A veces hay factores ajenos a uno mismo que, sin quererlo ni
buscarlo, nos colocan en situaciones inesperadas, como un accidente, la pérdida
de un ser querido, una mala jugada de alguien que nos traiciona. Pero, aparte
de estos factores externos, a veces lo que nos ocurre es fruto de nuestra
propia actitud. No siempre actuamos con acierto. Hay personas que quieren
forzar situaciones a su favor y no lo consiguen. Ya sea por falta de criterio, por
falta de realismo, por incapacidad o imprevisión, estas personas, que pueden
ser muy creativas e incluso tener iniciativa, no pueden culminar las metas que
se han propuesto. Acaban sumidas entre la perplejidad y el enfado, y se
preguntan por qué no han logrado hacer realidad su sueño.
Decía un amigo mío que sueños podemos tenerlos todos. Pero
ese sueño hay que dotarlo de «patas» para convertirlo en propósito que, un día,
llegue a ser real. Es decir, hay que pasar del sueño al proyecto. Hay quienes
son brillantes describiendo su idea, pero les cuesta mucho trazar un plan para
llevarla a la práctica. Pueden definir hasta el menor detalle de lo que sueñan,
e incluso involucran a otros en su iniciativa, pero no son capaces de seguir un
plan racional ni de trabajar en equipo. Quieren imponer su visión y toman
decisiones sin contar con nadie. A veces cambian de planes arbitrariamente, o
se lanzan a la aventura sin prever los riesgos ni las consecuencias. ¿Por qué
las cosas no salen bien? ¿Han previsto las dificultades? ¿Cuáles son sus
verdaderas intenciones?
Constato en muchas de estas personas que soñar les es muy
fácil, porque esto los abstrae y los lleva fuera de una realidad que puede ser
dura. Los hace huir hacia adelante ante su propio drama existencial, esquivando
la pregunta incómoda: ¿Qué hago en este mundo? ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué no?
Creo que una de las claves para resolver esta «mala suerte»
e insatisfacción de tantas personas es hacer un ejercicio profundo de
introspección: explorar dentro de ellas, descubrir lo que son y preguntarse si
lo que hacen tiene sentido. Ahondando en sí mismas encontrarán que hay algo
valioso que pueden hacer para su crecimiento personal, aunque a menudo no es lo
más fácil ni lo que les apetece.
Cómo convertir un sueño en un proyecto real
Lo primero es algo que todos solemos hacer muy bien, que es
describir el proyecto, dejando volar la imaginación. Con tres folios ya está
bien.
La segunda pregunta, fundamental, es esta: ¿aquello que
propongo es algo que la gente quiere, espera o necesita? ¿Resuelve una
necesidad o una carencia? ¿Es algo que nadie más hace, o que nadie hace en el
lugar o en el ámbito donde vivo? Esto es decisivo para tirar adelante, porque
hará viable el proyecto. Es fundamental pensar en los demás para que sea algo
que marque una diferencia con otros proyectos similares. ¿Qué añade valor a mi
proyecto, cuál es su rasgo diferencial?
A partir de aquí, hay que investigar y profundizar un poco.
Para ello hay que sumergirse en la realidad: ver cómo es mi entorno, cómo es la
gente, qué recursos existen y de qué puedo disponer, qué necesito y qué tengo
ya. Cuáles son las necesidades de las personas a quienes voy a dirigir mi
iniciativa. En qué lugar voy a desarrollarla. Quizás este estudio a fondo me
hará cambiar algunas cosas.
Después podré definir varios objetivos que me permitirán
alcanzar la finalidad deseada. Estos objetivos han de ser muy claros y precisos
y, como afirman los consultores empresariales y los coach, motivadores y
siempre realistas y con fecha límite.
Ahora llega la parte ardua de prever todos los recursos y
medios para conseguirlo, desde el grupo humano, economía, formación,
equipamiento... y un buen presupuesto, realista y detallado. No podemos improvisar
nada ni dejar cabos sueltos si queremos que el proyecto salga adelante. Es
crucial, sobre todo, contar con un equipo humano bien trabado y coordinado,
donde cada cual sepa exactamente qué debe hacer. Otro pilar fundamental es
contar con la financiación suficiente. Sin inversión es casi imposible iniciar
nada, por brillante que sea la idea y por extraordinario que sea el equipo.
Finalmente, hay que desvincular el proyecto de la avaricia y
el interés personal. Si la única finalidad es conseguir mucho dinero, y no
prestar un buen servicio o algo útil para los demás, el proyecto se convierte
en una mera proyección personal.
En todo el proceso es necesario tiempo y saber gestionar los
momentos, esto es clave. La prisa siempre es mala consejera; en un proyecto
nuevo no se puede actuar con precipitación.
Todo esto pide reflexión, silencio y tiempo. Y también
diálogo. No importa que el proyecto se demore; cuando todo esté maduro y a
punto echará a rodar, y será positivo. Si se actúa precipitadamente y se deja
todo a la improvisación, el fracaso será rotundo.
Todo esto requiere una cultura de la gestión y la
organización. Cualquier iniciativa pasa por un plan minucioso, teniendo
presentes todos los factores que pueden facilitar el proyecto (oportunidades) y
los que pueden dificultarlo (obstáculos).
Un plan realista, junto con la capacidad de analizar la
realidad objetivamente, y saber cambiar y adaptarse cuando sea necesario, es
vital para llevar adelante el proyecto soñado. Hemos de saber dónde estamos,
para plantearnos a dónde vamos y a dónde queremos llegar.
Creatividad y realismo
Como decía al principio del escrito, tener buena o mala
suerte no es lo más importante. Tampoco se puede vivir en una burbuja, al
margen de los vaivenes de la sociedad. Con todos los problemas que nos rodean,
hemos de estar bien despiertos y agudizar el ingenio para descifrar las claves
de nuestro mundo. Si las cosas salen bien no es por buena suerte, sino porque
se ha actuado con la cabeza y con el corazón. Si no salen, es porque quizás ha
fallado alguna de las patas del proyecto, o no se han tenido en cuenta todos
los factores que se debían considerar. Pero cuando las cosas no funcionan y se
insiste, forzando las situaciones, se puede llegar a una terrible frustración.
El choque con la evidencia y la realidad puede ser muy duro.
En definitiva, a la creatividad y a la imaginación hay que
sumarles una buena dosis de realismo y discernimiento. Un plan estratégico,
además, necesita rigor y constancia para cumplir lo propuesto, así como
flexibilidad para revisar el proyecto y cambiar o adaptarse, si es necesario.
También hacen falta humildad y empatía para poder conectar con los demás y
trabajar con motivación.
Con estas cualidades, estaremos preparados para alcanzar
cualquier meta que nos propongamos.
Si amas algo de corazón, pon la cabeza
ResponderEliminarMe parece muy acertado lo dicho: con la cabeza solo o el corazón solo es imposible funcionar bien, tienen que intervenir ambos.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con su razonamiento. La frustración es consecuencia de no haber puesto los medios necesarios para alcanzar el objetivo.
ResponderEliminarQue acertada reflexión , haría hincapié en constancia,l tesón
ResponderEliminary rigor, fundamentales para cualquier iniciativa que sea realista. Gracias por tantas buenas aportaciones que son tan generales del ser humano.
Referirse a la “mala suerte” habría que separar la que nos sobreviene de aquella que somos actores protagonistas. Conocerse a uno mismo es importante para valorar la capacidad, que seguro tenemos y destaca del resto. Para soñar es mejor hacerlo con el poema de Calderón: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son".
ResponderEliminarLos sueños, sueños son… y despertar es ahondar en nuestro fuero interno a ver lo que descubrimos.