El dolor, intrínseco en el hombre
Sobre el sufrimiento se han vertido muchas tintas y se han
impartido muchas reflexiones y conferencias. Aunque el hombre está concebido
para la felicidad, continuamente se topa con una realidad que también le es
intrínseca, no porque quiera, sino porque se encuentra con sus propias
contradicciones. La filosofía, la psicología y la ética son disciplinas que han
profundizado mucho sobre esta realidad humana. El dolor no deja a nadie
indiferente, sobre todo cuando se sufre en el propio cuerpo.
Pero quisiera, también, lanzar otro enfoque sobre el
sufrimiento: cuando la realidad del dolor sobrepasa lo físico y alcanza el
nivel emocional y espiritual.
El dolor del alma
Cuando estamos sufriendo la agresión biológica que supone una operación quirúrgica, especialmente si es por un motivo grave, toda nuestra persona se rasga, física, sicológica y emocionalmente. El sentimiento de indefensión genera inseguridad y un miedo terrible a lo que pueda ocurrir, pues no hay cirugía exenta de riesgos. Cuando la vida está en juego y se percibe frialdad en el entorno hospitalario el sistema inmune baja sus defensas. Este dolor, por muy físico que sea, es profundo y llega hasta el alma.
Después de la intervención, las molestias postoperatorias
causan sufrimiento a los pacientes. La agresión física deja sus huellas en el
cuerpo y se necesita tiempo para ir asumiendo las secuelas, poco a poco. Estar entubado,
no poder cambiar de posición en la cama, la alimentación intravenosa, la
limitación de movimientos, las agujas, las dificultades a la hora de orinar o
hacer las necesidades fisiológicas… Vivir esto en tu propia persona te hace sentirte
expuesto y muy frágil.
La pérdida de un ser querido provoca un dolor no menos
intenso, porque se rompe un vínculo vital que va más allá de lo físico. A veces
la pérdida es tan dolorosa que el cuerpo la somatiza como una terrible agresión.
Los neurotransmisores del cerebro se activan como lo harían ante un golpe físico
y se segrega cortisol, la hormona del miedo y la alarma. Esto puede llegar a
producir enfermedades graves, que merman seriamente la vida del que sufre.
También una ruptura emocional es dolorosa. Se rompe un vínculo
en vivo, generando un profundo desasosiego en el corazón. Este es un órgano
expuesto a mucho sufrimiento. Cuando los vínculos se agrietan literalmente el
corazón se puede romper o partir. Estos días he hablado con varias personas que
pasan por situaciones de ruptura matrimonial y verdaderamente he percibido en
sus ojos una profunda tristeza. Su tono vital es bajo, sollozan con frecuencia
y llegan a dudar de sus valores y a perder el sentido de la vida.
Una riada de gente se enfrenta a la vida con el corazón
roto, intentando canalizar sus emociones con un sentimiento de indigencia terrible.
La tormenta interior puede llegar a enloquecer y, si no se actúa a tiempo,
puede causar graves secuelas sicológicas y somáticas o convertirse en un volcán
incontrolado.
Otro sufrimiento es el causado por una injusticia laboral,
profesional o por una situación de estrechez económica.
Un sufrimiento restaurador
Todas estas formas de dolor tienen que ver, y mucho, con el propósito de la vida. El sufrimiento nos envía la señal de que algo hemos de cambiar: en nuestros hábitos, nuestras creencias y emociones. Cuando encaramos el sufrimiento podemos convertirlo en un aprendizaje para crecer más como personas, haciéndonos salir de nuestra mediocridad y afrontando nuestra realidad.
El dolor puede ayudarnos a replantear, sin miedo, dónde
estamos, qué hacemos y a dónde queremos llegar. Es verdad que a menudo nos da pánico
ahondar en nuestra realidad existencial, porque nos da vértigo darnos cuenta de
que quizás estamos viviendo una mentira, de que la vida que llevamos puede ser
falsa y nos dejamos arrastrar por temor a saber quiénes somos.
Para replantearlo todo y cambiar de raíz nuestra vida hemos
de emprender una lucha con nuestros propios fantasmas. El miedo se apodera de nosotros
y preferimos vivir anestesiados para no sentir el dolor de parto de nuestra
renovación interior. Así nos arrastramos hacia un abismo que nos aleja más de
la realidad, de la verdad, de la autenticidad de nuestro ser humano. El dolor
del alma no es menos profundo que el físico. Morir a la mentira, a las
apariencias, cuesta sangre porque nuestras creencias se convierten en
adicciones tan profundas que las hemos impreso en nuestro ADN. Tenemos tan
adentro estas actitudes que necesitamos dar un giro interior de gran calado.
Primero hemos de reconocer que necesitamos enfrentarnos a la
verdad. Después hay que cortar esas adherencias emocionales que nos impiden ser
nosotros mismos. Finalmente, necesitamos ser humildes y pedir ayuda, porque quizás
solos no podremos salir. A veces el dolor es tan fuerte que huimos hacia
adelante para evitar el encuentro con nosotros mismos. ¡Cuántos zombis
existenciales deambulan a nuestro alrededor, viviendo como personajes ficticios
y jugando a ser lo que no son!
El sufrimiento físico, moral y sicológico a veces es
necesario para dar un gran salto hacia la libertad, hacia nuestro yo más
profundo. Cuánta gente va perdida sin rumbo, sin norte. El sufrimiento es una
situación límite que nos da la oportunidad de empezar de nuevo. Algunos sicólogos
hablan de la necesidad de pasar por el dolor para madurar, crecer, saltar y
volver a empezar. Entonces es cuando hay que replantearlo todo: desde lo que
comemos, lo que sentimos, lo que hacemos, nuestros hábitos cotidianos… incluso
el mismo propósito vital. Lanzarse desde la cima del propio orgullo da vértigo,
pero ¡nos sorprendería saber lo que somos capaces de hacer!
La grandeza del ser humano es que tiene una capacidad
milagrosa para rehacerse y convertirse en un auténtico héroe de su historia. Tocar
fondo a veces es la única manera de trascender. Es la gran oportunidad para
abrazar nuestra fragilidad existencial y transformarla en fortaleza. El misterio
del dolor se hace necesario para entenderse a uno mismo y entender la condición
humana.
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