domingo, 2 de febrero de 2025

Escribir: edificar o destruir


A lo largo de mi vida, siempre he otorgado un profundo valor a la palabra como una herramienta sublime de comunicación. Sin embargo, también he afirmado que puede ser una espada de doble filo. La palabra tiene el poder de animar, construir, aconsejar, enriquecer las relaciones y forjar un diálogo lleno de valores. Puede ensanchar el alma. Pero también puede hacer lo contrario.

La palabra puede causar un dolor inmenso, abrir grietas irreparables y sembrar distancias. Cuando se usa para romper, herir, manipular u odiar, deja de ser un medio para construir y se convierte en un instrumento de destrucción. Entonces, ya no contribuye a nuestro crecimiento.

La palabra es sagrada y, como tal, debería estar siempre orientada hacia el bien. «De lo que está lleno el corazón, habla la boca». La palabra refleja lo que somos por dentro: si hay violencia en nuestro interior, sus efectos pueden ser letales.

Lo mismo ocurre con la escritura. Al escribir, podemos abordar temas y relatar historias que eleven la vida de las personas, que nutran la psique y el corazón. Pero también podemos convertir la escritura en un arma cargada de sesgo y manipulación. Las palabras pueden herir tanto como los gritos, las discusiones o la violencia verbal.

Los ataques, ya sean hablados o escritos, desgarran a quien los recibe. Pero en la escritura el daño puede ser aún mayor, pues la pluma, cuando es afilada por el rencor, se convierte en un bisturí implacable. Un grito puede surgir sin control, pero una frase escrita con intención destructiva ordena el pensamiento y canaliza el resentimiento con precisión. La pluma, en manos de una persona resentida, se transforma en un arma letal que apunta a donde más duele, con el propósito de destrozar.

Incluso puede disfrazarse de benevolencia, justificando la agresión con la excusa de que es "por el bien" del otro, cuando en realidad solo canaliza un fuego interior que no se domina. Un grito impacta por su estridencia, pero la palabra escrita penetra hasta el tuétano. El silencio de un escrito puede ser más atronador que un grito descontrolado; la suavidad de las letras, más mortífera que la rudeza de la voz.

Por eso, tanto al hablar como al escribir, debemos preguntarnos si estamos construyendo o destruyendo, si nuestras palabras harán crecer al otro con amor o si, por el contrario, sembrarán ruinas en su interior.

3 comentarios:

  1. Padre Joaquín,que reflexión más sincera,he sido víctima de la palabra y también del silencio, aunque en este escrito no veo el silencio, también es otro lenguaje que también hiere en lo profundo del alma,pero si la palabra es sagrada,tenemos que pensar muy bien las palabras con las que nos comunicamos porque son heridas difíciles de curar,solo con Dios y su corazón hará la obra

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  2. Gracias p.Joaquin es una reflexión hecha con el alma y que razón tiene.

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  3. Gracias Pe Joaquin!! Cuanta sensibilidade y que enseñanza! A nosotros alerta para lo que vamos escribir y mucho nos fortalece ante las malas palabras que a nosotros puedan ser dirigidas! Gracias!

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