Avanzado el verano, viajo a la comarca de la Noguera para disfrutar de unos días de retiro a los pies del Montsec. Me esperan jornadas de oración, silencio y deleite en paisajes agrestes: montañas escarpadas, lagos y arboledas bañadas por el sol, mientras respiro el aire seco de la Terra Ferma.
En este entorno tan sano, el corazón se desacelera, el ritmo
interior cambia y la serenidad me invade. Mi velocidad interna desciende hasta
alcanzar una calma envolvente. Del ruido intenso de la ciudad paso al sonido
melódico del campo, rico en tonos y matices. En Barcelona, busco el sosiego
caminando hacia el mar cada mañana; aquí lo encuentro paseando entre robles y
cruzando riachuelos que murmuran entre la frescura de los cañizales.
Al igual que en la ciudad, madrugo y salgo a caminar.
También aquí voy en busca del sol. No lo veré sobre el mar, sino emergiendo
tras la montaña, siempre anunciado por sus primeros destellos, hasta surgir
como un diamante dorado que se eleva con fuerza.
Con la claridad del alba, los pájaros rompen a cantar.
Saltando de rama en rama, revoloteando entre las copas de los árboles, cada uno
entona su trino.
Si los colores de los sembrados y los bosques, bajo un cielo
de azul puro, son un regalo para la vista, el canto de los pájaros es un
deleite para los oídos. En medio de esta música, se despierta en mí la
conciencia del silencio interior y de la escucha. Callar es abrirse, y solo
entonces puede percibirse la sinfonía del bosque. En los campos de cebada, a
punto para la siega, sopla una brisa matinal que mece las espigas, agitándolas
como un inmenso manto amarillo entre los sotos de robles.
Cada mañana soy testigo de un derroche de luz, sonido y
color. El cielo despejado y el aire, fresco y perfumado, ensanchan mis
pulmones. A medida que el sol asciende, la luz se desliza hasta los valles más
profundos y las zonas umbrías del camino. Respiro, paso a paso, sorbo a sorbo,
alimentándome de paz.
Dios se recrea, y la creación entera es un canto a Dios.
Envuelto en la belleza, una inmensa gratitud llena mi alma, no solo por
contemplar lo que veo, sino por ser consciente de ello y poder saborearlo. Es
una experiencia que trasciende el intelecto y la mente, sin dejar de pisar la
tierra: estoy entrando en el campo de la mística. El impacto estético salta por
encima de la razón y se experimenta con el corazón. No hace falta hablar, basta
dejarse llenar por el milagro matinal que solo pide ser contemplado. Cuando la
mente calla, el silencio habla y el corazón florece.
En el ámbito vocacional hablamos de la respuesta del hombre
a Dios. Pero la Creación, vestida con sus mejores galas, es una respuesta de
Dios al hombre, anterior a toda llamada. En el libro de la naturaleza, Dios se
manifiesta y nos muestra un rostro bello que no grita, sino que susurra; no
manda, sino que enamora.
A través de la belleza, nos convierte en aliados y custodios
de su obra, otorgándonos creatividad para que podamos alcanzar la cumbre y
dialogar con Él en profunda complicidad.
En el Génesis, Dios pasea con Adán en el paraíso. Como dos
amigos, caminan al atardecer, hombro con hombro, deleitándose en el jardín.
Paseando entre campos y senderos, siento la mano de Dios posarse suavemente
sobre mi espalda, regalándome estos cinco días de retiro, de silencio y de
compañía, de regalo para mis ojos.
¡Gracias, Dios mío, por tanto don!
Gracias Padre Celestial. Gracias Padre Joaquín por compartir éste deleite de escrito que envuelve mi alma.
ResponderEliminarMe he gozado y me he sumergido en esa grandiosa creación, por vía de éste regalo de relato.
Estuve inmersa allí.
Gloria a Dios!
Que suerte y envidia
ResponderEliminarPrecioso y poético relato muy cercano a la mística.
ResponderEliminar¡La respuesta de Dios al hombre! El sí que nos da a todos, incluso antes de llamarnos... Esto me impactó y así lo creo.
ResponderEliminarHermosa descripción llena de vida. Gracias
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