El estrés mental, una pandemia
El fenómeno del estrés mental es cada vez más acuciante.
Terapeutas y psicólogos ven cómo acuden a sus consultas pacientes aquejados por
este problema que está llegando a considerarse una pandemia social. ¿Es
realmente una patología? ¿Dónde se sostiene? ¿Cómo se genera y qué soluciones
hay?
La verdad es que esta situación es preocupante, porque
somete a la persona que la padece a un largo viacrucis lleno de sufrimiento,
empujándola a situaciones límite y generándole enfermedades que pueden poner en
riesgo su vida y, en casos extremos, la pueden llevar a la muerte.
Podríamos definir el estrés mental como la incapacidad de la
persona de controlar su mente. Cada vez más, en los entornos laborales,
encontramos personas que no pueden desconectar del trabajo y relajarse. Poco a
poco se van distanciando de sí mismas, de su propia realidad social y
emocional, olvidando incluso su propio cuerpo. Cuántas veces asistimos a
conferencias de grandes eruditos con una cabeza brillante y bien amueblada,
aparentemente, pero más tarde nos enteramos de que sufren graves problemas
cardiovasculares, hipertensión, trastornos digestivos, colesterol o azúcar en
sangre… o peor aún, un mal carácter capaz de amargar su existencia y la de las
personas que los rodean. Cuando salen de su entorno académico o de su zona de
confort, parecen otros.
Estas personas han cuidado mucho de su intelecto, necesario
para su crecimiento profesional, pero han olvidado armonizar la mente con el
cuerpo. He tenido grandes profesores, genios intelectuales con un brillo
especial, que exponían sus tesis con pasión, investigaban e impartían clases
haciendo alarde de una inteligencia prodigiosa. Los alumnos quedábamos
deslumbrados y entusiasmados por su elocuencia y vibrábamos ante su cúmulo de
conocimientos, que nos ofrecían un auténtico viaje por el saber. Años más
tarde, me he enterado que a uno le dio un infarto, a otro un ictus, a otro se
le manifestó un cáncer o una demencia senil… La enfermedad y los problemas
neurológicos los han retirado de su brillante escenario y viven sus últimos
años postrados en la depresión.
La tiranía de la mente
¿Qué ha ocurrido con estas mentes extraordinarias? A ellos,
como a muchos otros, les ha ocurrido que la presión educativa los ha hecho ser
quienes son. Ante la familia, los amigos, el entorno y la sociedad, tenían que
ser alguien, saber mucho y hacerse un
hueco en el mundo intelectual y académico. Temían la mediocridad intelectual.
Lucharon y sacrificaron mucho tiempo y recursos para llegar donde llegaron. No
querían quedarse al margen ni defraudar a los familiares que habían puesto
expectativas muy altas en ellos. Llevaron al límite su autoexigencia,
disparando un mecanismo de hiperactividad mental. El deseo de agradar y llegar
más lejos los espoleaba.
Pero cuando esta carrera no tiene límites, uno llega a
olvidarse de sí mismo y, lentamente, sin que se dé cuenta, empieza a perder su
propia identidad. Será lo que otros quieran que sea y hará lo que los otros
quieren que haga. Ha empezado su caída hacia el abismo. Y habrá acostumbrado
tanto a la mente a trabajar sin detenerse que se convertirá en un tren sin
freno.
Quieres y no puedes. Tu mente se convierte en la gran tirana
de tu vida. En los medios de comunicación, este verano, los periodistas
comentaban que cada vez es más alto el número de personas que no pueden
desconectar de su trabajo. La gente no puede alejarse mentalmente de su entorno
laboral y profesional. El estrés se da en ámbitos muy diferentes y en cada uno
de ellos se manifiesta de forma distinta. También se da en el mundo religioso y
político.
Sus causas son diversas: puede tener su origen en motivos
sociales, educativos, familiares o intelectuales. ¿Dónde encontrar respuestas?
Patrones impuestos
En el ámbito familiar, es importante aceptar al niño tal
como es, y estimularlo a ser lo que él quiera. Una excesiva presión y la
imposición de ciertos patrones puede llevarle a reprimir sus propias emociones
y hasta su identidad, doblegándolo para hacer lo que complazca a sus padres. Se
han de potenciar los talentos de cada niño y buscar la manera de darles cauce,
aunque esto se aleje de los criterios familiares. Cada ser es único e
irrepetible, y los adultos no tienen derecho a reproducir sus vidas y las de
sus ancestros, como si quisieran clonarse en sus hijos. Cada cual es libre y
como tal tiene que realizarse en la búsqueda de su propósito vital. Todos estamos llamados a ejercer nuestra vocación sin
hipotecas de ninguna clase. En esto radica la felicidad del hombre.
Otras veces es el entorno social el que imprime su huella en
los niños y quiere modelar un tipo de persona que acepte los dogmas de una
educación ideologizada y arbitraria, al servicio de un cierto orden político.
Una vez el adolescente empieza a descubrir su ser más profundo, también tiene
que liberarse de los cánones sociales y educativos para no ser manipulado. Es a
esta edad cuando la política quiere meterse en la vida de los jóvenes,
empleando palabras talismán que los seduzcan.
Esfuerzo, sacrificio, valentía y tenacidad. La carrera por
agradar a los tuyos y ser el mejor de todos debe continuar a cualquier precio.
Hasta que el cuerpo ya no sigue a la mente y poco a poco va enfermando,
somatizando su malestar. Así empiezan a surgir las enfermedades crónicas y
aparentemente inexplicables en diferentes órganos del cuerpo. Extenuado, uno
llega al límite de sus fuerzas, sin energía, enfermo, abatido y sin un horizonte
claro. El cuerpo ha dicho no a la mente. No a ser Superman, no a la egolatría,
no a sentirse semidiós. No a complacer a todos. No a negar la propia identidad.
El camino de retorno
Será entonces cuando se inicie un largo camino de retorno
hacia el lugar que nunca teníamos que haber dejado: el ser íntimo. Pero este
camino no se recorre sin un largo sufrimiento.
El reto es armonizar la mente con el cuerpo, abrazar la
corporeidad, nuestros límites; descubrir la belleza del cuerpo, espacio sagrado
donde se sostiene el alma. El desafío es reconciliar el intelecto con las
emociones, el placer de una vida entregada y la alegría de aceptar nuestra
frágil realidad. Somos mortales. El cuerpo nos enseña que tenemos que
cuidarnos. Este maniqueísmo filosófico y moral que ignora las necesidades
vitales debe ser superado con una visión más teológica e integradora. La
auténtica visión cristiana asume la corporeidad como un elemento vital.
El cuerpo no está reñido con el alma y con la mente. Educar
no es esculpir al otro en función de lo que se cree correcto, a base de golpes
y ajustándolo a unos patrones ideales. Educar es dejar florecer al otro tal
como es, no como queremos que sea. Sólo así la persona sacará lo mejor que
tiene dentro, comprometiéndose con la sociedad. Cuando uno descubre quién es
podrá iniciar el gran proyecto vocacional de su vida: abrirse y crecer con los
demás.
Como siempre, genial tu escrito que invita a la reflexión.
ResponderEliminarConozco personas que padecen el estres emocional, simplemente por querer agradar a todos, cosa imposible.Siempre digo que yo puedo agradar a todos, porque no todos me agradan a mi y por tanto, hay que mostrarse como somos, por supuesto respetando siempre al contrario.
Un abrazo querido Joaquín.
Tendría que existir el Editar, para poder modificar el comentario.
EliminarDónde escribo:
Siempre digo que yo puedo agradar a todos
Falta el NO, es decir: Siempre digo que yo no puedo agradar a todos.