sábado, 15 de octubre de 2016

El consumo, un opio

Vivimos en un frenesí de consumo. La adicción a comprar se da en los jóvenes, en los adultos, en las familias, hasta en los niños. Cada vez es mayor y crece a pasos agigantados, pudiendo ser una preocupación muy grave para el futuro de la sociedad.

Una cultura que cada vez es más adicta a este nuevo opio, el consumo desenfrenado, genera una sociedad que se parte en dos. Tiene como objeto desconectar al ser humano de su realidad más intrínseca, la búsqueda de la verdad. La persona desconectada huye de la realidad, porque se le hace insoportable, y se lanza a llenarse de cualquier cosa que le pueda satisfacer de manera provisional su hambre de plenitud.

La adicción rompe a la persona


La adicción al consumo fragmenta a la persona. La empuja a un ocio que emborracha la psique, la aturde y le quita lucidez. El consumo abusivo nos está haciendo esclavos incluso de aquello que no necesitamos: juegos, realidades virtuales, pasatiempos que, al final, nos dejan vacíos. El alcohol, la música estridente, el sexo sin vínculos, las drogas, los últimos avances tecnológicos… todo esto crea dependencias y enferma las relaciones humanas.

La persona sola, fragmentada y desorientada es pasto del sistema de consumo. Comprar, consumir y gastar se convierten en paliativos a su soledad. Al consumismo le interesa fomentar el individualismo y que haya muchas personas solas, aisladas, sin formar lazos sólidos con nadie. Le interesa que se fomente el culto al yo. Pero esta cultura narcisista lleva a profundas grietas existenciales: el hombre pierde el sentido de la vida. Prefiere consumir placer y bienestar. Su adicción incontrolada le ha ido anestesiando y le hace perder su identidad, hasta llegar a un vacío angustioso que lo aleja de sí mismo y de los demás. Todas las relaciones que establece acaban basadas en un mercadeo emocional, sin vínculos ni compromisos. Todo vale, aún a riesgo de caer en manipulaciones sutiles que van corroyendo la esencia de su ser. Ejércitos de personas se encuentran así, enganchadas a sus dispositivos móviles, a relaciones enfermizas, al sexo virtual o al ocio sin límites, incluso a la perversión. Y lo peor: quedan enganchadas a sí mismas pero incapaces de controlar su propia vida. Sometidas a las leyes del consumo, buscan quizás un paraíso perdido. Es triste constatar cómo los adolescentes son víctima de este modelo de sociedad. Devorados por una política mercantilista, son teledirigidos por la publicidad, la tecnología y las leyes del mercado. Asusta pensar que se puedan convertir en adultos incapaces de ordenar su tiempo y de plantearse el propósito de su vida. Sobre todo, espanta que sean incapaces de amar. Porque una persona que no ama ¿qué hará?

¿Qué será de estos niños y adolescentes, convertidos en fichas de juego en el gran tablero de la sociedad de consumo? ¿Quiénes serán sus referentes si están manipulados como muñecos, hasta llegar a perder la consciencia de su propio yo? Están en una etapa de su vida en la que deberían aprender a ser libres y, en cambio, prefieren la dulce esclavitud que les produce un bienestar momentáneo y artificial.

Las consecuencias de esta cultura son devastadoras: matrimonios rotos, relaciones efímeras, adolescentes perdidos y sin rumbo, niños sin referencias familiares y educativas, situaciones de violencia, separaciones traumáticas, inestabilidad emocional, soledad profunda, pérdida de la identidad, incapacidad para decidir y forjar relaciones sólidas, incapacidad para trazarse metas y para saber qué quieres… Miedo al futuro, inseguridad en el presente. Miles de jóvenes se convierten en carne de cañón para aquellos que tienen la capacidad de manipular las masas, utilizando mensajes talismán como “sé libre”, “sé tú mismo”, “disfruta”, “tu mente es poderosa”, “vive la vida al límite”, “sueña lo que quieras y lo serás”. Todo esto lleva a una idolatría de uno mismo, pero en realidad se están convirtiendo en cadáveres vivientes. Sus vidas están llenas de oscuridad y sus almas agonizan en un cementerio existencial.

Recuperar la dignidad


Yo espero que el ser humano recupere la dignidad perdida. Necesitamos personas que decidan ir a contracorriente, con una gran capacidad de interiorizar, que tengan claro su propósito vital y que encuentren un rato diario para la meditación y el silencio. Personas valientes que no se dejen engañar con tantas idolatrías falsas, que sean moderadas en su consumo, libres y responsables. Que renuncien al poder, aunque se queden sin cargos, títulos o reconocimientos. Que sean humildes, dialogantes y comprometidas con los demás. Necesitamos personas felices con aquello que hacen, sin miedo a nadie. Que sepan generar vínculos y respeten a los demás, incluso a sus adversarios. Personas que tengan muy claro su propósito vital y que vivan coherentemente con lo que creen. Personas que sepan asumir riesgos y aceptar sus errores. Personas amables, que valoren el silencio y la discreción, y a la vez que amen vitalmente la vida, los amigos, los suyos. Personas creativas que saquen lo mejor de sí mismas, incluso de las mayores dificultades.

Este es el modelo que necesita una sociedad que se desliza hacia el abismo. Sólo estos hombres y mujeres podrán cambiar el mundo. Son los héroes que viven su vida cotidiana con gran pasión. Son aquellos que saben que dentro tienen algo muy grande que va más allá de ellos mismos, una realidad que los trasciende: Dios es el motor y el aliado que les ayudará a cambiar de rumbo la historia. 

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