Vivimos a un ritmo acelerado. En medio del trajín diario y los compromisos se nos hace difícil penetrar a fondo en la realidad y nos quedamos en la superficie de las cosas.
Por eso a veces nuestra vida nos parece una sucesión
frenética de acontecimientos que nos arrastran como hojas llevadas por el
viento. Es entonces cuando nos sentimos abrumados y ansiamos tener paz.
Si queremos encontrar el equilibrio en nuestra vida,
necesitamos poner distancia entre el yo y la realidad que nos envuelve. Esa
distancia nos permite saber dónde estamos y cuáles son nuestras aspiraciones.
¿Seguimos la guía de nuestro corazón, o nos dejamos llevar por las
circunstancias, por la publicidad o los medios?
Vivimos ensordecidos por el ruido, exterior e interior. Si
queremos reencontrarnos con nosotros mismos, necesitamos buscar espacios de
silencio.
Huir del silencio
La hiperactividad, la dependencia tecnológica y las
adicciones, a la comida, a ciertas actividades o a los accesorios, nos hacen
incapaces de detenernos y mirarnos al espejo para contemplar, desde cierta
distancia, nuestra propia existencia. O tal vez evitamos esa mirada, porque nos
asusta enfrentarnos a lo que podamos ver. Tenemos tantas ataduras emocionales
que mirarnos al espejo de nuestro yo nos produce vértigo.
El esfuerzo que nos pide esta mirada al interior es ingente.
Porque seguramente va a causarnos tristeza y dolor. Pero ese dolor puede ser el
detonante que nos empuje a cambiar.
Quien tiene el valor de mirarse a los ojos se replantea
muchos aspectos de su vida personal. Tal vez llegue a proponerse un cambio de
rumbo. Su cosmovisión se amplía. Ve más claro, y comprende que tiene que
enderezar su trayectoria. Pero todo cambio es como un ejercicio al que no
estamos acostumbrados: al principio, duele.
Hay dolores emocionales y psicológicos que pueden ser más
intensos que el dolor físico. Si la persona adolece de valores, sentirá que su
alma se resquebraja y puede entrar en una honda crisis existencial. Penetrar en
las salas más recónditas del castillo interior causa un fuerte desgaste, porque
muchas veces supone luchar contra uno mismo.
Cambio de rumbo
¿Estamos dispuestos a transformar nuestra vida, aunque esto
suponga un cambio de perspectiva y visión de la realidad? ¿Estamos preparados
para tomar el timón de nuestra vida y cambiar de rumbo? ¿Nos atreveremos a
lanzarnos al vacío, sin ninguna seguridad?
Necesitamos certezas para evitar todo riesgo. Pero vivir no
deja de ser una aventura que implica riesgos y fracasos. Quedarse paralizado
por el miedo no es vivir, sino sobrevivir, o vivir bajo mínimos, en piloto
automático.
Lanzarnos al desafío de vivir una vida auténtica, coherente
con lo que somos y creemos, pide entrar en nosotros mismos y preguntarnos si lo
que estamos haciendo tiene o no sentido. ¿Qué nos mueve a actuar? ¿A qué
estamos llamados? ¿Qué es lo que anhelamos, en lo más hondo del ser?
Desde el sosiego
Nos aterra iniciar este proceso de búsqueda y
descubrimiento. El único antídoto para empezar a disolver el miedo es el
silencio. Y para ello tenemos que detenernos y afrontar con valentía y
serenidad nuestra realidad, tal como es.
Desde el silencio, ignorando los ruidos externos e internos
que nos ensordecen, iremos encontrando el sosiego y la calma que nos permitirán
ver con lucidez. Desde aquí se puede iniciar una terapia de autocuración. La
voluntad y el deseo sincero de reenfocar la vida son cruciales. Pero también se
requiere paciencia y tiempo.
¡Cuántas veces nos refugiamos en el ruido para escapar de
nuestra realidad! El ruido nos anestesia, la televisión nos absorbe, las redes
sociales nos llenan de información y nos distraen. Series que nos enganchan,
películas, vídeos cortos en TikTok y la dependencia del WhatsApp llenan nuestra
mente y nos hacen olvidar, desconectándonos de nosotros mismos. Perdemos el
tiempo que tan caro nos cuesta, sobrevivimos atados a los artilugios y vivimos
una vida artificial, que no forma parte de nuestra naturaleza humana. Los
creadores de estas empresas tecnológicas han estudiado muy bien la manera de
distraernos y convertirnos en adictos, para impedirnos pensar y cultivar
nuestra vida interior.
El silencio es una urgencia terapéutica para sanar nuestra
vida. La neurociencia ya ha descubierto y comprobado, con métodos
experimentales, que hacer silencio y meditar es un recurso terapéutico de
primera mano.
No dejemos que el estrés, el frenesí y los agobios nos
impidan llegar a esa playa interior donde podremos respirar, tomar aliento y
disfrutar de un paisaje hermoso y sosegado.
El silencio es el camino para revertir nuestro camino. El
silencio no oprime, sino que libera. No aburre, sino que ayuda a descubrir la
riqueza inmensa que tenemos dentro. Sólo desde el silencio podremos renacer.






