domingo, 11 de diciembre de 2016

Morir gritando

La escena era abrumadora. Acostado en la cama del hospital, gritaba con todas sus fuerzas: ¡No quiero morir! La sombra de la muerte le acechaba. Cuanto más se acercaba, su voz desesperada se hacía más fuerte. Los médicos y las enfermeras, desconcertados, intentaban calmarlo, pero cada vez se movía con mayor brusquedad, como si quisiera escapar del mazazo inevitable de la muerte. Cuanto más lo sujetaban, más gritaba y se revolvía: ¡No quiero morir!, repetía insistentemente, sudando y jadeando. Quizás su resistencia acabó de minar sus fuerzas y aceleró el final. Minutos más tarde, moría en una batalla que sólo podía tener un vencedor. Con el rostro desencajado, sin vida, quedó inerte en su lecho, envuelto en el silencio de la derrota.

Pero ¿por qué nos resistimos a la muerte? ¿Por qué tanto sufrimiento? La muerte ha de ser ese amigo invisible con el que tenemos que irnos familiarizando, porque ya al nacer todos tenemos ese «botón de desconexión». En el momento que empezamos a respirar, se inicia la cuenta atrás.

No sabemos cómo viviremos la muerte cuando nos llegue. Pero sí podemos irla situando en nuestra vida. La muerte no es la enemiga sin rostro, es la consecuencia natural de nuestra realidad biológica, a veces acelerada por alguna enfermedad o accidente. Otras veces, viene tras una larga patología que ha ido creciendo silenciosamente en nuestro organismo. La muerte está codificada en nuestros genes. La energía se nos va agotando en un proceso natural hasta que nos abandona del todo.

Yo entiendo que los lazos que se crean entre las personas que se aman son muy fuertes, y es muy doloroso sufrir una pérdida. El sentimiento de vacío después de una existencia llena del amor y la presencia del otro es inmenso. Desde el punto de vista emocional y psicológico la tristeza y el desgarro tienen explicación. El duelo tras la muerte de un ser querido, la necesidad de llorar y estar solo, es absolutamente comprensible y necesario, durante un tiempo. Pero otra cosa es negar la muerte y vivirla como un arrebatamiento injusto de la persona amada.

Cómo aceptar la muerte


Esto debe hablarse entre las parejas, no solo cuando ambos cónyuges son ancianos, sino ya de jóvenes y adultos. En cualquier tipo de relación humana hay que asumir, serenamente, que la muerte llegará un día. Y cuando se acerque, podemos prepararnos para la separación. Hemos de vivir las relaciones humanas desde este realismo existencial: vivir plenamente la existencia y asumir serenamente la ausencia, que no es total ni definitiva, porque el difunto siempre estará en nuestro recuerdo hasta el momento en que volvamos a unirnos con él, iniciando una nueva relación en la que ambos estaremos presentes, para siempre.

¿De qué depende tener esta visión serena de la muerte? De cómo se vive la realidad, aceptándola tal como es, y de cómo se vive la vida. Podemos engancharnos frenéticamente a ella, como una posesión que nos pueden quitar, o podemos vivirla como un regalo que se nos da cada día. Podemos entender la vida desde una perspectiva religiosa o desde una postura puramente material.  

Se nos enseña que hay que «vivir a tope» y los valores de nuestra cultura nos quieren hacer sentir inmortales, como si olvidando la muerte pudiéramos eliminarla. Pocas veces pensamos en la caducidad de nuestra vida. Las películas, la publicidad, la moda, la sociedad del ocio, incluso el mundo de la cultura, ciertas filosofías y espiritualidades, el progreso tecnológico, todo empuja hacia esta búsqueda de la eterna juventud. Movimientos como el transhumanismo pretenden alargar la vida indefinidamente, con medios científicos y médicos. La resistencia enfermiza a envejecer, el consumismo y la opulencia de la comida nos hacen olvidar que somos mortales. Nos alejan de nuestra realidad biológica, emocional y psíquica. Y cuando vemos que la muerte nos acecha, temblamos y enloquecemos. Nos resistimos y gritamos. ¡Habíamos olvidado que tenemos incorporado en nuestro cuerpo el botoncito de la desconexión! Nos aferramos desesperadamente a la vida que se nos escapa, intentando alargar nuestros días, y lo que conseguimos es acortarlos, porque agotamos la poca energía que nos queda.

Es verdad que no es fácil mirar la muerte cara a cara. Pero si vamos hablando de ella, si la vamos conociendo desde una perspectiva trascendente, dejará de ser la temible enemiga. Con el tiempo acabará convirtiéndose en esa «hermana muerte» que, llegado el momento, te cogerá suavemente de la mano para ayudarte a dar un salto cuántico. Pasarás de la vida mortal a la vida eterna, donde la historia tiene su segunda parte, con todos aquellos que has amado y en presencia de Aquel que ha hecho realidad tu hermosa vida y la de los tuyos. El Creador, Dios, vuelve a recuperarte dándote una nueva naturaleza, donde los límites quedarán superados para que nunca jamás vuelvas a morir. Vivirás entonces la vida de Dios, el que te soñó, el que te creó.

Tras la muerte se cumple la intención amorosa de Dios cuando te pensó, que es hacerte eterno en su presencia. Vivida así, la muerte no es una tragedia, es un baile que te desliza hacia un nuevo jardín, el cielo. Así hemos de verla. No es un final, sino el paso hacia un nuevo encuentro, una efusión de abrazos, el inicio de una vida que no se agota, porque hemos soltado las amarras que nos impedían liberarnos para dar el gran salto a la plenitud.

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