domingo, 15 de septiembre de 2019

Dependencias emocionales



Debido a mi trabajo de apoyo a colectivos de jóvenes, voy descubriendo que detrás de sus profundas inquietudes hay un tremendo sentimiento de falta de afecto. Esta falta la veo en el marco de la familia, entre compañeros de trabajo y en el ámbito lúdico, donde naturalmente se da una elección de amigos o amigas. Me sorprende observarlo ya no sólo en jóvenes adolescentes, donde esta carencia quizás sea propia de la edad, sino en jóvenes entrando en la adultez. Es como si se quedaran estancados en esa edad «del pavo», y lo viven con un plus de intensidad.

La falta de afecto les empuja a establecer relaciones patológicas que les generan una enorme dependencia emocional. Hiperconectados a través de la Red, con montones de mensajes por WhatsApp, viven enganchados a sus dispositivos y no dejan de intercambiar mensajes y contenidos a veces un tanto preocupantes. Estamos hablando de jóvenes que todavía deben madurar y que no tienen claro cuál será su futuro. Todo queda en un vacío angustiante que llenan con una permanente demanda de afecto y atención.

Los riesgos de una relación enfermiza


¿A qué es debido? El joven sin referencias sufre una inquietante inseguridad en sí mismo, una personalidad frágil y un carácter voluble. Su falta de metas y de autoanálisis lo sumerge en el océano agitado de sus emociones. Perdidos, a la deriva en alta mar, buscan y no encuentran, y se contentan con relaciones pobres que cubran su necesidad básica de afecto y de sexo. Montañas de jóvenes viven así, hundidos en un abismo sin sentido, hasta que se convierten en enfermos emocionales.

Lo peor que constato es que estas relaciones no son serenas, igualitarias ni armoniosas. Muchas veces se dan sin el mínimo de afecto necesario. Uno de los dos hace una demanda, el otro no responde y la relación se vuelve enfermiza y llena de violencia contenida, hasta que estalla físicamente. Otras veces se da un sometimiento del otro con el fin de saciar la demanda. Pueden pasar días, meses y a veces años esclavizados en una relación que los ata y los desequilibra, arrastrándolos y minando su personalidad. La persona sometida se humilla y se deja manipular sólo por un beso. La persona sometedora a menudo es incapaz de amar y utiliza al otro, llamando «amor» a esas manifestaciones de necesidad.  No se puede llamar amor a un sentimiento que genera adicción y dependencia.

Con el corazón y con la cabeza


Quizás a los jóvenes no se les enseña lo que es amar de verdad. Sólo han ido descubriendo un sucedáneo enfermizo del amor. El amor auténtico, armónico y maduro, no sólo tiene que ver con sentimientos y con la mera atracción física, ese deseo normal de querer estar solo con esa persona. Se necesita algo más que un bienestar emocional. En ese deseo de encontrar a alguien hay una búsqueda de sintonía profunda, una conexión no sólo física, sino estética, intelectual y espiritual que irá definiendo la relación. El amor trasciende los sentimientos y también es una elección racional, porque estar con una persona toda la vida requiere una gran lucidez y el tiempo necesario para dar el paso definitivo. Esto no se puede hacer sólo con el corazón, sino también con la cabeza. Para ir descubriendo y fortaleciendo esos lazos tan fuertes hay que estar muy seguro de lo que se quiere.

Quizás este planteo sea muy racional, y alguien pensará que los jóvenes no están para hacerse grandes preguntas en su vida. Pero hay un hecho, y es que a los veinte años y un poco más, desde el punto de vista neuro-cerebral, la capacidad racional del joven está en su máxima potencia. Una relación que anestesia la capacidad mental y racional del joven no tiene un buen fundamento. Un amor auténtico tiene sus gestos y manifestaciones. Lo primero que se ha de tener en cuenta, siempre, es la libertad y la dignidad de la persona. Una relación que no respete la libertad y que ahogue a la persona con un control obsesivo será tormentosa y difícil.  No se puede someter o juzgar al otro.

Por eso, una relación sólida pide tiempo necesario para conocerse, para detectar actitudes extrañas o poco respetuosas y ver si realmente hay que dar un paso adelante. Ante una relación que empequeñece, limita y fagotiza al otro hay que andar con mucho cuidado, antes de que los vínculos sean más fuertes, porque cada vez será más difícil reorientarla y cortar será muy duro. Son muchos los jóvenes que sufren y se sienten anulados. No se atreven a dar un paso por miedo a quedarse solos y, con el tiempo, acaban viviendo una terrible esclavitud. Reducidos y sometidos, esa relación va calcinando su alma.

Amor y libertad van juntos


Nunca se ha de perder la dignidad y la libertad en aras a un supuesto amor, que no es amor. Es un simulacro psicológico y emocional. El amor auténtico ayuda al otro a desplegarse en toda su potencia, a florecer en su máxima plenitud. Los que se aman sintonizan y se aceptan como son, hay un realismo psicológico. La delicadeza, la bondad y el respeto marcarán una relación llena de alegría, con una intimidad gozosa y plena.

Desde la libertad se pueden definir los rasgos de una relación armoniosa. Nunca forzar. Compartir. Dialogar serenamente. Escuchar con atención y respeto. Mostrar una amabilidad exquisita.

El amor de verdad ensancha el corazón y la felicidad baña el rostro. El amor empuja a ambos a sacar lo mejor de sí mismos. La intimidad y la ternura son la culminación de un largo proceso de conocimiento mutuo, hasta llegar al matrimonio. Este proceso puede durar algunos años. Una relación seria y madura necesita su tiempo y certezas muy profundas.

La persona está llamada a buscar su felicidad, y esta pasa por un largo camino de conocimiento, de uno mismo y del otro. Se juega vivir en el infierno de las adicciones e hipotecas o en el cielo de la libertad y la plenitud. De esta manera, estará enfocada hacia todo aquello que anhela en lo más hondo de su ser. Toda meta de crecimiento humano pasa por unas relaciones sanas con los demás y, en especial, con quien has decidido compartir la vida, lo que tú eres.

Subir juntos una hermosa cumbre requiere tenacidad, creatividad, inteligencia, pasión y tener clara la meta. El faro que ilumina el pico de la montaña será una gran dosis de generosidad, de servicio y profundas convicciones. Sólo así, algún día, podréis disfrutar con una mirada limpia de las maravillas del paisaje más bello. Desde la cima de vuestra libertad, podréis seguir subiendo a la otra cima, la del amor pleno. Porque el amor es más bello y más intenso cuanto más se ama, y esta es la razón última del ser humano.

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