La herencia es de una importancia vital en las sociedades
humanas. Es una cuestión recurrente en círculos de familiares, amigos y
conocidos. Las herencias provocan grandes debates, tanto en los hogares como en
los medios de comunicación. Es un tema que no deja a nadie indiferente.
La herencia muchas veces es fuente de conflictos entre
familiares. Una institución tan sólida como la familia puede verse gravemente
amenazada por las luchas intestinas por conseguir la mejor parte de la
herencia. Por esta causa, muchas familias han vivido rupturas irreparables
entre hermanos y parientes. Lamentablemente, conozco unos cuantos casos.
Hoy se habla mucho de la crisis de la institución familiar.
Pero pienso que quizás no son tanto las ideologías las que pueden fragmentarla,
sino los valores y las creencias que se están cultivando dentro de ella. ¿Qué
están enseñando los padres a sus hijos en cuestión de dinero, propiedad y uso
de los recursos? Una mala educación en estos aspectos puede ser tan letal como
una bomba.
Aunque las herencias estén legisladas y se establezca una
parte que debe ir a los hijos, la legítima, esto no impide que entre los
miembros de una familia se produzcan tensiones y hasta denuncias para conseguir
más. El largo proceso judicial que esto conlleva no hace más que intensificar
el conflicto.
¿Querían esto los padres que han gestionado sus recursos
para poder dejar un legado a sus hijos? ¿Podían prever la lucha feroz de estos
por quedarse con todo lo que puedan, sin importarles el esfuerzo de sus
progenitores, sus sacrificios, sus luchas? La herencia se convierte en el
detonante de una lucha sin cuartel entre hermanos.
El tema requiere una profunda reflexión, así como la
necesidad de actuar con criterios éticos y sensatos para evitar la
fragmentación del grupo familiar.
Algunas cuestiones que los padres deberían tener en cuenta
¿Qué valor damos al dinero? ¿Es un medio para crecer, para
solidarizarnos con los pobres, para generar iniciativas orientadas al bien
común? ¿O es un recurso a acumular para beneficio exclusivamente propio? ¿Es el
dinero un medio para reafirmarnos ante los demás y presumir de nuestras
capacidades? ¿O es un medio ingenioso y creativo para contribuir a la mejora de
la sociedad? ¿Lo utilizamos para potenciar nuestras capacidades y compartir
nuestros talentos? ¿O queremos amasar una fortuna atendiendo sólo a nuestros
deseos? ¿Qué estamos enseñando los padres a los hijos sobre el dinero?
No olvidemos que la capacidad de generar recursos está
íntimamente ligada a la realización personal, así como al derecho de gozar de
una vida digna, próspera y con calidad. Más allá de estos anhelos totalmente
legítimos, una cosa es obtener beneficios y otra cosa es que el beneficio
económico se convierta en el único motor del trabajo. ¿Por qué hacemos lo que
hacemos y tomamos las decisiones que tomamos?
Nuestra jerarquía de valores va a marcar los criterios
educativos que se inculcan en familia. Si para los padres el dinero y el
patrimonio son lo más importante y los hijos ven que sacrifican su tiempo y sus
energías por acumular bienes, están heredando una cierta mentalidad, que sitúa
el culto al dinero por encima de la misma persona y del bien común.
Si los hijos ven que el dinero es lo más importante para los
padres, su ambición irá creciendo. Muchas veces los padres no son conscientes
de que están alimentando en sus propios hijos la codicia y el afán por tener
más. Están gestando una guerra entre hermanos.
No sólo esto. Cuando uno de los dos cónyuges fallece, si los
hijos no están de acuerdo con el testamento pueden iniciar un calvario para el
viudo o la viuda, presionándolo y rompiendo los lazos afectivos. Es importante,
pues, educar en estos aspectos a los hijos, para evitar el desmoronamiento
familiar. Y se educa no sólo con palabras, sino con el ejemplo diario.
La gestión de los recursos y las propiedades tiene una
fuerte implicación moral. Quizás sea necesario apuntar nuevos planteos en la
distribución de las herencias.
El testamento debería tener unas consideraciones que
contemplasen no sólo a la familia, sino el entorno y la sociedad, en especial
los más débiles y necesitados. Ya no sólo desde un punto de vista religioso:
debería considerarse la ayuda al prójimo como un imperativo ético. Es justo
devolver a la sociedad una parte de lo que nos ha dado.
Y por un criterio educativo, también estaría bien plantearse
si es bueno solucionar la vida de los herederos por anticipado. Si el hijo sabe
que va a heredar una fortuna ¿no le faltará la motivación y la madurez para
trabajar, crecer y aprender a construir su futuro, pues ya lo tiene todo?
Es una pregunta que lanzo al aire. Quizás con la mejor
intención del mundo, los padres están incapacitando a sus hijos para luchar y
abrirse camino en la vida. Les están ahorrando el esfuerzo, pero también los
están volviendo muy frágiles y vulnerables.
Por otra parte, si el hijo dilapida la herencia por no saber
gestionarla, los padres no habrán contribuido a asegurarle nada, más bien al
contrario, habrán propiciado, sin querer, su ruina.
Hay otro aspecto en el sentido de la propiedad familiar: es
la posesión, no sólo de bienes sino de los hijos. Muchos padres sienten que los
hijos son propiedad suya, tanto como los inmuebles y el dinero. Por tanto, todo
queda en casa. Disponen de sus
posesiones igual que disponen de la vida de sus hijos, más allá de su muerte.
¿Tienen derecho los padres a cargar con ese peso a sus descendientes?
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