He oído muchas veces que al miedo no hay que tenerle miedo.
Sobre el miedo se ha escrito mucho. Diversas escuelas de psicología ofrecen
explicaciones muy diferentes sobre el mismo tema. ¿Es bueno o malo, tener
miedo? ¿Cómo lo afrontamos?
La persona necesita bucear en su realidad psíquica y
descubrir sus propias limitaciones, sus lagunas más profundas, la parte oscura
del ser. Bloqueos, angustias, inseguridades, son parte de nuestra realidad que
quizás no hemos asimilado o aceptado. Experiencias del pasado que nos han
marcado pueden estar condicionando nuestro presente. De aquí pueden venir
ciertas actitudes o conductas ante situaciones difíciles de digerir, y que
están afectando a nuestra vida.
Miedos naturales
El miedo es una pulsión vital, una serie de reacciones
cerebrales que responden al instinto de supervivencia. Gracias al sensor
neuronal podemos huir frente a un peligro, o sabemos que a ciertas horas de la
noche y en según qué lugar lo mejor es no pasar por allí. Frente a ciertos
peligros y amenazas, tener miedo puede salvarnos la vida.
Tenemos miedo al dolor físico, a las enfermedades, a la
soledad, a la ruptura con un ser querido. Tememos la inseguridad económica, la
pobreza, la violencia. Tenemos miedo a la muerte. Estos miedos son
absolutamente normales y hemos de ir lidiando con ellos, porque el dolor, la
precariedad y la muerte forman parte de los límites humanos. Otra cosa es vivir
instalados permanentemente en el miedo. Cuando el temor condiciona todo lo que
hacemos y se alarga en el tiempo más de lo necesario, entonces sí que podemos
hablar de una patología.
Miedos ocultos e imaginarios
Pero hay otro tipo de patología, más sutil, que aún puede
superar los grandes miedos básicos. A lo largo de los años hemos crecido y nos
hemos hecho fuertes. Hay miedos encapsulados en nuestra mente, que sólo
aparecen en momentos puntuales. Los hemos aprendido a tapar ante la gente, pero
están ahí, en lo más profundo del inconsciente, y nos marcan. Cuando vivimos
una situación que de algún modo nos recuerda aquello que queremos olvidar, se
produce una reacción incontrolada de inseguridad y nervios. Es en ese momento
cuando la imaginación se dispara. Imaginamos lo peor y damos por hecho que lo
que imaginamos es lo que ocurrirá. Sólo ocurre en la mente, pero con tanta
intensidad que lo sentimos como una realidad abrumadora. Aunque podemos
controlar el relato mental, el miedo nos lleva a distorsionar la realidad.
El otro día escuchaba en la radio que, de todo lo que
podemos imaginar, sólo se hace realidad un 5 % y el 95 % restante se evapora y
no tiene ninguna repercusión en nuestra vida.
Ante el miedo al futuro, a la inestabilidad económica, a la
enfermedad, ¿existe un antídoto? ¿Qué hacer para que estos miedos no nos hagan
daño?
El antídoto
Todos tenemos miedo a algo. Si alguien dijera que no tiene
miedo a nada, estaría mintiendo. No se trata de tener o no tener miedo, sino de
saber que lo tenemos, y lo importante es no atarte a él, sino asumirlo como
parte de tu vida.
Todos somos imperfectos y estamos llenos de lagunas que han
marcado nuestra historia y nuestro presente. Hemos de abrazarlas y aceptar que
no somos Superman, aunque queramos parecerlo. Aceptar nuestra indigencia
existencial y psicológica es una buena manera de empezar, no tanto a resolver
los miedos, sino a saber convivir con ellos, sin que puedan hipotecar nuestra
vida. Son como las heridas, pero ahí están, formando parte de la dermis
psicológica.
¿Qué hemos de hacer? Saber cómo somos, conocernos en
profundidad, sin miedo a toparnos con nuestros límites. Es más, hemos de
aceptarlos y abrazarlos.
Nadie se libra de sus agujeros y fisuras. Todos los tenemos.
A veces conocemos a personas que nos impresionan por su estabilidad, su
serenidad, su madurez y su capacidad para comunicar; grandes líderes en sus
ámbitos sociales y culturales, personas compactas que incluso nos pueden
deslumbrar y nos hacen desear ser como ellas. No concebimos que puedan tener
lagunas, porque las vemos enteras y modélicas. Pero todos tenemos nuestra
historia, nuestra familia y nuestra estructura psíquica. Nadie se libra de esas
huellas que han marcado su vida en algún momento, durante su proceso de
crecimiento vital. Todos tenemos que enfrentarnos al pasado.
Lo importante es cómo lo abordamos y manejamos para integrar
aspectos de nuestra vida que en su momento no pudimos digerir. Lo meritorio es
que, estando marcados por esas cicatrices emocionales, sepamos abrazar nuestra
realidad. Así, estas experiencias habrán servido para espolearnos y avanzar en
el camino de nuestra madurez humana.
Todos los traumas o experiencias negativas, si las
incorporamos como parte de lo que somos, pueden llegar a convertirse en grandes
maestros, aleccionándonos de tal manera que puedan ensanchar y enriquecer
nuestra manera de estar en el mundo.
Tú eres dueño de tu mente, de tus pensamientos, de tu vida. Dentro
de ti no ocurrirá nada que tú no quieras, porque la voluntad y el alma están
por encima de la mente.
Tú puedes hacer que esta mente, tan poderosa, esté
totalmente a tu servicio. No dejes que sea una tirana que haga lo que quiera de
ti. La mente es conducida por la voluntad y la libertad.
Somos capaces
Lo maravilloso del hombre es que, con todos los miedos,
defectos e inseguridades, con su pasado e incluso su presente reciente, es
capaz de pegar un salto y crear gestos preciosos en su vida, grandes hazañas
que lo trascienden a sí mismo. Con todas sus pesadas cargas ahí está, luchando
como un auténtico jabato. Porque nada, ni el peor miedo, puede parar la
potencia de su alma. Ella es la dueña de su ser, que lo hace invencible pese a
sus agujeros.
Permitidme que haga una lectura cristiana. Por nuestros
agujeros Dios entra hasta lo más profundo del inconsciente. Por las grietas más
oscuras de nuestro ser, Dios se abre camino. Si no tuviéramos esos agujeros, él
no podría entrar. Sólo más allá de nuestras fuerzas y voluntad él puede
sanarnos, de tal manera que desde ese abrazo a nuestra realidad existencial
dejemos de tener miedo al miedo. Porque descubriremos que nuestro presente es
más real que los miedos irreales de nuestra imaginación distorsionada.
Un solo ser humano, como decía un amigo sacerdote, es mucho
más que todas las estrellas del cielo.
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