La pandemia del Covid-19 avanza a velocidad de vértigo. El
contagio se multiplica y los fallecidos siguen aumentando cada día. Está
especialmente expuesto el colectivo sanitario, las personas que están en
primera línea del combate contra el virus. Los recursos todavía son escasos, y
sigue habiendo torpeza en la gestión. El pánico se apodera de mucha gente y la
psicosis social aumenta. Cada vez hay más personas a quienes les cuesta
aislarse.
Por otra parte, hay una carrera a contrarreloj para obtener
una vacuna. Aunque ya se están haciendo pruebas en China, otros laboratorios en
Europa y Estados Unidos trabajan sin descanso para conseguirla. Los ensayos
necesarios harán que se demore unos meses, y durante este tiempo la lucha
contra el coronavirus será sin tregua.
El estrés y la falta de recursos están afectando a muchos
núcleos de población, sobre todo en Madrid, Barcelona, La Rioja y el País Vasco.
Todo es un sin vivir; el miedo crece como el propio virus. Muchos viven asustados.
Nos damos cuenta de cuánto valor damos a la vida cuando vemos o pensamos que
podemos dejar de vivir.
Planteo un panorama crudo y realista, pero no
desesperanzador. ¿Por qué? Porque frente a esta situación sombría y llena de
incerteza, en el planeta está sucediendo algo extraordinario. Miles de
manifestaciones de generosidad han estallado. Es emocionante ver cómo surgen tantas
iniciativas para frenar el avance del virus: desde empresas, familias,
personas, instituciones… Todas están sacando lo mejor de sí mismas y nos ayudan
a ver el enorme potencial de bondad que hay en el hombre.
Un tsunami de solidaridad
Nos estamos dando cuenta de que el estado solo es
insuficiente. La generosidad, la compasión y la solidaridad estallan. La unión
y la fuerza de muchos son una infantería, quizás anónima, que junto con los
profesionales hacen posible el milagro. No sólo vamos a vencer al virus, sino
que habremos logrado vibrar con un solo corazón, capaz de parar el miedo, la
desesperanza y la desazón. Habremos logrado descubrir esa capacidad de amor que
tenemos dentro, dando incluso la vida, como hacen tantos sanitarios, peleando
sin tregua ante la enfermedad.
La vida es un don sagrado, pero también lo que hacemos ha de
ser sagrado. Quedo sobrecogido ante este tsunami de solidaridad. Todo el
planeta se ha implicado. El virus, finalmente, será combatido, no sólo porque,
por fin, el gobierno se ha añadido a la lucha, sino porque la sociedad, en sus
diferentes ámbitos, se ha metido de lleno. Cada uno, desde nuestro
confinamiento en el hogar, lo estamos parando, aunque tengamos que asumir el
sacrifico de estar en un espacio reducido sin poder salir, aprendiendo a
convivir, a compartir y apoyar a los que están a nuestro alrededor. Estas
situaciones límite nos ayudan a crecer y a ser mejores personas, a valorar lo
que somos, tenemos y podemos hacer por los demás. Es una gran oportunidad para
descubrirnos a nosotros mismos y saber hasta dónde podemos llegar en nuestras
capacidades. Estamos en un mundo globalizado: Internet, la economía y la
cultura. Ahora hemos aprendido a globalizar un poco más el bien y la
fraternidad universal. Esto es lo que nos hace personas capaces de arriesgarlo
todo para que otros vivan. Algo dentro de nuestro corazón nos empuja a ir más
allá. Un referente último nos lanza a la mejor versión de nosotros mismos.
Somos imagen del Creador y con cada acción generosa que estamos emprendiendo
estamos recreando la vida y el mundo, gestando un nuevo amanecer. Estamos
aprendiendo una gran lección: no somos nada ni nadie sin los demás.
Así es padre. Todos a una. España siempre ha sido así
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