miércoles, 12 de febrero de 2025

La morera y el arte de renacer


Como muchos sabéis, gran parte de mis escritos nacen bajo la morera que crece en el patio de mi parroquia. Es un árbol que ha resistido el embate de los vientos, la caricia de la lluvia y el fuego del sol, el frío gélido y la sed de las sequías. Los años han curtido su corteza y debilitado sus ramas, pero sigue ahí, firme y generoso, otorgando al patio ese aire de remanso de paz. Su sombra cobija encuentros y confidencias; su presencia oxigena la vida.

Bajo su copa se han celebrado reuniones de trabajo, fiestas y eventos de toda índole. ¡Cuántos secretos guarda en su corazón! Cuántas palabras de novios, de amigos, de parejas que sellan un compromiso o celebran su aniversario han quedado suspendidas en el aire, cobijadas por su follaje. Sus hojas verdes son guardianas de recuerdos imborrables y testigos de sueños y anhelos pastorales que desgrano junto a ella.

Pero nuestra morera no es solo un árbol; es parte del alma de la parroquia. Con su ritmo, acompasa el tiempo de la comunidad y es fuente de inspiración para muchos de mis escritos. Siempre he querido cuidarla, velar por su salud y buscar los medios para su tratamiento, porque ella simboliza algo más profundo: la unión de quienes comparten su sombra.

Después de años sin poda, había crecido exuberante, pero muchas de sus ramas estaban secas y enmarañadas. El exceso de ramaje la debilitaba, dispersando su savia y agotando su energía vital. Era urgente una poda drástica, aunque dolorosa, para limpiar su copa y permitirle recuperar fuerza y armonía.

Un jardinero experto me explicó que los árboles también sufren, aunque en silencio. Sus raíces los sostienen, pero pueden manifestar su malestar de múltiples formas: crecen menos, pierden hojas o cambian de color, como los plátanos de Barcelona, cuyos troncos, normalmente gris plateado, se volvieron amarillos tras los veranos de intensa sequía. Es su manera de protegerse para no morir deshidratados.

Los árboles, discretos y resistentes, requieren atención y cuidado, como cualquier ser vivo. No son meras piezas del paisaje; cumplen una función esencial: embellecen, oxigenan, refrescan. Cuidarlos es un deber, parte de nuestra responsabilidad como custodios de la creación.

Una poda necesaria

Y, sin embargo, ellos nos enseñan algo más. Mientras observaba al jardinero manejar la motosierra con destreza y veía la montaña de ramas caídas en el suelo, pensé en cuánto nos parecemos a los árboles. También nosotros necesitamos, a veces, ser podados. Necesitamos soltar lo que nos debilita, desprendernos de lo superfluo, tomarnos pausas de silencio y regeneración para recuperar la claridad y la fuerza interior.

Cuando nos sentimos extraviados, sobrecargados de tareas o fragmentados por preocupaciones, es señal de que nuestras ramas están demasiado dispersas. Demasiada ocupación nos desgasta; demasiadas inquietudes nos enferman. Es necesario encontrar dirección y sosiego para evitar que nuestras raíces se debiliten.

Es cierto que la vida nos zarandea, que los vientos de la incertidumbre nos azotan. Pero si nuestras raíces están ancladas en valores sólidos, resistiremos. Si cultivamos el silencio y la oración, podremos florecer de nuevo. Aceptemos la poda cuando sea necesaria; aunque duela, es el camino para renacer con más vigor.

¿Dónde están nuestras raíces? ¿Cuál es nuestro tronco, nuestro propósito esencial?

Recuperar la esencia

Vivimos expuestos a mil influencias, pero urge reencontrarnos con lo que realmente nos sostiene. Descubrir la brisa interior que nos da paz y firmeza es vital para seguir adelante sin perder nuestro rumbo.

Si la morera tiene su función en este patio, ¡cuánto más el corazón humano cuando encuentra su verdadero lugar! Nada en la naturaleza, ni el árbol más majestuoso ni el bosque más frondoso, supera la belleza de un alma que ama. Un sacerdote amigo decía que un solo ser humano es más valioso que todas las estrellas del universo. En su pequeñez, es más grande que el cosmos entero, porque es cumbre de la existencia, imagen del Creador.

Hoy, si la contempláis, veréis a la morera desnuda, con pocas ramas extendidas como brazos amputados hacia el cielo. Pero en pocos meses brotará de nuevo, se vestirá de hojas verdes y renacerá más fuerte que nunca.

Así ocurre también con nosotros. Cuando tenemos el valor de retirarnos, de hacer silencio, de dejar que nos poden y nutrir nuestras raíces con el agua viva, volvemos a florecer. Y cuando llegue nuestra próxima primavera, estaremos listos para abrazar la vida con renovada plenitud. 

8 comentarios:

  1. Que belleza de escrito Padre Joaquín!! Muchas gracias por tocar nuestras vidas y hacernos reflexionar en tantas cosas que a veces no damos la importancia debida!!

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  2. Estimado padre Joaquín
    Mil gracias por tan maravilloso relato, es precioso poder disfrutar de tan hermosas comparaciones todas ellas verdad y pura realidad preciosas.
    Gracias, gracias por tan lindo regalo Un fuerte abrazo

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  3. Que lindo mensaje padre , llena el alma .Gracias

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  4. Que bonita reflexión Padre Joaquín,así veo la vida a veces tenemos que desnudarnos para ser la persona que Dios creo,y así no destruir la obra preciosa del Creador

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  5. Es un escrito precioso, nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, lo que necesitamos y lo que damos . La morera es muy generosa , como queda reflejado, hay que cuidarla y seguirá siendo testigo de muchos momentos inolvidables.

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  6. Una lección de sentido común y amor a la madre naturaleza gracias

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  7. Que bello, nos llama a lo esencial. La verdad que pasamos por la vida muy distraidos.
    Gracias

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  8. A veces es necesario tocar fondo, sabernos vulnerables para volver a florecer. A veces sucede en ciclos. Gracias padre!!

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