Ante la epidemia del coronavirus, los medios de comunicación
no dejan de hacerse eco del avance de la enfermedad. Toda la prensa se ha
convertido en una catarata imparable de noticias. Los contagiados se
multiplican y las muertes van sumando, dejando desoladas a las familias que,
sin saber cómo y cuándo han contraído la enfermedad, viven esta tragedia.
Los medios no dejan de darnos estadísticas sobre el efecto
propagador del virus. También nos hablan del enorme esfuerzo de los sanitarios,
que luchan tenazmente para atender a los enfermos, así como de los científicos
que no descansan hasta conseguir el antídoto o la vacuna para el virus. No se
deja de hablar de las consecuencias que esto tendrá en la economía del país.
Entre el discurso buenista y tranquilizador de los comienzos
y el discurso alarmista que resuena ahora hay una posición intermedia, que yo
situaría entre el realismo y la esperanza. Hemos ido del «no pasa nada» al
pánico social. ¿Qué vemos ahora? Un esfuerzo por paliar el sufrimiento con
medidas insuficientes. La epidemia se ha gestionado con pocos recursos y un
retraso por parte de las autoridades a la hora de tomar decisiones, y esto ha
dejado un panorama sombrío mientras el virus sigue infectando a más personas y
cobrándose más vidas.
Se habla de cifras, no de seres humanos. En la tragedia del
11 M en Madrid sí se hablaba de cada uno de ellos: quiénes eran, qué hacían sus
familias, cuál era su trabajo y hasta sus aficiones. Estos fallecidos tenían
rostro y nombre, anhelos, sueños, pareja, hijos…
Hoy todo se centra en las estadísticas y en una retórica
demagógica y vacía. Mientras el silencio reina en las calles, el ruido
mediático se hace insoportable. Las familias se ven desalentadas e impotentes. ¿Qué
pasa con aquellos que han fallecido? ¿Y con sus familiares, sus amigos, sus
esperanzas? Estas vidas quedan silenciadas por la ametralladora mediática, que
dispara minuto a minuto, hasta la saciedad.
Cada uno de estos muertos merece dignidad, reconocimiento y
cariño. Estos fallecidos son personas. Aplaudimos los esfuerzos de los
sanitarios, y se lo merecen, porque están salvando vidas a contrarreloj. Los
muertos no necesitan aplausos, pero sí que los tengamos en cuenta y recemos por
ellos, dando aliento a sus familiares.
Toda muerte es trágica, no importa la edad que tenga el que
fallece. Pero lo es más no poder despedirte de tu ser querido porque está
enfermo y puede contagiar a la persona amada. Si el duelo ya es terrible, la
imposibilidad de darle un último abrazo hace que el dolor de la pérdida sea más
desolador. La distancia, el vacío y la incomunicación hacen que el sufrimiento
atraviese todo tu ser. Las cifras son datos fríos. Las personas son rostros con
vida, que seguirían viviendo, amando, sonriendo, si no fuera por esta tragedia.
El ritual de despedida es necesario para el ser humano.
Necesita abrazar, mirar, acercarse y hacerle sentir al enfermo que es querido,
que su vida ha sido muy importante para los suyos y para los demás. El hombre
necesita cerrar ese momento con afecto y con caricias, aunque su corazón llore.
Todos estos que han fallecido no han podido abrazar y besar a su cónyuge, o a
su hijo, padre, madre, hermano o amigo.
Yo no pido aplausos por ellos, pero sí pido que sus vidas,
injustamente truncadas, nos ayuden a valorar el gesto de proximidad y gratitud,
la vida y el amor. Ellos han sido héroes de su discreta vida. Ellos han
construido una familia, han luchado por sus sueños, han llevado adelante sus
proyectos y han dado lo mejor de sí mismos. El amor ha hecho grandes sus
hazañas, por pequeñas que nos parezcan. Se merecen nuestro respeto y gratitud.
Que la sociología y la ciencia no nos hagan olvidar nunca que todos tenemos nombres,
raíces y amigos, una historia y unos vínculos. No olvidemos que cada muerte es
un ser humano, conectado consigo mismo y con los demás.
Pido una oración por ellos y por sus familias. Aprendamos a
ver al otro como un hermano. Todos estamos delante de una realidad que nos sobrepasa.
Más allá de los sentimientos de solidaridad, la persona tiene un deseo innato
de unirse a algo o a alguien. Necesita creer en algo o en Alguien que va más
allá de su cultura, su formación y su inteligencia. Una fuerza mayor que muchos
dicen que es la energía, pero yo la llamo Dios. Él es el origen de estos gestos
que van más allá de la solidaridad. Es una pulsión de amor que todos tenemos
dentro. Las grandes hazañas del ser humano no sólo las hace por su capacidad
talentosa, sino porque algo le empuja a hacer el bien. Lo estamos viendo en la
lucha contra el coronavirus.
Mejor expresado, imposible! Gracias padre Joaquím, testimonio real sobre esta situación actual. Recemos por tod@s los que estàn y los que no. Un abrazo muy fuerte
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