domingo, 14 de junio de 2020

Ir despacio



Estamos inmersos en la cultura de la prisa y de lo inmediato. Lo queremos todo aquí y ahora. Deseamos acortar el tiempo para poseerlo todo de la manera más rápida.

Este ritmo, ¿es normal? ¿Y si el afán de posesión inmediata no es más que un signo de una patología psicológica y existencial?

Todos corremos. ¿Qué hay dentro de nosotros, que nos empuja a ir a toda velocidad? ¿Qué es lo que fuerza nuestras ganas de conseguirlo todo y ya? ¿Qué nos pasa, que estamos adoleciendo de algo que nos hace caer en el frenesí? Nos falta paz interior. Huimos del silencio. Nos cuesta controlar la moderación y el equilibrio. ¿Por qué lanzarse a una carrera para meter en nuestro tiempo el máximo de trabajo? ¿Y si la hiperactividad nos está enfermando? ¿Qué significa hacer de todo en el mínimo tiempo posible? ¿Mercadeamos con el tiempo, con la obsesión de tener y hacer?

De la prisa al vacío


El homo sapiens ha conquistado el espacio y la tecnología. Ha alcanzado grandes cimas en diferentes campos de las ciencias. Sus logros y sus hallazgos se viralizan, como la velocidad de sus éxitos. Sí, está en la cumbre de sus anhelos más altos, pero ¿qué es el hombre si le falta el tiempo, la calma, el silencio? Se vuelve un hazmerreír de sus antojos intelectuales. Pero le está faltando algo que forma parte íntima de él: le falta el silencio, la soledad, saborear despacio la belleza que le rodea.

La misma velocidad lo lleva a experimentar, más adelante, un profundo vacío. ¿Qué hay detrás de ese hacer y tener? Cuantas veces me han comentado, personas que conozco de cerca: «He hecho todo, he estado en muchos sitios, tengo de todo, pero siento un vacío dentro, una soledad tan fuerte, que empobrece mi alma. Antes tenía muy claro qué tenía que hacer. Hoy me pregunto si todo aquello me ha servido para ser feliz y sentirme bien conmigo mismo. ¿Qué hay de aquella preclaridad de la que presumía ante los demás? Me pregunto, una y mil veces, qué he hecho con mi vida. Sí, he logrado grandes metas, pero mi alma no se siente bien… Son muchas las cosas que conozco, pero ahora se abre una herida que cuesta cicatrizar».

Es verdad que puede haber diversas razones que lleven a las personas a ese impulso innato y legítimo de proyectarse socialmente. Pero ignoran el precio tan caro de vivir a velocidad de vértigo, que a muchos los lleva a un estrés sin límites. Sobre todo, cuando el tiempo se hace cada vez más corto y no soportan que las agujas del reloj pasen demasiado aprisa, porque no logran hacer todo lo que quieren y se frustran cuando no lo hacen todo. Y si lo hacen, acaban agotadas, con episodios de ansiedad.

Los límites son una ducha de realismo


No somos inmortales. Cuesta de aceptar que todo tiene un límite: el tiempo, la vida, las cosas, los otros. Nos topamos de cara con la realidad, tal y como es, y nos enfadamos porque no somos capaces de controlarlo todo, desde nuestras necesidades fisiológicas hasta nuestra mente. La cultura y la educación nos han hecho sentirnos invulnerables, supermanes, y nos damos cuenta de que tenemos un ritmo biológico, un ritmo psicológico que marca nuestra manera de estar en el mundo. Aunque esto nos inquiete, son los límites que tenemos que aceptar. No somos dioses y no tenemos que actuar sin conocer quiénes somos.

Los límites son una ducha de realismo. Necesitamos parar y ralentizar la velocidad. Necesitamos tiempo para descansar, reflexionar, rezar, cuidar nuestra salud. Se necesita del silencio, de la intimidad con el otro, de la ternura, la amistad, el diálogo sosegado, el paseo. Somos así. No podemos renunciar a nuestra naturaleza. No necesitamos galopar como los caballos; nuestras extremidades son frágiles. Somos personas con un buen cerebro, pero con un cuerpo que siempre está expuesto a constantes riesgos de erosionarse y caer enfermos, porque hemos idolatrado el hacer por encima del ser.

El mejor antídoto para la patología del frenesí es autoeducarnos para aprender a deslizarnos por la vida. Hemos de aprender a ir despacio, respirar, pasear sin prisa, contemplar, emocionarnos, ser dueños de nuestro tiempo.

Descubrir el castillo interior


Necesitamos admirar, y mirar con sosiego. Que nadie nos robe el tiempo para nosotros mismos, el tiempo con la persona amada, con los amigos; el tiempo para el silencio, para respirar con calma y contemplar la realidad. Pero, sobre todo, el tiempo que necesitamos para crecer en aquellos valores que enriquecen nuestra vida: la fe en aquello que nos sostiene y una relación íntima con la fuente de nuestra existencia.

Sólo así descubriremos que dentro de nosotros hay algo que nos empuja a sacar lo mejor, porque tenemos una brújula que nos orienta a perseguir nuestros sueños. Más allá de la conquista de la Luna, nos espera la hermosa cumbre del alma. Y esto pasa por detenerse ante uno mismo y descubrir que el gran hallazgo de nuestra vida es nuestro propio castillo interior, el Edén que Dios ha puesto en nuestro corazón.

Para esto, hay que renunciar al ruido, a la prisa, y sumergirse en el misterio que nos envuelve.

Tú y Dios dialogando sin palabras. Dos corazones latiendo, trascendiendo el tiempo y el espacio. Sólo somos fundidos en un abrazo con él. Entonces el tiempo se detiene y el espacio es la intimidad. El tiempo se convierte en oración permanente si somos capaces de entrar en esta onda cada día, un rato.

Nadie nos arrebatará lo que somos, aunque estemos en medio del mundo. La brújula interior nos ayudará a no desviarnos del camino y nos llevará hacia la inmensidad de ese cielo que hay en el alma.

5 comentarios:

  1. Q extraordinaria reflexión y de gran calado. Mirarnos por dentro con profundidad y, dejar q el silencio nos muestre su riqueza de darnos lo q verdaderamente nos hace felices. La sociedad actual nos impide poner un freno a nuestras vidas. Por eso este tema q presenta me parece muy importante recordarnos q no nos dejemos manipular y ser más nosotros mismo. Gracias

    ResponderEliminar
  2. Es verdad. La prisa, inducida como hábito, es una forma de manipulación porque nos impide pensar. Las cosas importantes nunca se pueden hacer aprisa. Qué bonito: "deslizarnos por la vida..."

    ResponderEliminar
  3. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Qué ha sido primero, el hombre prehístórico corriendo tras la gacela o corriendo para no ser alcanzado por un predador? Tal vez nos deberíamos preguntar que la velocidad no es un signo de nuestro días, siempre ha existido para alcanzar aquello de lo que carecíamos, simplemente ha cambiado el medio utilizado que nos conduce a velocidades de vértigo hasta llegar a la luna. Sin embargo, yo me pregunto ¿por qué seguimos corriendo? ¿para alcanzar aquello que nos llena el espacio y el tiempo pero deja vacía el alma, o simplemente por miedo a morir sin tiempo para alcanzar lo que ambicionamos y olvidarnos de la muerte, sin espacio ni tiempo que llene el vacío espiritual para acogerla con menos desagrado...?

    ResponderEliminar
  4. Que cierto y que bellamente expresado.
    Estos dias de encierro me han enseñado el valor de lo que tengo y no he tenido que correr, solo esperar y saborear el silencio, la calma, la familia y tantos ratos que me han permitido recuperar recuerdos olvidados y me han transportado a tiempos de felicidad.
    Todo esta bien y cada momento es el mejor para vivir.

    ResponderEliminar
  5. Gracias por vuestras reflexiones tan sinceras, tan hondas. Es verdad que, como dice José, la prisa nos lleva a llenarnos de cosas que nunca nos sacian. Si no nos nutrimos espiritualmente, siempre tendremos hambre en el alma.
    ¡Vuestros comentarios me animan a seguir escribiendo!

    ResponderEliminar