domingo, 4 de agosto de 2019

Abrazar el miedo


He oído muchas veces que al miedo no hay que tenerle miedo. Sobre el miedo se ha escrito mucho. Diversas escuelas de psicología ofrecen explicaciones muy diferentes sobre el mismo tema. ¿Es bueno o malo, tener miedo? ¿Cómo lo afrontamos?

La persona necesita bucear en su realidad psíquica y descubrir sus propias limitaciones, sus lagunas más profundas, la parte oscura del ser. Bloqueos, angustias, inseguridades, son parte de nuestra realidad que quizás no hemos asimilado o aceptado. Experiencias del pasado que nos han marcado pueden estar condicionando nuestro presente. De aquí pueden venir ciertas actitudes o conductas ante situaciones difíciles de digerir, y que están afectando a nuestra vida.

Miedos naturales


El miedo es una pulsión vital, una serie de reacciones cerebrales que responden al instinto de supervivencia. Gracias al sensor neuronal podemos huir frente a un peligro, o sabemos que a ciertas horas de la noche y en según qué lugar lo mejor es no pasar por allí. Frente a ciertos peligros y amenazas, tener miedo puede salvarnos la vida.

Tenemos miedo al dolor físico, a las enfermedades, a la soledad, a la ruptura con un ser querido. Tememos la inseguridad económica, la pobreza, la violencia. Tenemos miedo a la muerte. Estos miedos son absolutamente normales y hemos de ir lidiando con ellos, porque el dolor, la precariedad y la muerte forman parte de los límites humanos. Otra cosa es vivir instalados permanentemente en el miedo. Cuando el temor condiciona todo lo que hacemos y se alarga en el tiempo más de lo necesario, entonces sí que podemos hablar de una patología.

Miedos ocultos e imaginarios


Pero hay otro tipo de patología, más sutil, que aún puede superar los grandes miedos básicos. A lo largo de los años hemos crecido y nos hemos hecho fuertes. Hay miedos encapsulados en nuestra mente, que sólo aparecen en momentos puntuales. Los hemos aprendido a tapar ante la gente, pero están ahí, en lo más profundo del inconsciente, y nos marcan. Cuando vivimos una situación que de algún modo nos recuerda aquello que queremos olvidar, se produce una reacción incontrolada de inseguridad y nervios. Es en ese momento cuando la imaginación se dispara. Imaginamos lo peor y damos por hecho que lo que imaginamos es lo que ocurrirá. Sólo ocurre en la mente, pero con tanta intensidad que lo sentimos como una realidad abrumadora. Aunque podemos controlar el relato mental, el miedo nos lleva a distorsionar la realidad.

El otro día escuchaba en la radio que, de todo lo que podemos imaginar, sólo se hace realidad un 5 % y el 95 % restante se evapora y no tiene ninguna repercusión en nuestra vida.

Ante el miedo al futuro, a la inestabilidad económica, a la enfermedad, ¿existe un antídoto? ¿Qué hacer para que estos miedos no nos hagan daño?

El antídoto


Todos tenemos miedo a algo. Si alguien dijera que no tiene miedo a nada, estaría mintiendo. No se trata de tener o no tener miedo, sino de saber que lo tenemos, y lo importante es no atarte a él, sino asumirlo como parte de tu vida.

Todos somos imperfectos y estamos llenos de lagunas que han marcado nuestra historia y nuestro presente. Hemos de abrazarlas y aceptar que no somos Superman, aunque queramos parecerlo. Aceptar nuestra indigencia existencial y psicológica es una buena manera de empezar, no tanto a resolver los miedos, sino a saber convivir con ellos, sin que puedan hipotecar nuestra vida. Son como las heridas, pero ahí están, formando parte de la dermis psicológica.

¿Qué hemos de hacer? Saber cómo somos, conocernos en profundidad, sin miedo a toparnos con nuestros límites. Es más, hemos de aceptarlos y abrazarlos.

Nadie se libra de sus agujeros y fisuras. Todos los tenemos. A veces conocemos a personas que nos impresionan por su estabilidad, su serenidad, su madurez y su capacidad para comunicar; grandes líderes en sus ámbitos sociales y culturales, personas compactas que incluso nos pueden deslumbrar y nos hacen desear ser como ellas. No concebimos que puedan tener lagunas, porque las vemos enteras y modélicas. Pero todos tenemos nuestra historia, nuestra familia y nuestra estructura psíquica. Nadie se libra de esas huellas que han marcado su vida en algún momento, durante su proceso de crecimiento vital. Todos tenemos que enfrentarnos al pasado.

Lo importante es cómo lo abordamos y manejamos para integrar aspectos de nuestra vida que en su momento no pudimos digerir. Lo meritorio es que, estando marcados por esas cicatrices emocionales, sepamos abrazar nuestra realidad. Así, estas experiencias habrán servido para espolearnos y avanzar en el camino de nuestra madurez humana.

Todos los traumas o experiencias negativas, si las incorporamos como parte de lo que somos, pueden llegar a convertirse en grandes maestros, aleccionándonos de tal manera que puedan ensanchar y enriquecer nuestra manera de estar en el mundo.

Tú eres dueño de tu mente, de tus pensamientos, de tu vida. Dentro de ti no ocurrirá nada que tú no quieras, porque la voluntad y el alma están por encima de la mente. 

Tú puedes hacer que esta mente, tan poderosa, esté totalmente a tu servicio. No dejes que sea una tirana que haga lo que quiera de ti. La mente es conducida por la voluntad y la libertad.

Somos capaces


Lo maravilloso del hombre es que, con todos los miedos, defectos e inseguridades, con su pasado e incluso su presente reciente, es capaz de pegar un salto y crear gestos preciosos en su vida, grandes hazañas que lo trascienden a sí mismo. Con todas sus pesadas cargas ahí está, luchando como un auténtico jabato. Porque nada, ni el peor miedo, puede parar la potencia de su alma. Ella es la dueña de su ser, que lo hace invencible pese a sus agujeros.

Permitidme que haga una lectura cristiana. Por nuestros agujeros Dios entra hasta lo más profundo del inconsciente. Por las grietas más oscuras de nuestro ser, Dios se abre camino. Si no tuviéramos esos agujeros, él no podría entrar. Sólo más allá de nuestras fuerzas y voluntad él puede sanarnos, de tal manera que desde ese abrazo a nuestra realidad existencial dejemos de tener miedo al miedo. Porque descubriremos que nuestro presente es más real que los miedos irreales de nuestra imaginación distorsionada.

Un solo ser humano, como decía un amigo sacerdote, es mucho más que todas las estrellas del cielo.

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