La tarea de educar es un reto cada vez más complejo y difícil. Sobre todo, por la fuerte carga ideológica que hoy permea la educación pública, tanto en el ámbito escolar como universitario. En este sentido, creo que todo está muy mediatizado.
La educación en la familia
Pero ¿qué sucede en otros ámbitos? Hoy quiero reflexionar
sobre la educación en el ámbito de la familia. Somos muy críticos con la
influencia política en la educación pública, pero somos muy complacientes en la
forma de educar a nuestros hijos. Creemos que tal vez estamos haciendo lo mejor
por el bien de los niños, pero en el entorno familiar también se hace muy
difícil educar. En primer lugar, porque nosotros también fuimos educados de una
cierta manera por nuestros padres. A veces el hijo ha vivido la experiencia
educativa como una pesada carga que le ha impedido crecer según sus talentos y
capacidades. Educar no es clonar al hijo según los criterios de los padres, no
es modelar en función de unos ideales. Ser unos buenos padres implica asumir
que la educación debe darse desde la libertad y por la libertad. No pueden
encerrar al hijo en sus esquemas ideológicos, filosóficos y religiosos. Pero da
miedo asumir que tener un hijo no significa moldearlo según sus gustos y
sentimientos.
Cada hijo es singular e irrepetible. No se puede hacer un
asalto a su legítima libertad. A veces los padres cargan sobre ellos todo el
peso de su propia estructura psíquica, familiar, emocional y cultural. Muchos
proyectan sobre los niños sus miedos y quisieran protegerlos y apartarlos, sin
darse cuenta de que esto impide también su crecimiento natural. Cuando son
pequeños es más fácil, porque los niños adoran a sus padres. Pero cuando van
creciendo y desarrollan su criterio propio, en el inicio de la adolescencia,
cada vez se producirán más choques y desencuentros.
El adolescente puede entrar en un círculo de autoculpa,
porque no quiere romper con sus padres, pero su fuerza interior lo empuja
lentamente a ir soltando esos vínculos que se forjaron en la infancia. Ya no ve
la realidad a través del filtro paterno, sino que empieza a sumergirse en ella
desde su propia experiencia y conocimientos. Su intelecto crece a gran
velocidad. Está luchando por gestionar sus emociones y su proyección social.
Empieza a pensar por sí mismo. Su discurse se aleja del de sus padres. Quiere
tomar decisiones, asumiendo los riesgos, y muchas de ellas se alejan de lo que
decidirían sus padres. La tensión está servida.
El segundo parto
Los padres se enfrentan al segundo corte del cordón
umbilical, quizás aún más doloroso que el del parto. En la entrada a la
juventud, con una clara proyección de lo que quieren hacer en el futuro, los
padres deben aceptar que el adolescente está iniciando su madurez. Necesita
salir de este segundo vientre: su hogar. Se está produciendo otro parto y el
hijo necesita vivir por sí mismo. Quiere sentirse libre, dentro del ámbito
familiar y fuera. Tiene amigos, le gusta defender sus ideas, quiere sentirse
con la capacidad de elección: desde la ropa, el ocio, sus amigos, los estudios…
Es un momento crucial para los padres. Si en este segundo proceso de parto
intentaran retener al bebé más tiempo, le causarían un enorme daño. Lo
ahogarían psicológicamente.
La vida llama a la puerta y necesita un canal abierto para
poder nacer. Lo mismo pasa en esta fase vital. No se puede retener más tiempo
de la cuenta al joven que grita por tener autonomía, por ser él mismo. Es
normal que pida salir de la atmósfera y el ambiente familiar de manera
progresiva. Siempre acompañado de manera serena, en su proceso evolutivo hacia
la madurez. Pero, como en todo paso, esto implica desatar amarras con la
familia. Es una etapa compleja para todos, porque tienen que aprender a
relacionarse de una forma nueva. Ya no tanto desde el peso de la dependencia,
sino desde la confianza que les permita el reencuentro, el reconocimiento y la
propia identidad, de adulto a adulto. El peso familiar no puede condicionar una
relación basada en la libertad. Sólo así se restablecerán esos vínculos que
tanto han marcado a los hijos y ambos, padres e hijos, podrán ser amigos.
Padres de hijos adultos
Entiendo que para los padres no es fácil. Ser padres de
hijos adultos requiere plantearse ciertos paradigmas educativos. Es la única
manera de posibilitar una vida familiar serena y pacífica. Para los padres,
supone un reinventarse, aprender a estar sin los hijos, respetar sus
decisiones, no forzar situaciones con el deseo solapado de manipular… Los
padres tienen que preguntarse con valentía y sinceridad si están realmente
ayudando a sus hijos para que sean lo que quieren ser o lo están modelando
según sus criterios. Incluso tendrían que atreverse a preguntar: Hijo, ¿qué te
gustaría hacer?
¿Están dispuestos los padres a renunciar a un cierto formato
educativo para ayudar a los hijos a ser lo que quieren ser? Tal vez les da
vértigo preguntarse si lo están haciendo bien, si lo hacen por el bien de ellos
o en realidad les están inculcando sus modelos y su cosmovisión, modelándolos
según sus ideas y hasta según sus propios miedos, con el pretexto de que lo
hacen por su bien.
Hemos de tener cuidado con el excesivo proteccionismo. Puede
estar basado en el miedo a que aparezca la propia personalidad del niño, y esto
implique un cierto desgarro para los padres. Ellos son también hijos del mundo.
Ellos elegirán con quién vivir y compartir su vida, al margen de sus padres. Es
un momento crucial para aprender a estar en su sitio. La posesividad es
contraria a la libertad. Los padres tendrán que depurar intenciones. La
maternidad no puede frenar todo el potencial del hijo, aunque esto signifique
alejarse del nido. Es ley de vida y algo totalmente natural. Volver a ser
padres de otra manera es una gran asignatura que también tendrán que aprobar si
quieren ver a sus hijos adultos y felices.
Es muy difícil para los padres desprenderse de sus valores y su cultura, ¡más bien imposible! Por otra parte, siempre hay valores positivos en su educación. Creo que lo importante es que todo eso que inculcan a sus hijos sea desde el amor y la aceptación, respetando su libertad a medida que crecen. Así se puede integrar "la herencia" recibida sin que merme su capacidad de ser ellos mismos. La imagen del segundo parto me parece genial. ¡Cuánto cuidamos a los niños que nacen y crecen, y qué poco cuidamos ese segundo parto de la adolescencia! A veces es casi como si se quisiera abortar, para que el hijo sea siempre dependiente... O se lo deja abandonado a su aire, sin acompañarlo en el crecimiento. Porque necesita libertad, pero también sentirse querido y apoyado.
ResponderEliminarEste artículo o reflexiones da lugar a un gran debate directo y personal donde nos encontremos diferentes miembros familiares y personas ajenas a la familia nuclear como puede ser sociólogos, psicólogos, médicos, antropólogos y por supuesto sacerdotes. El tema es muy complejo, difícil y discutible, pues el punto de vista que expones es el de una gran parte de la sociedad, pero hay matices que habría que perfilar. Por ejemplo complacencia ¿no está reñido con clonación?; esquemas ideológicos está íntimamente unido a ideológico, filosófico y religioso de otra manera no bautizaríamos a los hijos pues queremos que sigan nuestra religión como única y verdadera. En el segundo parto se debe dar más libertad que en el primero, pero no total, puesto hay una dependencia de los padres y estos como se dice en Cataluña: quien paga mmanda, a los hijos a menudo se les olvida. En fín podríamos seguir pero un sencillo y simple comentario no da para más análisis de tus siempre interesantes meditaciones. Un abrazo.
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