Murió el día 2 de diciembre a las doce y media de la noche.
Murió rezando. Esta forma de morir sólo se entiende cuando Cristo se convierte
en el centro de tu vida.
Isidro cultivó su vocación de santificación en el mundo como
un crecimiento constante en la fe. Devoto de la Virgen María como corredentora
al lado de su Hijo, la Iglesia para él era una familia concreta: la comunidad
de su parroquia, donde vivía y practicaba su fe y los sacramentos con profunda
sencillez. Ha dejado huella en el corazón de muchos. Si tuviera que definir su
espiritualidad diría que profesaba un amor inmenso a Cristo sacramentado. Su
presencia real en la eucaristía lo envolvía de tal manera que se podía percibir
su total sintonía y comunión con él.
Isidro tenía una enorme facilidad para ponerse en onda con
el misterio lleno de amor expuesto en la custodia. Maestro adorador, no sólo
asistía, sino que participaba intensamente en la adoración, cruzando su mirada
con la de Cristo, sintiendo en su paladar el sabor divino de su presencia.
Hombre de profunda piedad, la entendía no sólo como participación en un rito
sagrado, sino como un servicio de caridad donde resplandece el brillo de un
amor incondicional, como decía san Francisco de Sales.
Isidro sabía vivir su vida litúrgica en comunidad. Celebraba
los tiempos fuertes del año con especial fervor: Adviento, la gozosa espera del
nacimiento de Jesús; Semana Santa, en la que se sumaba a las procesiones y al
Vía Crucis. Vivía estas fechas con unción y una disposición espiritual que le
permitían entrar de lleno en el misterio del dolor y la muerte de Jesús.
Recuerdo que en los últimos años pedía insistentemente llevar la cruz a lo
largo de las estaciones del Vía Crucis. Las fuerzas ya le flaqueaban, pero me
explicaba que, siendo joven, cuarenta años atrás, había sido uno de los
portadores de una gran imagen de Cristo crucificado. Fuerte físicamente y
fuerte en la fe, lo abrazaba con vigor, con la misma unción y respeto de un
auténtico cireneo, como si quisiera no sólo aligerar el sufrimiento, sino
cargar con todo el peso de la cruz para hacer más llevadero el camino de Cristo
hacia el Gólgota.
Ya con noventa años, su cuerpo débil se aferraba a la cruz,
como buscando sostenerse en ella. Cuando otros querían relevarlo, él la
sujetaba con fuerza, mostrando una serenidad y una resistencia increíble.
Necesitaba sintonizar, entrar de lleno, participar del sufrimiento de Cristo.
Era hermoso verlo agarrado al palo de la cruz, como un mástil en el velero de
su fe. Desde su sencillez, fue testimonio de una fe vivida hasta las últimas
consecuencias. Su coherencia cristiana interpelaba al resto de los adoradores.
Esta mañana, en sábado, un día mariano, se ha celebrado su
funeral en medio de su querida comunidad parroquial de San Félix. La eucaristía
ha sido celebrada con cuatro sacerdotes, a quienes él tanto apreciaba y por
quienes rezaba. Estaba en el ataúd, pero lo he sentido más vivo que nunca. Pasó
a la vida de Dios rezando: este es el mejor regalo que ha hecho a la comunidad.
Desde el silencio más hondo he sentido en mi corazón que Isidro sigue brillando
de otra manera, no como las estrellas del firmamento, sino como esos santos que
iluminan la vida de la Iglesia militante que se prepara para participar, con la
Iglesia triunfante, en la gran fiesta del cielo.
Hoy tenemos un gran intercesor en el cielo. Ante el trono
celestial le he pedido a Isidro, en mis oraciones, que me ayude a hacer posible
mi proyecto pastoral en la parroquia. Le he pedido que me ayude a convertir una
fe de culto en una comunidad viva, que celebra y vive el amor de Dios, una comunidad
que no se quede en el ritual, sino que se adhiera al misterio de Cristo en la
Iglesia. Como dice el Concilio Vaticano II, esto supone una conversión y un
compromiso.
Muchos participan de los sacramentos como parte de una
rutina; Isidro los vivía como encuentros con Cristo vivo. La gracia derramada sobre
él era como rocío en los amaneceres de su existencia. En su corazón siempre
hubo la esperanza y el deseo de renacer como hombre nuevo que sabe vivir en
Cristo, por Cristo y con Cristo.
Con emoción contenida, he querido abrazar el féretro donde
yacían sus restos. Hoy despedimos a un laico cristiano, esposo y padre de
familia, que nos ha dejado un gran legado espiritual: la vivencia de Cristo
como centro y eje de toda su vida.
He tenido la inmensa suerte de conocerle. Fue en el pasado mes de octubre. Realmente sólo le he visto y rezado el Santo Rosario con él en la "Parroquia de la Mare de Déu del Roser" no más allá de 2 semanas, pero puedo decir con toda certeza que por mi vida ha pasado un ángel.
ResponderEliminarNunca podré olvidarle.