta realidad que
vemos quede enriquecida por una mirada más honda y consciente.
Cuando sabes mirar estás paladeando, gustando, asimilando la realidad. Y con tus ojos devuelves otro mensaje de respuesta. Mirar y que
te miren es establecer una comunicación que llega hasta el alma.
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