domingo, 13 de septiembre de 2015

Mirar desde el alma

El frenesí de una sociedad volcada al rendimiento, a la eficacia, a la productividad, nos impide detenernos para dar valor a los pequeños acontecimientos que cada día suceden a nuestro alrededor. Convertimos nuestra vida en un maratón y no saboreamos el valor de lo cotidiano. Como si fuéramos a bordo de un tren de alta velocidad, los ojos no pueden captar el instante y el cerebro no puede retener las imágenes del paisaje.

Las emociones estéticas surgen a partir de lo que entra por nuestros ojos. Tenemos dos puertas que conectan el cerebro con la creación, a fin que podamos admirarla y disfrutarla. Son la ventana del alma que nos permite saborear el tejido multicolor que baña la naturaleza. Nuestros ojos nos abren a la realidad. Ver es un regalo precioso: convierte las señales eléctricas en una imagen, a través de un complejo proceso neuronal que nos permite comunicarnos con el mundo exterior.

Pero los ojos, más allá del lenguaje verbal, también comunican de adentro hacia afuera y expresan emociones y sentimientos. Nuestros ojos no solo tienen la función de fotografiar la realidad; abren nuestro interior hacia ella y solo podemos hacerlo si detenemos la mirada para deleitarnos en aquello que estamos viendo.

Más allá de ver


Mirar va más allá de nuestras conexiones nerviosas. Una mirada que goza con lo que ve está saboreando el gusto de la vida. La mirada abre muchos horizontes, porque cuando se mira se capta otra textura más allá de lo orgánico: una mirada profunda ve el reverso de la realidad.

No nos damos cuenta de la cantidad de detalles que se nos escapan porque no tenemos el ojo acostumbrado a observar ni a contemplar.

De la misma manera que decimos que no es lo mismo oír que escuchar, también podemos decir que no es lo mismo ver que mirar. Podríamos comparar la visión global y superficial con la visión detallista y profunda: la mirada del observador científico y la del ingenio creativo; la mirada penetrante de un poeta, la de un pintor.

Un hermoso geranio en un balcón; unos amigos enfrascados en una conversación; un escaparate con un atractivo diseño que invita a entrar; dos patinadores que pasan rozándote… Son impactos visuales que percibes al ir despacio. Si al ver y al oír sumamos esta mirada profunda, aprenderemos a dar sentido y a saborear la vida.

Hay otras miradas, esas bellas miradas de complicidad que acompañan gestos dulces, abrazos llenos de pasión, sonrisas y silencios que dicen más que muchas palabras. Los ojos se llenan de emoción ante el susurro de un enamorado, la fragilidad de un abuelo que habla con dificultad, el vigor de un niño que corretea sin parar, la mirada de una pareja que se entrecruza… todo esto ensancha el corazón.

Dejemos que nuestros ojos desplieguen todas sus posibilidades. No seamos hipermétropes, viendo solo lo lejano y descuidando lo próximo. Tampoco seamos miopes, perdiendo de vista el horizonte y dejando que lo lejano se vuelva difuso. Nuestra potencialidad visual es inmensa. Nuestros ojos están formados de tejido cerebral, el mismo que forma las neuronas. Y, como afirman los neurocientíficos, el cerebro tiene una plasticidad enorme para adaptarse a la realidad. Sabiendo esto, podemos hacer que esta realidad que vemos quede enriquecida por una mirada más honda y consciente.

Cuando sabes mirar estás paladeando, gustando, asimilando la realidad. Y con tus ojos devuelves otro mensaje de respuesta. Mirar y que te miren es establecer una comunicación que llega hasta el alma.

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