A partir de mi
experiencia, sufriendo un problema visual similar a la degeneración macular, he
hecho esta reflexión sobre la capacidad que tenemos las personas de
distorsionar nuestra visión de la realidad.
Hay patologías oculares que deforman la visión. Sobre todo
la degeneración macular húmeda, que por las fugas de líquido o hemorragias
internas en la retina provoca que la persona vea los objetos deformados y las
líneas rectas se vean torcidas u onduladas.
Nuestros ojos están en contacto con la realidad para disfrutar
de la belleza que nos rodea. La luz penetra en la retina y su claridad se traduce
en una fiesta de colores e imágenes. Ver te hace sentirte vivo. Los ojos son
realmente ventanas abiertas al mundo, a la vida, a los demás. Los ojos sanos también
te ayudan a tener una vida contemplativa, porque con ellos admiras la hermosura
de la creación, puedes mirar con dulzura al otro y aceptar la realidad como un
don.
Una pequeña apertura, del tamaño de una cabeza de alfiler,
se ocupa de filmar todo cuanto vemos y nos permite saborear la visión del
mundo. Es un auténtico milagro cómo algo tan diminuto puede alcanzar a ver
hasta las estrellas lejanas del cielo. Pequeñas neuronas nos proporcionan una
gran visión. Precisamente por la fragilidad de estas células hay un riesgo de
deterioro que puede comprometer seriamente el precioso sentido de la
vista.
Cuando se sufre degeneración macular, todo lo armónico y lo
bello se afea. Perder la visión y ver el mundo deformado causa sufrimiento e
inseguridad. La tristeza al no poder ver bien es muy profunda, similar al duelo
por una pérdida. Quien sufre de estas patologías no deja de recordar y añorar
cómo se ve el mundo cuando el sistema ocular está sano y pueden percibirse las
formas con su natural belleza y armonía.
Distorsión del alma
Pero si hacemos un paralelo con el plano espiritual de la
persona, hay una patología aún peor. Es la que nos hace ver la realidad
deformada, no por un problema ocular, sino por un mecanismo de la psique que
nos impide aceptar las cosas tal como son.
Hay una degeneración espiritual que distorsiona nuestra
visión del mundo y de las personas. Es entonces cuando vemos en el otro a un
enemigo o a un extraño del que debemos desconfiar. Es cuando sólo apreciamos lo
negativo, o incluso vemos mala intención o maldad imaginarias que no son tales
en las personas. Es cuando vemos el mundo con tintes simplistas: o demasiado
rosa, cayendo en un buenismo ideal, o demasiado negro, cayendo en
catastrofismos pesimistas.
Hay muchos factores que deforman nuestra visión del alma.
Tenemos las ideologías que nos
modelan la mente y nos hacen intolerantes con los que piensan distinto a
nosotros. El miedo agranda y exagera
los problemas, y nos hace crear monstruos y amenazas inexistentes. La arrogancia nos hace ver todo en función
de nuestros intereses. La apatía es
como una niebla, que difumina las formas y los contornos, haciéndonos perder el
contacto con la realidad. El egocentrismo
es especialmente deformante, pues lo vemos todo a través de la lupa de nuestro
ego. Todo lo que nos afecta se hace enorme, y lo que no nos interesa se hace
pequeño o desaparece de nuestro campo visual. La depresión nos hace ver todo de un color triste y gris, sin
esperanza, sin luz.
Cómo sanar y recobrar la lucidez
¿Cómo recuperar una visión clara de la realidad? Muchos
diréis: bueno, es que cada persona tiene su visión, no hay dos maneras iguales
de ver las cosas. Es cierto, pero también es verdad que la realidad está ahí y
hay hechos objetivos que no podemos negar. De cómo los veamos dependerá nuestra
actitud vital, nuestra reacción y también nuestras relaciones con los demás.
Cuando hay degeneración macular, el paciente tiene que
descansar y no forzar la vista. Yo diría que para las distorsiones de la visión
del alma también necesitamos reposo. El descanso espiritual es necesario, y es
ese tiempo de silencio, de oración y de confianza en Dios que todos necesitamos
a diario. El silencio y la contemplación aclaran la visión. En brazos de Dios,
acurrucados en su presencia silenciosa, podemos contemplar la realidad desde
una atalaya que nos permitirá captar mejor el panorama, con perspectiva, con
paz. Podremos ver nuestra vida en su conjunto y comprender mejor el sentido de
las cosas.
Otro remedio para mejorar la retina son las inyecciones con
ciertos fármacos que inhiben el crecimiento de vasos sanguíneos. Trasladando la
imagen a la vida interior, podríamos decir que también necesitamos inyecciones
de una medicina que nos ayude a limpiar la visión del alma. ¿Cuál es esta
medicina? De la misma manera que una inyección te la tiene que poner un médico,
este remedio no viene de ti mismo: lo necesitas recibir de los demás. Un amigo,
un consejero, tu cónyuge, un sacerdote… Alguien que te quiera y se preocupe por
ti puede ayudarte en los momentos de duda, dolor u ofuscación. No te cierres en
ti mismo. No te aísles ni creas que tu visión es la única y la correcta. Los
demás, aquellos que te quieren, son tu mejor medicina. Habla, comenta, pide
consejo… y sobre todo escucha. Abrirse a los demás puede aclarar tu visión.
Finalmente, para ayudar a regenerar tu retina es importantísima
la alimentación. Tomar frutas y verduras frescas, llenas de antioxidantes y
nutrientes, renueva los tejidos y ayuda a la curación. ¿Cuál es nuestro
alimento en el plano espiritual? La oración es importante. La compañía de los
demás también. Hay otra fuerza poderosa que otorga vista clara: amar a los
demás. La clarividencia del amor nos ayuda a ver las cosas en su proporción
justa.
Los cristianos, además, tenemos un don inagotable: el mismo
Cristo. Dios hecho pan se nos da como alimento curativo que puede sanarnos y
devolvernos no sólo las fuerzas y el ánimo, sino una percepción lúcida de la
realidad. Recordemos los dones del Espíritu Santo, esos regalos que Dios otorga
con los sacramentos y la oración. Sabiduría, ciencia, inteligencia… son medicina
para los ojos del alma que podemos obtener si los sabemos recibir con
sinceridad y fe.
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