domingo, 1 de septiembre de 2019

Escuchar tu música interior


Sabemos que la música es una realidad innata en el ser humano. Forma parte de nuestra vida cotidiana. Sin ella, la vida sería gris o triste para muchos. El ser humano tiene oídos, no sólo para escuchar voces, sonidos y ruidos. El ser humano necesita la música para vivir. La música nos fascina, nos ayuda a dar color y sentido a la vida, pues hay músicas que elevan y nos hacen sentir bien con nosotros mismos. La música hasta llega a ser terapéutica. Nos puede inspirar, relajar y emocionar. Hay músicas que afectan a nuestro estado de ánimo. Una música armónica, bella, puede entrar en nuestra psique y producirnos emociones hermosas. También puede despertar la búsqueda de lo trascendente.

La música tiene un efecto pedagógico, capaz de cambiar conductas y sentimientos. No se puede concebir al hombre sin ese deseo interior por la música.

Solemos describir al ser humano como animal racional, pero habría que añadir, homo ludicus, animal que juega. Le gusta jugar, bailar, cantar, escuchar, conmoverse. Forma parte de su naturaleza. La música nos lanza a nuevas experiencias estéticas que nos ayudan a ir descubriendo quién somos. La música puede revelarnos, poco a poco, nuestra identidad.

No hablo de esa música estridente, metálica y electrónica, que podríamos llamar rompedora o agresiva. Tampoco me refiero a las músicas ñoñas o sentimentalistas, demasiado azucaradas, que pueden producir tristeza, desesperanza o replegamiento sobre uno mismo. Son músicas pobres que nos empujan a hundirnos en un mar de sentimientos contradictorios. No ayudan a abrir nuevos horizontes. Todo depende del perfil psicológico de quien escucha, pero creo que no todo puede llamarse arte.

Muchas músicas provocan una alteración de la conciencia y cierto tipo de emociones y actitudes. En este estado, la persona puede ser fácilmente manipulada. 

La música es arte cuando produce una profunda emoción estética, serenidad, bienestar, armonía. La música es belleza cuando nos hace crecer hacia afuera y no nos aísla. Una música que nos hace salir de nosotros mismos es arte terapéutico y nos ayuda a expandirnos y a potenciar los buenos sentimientos.

Existe también la música de la naturaleza, sonidos armónicos que nos ayudan a penetrar en la realidad: desde el susurro de los riachuelos, el vaivén de las olas acariciando la arena o el canto de un jilguero, el soplo del viento sobre tu rostro o el coro de los delfines. Todo esto también produce un efecto positivo en nuestra psique.

Pero hay otro tipo de música, no producida por instrumentos ni por los sonidos de la naturaleza. Es una música que requiere algo más que aislarte para disfrutar de una hermosa melodía. Necesita del silencio, necesario para que nada ni nadie te distraiga. Silencio, en soledad, que te permite llegar a una certeza última que tienes en tu corazón.

Tú ante el misterio infinito que te envuelve: tú y tu Creador. En esa soledad más profunda es cuando empiezas a penetrar en lo más hondo de ese castillo interior que es tu alma. Allí, en el abismo de tu ser, suena una música que no oyes con los oídos. Es una vibración que tiene que ver con lo que tú eres, haces y decides. Esa música interior es realmente lo que define tu ser. Es tu música.

No suena afuera, se siente adentro y de tal manera que es la que realmente te empuja a desplegarte en tu totalidad. Esa música suena en tu aliento, en lo que dices, haces y construyes, en lo que sientes. Es la melodía que sale de tu corazón.

Tú eres música y tu cuerpo es el instrumento. Pero, como toda música, necesita de aire para que se produzca sonido y de alguien que lo toque. Ese alguien no es una energía difuminada, sino alguien que te ha creado con amor. Alguien que saca de ti las mejores melodías, en forma de acciones armoniosas.

Ese Alguien, que es bondad y amor, susurra en lo más hondo de ti para que tu música suene a belleza, a bondad, a verdad. Somos un instrumento en manos de Dios. Él desea que saques la mejor sinfonía de tu vida, para el gozo y felicidad de los demás.

Busquemos dentro de nosotros mismos y descubriremos qué instrumento somos para deleitarnos con la música que suena en nuestro interior. Sólo así seremos capaces de regenerar nuestra vida y convertirnos en amigos de nuestro Creador.

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