Hoy decimos que el tiempo es un valor en alza. ¡Hay tantas
cosas que hacer! Siempre nos falta tiempo. Corremos y nos apresuramos y nunca
llegamos a hacer lo que queríamos hacer. Hoy el tiempo es más valorado que
nunca, pero siempre se nos escapa y nos angustiamos.
Llenamos nuestras agendas de actividades y compromisos. Para
todo necesitamos tiempo. ¿Es el tiempo una prisión? ¿Es el eje que mueve
nuestra vida? ¿Es otro producto de consumo, siempre escaso? Las agujas del reloj
marcan sin piedad el paso del tiempo. Abrumados, se nos cae encima y tenemos la
sensación de que nunca es suficiente.
Hasta que aparece el estrés y el frenesí marca la velocidad
con que nos movemos, acompañado de una terrible sensación de agotamiento. Entonces
te das cuenta de que pivoteas de un sitio a otro sin saber muy bien qué haces y
por qué.
Pero ¿qué es el tiempo? ¿Es una mera sucesión de franjas
horarias o es algo que te impone la realización de unos compromisos? El tiempo
tiene que ver con lo que haces, con lo que eres, con lo que sientes, con lo que
piensas. Es decir, con el sistema de valores en el que crees. El tiempo tiene
que ver, también, con tu visión trascendente de la vida.
El tiempo como bien de consumo
Hoy el tiempo está muy enfocado a nuestra productividad en
el trabajo. Cuanto mayor rendimiento y eficacia, mayor éxito en todo aquello
que hago. Por tanto, el tiempo está totalmente vinculado a sólo hacer, como si el no hacer nada le
quitara valor al tiempo. La era de la productividad y el trabajo controlado por
el reloj han hecho que el tiempo nos esclavice. Más allá del hacer nada tiene
sentido.
La adicción al trabajo, la hiperactividad y el querer llegar
a todo vienen de una mala concepción del tiempo. El tiempo concebido como rentabilidad
está matando el ser y lentamente va fragmentando la persona. Esta misma
concepción del trabajo nos lleva a apurar el tiempo hasta agotarnos y caer
enfermos.
Pero estamos tan esclavizados a este concepto del trabajo que
no podemos liberarnos y se convierte en otra adicción. Constantemente necesitamos
consumir y hacer cosas.
Una revolución del tiempo
Necesitamos una revolución del tiempo y del trabajo, de
manera que estos no conlleven la fragmentación de nuestro ser. El tiempo sin
libertad es esclavitud: somos manejados por una sociedad de consumo que
constantemente nos está usurpando este valor hasta dejarnos caer extenuados. La
gran revolución del tiempo pasa por desvincularnos de la esclavitud del hacer
por hacer.
Sólo la libertad nos dará el valor y la dimensión que tiene
el tiempo, no como elemento de productividad, sino como un espacio que nos
ayuda a centrar nuestra vida. Un tiempo que no apunte a encauzar nuestros
valores significa apartarnos de la esencia de nuestro ser.
¡Cuánto tiempo se gasta en cosas que no nos gustan, o que
tenemos que hacer porque toca, o que nos vemos obligados a hacer! Y, sin
embargo, dejamos de hacer cosas que están totalmente vinculadas a nuestra
esencia. Poco a poco vamos sintiendo que el alma se desvanece, porque estamos
renunciando a nuestra propia identidad y sentimos que algo en nosotros está
muriendo lentamente. Cuánto tiempo pasamos perdidos en cosas totalmente
absurdas que nos arrebatan la alegría y la paz. Y cuántas cosas buenas dejamos
de hacer que nos ayudarían a ser más lo que somos. No por hacer más seremos
mejores ni más eficaces.
Señores del tiempo
Cuando hacer más te desintegra estás perdiendo el auténtico
valor de la vida. Que no tiene que ver tanto con lo que haces como con lo que
eres. Hoy se hacen demasiadas cosas y uno se pregunta: ¿realmente tiene
sentido? Y más cuando la hiperactividad llega a enfermarnos. Hacer menos es
hacer más de otra manera… Es dedicar más tiempo a descubrir nuestra auténtica
vocación en la vida. Tener tiempo para lo esencial. Escuchar. Rezar. Crecer interiormente
para acoger, amar, escribir el relato de nuestra vida.
Vivir obsesionados con el hacer nos hace esclavos del poseer
y del aparentar. Nos perdemos. Vivir volcados al amar da prioridad al ser, al
dar, al entregarse… Y entonces nos encontramos.
Hacer puede ser una huida: con el hacer uno se entretiene,
se reafirma y huye de su propia realidad. Amar es dejar de tener posesivamente
para darse al otro. Con el amar uno se despierta, se abre y centra su vida.
El hacer va aprisa, pide tiempo y lo engulle. El amar
necesita ir despacio; quien ama detiene el tiempo y lo alarga.
El hacer llama la atención, hace ruido. El amar es
silencioso, discreto, escondido. Pero «si no amo, nada soy».
El activismo mata el amor
La muerte nos da un baño de realismo: ante la muerte
relativizamos todo y nos damos cuenta de que quizás hemos hecho demasiado y
hemos amado poco, cuando el amor es lo único que da sentido a la existencia.
Ante la muerte todo se desvanece, incluso la gloria y la
fama. Pero el amor permanece, aunque no quede escrito. Necesitamos hacer menos
y amar más. Hemos de tener tiempo para dos cosas: amar y ser uno mismo. Basta con
esto. Cuando uno hace desde el amor, ya no eres tú, sino Dios quien hace en ti.
Cuando hacemos algo en comunión íntima con Dios, lo que hacemos ya no quitará
tiempo al amor: será amor, y dará frutos de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario