Cuando esto sucede, la relación de la pareja llega a un
estado de estrés emocional y psicológico que puede acabar en una ruptura
dolorosa, en algunos casos agravada por la violencia y el caos emocional de uno
u otro, o de ambos.
Gestionar una ruptura sin llegar a la violencia y sin utilizar
a los hijos como carne de cañón contra el otro cónyuge no siempre es fácil. A
veces la relación no sólo se rompe, sino que la presión recae sobre los niños,
llevándolos a una situación de inseguridad y culpa inmerecida. Los niños sufren
ansiedad y, a veces, depresión. La violencia entre los padres hunde los
fundamentos de su psique: cuando los padres rompen, los hijos se rompen por
dentro. Es el mayor daño que se les puede hacer. Por eso, por el bien de los
niños, hay que saber cerrar de la manera más sana posible la separación, para
que no condiciones su estabilidad ni su crecimiento futuro.
Lo vemos muy a menudo: personas cercanas que viven o han
vivido rupturas con su pareja y han quedado heridas. Los hijos, por más
doloroso que haya sido el proceso, han sobrevivido emocionalmente y han llegado
a la adultez. Llevan impreso el sello del dolor, pero han crecido y han sabido
aceptar e incluso seguir amando a sus padres, pese al daño que les han podido
causar. Hay casos admirables de hijos que han logrado una cierta paz interior.
En cambio, a veces son los padres quienes siguen en la trinchera. No han sabido
o no han querido cerrar la grieta.
Urge, por el bien de ambos cónyuges, aunque su matrimonio
esté roto, hacer un esfuerzo por sanar las heridas. Cuando no se hace, se pone
en riesgo su equilibrio emocional. Estas personas pueden caer en una depresión
cargada de resentimiento, hasta rayar la locura. Pueden caer en el victimismo
constante. O pueden adoptar una actitud agresiva y de control sobre los demás,
una violencia contenida para marcar territorio. Al final, de una manera u otra,
tensarán la relación con sus propios hijos. Pueden echarles en cara todo lo que
han hecho por ellos para exigir su sometimiento y despertar su culpabilidad, haciendo
que se sientan mal y obligándoles a responder a sus exigencias. Es una forma de
manipulación que acaba distorsionando las relaciones y provoca un fuerte estrés
en el entorno familiar. Se cae en un lenguaje hiperbólico, todo se exagera y
las palabras cortantes, consciente o inconscientemente, dañan a los demás.
Las personas que no han superado esta crisis interna incurren
en contradicciones. Aparentan amabilidad, cordialidad, exquisitez en su trato
hacia afuera. Necesitan dar una buena imagen para evitar que nadie sepa sobre
su situación. Pero, de puertas adentro, con los suyos, pueden mostrarse
implacables, duras, exigentes y críticas. Llevan a los demás al límite del
aguante, provocando tensiones, para luego justificar su conducta. Repiten
obsesivamente el ciclo, están “rayadas” en esa rueda emocional que las atrapa y
no hace más que empeorar la situación. Rebasan los límites del respeto y se
creen continuamente atacadas, bloqueando cualquier posibilidad de regeneración.
El perdón como terapia
Cuando esta experiencia produce una honda grieta anímica, la
persona se rompe totalmente. Necesitará una terapia que la lleve a ser
consciente de lo que está ocurriendo. Pero no bastará una intervención
psicológica. Será necesario que trascienda el plano psíquico e inicie un cambio
espiritual, un proceso que vaya más allá de las emociones y se fundamente en
aquello que uno cree como eje central de su vida. Pasa por una profunda
conversión que la lleve a darse cuenta de que la clave de muchos problemas
humanos está en el perdón. Tendrá que aceptar el pasado y liberarse de esos
lastres que la encadenan a la persona que la dañó. Necesitará humildad y
valentía para dar el paso. Tendrá que aceptar la historia y a aquellos que
considera sus enemigos, causantes de su dolor, hasta llegar a perdonarles en lo
más profundo de su corazón.
Solo entonces alcanzará la paz y desaparecerán las tinieblas del alma. Muchos que han pasado por este camino sienten una profunda libertad: a su alrededor todo se recoloca. Dejan de ver la realidad teñida de amargura. Empiezan a renovar su vida, sus relaciones se van armonizando. La ruptura interna puede sanar. Evidentemente, quedarán cicatrices del pasado, pero cerradas por el amor y el perdón. Quedarán como señales de un gran dolor, pero también de un cambio valiente y generoso que les ha permitido dar un salto trascendente en su vida.
La persona que ha perdonado puede ayudar a otros a liberarse de su cruz. Puede convertirse en guía y consejera de otros que sufren. Ojalá todos aquellos que se encuentran en este tipo de situación sepan dar el salto. Dios es el mejor terapeuta, nos ha creado y nos conoce muy bien. Él desea nuestra plena felicidad y sólo cuando amamos y perdonamos la liberación es plena y el gozo incesante.
Joaquín, has bordado este escrito, lo he llevado dentro mucho tiempo por haberlo sufrido , no es mi caso pero si de mi familia y la verdad dices mucha verdad en todo esto, sería importante que muchos lo leyeran, que lo entendieran, y que pusieron en práctica estos consejos que tendrían que ser norma de vida, gracias por el escrito
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ResponderEliminarComo te decía esto tendría que ser una norma, el dolor que pasamos muchos padres cuando vemos estas cosas con nuestros hijos y sufrimos normalmente más por nuestros nietos que por ellos mismos, ellos son los que han decidido cambiar su vida, pero nuestros nietos no lo han decidido, esos niños no han pedido esto, aunque la verdad tampoco tienen que aguantar una convivencia que perjudica realmente a todos. Están gratificante para el Alma el ver que a pesar de una separación los nietos, los niños siguen hablando de papá y mamá y no solo de uno intentando olvidar al otro , y es muy duro ver como hay padres o madres que realmente les importa muy poco sus hijos y los utilizan como arma contra la otra pareja. Un saludo, estás como siempre en el mejor pensamiento.
El perdón es la mejor terapia de sanación, estoy convencida. Hay que experimentarlo para saberlo, y ojalá se hablara más de esto. No sólo ser perdonado, sino perdonar de corazón, aunque a veces cuesta años. Pero una vez se perdona, ¡vida nueva! Cómo cambian las cosas. La psicología debería ahondar en este tema y no limitarse a gestionar el resentimiento y la autodefensa. Eso está bien hasta cierto punto, pero es quedarse a medio camino.
ResponderEliminarBuenos días a todos. Muchas gracias por sus escritos. Muchas veces nos ayuda hablar con un sacerdote o leer sus escritos más que con el propio sicólogo. Yo creo que cada uno debe actuar según su propia conciencia. Yo he pasado por una experiencia muy dura de salud en la que pedí ayuda y nadie me ayudó. Ni mi propia familia. Sí, mi hija en algunos momentos cuando ya vió que perdía a su madre. Pero no lo que yo necesitaba y hubiese querido. Yo escogí mi profesión de enfermera hace años porque me llenaba el poder ayudar y aportar algo a los demás. Mi profesión me hacía feliz . Ahora todo éso empatía la he perdido. No sabía a que puerta tocar, todas se me cerraban y así fué como me volqué en la iglesia para buscar una explicación y un consuelo de porqué mi familia ni amigos no estuvieron allí cuando yo más lo necesitaba. Yo hubiera sido incapaz de tener esa aptitud. Creo en Dios y quizás creo que me puso a prueba. Pero aunque no entienda absolutamente nada sigo creyendo y sé que me habla y me dice que algún día entenderé sus propósitos. Un abrazo. .
ResponderEliminarMuy buen escrito sobre el perdon!
ResponderEliminarQue dificil, que necesario, que liberador… gracias por recordarnoslo!
Agradezco vuestros comentarios y aportaciones. Me inspiráis a seguir compartiendo lo que aprendo cada día y escribiendo.
ResponderEliminarEl padre Joaquín, como sacerdote y sicólogo, tanto monta monta tanto, dos vocaciones que profundizan y ayudan el alma humana, conoce muy bien el corazón de las personas y sabe cuando éste necesita alimento espiritual y social para el bienestar de todos sus fieles.
ResponderEliminarQue escrito tan hermoso, me llena de emoción disfrutar de la dulzura y gozo que se siente cuando se perdona, pero solo podemos hacerlo pidiéndole a Dios que nos regale un corazón nuevo, porque con el nuestro herido es imposible; con Dios todo sin El nada, esto se logra en el plano espiritual👏🏻👏🏻👏🏻
ResponderEliminarBuenos dias. Sí, el perdón nos sana estoy de acuerdo. Porque ésa tranquilidad que se siente al ver y pensar en ésas personas que nos han hecho tanto daño cuando más las hemos necesitado nos hace daño a nosotros mismos. Yo he aprendido a que la persona que no te quieren porque no ha estado a tu lado cuando más las has necesitado no se merece ni tiene sentido que sigas pensando en ellas si no en retirarlas de tu vida y seguir adelante. Yo creo en Dios y estoy segura que me quiso poner a prueba para demostrarle mi fé y mis fuerzas y aprender de la lección que quiso darme. Perdonar sí, las heridas del alma se curan igual que las físicas. Pero siempre queda una cicatriz en el alma y en el cuerpo que nunca estarán como antes.
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