domingo, 11 de diciembre de 2022
Saber acabar
domingo, 13 de noviembre de 2022
Saber perdonarse
Decisiones morales
Ciertas decisiones que se toman pueden tener un impacto
mayor porque tienen que ver con aspectos morales y valores muy arraigados en la
cultura, como el respeto a la vida. Una mala decisión puede afectar a la
economía familiar; un posicionamiento laboral o empresarial equivocado puede
significar la pérdida de un empleo o la disolución de una empresa. Todo esto
afecta a las relaciones humanas, pudiendo provocar, a veces, dolorosas
rupturas.
Otras decisiones tienen un impacto en nuestra salud, por no
haber previsto lo suficiente o no haber tomado las medidas terapéuticas
necesarias. Lo cierto es que estos errores, aunque se hayan cometido sin mala
intención, ocasionan inestabilidad psicológica y social, inseguridad y miedo. Y
estas reacciones se enquistan en la psique, pudiendo generar patologías: desde
una dolencia psíquica hasta enfermedades de origen psicosomático, que causan
dolores a veces insoportables.
Especialmente cuando se trata de decisiones de carácter
moral, el sufrimiento es mayor, porque se puede causar mucho daño a otras
personas. Este tipo de decisiones, de naturaleza ética, son las que más cuestan
de asimilar. Cuando uno es consciente de su error, se pregunta, una y otra vez,
por qué lo hizo. Es entonces cuando surge con fuerza el sentimiento de culpa,
añadiendo sufrimiento al dolor moral que ya se padece. Al rechazar lo que ha
hecho, la persona pone en marcha un mecanismo de culpabilidad con el que se
autodañará. De aquí vienen muchas afecciones de la piel, problemas
respiratorios y dolores musculares. Aunque no sea consciente de ello, esta
persona está castigando su propio cuerpo, que reacciona poniéndose en alerta y
alterando su estado de salud.
No conocemos lo bastante bien nuestro cuerpo para saber cómo
tratarlo. Sobre todo, cuando vivimos una situación de estrés que puede afectar
nuestro crecimiento y salud. Todo esto repercute en la totalidad de nuestro
ser.
Cómo afrontar el sentimiento de culpa
¿Cómo se podría solucionar este sentimiento de excesiva
culpa? Está claro que, como seres humanos, hemos de reconocer que no somos
dioses y siempre estamos expuestos a tomar decisiones erróneas. Hemos de reconocer
con humildad que, a priori, no tenemos todos los datos para actuar de una
manera u otra; el riesgo de equivocarnos siempre está ahí.
Un primer consejo es que, antes de tomar una decisión,
consultes a alguien que para ti sea un referente moral, para minimizar el fallo
y acertar con mayor precisión. Así y todo, la resolución podría errar, pero ya
no eres tú solo, cuentas con alguien que te aconseja y te apoya.
Un segundo consejo es asumir con serenidad las consecuencias
de la equivocación y evitar «rayarse» con un diálogo interno que no lleva a
nada y que es totalmente estéril. Los apoyos de amigos o personas de confianza
son muy importantes para no resbalar por este terrible tobogán de la
autoflagelación moral y psicológica.
El derecho a equivocarse forma parte de nuestro aprendizaje,
aunque a veces sea muy duro. Por más gigantesco que sea el error, uno tiene
también el deber de darse otra oportunidad. Hay situaciones límite que no
siempre se saben gestionar, sobre todo, si uno se siente solo o está solo.
También es verdad que la falta de comprensión que se recibe de los demás no
ayuda a afrontar ciertos hechos. Con el tiempo, esto puede minar la salud y la
alegría de la persona. La soledad puede agravar el sufrimiento y llevar a la
desesperación e incluso al suicidio moral y social: una vida amarga, sin
sentido.
Los prejuicios religiosos, tanto del que se equivoca como de
los que hacen de jueces, tampoco ayudan en nada a encontrar una salida.
Pero hay un último aspecto que quiero señalar, y que puede
sanar estas heridas tan profundas: es la necesidad de perdonarse a uno mismo.
El perdón sanador
A veces somos más duros con nosotros mismos que con los
demás. Cuando nos fragmentamos por dentro, nos convertimos en jueces y verdugos
de nosotros mismos, infligiéndonos un daño mayor que cuesta más de reparar.
Vivimos en una cultura del «superhombre», no podemos equivocarnos, no podemos
caer. La educación nos ha llevado a menudo a esta carrera por ser los primeros
y los mejores, aunque sea a costa de renunciar a nuestra propia identidad. No
podemos fallar, y nos olvidamos de que el ser humano es frágil, duda, se
equivoca. La sociedad levanta estatuas a los valores y talentos, ¿a qué precio?
Mientras una parte de la sociedad compite y lucha, otros caen y son rechazados
porque «no dan la talla». Por otra parte, se fomenta la autoestima, la
autorrealización, el autocuidado. Incluso en esto no podemos fallar... La
bipolaridad existencial está más arraigada en las personas de lo que creemos.
El corazón del hombre es un profundo misterio. La
psicología, la filosofía y la religión abordan el tema en profundidad, sin
llegar a abarcarlo todo. Ante las dudas e incertezas, equivocarnos nos aboca a
la emergencia emocional. Pero también nos puede llevar a su remedio.
Aprender a reconocer el error y a perdonarse. Es correcto
asumir el fallo y el daño cometido, pero no podemos quedarnos ahí. No somos los
únicos en equivocarnos, y posiblemente en nosotros no hubo mala intención.
Quizás actuamos movidos por el miedo, por la angustia o la presión del entorno.
Quizás éramos muy frágiles, inmaduros o estábamos asustados. Un error no sólo
tiene motivos, sino causas.
Pedir perdón y recibir el perdón de otros, también de Dios, es sanador y nos libera. Pero si no nos perdonamos a nosotros mismos, ese último nudo seguirá ahí, atándonos e impidiéndonos vivir en plenitud. Hay un último perdón, que es el de uno mismo. Tenemos esta capacidad hermosa de liberar a otros y de liberarnos. Jesús nos la dio. Basta un acto de inmenso amor y misericordia. Sí, también hacia uno mismo. Si Dios te perdona todo, hasta el mayor delito que hayas podido cometer, ¿por qué no te perdonas tú?
domingo, 30 de octubre de 2022
Me siento vacío
«Estoy vacío.» Escucho estas palabras de unos labios balbuceantes, en un rostro de ojos vidriosos. En ellos leo desesperanza. Son palabras que salen de un corazón roto, cargado de tristeza. Más dramático es todavía saber que no son de un adolescente que busca su lugar, sino de un hombre de cincuenta años, que camina por la existencia sin propósito ni estabilidad. Sobrevive esperando algo que nunca llega, y la realidad le da vértigo.
Me pregunto de dónde nace ese gemido tan hondo, ese dolor
que transforma su cara, ese vacío que le hace lanzar un grito ante una sociedad
que no le ofrece respuestas ni motivaciones para vivir. Está en una edad en la
que se supone que llega la plenitud de la madurez y, sin embargo, siente que el
tiempo va pasando y que lo soñado se le escapa como agua entre los dedos. Con
una sensación de impotencia, la soledad lo va engullendo, precipitándolo hacia
el vacío. Ya no sólo padece un dolor emocional, sino existencial. ¿Vale la pena
vivir así?
Tengo ante mí a un hombre deshecho, que se mueve con torpeza
y pronuncia con dificultad esas pocas palabras, parcas pero densas en emoción.
Lo veo absolutamente perdido. Afrontando problemas familiares, con enormes
dificultades para acceder al mercado laboral, y quizás arrastrando un pasado de
rupturas sentimentales, parece incapaz de seguir adelante y huye hacia ninguna
parte. En vez de afrontar su compleja situación personal, recurre a la bebida
para anestesiar su dolor.
Lo dramático es que la anestesia apenas le hace olvidar y
alejarse de la cruda realidad. Al cabo de unas horas, de nuevo volverá a
encontrarse ante su propio espejo, avergonzado y culpable. La adicción al
alcohol no hace más que complicar su problema, porque le añadirá diversas
patologías, algunas tan graves como la cirrosis y la degeneración neurológica.
La huida siempre es una carrera en círculo: no va a poder escapar, siempre
regresará al mismo lugar. La angustia lo empujará a seguir huyendo, hasta que
una sobredosis lo paralice totalmente.
¿Cómo hacerle ver, cuando esté sobrio y tenga momentos de
lucidez, que no puede vivir echando las culpas a los demás? Puede achacar su
situación al pasado, a su educación, a la familia y a la sociedad, incluso a
sus propios límites. No digo que esto no pueda condicionar a una persona, pero
no tanto como para hacerla caer en un victimismo que le impida afrontar con
valentía su propio destino.
Es verdad que se necesita el apoyo de amigos, y a veces
incluso de profesionales, para poder salir de estas situaciones. Pero también
es cierto que el éxito para salir depende únicamente de la propia voluntad y
libertad. Cada uno es señor y arquitecto de su historia, y no hay limitaciones
ni condicionamientos que puedan truncar algo innato que todos tenemos dentro:
el deseo inagotable de vivir y anhelar la felicidad. Esto forma parte de
nuestra naturaleza. Fuimos concebidos para ejercer una soberanía sobre nuestro
yo más profundo, llamados a la vocación de dar y amar.
Quizás esta sea la clave de tantos problemas: descubrir el
valor sagrado de la propia vida. Y descubrir que su sentido no es solamente
conservarla y defenderla, sino ofrecerla a los demás. Cuantas personas no salen
de su hoyo porque viven centradas en sí mismas y en su dolor. Su herida parece
más grande que su ser, y esto es un error del que necesitan salir cuanto antes.
Cuando llegas a sintonizar con los valores más profundos que
te definen, te das cuenta de que todos los paliativos que utilizas para
sobrevivir en el fondo te alejan de tu propia identidad. Un ser amado con una hermosa vocación y reconocer que la
trascendencia todo lo envuelve son las claves para no apoyarte en muletas que
te hacen vivir cojeando y a cámara lenta. Apóyate en los sólidos pilares que
configuran tu existencia. Atrévete a entrar en tu castillo interior y te
asombrarás de lo que hay en ti. Te darás cuenta de que no puedes vivir sin los
demás: familia, amigos, Dios. Cuando te despliegues hacia el otro es cuando tu
alma florecerá y el corazón se te iluminará. Será entonces cuando ya no te
sentirás vacío: tu corazón estará repleto de gozo porque habrás descubierto en
ti la enorme energía transformadora que te hace ser una persona abierta a Algo
más grande que tú mismo.
domingo, 25 de septiembre de 2022
Del sueño a la realidad
A veces hay factores ajenos a uno mismo que, sin quererlo ni
buscarlo, nos colocan en situaciones inesperadas, como un accidente, la pérdida
de un ser querido, una mala jugada de alguien que nos traiciona. Pero, aparte
de estos factores externos, a veces lo que nos ocurre es fruto de nuestra
propia actitud. No siempre actuamos con acierto. Hay personas que quieren
forzar situaciones a su favor y no lo consiguen. Ya sea por falta de criterio, por
falta de realismo, por incapacidad o imprevisión, estas personas, que pueden
ser muy creativas e incluso tener iniciativa, no pueden culminar las metas que
se han propuesto. Acaban sumidas entre la perplejidad y el enfado, y se
preguntan por qué no han logrado hacer realidad su sueño.
Decía un amigo mío que sueños podemos tenerlos todos. Pero
ese sueño hay que dotarlo de «patas» para convertirlo en propósito que, un día,
llegue a ser real. Es decir, hay que pasar del sueño al proyecto. Hay quienes
son brillantes describiendo su idea, pero les cuesta mucho trazar un plan para
llevarla a la práctica. Pueden definir hasta el menor detalle de lo que sueñan,
e incluso involucran a otros en su iniciativa, pero no son capaces de seguir un
plan racional ni de trabajar en equipo. Quieren imponer su visión y toman
decisiones sin contar con nadie. A veces cambian de planes arbitrariamente, o
se lanzan a la aventura sin prever los riesgos ni las consecuencias. ¿Por qué
las cosas no salen bien? ¿Han previsto las dificultades? ¿Cuáles son sus
verdaderas intenciones?
Constato en muchas de estas personas que soñar les es muy
fácil, porque esto los abstrae y los lleva fuera de una realidad que puede ser
dura. Los hace huir hacia adelante ante su propio drama existencial, esquivando
la pregunta incómoda: ¿Qué hago en este mundo? ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué no?
Creo que una de las claves para resolver esta «mala suerte»
e insatisfacción de tantas personas es hacer un ejercicio profundo de
introspección: explorar dentro de ellas, descubrir lo que son y preguntarse si
lo que hacen tiene sentido. Ahondando en sí mismas encontrarán que hay algo
valioso que pueden hacer para su crecimiento personal, aunque a menudo no es lo
más fácil ni lo que les apetece.
Cómo convertir un sueño en un proyecto real
Lo primero es algo que todos solemos hacer muy bien, que es
describir el proyecto, dejando volar la imaginación. Con tres folios ya está
bien.
La segunda pregunta, fundamental, es esta: ¿aquello que
propongo es algo que la gente quiere, espera o necesita? ¿Resuelve una
necesidad o una carencia? ¿Es algo que nadie más hace, o que nadie hace en el
lugar o en el ámbito donde vivo? Esto es decisivo para tirar adelante, porque
hará viable el proyecto. Es fundamental pensar en los demás para que sea algo
que marque una diferencia con otros proyectos similares. ¿Qué añade valor a mi
proyecto, cuál es su rasgo diferencial?
A partir de aquí, hay que investigar y profundizar un poco.
Para ello hay que sumergirse en la realidad: ver cómo es mi entorno, cómo es la
gente, qué recursos existen y de qué puedo disponer, qué necesito y qué tengo
ya. Cuáles son las necesidades de las personas a quienes voy a dirigir mi
iniciativa. En qué lugar voy a desarrollarla. Quizás este estudio a fondo me
hará cambiar algunas cosas.
Después podré definir varios objetivos que me permitirán
alcanzar la finalidad deseada. Estos objetivos han de ser muy claros y precisos
y, como afirman los consultores empresariales y los coach, motivadores y
siempre realistas y con fecha límite.
Ahora llega la parte ardua de prever todos los recursos y
medios para conseguirlo, desde el grupo humano, economía, formación,
equipamiento... y un buen presupuesto, realista y detallado. No podemos improvisar
nada ni dejar cabos sueltos si queremos que el proyecto salga adelante. Es
crucial, sobre todo, contar con un equipo humano bien trabado y coordinado,
donde cada cual sepa exactamente qué debe hacer. Otro pilar fundamental es
contar con la financiación suficiente. Sin inversión es casi imposible iniciar
nada, por brillante que sea la idea y por extraordinario que sea el equipo.
Finalmente, hay que desvincular el proyecto de la avaricia y
el interés personal. Si la única finalidad es conseguir mucho dinero, y no
prestar un buen servicio o algo útil para los demás, el proyecto se convierte
en una mera proyección personal.
En todo el proceso es necesario tiempo y saber gestionar los
momentos, esto es clave. La prisa siempre es mala consejera; en un proyecto
nuevo no se puede actuar con precipitación.
Todo esto pide reflexión, silencio y tiempo. Y también
diálogo. No importa que el proyecto se demore; cuando todo esté maduro y a
punto echará a rodar, y será positivo. Si se actúa precipitadamente y se deja
todo a la improvisación, el fracaso será rotundo.
Todo esto requiere una cultura de la gestión y la
organización. Cualquier iniciativa pasa por un plan minucioso, teniendo
presentes todos los factores que pueden facilitar el proyecto (oportunidades) y
los que pueden dificultarlo (obstáculos).
Un plan realista, junto con la capacidad de analizar la
realidad objetivamente, y saber cambiar y adaptarse cuando sea necesario, es
vital para llevar adelante el proyecto soñado. Hemos de saber dónde estamos,
para plantearnos a dónde vamos y a dónde queremos llegar.
Creatividad y realismo
Como decía al principio del escrito, tener buena o mala
suerte no es lo más importante. Tampoco se puede vivir en una burbuja, al
margen de los vaivenes de la sociedad. Con todos los problemas que nos rodean,
hemos de estar bien despiertos y agudizar el ingenio para descifrar las claves
de nuestro mundo. Si las cosas salen bien no es por buena suerte, sino porque
se ha actuado con la cabeza y con el corazón. Si no salen, es porque quizás ha
fallado alguna de las patas del proyecto, o no se han tenido en cuenta todos
los factores que se debían considerar. Pero cuando las cosas no funcionan y se
insiste, forzando las situaciones, se puede llegar a una terrible frustración.
El choque con la evidencia y la realidad puede ser muy duro.
En definitiva, a la creatividad y a la imaginación hay que
sumarles una buena dosis de realismo y discernimiento. Un plan estratégico,
además, necesita rigor y constancia para cumplir lo propuesto, así como
flexibilidad para revisar el proyecto y cambiar o adaptarse, si es necesario.
También hacen falta humildad y empatía para poder conectar con los demás y
trabajar con motivación.
Con estas cualidades, estaremos preparados para alcanzar
cualquier meta que nos propongamos.
domingo, 4 de septiembre de 2022
Música que eleva o que destruye
Música que eleva
La música forma parte intrínseca del ser humano. Nuestra
capacidad cerebral nos permite crear melodías. En la inmensa complejidad
neuronal, debe haber áreas específicas donde se generan conexiones y señales que
nos permiten emitir sonidos armoniosos. Somos homo musicus por
naturaleza. Esto lo vemos en todas las culturas del mundo: todas ellas tienen
sus canciones, danzas, instrumentos y sonidos típicos. El sonido armonioso
forma una verdadera sinfonía de notas, desde la tonada más simple hasta llegar
a las partituras de los grandes maestros, donde el sonido se plasma en su
propio abecedario musical.
Con la música, el hombre se expande, medita, se relaja o se
entusiasma. Se predispone a una apertura emocional y espiritual; de aquí la
tendencia a escuchar música o a crearla. Hay músicas que son auténticas obras
de arte. En la música sacra encontramos el canto gregoriano y las magníficas
composiciones religiosas del barroco. En la música profana, la creatividad de
compositores y virtuosos se ha desplegado hasta lo sublime. Sus obras expresan
la realidad del hombre, su experiencia vital, sus emociones y sus sueños, así
como la poesía del paisaje y la naturaleza.
La música revela también la capacidad del hombre de comunicarse
con los demás. Especialmente a través de las canciones de todo género, desde la
zarzuela, el bolero o las rancheras hasta el Gospel, el country o la música
pop. Por ser creación humana, tiene una profunda dimensión ética y filosófica. Detrás
de cada letra hay una visión del mundo o del hombre. La música expresa lo que
late en el corazón humano y el flujo variante de sus emociones. Por eso hay
quienes afirman que a través de la música se expresa la bipolaridad de la
persona: un día está feliz y compondrá canciones alegres y exultantes, llenas
de poesía; otros días estará abatido, o furioso, y su música expresará
resentimiento, odio o soledad. El hombre se desnuda en su creación artística,
ya sea literaria, musical o plástica. Su voz le sale de lo más profundo de las
entrañas.
¿Qué tipo de música ayuda a armonizar a la persona? La
musicología ha estudiado mucho este tema fascinante, incluso realizando
experimentos que demuestran el efecto de ciertas músicas en las personas y
hasta en las plantas. Lamentablemente, no toda la música tiene un efecto sano y
terapéutico.
Música alienante
La dependencia a cierto tipo de música ya es reveladora: la
música tecno, el rock, la electrónica... Esta música que se emite a gran
volumen en discotecas y salas de baile puede estar afectando de forma
importante la salud mental de la persona. El ritmo y el machaqueo constante,
las notas, el tono, todo esto afecta al cerebro provocando una reacción
hipnótica o de aturdimiento. Es un ruido que ya deja de ser música para convertirse
en un sonido opresivo que literalmente atrapa, alejándose de la auténtica
armonía.
La psicología tiene mucho a estudiar sobre el efecto de
estas músicas en los jóvenes que se ven expuestos a ellas durante horas, cada
semana e incluso cada día. En una sala abarrotada, todos bailan, contagiándose
el frenesí, repitiendo movimientos estereotipados hasta el agotamiento. Dan la
impresión de estar abducidos por el sonido, y el estado de alteración aumenta
cuando el alcohol y las drogas entran en escena. En algunos casos se llega al
desvarío y a la pérdida de consciencia, como sucedía en los conciertos de rock
de los años 60 y 70. Hay una serie de géneros musicales vinculados a este mundo
autodestructivo: alcohol, droga, sexo y rebeldía contra el mundo y contra
todos. Pienso que esto es la antimúsica.
Recientemente me contaba una amiga que había vivido un
tiempo en Colombia. En cierto barrio, unos vecinos solían celebrar fiestas
continuamente, poniendo música estridente a altas horas de la noche. Resultaba
insoportable e imposible descansar. Otro vecino que vivía cerca salió de su
casa para pedirles, por favor, que bajaran el volumen, e hizo unas fotos de la
concurrencia. Al día siguiente, fueron a su domicilio, le forzaron la puerta y
lo apalearon de tal manera que a consecuencia de los golpes se quedó ciego. Destrozaron
su vida.
A partir de esta experiencia, ella hacía una profunda
reflexión. ¿Cómo puede la música hacer esto en las personas? ¿Cómo puede
enajenarlas hasta el punto de atentar contra la vida y la salud? Es gravísimo
que este tipo de música se emita en ciertos ambientes sin ningún tipo de
control y sin respeto hacia el resto de la comunidad. Sí, podemos decir que algunas
músicas enferman a la persona y la empujan a un estado sicopático.
El antídoto: el silencio
Nuestra cultura está enferma por falta de silencio. Pero hay
músicas que son una huida de la realidad humana. Cuánto mal hace la música que
embriaga e induce a las personas a huir de sí mismas. El antídoto de esta
patología musical está en cultivar el silencio. El silencio armoniza nuestra
vida ayudándonos a encontrar dirección y sentido, equilibrando las emociones. A
partir de aquí, se pueden recibir otros sonidos: armónicos, creativos,
poéticos, que conviertan la experiencia musical en un momento gratificante que
ayuda a elevar el ser.
A veces me pregunto si el fomento de este tipo de música no formará parte de un plan para destruir al ser humano arrebatándole el alma. Las experiencias oscuras y extrañas que animalizan al hombre, inducidas por el consumo de drogas o por la adicción a la pornografía, son preocupantes y reclaman una reflexión por parte de las familias, los políticos, los religiosos y todos los grupos sociales. Tenemos una sociedad enferma y urge buscar soluciones. Médicos y psicólogos deben plantear la necesidad de una actuación urgente ante la pérdida progresiva de identidad y de propósito vital. No podemos perder la libertad, que es la que nos hace más humanos. Cuántas personas están cayendo por ese abismo sin fondo hacia la nada, enfermos mental y físicamente, con el coste que esto supone para la sanidad pública. Con leyes en la mano, y con un plan de acciones efectivas, se podría hacer algo. Mientras tanto, extendamos el silencio a nuestro alrededor, y promovamos el pensamiento y la belleza. No dejemos que los jóvenes caigan en el infierno de lo absurdo y del sin sentido. Ojalá, con la fuerza de muchos silencios, podamos neutralizar el poder de autodestrucción masiva que está fagotizando a las generaciones jóvenes. Todos necesitamos la calma de un lago interior, mientras que las olas de un mar embravecido hacen naufragar a mucha gente, hundiéndola en la oscuridad que volatiliza al ser humano.
domingo, 31 de julio de 2022
El jardinero de Dios
La ecología del ser humano
domingo, 24 de julio de 2022
Vivir es volar hacia la plenitud
Un retiro necesario
Como cada verano, procuro hacer un paréntesis en mi
ajetreado trabajo. Me gusta parar y cambiar de ritmo. Durante todo el curso
estoy enfocado a realizar mis tareas con esmero intentando sacar el máximo
fruto, dedicando mi tiempo a servir a los demás. Así como cada día procuro
tener un espacio para la oración y el cultivo espiritual, en este tiempo
estival hago lo posible para retirarme, meditar, caminar y pasar más horas de
soledad y silencio, profundizando en mi propia vocación. Pues es necesario no
perder nunca el rumbo y el sentido último de la llamada.
Por eso a veces es importante, no sólo tener horas para
saborear el silencio, sino unos días enteros para dejarte envolver por esa
misteriosa presencia de un Dios que desea la plenitud del hombre. Te das cuenta
de que estás hambriento de silencio y necesitas sumergirte en la suavidad, ir a
otro ritmo, más despacio. Cuando te instalas en el silencio la percepción se
agudiza y captas a tu alrededor matices de la realidad muy diferentes. Has
dejado atrás la prisa, el reloj y la agenda, la aceleración mental y el estrés
que disminuyen los sentidos. Todo adquiere un tono y un color diverso: los
paisajes que contemplas se despliegan en mil tonos variados con sus infinitas
gamas de verde y tierra.
El silencio ayuda a profundizar en la belleza del entorno,
pero también en la belleza del corazón humano y sus anhelos. Aquietar el ruido
es abrir las puertas para ir penetrando en tu castillo interior, ahí donde te
lo juegas todo, allí donde reside tu identidad.
Tener unos días de reencuentro contigo mismo y con lo que da
sentido a tu vida es crucial. Es hacer un alto en el camino, ponerte en dique
seco y reparar las grietas y desperfectos del alma, sus huecos y vacíos. Dios
es el carpintero del barco de tu vida, y necesita tiempo, también, para
restaurar las heridas y restablecer las piezas rotas, para recuperar el tono e
iniciar el camino de nuevo. Ya regenerado, puedes volver a tu misión de
evangelización con paz, pasión y lucidez.
Un retiro es tiempo para dejarte moldear según aquello que,
en el fondo, deseas: estar junto a tu Creador. Es dejar que el jardín de tu
alma florezca y dé el máximo fruto. Hay que atreverse a volar por la inmensidad
del corazón de Dios.
Sobrevolando el Montsec
Uno de estos días, tuve la ocasión de subir por la carretera
serpenteante que lleva a la cumbre del Montsec. Desde esta montaña prepirenaica
se divisa el valle de Áger y buena parte del llano de Lérida, desde la comarca
de la Noguera. Cuando llegué a lo alto de la montaña caminé hacia una explanada
que moría en el abismo. Allí había un grupo de jóvenes con sus parapentes,
dispuestos a lanzarse al vacío. Me quedé observándolos y vi que intentaban
aprovechar las corrientes de aire, tensando las cuerdas del parapente, para
elevar la enorme tela que les sirve para suspenderse en el vacío. Y vi que se
necesitan tres cosas para culminar el vuelo. Por un lado, conocer la técnica y
el manejo de las cuerdas, así como conocer con absoluta certeza la dirección de
la corriente del aire. La segunda, tener arrojo para lanzarse corriendo hacia
el precipicio y deslizarse por los cielos. Es decir, valentía, seguridad,
confianza en sí. Y la tercera, la más lúdica, es atreverse a jugar con el
viento, con las emociones intensas y el riesgo. Los que practican deportes de
aventura hablan de un profundo sentimiento de libertad. Se dejan mecer por el
aire y pierden el miedo. Una vez lo tienen todo controlado, disfrutan. Una
diminuta persona, suspendida en el aire, vive la grandeza de una experiencia
indescriptible. Para muchos es una locura, pero ellos lo viven como algo sublime: el pequeño hombre superándose a sí mismo,
rozando la infinitud, es capaz de grandes gestas. Para quienes contemplamos, es
un gozo visual.
Cuando vi que se iban alejando, convertidos en pájaros que
surcan las alturas, pensé que todos los seres humanos, en el fondo, anhelamos
rozar la trascendencia, volar alto y superar nuestras limitaciones.
Observé que, entre los voladores, uno de ellos era capaz de
manejar bien las cuerdas y controlar el viento, manteniendo su lona en alto
durante mucho tiempo, pero no se movía. Lo tenía todo: técnica, formación,
conocimiento y el viento a su favor, pero le costaba decidirse, y permanecía
plantado e inmóvil.
Finalmente, seguí mi camino por el monte y, cuando volví, la
explanada estaba desierta: todos volaron. Todos tuvieron el coraje de saltar y,
junto con sus compañeros, convertirse en dueños del viento, fundiéndose en el
paisaje.
De regreso, pensé que saber vivir, como volar, tampoco está
exento de riesgos. Pide atención y conocimiento, destreza y control de la
situación, pero también asumir riesgos. En el fondo, vivir de manera plena
implica una elección libre, entre vivir de verdad o sumergirte en una burbuja
donde sentirte protegido, pero encerrado. Cuántos, por miedo a conocerse a sí
mismos, no saben lanzarse desde la rampa de su corazón, porque les falta el
valor para verse como son, incluso arriesgándose en sus decisiones. Muchos no
saben ni siquiera quiénes son y qué anhela su corazón. Se quedan quietos, les
da vértigo lanzarse al vacío, tienen miedo, están inseguros y esto los lleva a
la parálisis.
Vivir en plenitud es como volar: no es dejarse llevar por el viento, sino aprovecharlo en tu favor. Con las cuerdas bien tensas, que son los valores que nos orientan y nos mantienen a flote. Unos valores firmes nos permiten navegar sin perder el rumbo. Sabiendo despegar y soltar lastre, que es correr el riesgo de perder... En ese momento, no caes, sino que el viento te eleva. Así sucede también en la vida interior: cuando lo das todo, arrojándote al vacío, Dios te sostiene en sus alas y te eleva.
domingo, 17 de julio de 2022
La enfermedad de la prisa
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En el jardín de un monasterio |
Estamos lanzados a la cultura de lo inmediato, del frenesí, del ahora y ya. Nuestra sociedad se sumerge en la velocidad: hacer y hacer es lo más importante. El culto a la actividad centra nuestra vida, causando y provocando un cansancio psicológico y físico. Todo se precipita y nos lleva a divorciarnos de nosotros mismos. Nos alejamos de la naturaleza del ser para caer en el culto a nuestra obra e imagen. Cuando no hacemos algo parece que no somos nada.
Si no somos capaces de parar nuestro reloj interior, vamos a
la deriva y perderemos nuestra identidad, es decir, lo que somos. La velocidad
vertiginosa en que vivimos nos lleva a la fragmentación del ser, y cuando esto
ocurre nos desubicamos existencialmente. Hemos perdido la brújula que nos
indica hacia dónde tenemos que dirigir nuestros anhelos.
Sin orientación estamos perdidos. Sin valores que marquen
nuestra trayectoria caeremos en el abismo o viviremos corriendo siempre,
intentando ganar tiempo para hacer más y más. Todo está orientado a multiplicar
nuestras actividades, hasta llegar a la extenuación y el agotamiento. El ser
humano no es una máquina rentable de producción.
Plantear nuestro ritmo acelerado, algo que casi nunca
hacemos, se hace necesario para reenfocar el rumbo de nuestra vida. Aunque no
lo parezca, la velocidad puede ser adictiva: necesitamos hacer muchas cosas y
con la máxima rapidez. Nos hemos acostumbrado a ir siempre corriendo porque
ciframos nuestra valía y capacidad en el trabajo para ser alguien ante la
gente. Creemos que cuanto más hacemos, mejor aprovechamos el tiempo, y tenemos
miedo de que se nos escape. Así, lo estiramos como si fuera un chicle.
Pero nuestro cerebro no está concebido para hacer varias
cosas simultáneas de forma consciente. Cuando en el ordenador tenemos muchas
ventanas abiertas, llega un momento en que se bloquea y necesita un reseteo. De
la misma manera, cuando nos desplazamos en un vehículo a alta velocidad,
nuestra retina no puede captar todas las imágenes del paisaje que vemos. A esa
velocidad le es imposible retenerlas. Lo mismo ocurre cuando tenemos la agenda
llena y vamos corriendo de una tarea a otra. Hoy, en ciertas empresas, la
tecnología obliga a mantener un ritmo tan alto que lleva al trabajador a un
profundo estrés laboral, como ya indican algunos psicólogos. Algo hemos de
hacer para sanar esta patología social. Entre no hacer nada y vivir estresados hay
un término medio: dar el valor justo al trabajo y, en lo que se pueda,
desligarlo de la obsesión por ganar al precio que sea.
Trabajar de otra manera
Un primer paso es plantearte si lo que haces tiene que ver
con tu propósito vital. Ese empleo, ¿te realiza? ¿Añade valor a tu vida? Es
evidente que el dinero es necesario, y muchas veces el trabajo es el único
medio para conseguirlo. También es verdad que muchas veces no podemos elegir la
ocupación que nos gustaría. Pero es importante que lo que hagas te lleve a
sentirte bien y añada felicidad a tu vida.
Una vez estés haciendo lo que quieres, plantéate muy en
serio cómo hacerlo de manera serena y ordenada, con una buena agenda, sabiendo
priorizar lo más importante y a un ritmo adecuado que te permita saborear y
disfrutar de lo que haces. Esta sería la clave del rendimiento: no trabajar
más, sino mejor. Aquello que hagas, hazlo con la máxima atención, poniendo todo
tu esmero. Con la prisa no es posible hacer las cosas bien, y no siempre se
rinde más. Si puedes pautar un ritmo adecuado puedes llegar a ser más
productivo, sin la sensación de ir corriendo siempre. Se pierde el tiempo tanto
cuando no haces nada como cuando lo quieres estirar hasta el punto de apurarte.
Aquel dicho: «vísteme despacio, que tengo prisa», encierra una gran verdad.
Igual que la fábula de la liebre y la tortuga: la lentitud constante y sin
pausa de la última ganó la carrera.
Pero, más allá de todas estas apreciaciones, pienso que esta
adicción a la prisa revela algo más profundo. ¿Qué valores tenemos? ¿Cómo
concebimos la vida? ¿Cómo estamos con nosotros mismos? ¿Y con los demás? ¿Cuál
es nuestra referencia ética y en qué modelos nos proyectamos? ¿En qué creemos?
¿Cómo cultivamos nuestra dimensión religiosa? Finalmente: ¿hemos descubierto el
sentido último de la vida? ¿El más allá?
Todo esto forma parte de nuestra realidad existencial, que
tiene que ver con nuestros anhelos más profundos y con la meta que deseamos
alcanzar. Pero una cosa es necesaria: replantearse los propios fundamentos,
nuestra visión de la realidad. Para esto es urgente evitar ciertas influencias
sociales que nos llevan a donde quizás no queremos ir.
Sumergirse en el silencio
Sumérgete en lo más profundo de tu yo, sin miedo, y conecta
con lo primigenio de tu ser para nadar hacia el misterio de tu esencia. Ese misterio donde te encuentras con el Creador. Haz una
tregua contigo mismo. Deja de exigirte más. Acalla el ruido, frena la velocidad
y esta carrera hacia el abismo.
Sólo desde el silencio podrás retomar las riendas del tiempo
y dominar la prisa. En el silencio Dios llena tu vacío. Tomar sorbos de silencio en un mundo que nos empuja hacia
la nada, en medio de un ruido ensordecedor, es la mejor manera de reparar tus
heridas internas y cohesionar tu vida. El silencio asusta, porque nos pone ante
el espejo y nos vemos a nosotros mismos, quizás como no esperamos, y nos da
vértigo. Pero en el silencio encontraremos nuestro pálpito vital. En la lucha diaria, el silencio
será un bálsamo, una brisa en medio de nuestros quehaceres. Hemos de ser
capaces de parar, meditar, acallar nuestro ruido interior y
reencontrarnos con nuestra esencia, que tiene que ver con nuestra propia
vocación y nuestra forma de estar en el mundo, con nosotros mismos y con los
demás.
El silencio es una catapulta que nos lanza a surcar nuevos
horizontes y a descubrir la belleza que hay en nuestro corazón. Será entonces
cuando en medio de la guerra encontraremos momentos de plenitud. Será entonces
cuando la prisa se transforme en una danza, un deslizarse con suavidad por el
escenario de nuestra vida.
Será entonces cuando pasaremos del vértigo mortal a las
aguas vivas del alma que crece.
sábado, 2 de julio de 2022
La amistad, un tesoro
Pero, siendo todo esto muy importante, lo que nos completa
como seres humanos es la amistad. A lo largo de la vida conoces a muchas
gentes, pero no todas aquellas que conoces llegan a ser amigos tuyos. Cultivar la
amistad con ellos es necesario para mantener los vínculos y vivir una bonita
experiencia con aquellos que te aprecian y con los que sintonizas. La elección
no siempre es fácil y en algún caso se producen desilusiones. Es verdad que no
se puede tener muchos amigos, pero aquellos que tengas, cuídalos siempre.
El libro del Sirácida, en la Biblia, dice que quien tiene un
amigo tiene un tesoro. Cuánto alegra compartir con tus amigos los episodios más
importantes de tu vida. El amigo es un oasis en pleno desierto, una brisa de
primavera y el sostén ante las dificultades; la mano firme donde puedes
agarrarte, la luz en la noche oscura. Tener un amigo es como un amanecer que
ensancha el corazón y te abre los pulmones para respirar con plenitud.
Ayer me encontré con un matrimonio amigo de Badalona,
después de más de doce años sin verlos. Apenas me abrazaron, sentí que la
amistad que me une con ellos se encendía, latiendo con fuerza.
Los conocí cuando fui rector de la parroquia de San Pablo.
En aquellos años organizamos muchas actividades y eventos pastorales, y ellos
siempre fueron grandes colaboradores. También tuve la alegría de acompañarlos
en sus bodas de plata, una celebración muy emotiva y entrañable.
Son un matrimonio fuerte y cohesionado, que se ha mantenido
fiel en el tiempo. Antonio es bondadoso y alegre, serio en su trabajo, valora
mucho a sus amigos y sabe sacarle el jugo a la vida. Estar en su compañía es
gratificante, porque en los momentos más difíciles hace gala de su ingenio y buen
humor; sus chistes ayudan a suavizar la tensión, creando un ambiente más
calmado y relajado.
Lourdes es una mujer cálida y firme, con criterios muy
claros. Pilar de su casa, diligente y hogareña, su aguda inteligencia le
permite gestionar los asuntos cotidianos con gran intuición femenina. Siempre
sabe estar donde le toca. Es abierta y acogedora y cuida a sus amistades.
Humildes y trabajadores, Antonio y Lourdes valoran la vida y
la familia por encima de todo. Tenerlos como amigos es un regalo y una
bendición. Son dos personas luchadoras, que han sabido superar momentos muy
difíciles, construyendo una sólida familia a lo largo de 40 años. Soy testigo
de ello. Encontrarme con ellos ha supuesto una gran alegría para mí, sintiendo
ese calor que no ha disminuido con el paso del tiempo. Durante nuestra
conversación, sentados bajo la morera del patio parroquial, se sucedieron los
recuerdos y revivimos muchos momentos que compartimos en el pasado.
Fue un hermoso reencuentro; nos dimos cuenta de que, a pesar
del tiempo transcurrido, la amistad seguía muy viva en nuestro corazón.
domingo, 26 de junio de 2022
Imbuidos de sí mismos
Pero el tiempo no perdona, y hoy me impresiona ver a algunas
de ellas, que tanto brillaron, abatidas por la enfermedad y la decrepitud. Me
pregunto cómo es posible que, después de haber sobresalido tanto en el campo
intelectual y social, ahora sean incapaces de ubicarse en su entorno próximo:
familia, amigos, vecinos y barrio.
Culto al yo
Su tendencia a ser protagonistas las lleva a hablar mucho de
sí mismas e incluso a imponer su criterio sobre los demás. Su discurso suele
ser radical y no permiten opiniones contrarias. Necesitan demostrar lo que
saben haciendo alarde de su elocuencia: saben más que nadie, y los demás deben
callar o apartarse. Pueden llegar a humillar a sus oyentes, pues no soportan
que las contradigan. Así, aunque empiezan deslumbrando por sus profundos
conocimientos, cuando se las conoce un poco más, tras esta apariencia brillante
se puede atisbar una persona mucho más insegura.
Estas personas sienten una enorme necesidad de ser ellas
mismas. Ya fuera porque, en su crecimiento, fueron reprimidas o demasiado
consentidas, no supieron canalizar su potencial. Cuando han podido desplegarlo,
nadie les ha puesto límites y ellas tampoco han sabido ponerlos. Nadie les
ayudó a descubrir que la sabiduría consiste, no tanto en el cúmulo de
conocimientos, sino en la capacidad de saber escuchar, reconociendo al otro
como un revulsivo y al mismo tiempo un apoyo para crecer y madurar. Nadie les
previno contra el culto a sí mismos. Compartieron sus conocimientos, pero
quizás no aprendieron a abrirse a un verdadero diálogo con los demás.
Escuchar al otro cuando se comparte el saber permite el
enriquecimiento mutuo. Aceptar puntos de vista diversos evita que la persona se
convierta en una apisonadora intelectual. La ciencia crece cuando se da un
verdadero encuentro. La amistad también es posible cuando aparcamos nuestro yo
a un lado y nos abrimos al otro: siempre puede aportar algo nuevo y positivo a
nuestra vida.
Pero constato que, cuando uno siempre ha sido así y no ha
tenido la humildad de dejarse corregir, se hace difícil cambiar. El cambio
supone un salto de paradigma mental y reconocer que su narcisismo está
completamente desbocado. Puede tratarse de un científico, un intelectual, un artista
o un doctor en cualquier disciplina. Están tan imbuidos de sí mismos que nadie
se atreve a cuestionarlos, porque su carácter beligerante impide que nadie les
diga nada.
Un castillo mental
La realidad para una persona así es ella misma: ella y el
mundo que ha creado a su alrededor. No admite otra, y menos cuando se ponen en
evidencia sus límites y su percepción subjetiva. Huye del mundo real para
construir, con buenos argumentos intelectuales, un castillo mental donde se
siente segura.
Con el paso de los años, al volverse impenetrables a los
demás, estas personas acaban encontrándose muy solas. Sobreviven en su burbuja
y afrontan como pueden la realidad que se impone: jubilación, desplazamiento
del ámbito donde se proyectaban, sufrimiento por enfermedad, incapacidad para
reorientar sus vidas y abordar situaciones imprevistas y dolorosas que les toca
vivir.
Caen en un profundo abismo interior, donde sólo pueden oír
el eco de su propia voz. Han pasado toda su vida escuchándose a sí mismas,
aupadas en el trono de sus logros intelectuales. Pero la realidad es obstinada
y choca con las construcciones mentales. Cuando se rinde culto al intelecto, a
menudo se olvida el cuerpo. Muchas de estas personas han descuidado su salud.
Han vivido aprisa, a velocidad frenética, olvidando que es el cuerpo quien
sostiene nuestro sistema cognitivo. La estructura biológica sostiene la mente,
y este cuerpo, bien cuidado y con una sana alimentación, permite gozar de buena
salud. La mente es tirana y acapara la atención; el cuerpo es sufrido y calla.
Pero cuando el cuerpo es castigado e ignorado, acaba reclamando su lugar: es
entonces cuando surgen la enfermedad y la discapacidad.
Un baño de realismo
La cruda realidad se impone con el paso del tiempo y los
límites físicos. Y de aquí ya no se puede huir. El reloj biológico va marcando los
pasos hacia la muerte. Frente a esta realidad, la batalla está perdida. Es
entonces cuando vivir se hace insoportable, el cansancio y la tristeza se
apoderan de la persona y sobrevive como puede, postrada, esperando que mañana
el dolor sea un poco más leve.
¿Qué hacer cuando nos encontramos con personas así?
Acompañar con dulzura, ayudando en lo que podamos a paliar su dolor y soledad.
Hacer que se sientan queridas.
Para mis adentros medito cuál podría ser el antídoto para no
caer en esta actitud, para no encerrarnos en nuestra torre de marfil y aceptar
la realidad cuando la vejez nos la presenta en su rostro más duro.
Necesitamos rescatar la humildad. La humildad es el freno y
la rienda para ese caballo desbocado de la inteligencia. Sólo así, con
humildad, la inteligencia se convertirá en sabiduría y se alcanzará la armonía.
La suma de estas dos cualidades nos prepara a todos para zambullirnos en la
realidad y doctorarnos en humanidad.
domingo, 29 de mayo de 2022
El indigente que trajo al niño Jesús
Entonces depositó la caja en el suelo. Lo saludé: ¿Qué tal?
Y él me respondió con brusquedad, gritando para reclamar mi atención.
De golpe, abrió la caja y sacó de ella un niño Jesús. No el
típico Niño de Navidad, en la cuna, sino un niño de cuatro o cinco años,
erguido y vestido, dentro de una campana de cristal.
Lo tengo desde hace tiempo, me dijo, en un perfecto catalán,
y no lo quiero tirar. Pero, por favor, recójalo. Es una imagen que quiero mucho
pero no puedo cuidarla.
Me impactó, porque ese niño Jesús, de alguna manera, había
generado un vínculo con él. No sé si religioso, emocional o simplemente de
compañía. Posiblemente esta imagen lo había ayudado a sobrevivir.
Insistió: Yo no lo puedo cuidar más. Y utilizaba el verbo
cuidar como si fuera algo muy suyo y quisiera asegurarse que estuviera bien
allí donde lo dejara.
Así, accedí a recogérselo. Desde hace una semana lo tenemos
en la capilla de Nuestra Señora de Chestojova, acompañándonos en las
celebraciones.
Me pregunto, una y otra vez, qué ocurre con estos hombres que
con 50 años están completamente solos y perdidos. No sólo los extranjeros
apátridas sufren, también aquí tenemos gente nativa que, por el motivo que sea,
han perdido su lugar.
¿Qué los ha llevado hasta aquí? ¿Qué historia hay detrás de
ese indigente que «no podía cuidar más» del Niño Jesús? Tal vez no era él quien
cuidaba al niño, sino Jesús quien estaba cuidando de él… Igual que los padres
que, al no poder cuidar de sus hijos, los exponían a las puertas de las
iglesias, este vagabundo ha dejado a su Jesús en un lugar seguro. Quizás sin
saberlo, se ha convertido en un mensajero del cielo, portador de un tesoro que
ahora tenemos en nuestra capilla.
domingo, 15 de mayo de 2022
¿Autoridad o autoritarismo?
Es necesario aclarar el significado de estas dos palabras para evitar errores dolorosos. El ejercicio equilibrado de la autoridad es una expresión de amor y servicio, con el fin de potenciar y hacer crecer al otro, dando lo mejor de sí mismo. La autoridad requiere convertirse en modelo para el otro, con una conducta intachable, que genere confianza y respeto. Será su estilo de vida el que haga a la persona merecedora de confianza, por su ejemplo y moderación, y no por su intransigencia ni por imponer la obligación de una adhesión ciega a su autoridad.
Exigir con delicadeza es la clave, porque en la
responsabilidad educativa se ha de tener muy en cuenta la libertad del otro. En
ningún caso tiene que estar condicionada su capacidad de análisis, su
pensamiento y sus decisiones. Entre la autoridad y la libertad hay una línea
muy delgada que se ha de respetar. Pisar la libertad es un claro indicador de
que la autoridad puede derivar hacia el autoritarismo. El espacio es corto y
siempre se ha de salvar.
Autoridad y poder
Desde un punto de vista sociológico, el concepto de
autoridad se está poniendo en entredicho por el abuso que se comete al no
respetar los límites. Sin humildad, el ejercicio de la autoridad puede
desencadenar un abuso de poder, con el pretexto de que todo se hace «por el
bien» de la otra persona. Se requiere depurar mucho las intenciones para caer
en la ambigüedad. El abuso de autoridad puede atentar contra lo más íntimo de
la persona: su identidad. Sólo desde la humildad, la discreción y la
delicadeza, limpias de todo afán de poder, se podrá ejercer bien la autoridad.
Un principio ético y filosófico se ha de tener muy claro:
todos somos iguales y nadie está por encima de nadie. A la hora de ayudar,
corregir y exigir, se ha de tener muy presente. Hay una serie de ámbitos:
social, religioso, político, educativo y familiar, donde la tentación del poder
es grande. Son todos aquellos que tengan que ver con el ejercicio de una
responsabilidad con una fuerte carga moral.
En la familia
Los padres pueden intentar modelar a sus hijos según sus
criterios, sin tener en cuenta lo que realmente son y quieren. Tal misión no es
imponer por tradición las cargas familiares, según su trayectoria histórica,
sino hacer que los hijos desplieguen su máximo potencial. El riesgo de generar
clones o moldes de un pasado, sin tener en cuenta su libertad, sus talentos y
su capacidad creativa para abrirse al mundo, puede provocar un trauma que
bloquee emocionalmente sus aspiraciones. Los padres tienen la responsabilidad
de educar a sus hijos, por supuesto, pero esta libertad que les están
administrando, poco a poco, a medida que crezcan, se la tendrán que ir
devolviendo. El sentido de posesión puede dificultar una educación desde la
libertad, el derecho sagrado y natural que va más allá de los lazos biológicos.
El ejercicio de la paternidad implica saber hasta dónde se
ha de ejercer la autoridad con los hijos. Porque llegará su mayoría de edad y
tendrán que asumir sus responsabilidades, decisiones y el uso de su libertad.
Si este traspaso no se realiza correctamente, puede significar una ruptura de
los vínculos familiares, apelando a su mayoría de edad. Se ha de pasar de un
lazo basado en la consanguinidad a una relación filio-parental basada en la
amistad sin perder la otra. Nada se romperá, y para los hijos ya adultos sus
padres siempre serán una referencia moral. Llegar hasta aquí es engrasar una
buena relación que armonizará los vínculos entre las nuevas generaciones
familiares.
Mostrar con humildad los propios valores es básico para
sanar toda relación herida dentro de la familia. Educar es servir desde la
libertad. Sólo así se puede hacer crecer a los demás. El ejemplo de los padres
y su modelo de conducta ante los hijos los preparará a fin de que un día ellos
también puedan educar con acierto a los suyos. La familia es un ámbito
trascendental en la educación de los hijos. Hemos de evitar cualquier tipo de
desvío que pueda dañar el equilibrio psíquico de sus miembros.
Esta tarea es una obligación moral de los padres. Hemos
podido ver en los medios de comunicación casos de familias sumidas en la
tragedia por no apuntalar con solidez sus valores.
En el ámbito religioso
Otro ámbito extremadamente delicado es el religioso. No
entender correctamente el sentido de la obediencia ha llevado a muchas
comunidades a situaciones de conflicto difícil de resolver. A lo largo de la
historia de la Iglesia hemos visto casos lamentables que han trascendido y se
han divulgado por los medios. Pero nadie, y ninguna institución, está exento de
riesgos. Cuando se ejerce un liderazgo en este ámbito la lucidez es clave para
no resbalar hacia una dirección espiritual que cause profundas crisis en
personas que han iniciado un hermoso proceso vocacional. Es una decisión
fundamental para quienes han decidido poner a Cristo en el centro de su vida.
Todo esmero será poco para mantener la frescura de una vocación, dispuesta a
servir para siempre. Es un tema especialmente delicado, porque también se han
dado abusos de autoridad, provocando una brecha vocacional y existencial.
La libertad y la obediencia no tienen por qué estar reñidas.
La obediencia no es sumisión, y la autoridad tampoco ha de ser autoritarismo.
El discernimiento en el campo religioso, y en todos los demás, es fundamental.
domingo, 8 de mayo de 2022
El dolor de una ruptura
Cuando esto sucede, la relación de la pareja llega a un
estado de estrés emocional y psicológico que puede acabar en una ruptura
dolorosa, en algunos casos agravada por la violencia y el caos emocional de uno
u otro, o de ambos.
Gestionar una ruptura sin llegar a la violencia y sin utilizar
a los hijos como carne de cañón contra el otro cónyuge no siempre es fácil. A
veces la relación no sólo se rompe, sino que la presión recae sobre los niños,
llevándolos a una situación de inseguridad y culpa inmerecida. Los niños sufren
ansiedad y, a veces, depresión. La violencia entre los padres hunde los
fundamentos de su psique: cuando los padres rompen, los hijos se rompen por
dentro. Es el mayor daño que se les puede hacer. Por eso, por el bien de los
niños, hay que saber cerrar de la manera más sana posible la separación, para
que no condiciones su estabilidad ni su crecimiento futuro.
Lo vemos muy a menudo: personas cercanas que viven o han
vivido rupturas con su pareja y han quedado heridas. Los hijos, por más
doloroso que haya sido el proceso, han sobrevivido emocionalmente y han llegado
a la adultez. Llevan impreso el sello del dolor, pero han crecido y han sabido
aceptar e incluso seguir amando a sus padres, pese al daño que les han podido
causar. Hay casos admirables de hijos que han logrado una cierta paz interior.
En cambio, a veces son los padres quienes siguen en la trinchera. No han sabido
o no han querido cerrar la grieta.
Urge, por el bien de ambos cónyuges, aunque su matrimonio
esté roto, hacer un esfuerzo por sanar las heridas. Cuando no se hace, se pone
en riesgo su equilibrio emocional. Estas personas pueden caer en una depresión
cargada de resentimiento, hasta rayar la locura. Pueden caer en el victimismo
constante. O pueden adoptar una actitud agresiva y de control sobre los demás,
una violencia contenida para marcar territorio. Al final, de una manera u otra,
tensarán la relación con sus propios hijos. Pueden echarles en cara todo lo que
han hecho por ellos para exigir su sometimiento y despertar su culpabilidad, haciendo
que se sientan mal y obligándoles a responder a sus exigencias. Es una forma de
manipulación que acaba distorsionando las relaciones y provoca un fuerte estrés
en el entorno familiar. Se cae en un lenguaje hiperbólico, todo se exagera y
las palabras cortantes, consciente o inconscientemente, dañan a los demás.
Las personas que no han superado esta crisis interna incurren
en contradicciones. Aparentan amabilidad, cordialidad, exquisitez en su trato
hacia afuera. Necesitan dar una buena imagen para evitar que nadie sepa sobre
su situación. Pero, de puertas adentro, con los suyos, pueden mostrarse
implacables, duras, exigentes y críticas. Llevan a los demás al límite del
aguante, provocando tensiones, para luego justificar su conducta. Repiten
obsesivamente el ciclo, están “rayadas” en esa rueda emocional que las atrapa y
no hace más que empeorar la situación. Rebasan los límites del respeto y se
creen continuamente atacadas, bloqueando cualquier posibilidad de regeneración.
El perdón como terapia
Cuando esta experiencia produce una honda grieta anímica, la
persona se rompe totalmente. Necesitará una terapia que la lleve a ser
consciente de lo que está ocurriendo. Pero no bastará una intervención
psicológica. Será necesario que trascienda el plano psíquico e inicie un cambio
espiritual, un proceso que vaya más allá de las emociones y se fundamente en
aquello que uno cree como eje central de su vida. Pasa por una profunda
conversión que la lleve a darse cuenta de que la clave de muchos problemas
humanos está en el perdón. Tendrá que aceptar el pasado y liberarse de esos
lastres que la encadenan a la persona que la dañó. Necesitará humildad y
valentía para dar el paso. Tendrá que aceptar la historia y a aquellos que
considera sus enemigos, causantes de su dolor, hasta llegar a perdonarles en lo
más profundo de su corazón.
Solo entonces alcanzará la paz y desaparecerán las tinieblas del alma. Muchos que han pasado por este camino sienten una profunda libertad: a su alrededor todo se recoloca. Dejan de ver la realidad teñida de amargura. Empiezan a renovar su vida, sus relaciones se van armonizando. La ruptura interna puede sanar. Evidentemente, quedarán cicatrices del pasado, pero cerradas por el amor y el perdón. Quedarán como señales de un gran dolor, pero también de un cambio valiente y generoso que les ha permitido dar un salto trascendente en su vida.
La persona que ha perdonado puede ayudar a otros a liberarse de su cruz. Puede convertirse en guía y consejera de otros que sufren. Ojalá todos aquellos que se encuentran en este tipo de situación sepan dar el salto. Dios es el mejor terapeuta, nos ha creado y nos conoce muy bien. Él desea nuestra plena felicidad y sólo cuando amamos y perdonamos la liberación es plena y el gozo incesante.
domingo, 1 de mayo de 2022
¡Felicidades a las madres!
Nosotros, los varones, no seríamos sin una madre. Unas
entrañas abiertas expresan la capacidad de dar vida, con un amor inmenso e
ilimitado. Algunos teólogos dicen que las mujeres expresan como nadie la forma
de amar de Dios. Siempre dispuestas, como el propio cosmos, latiendo al ritmo
de vuestra vida interna.
Madres, os felicito porque construís personas desde la más
tierna edad. Engendrar, criar y construir un hogar, desde la libertad y el amor,
os hace a las mujeres muy especiales. La humanidad estaría coja si se perdiera
el torrente creativo de la mujer y su capacidad de amor para que los demás
vivan. Dais sin medida, no sólo por el hecho de ser madres, sino porque sois
mujeres. Vuestra generosidad se despliega en feminidad, ternura, sensibilidad y
fortaleza. Las mujeres no sólo os dais a los varones, sino al mundo entero.
En vuestros corazones intuyo una hermosa grandeza que os
permite adoptar un fuerte compromiso para construir la paz social. Ya desde el
vientre materno los niños perciben esta digna misión: ser agente educativo para
construir una sociedad más armónica y jubilosa, no sin esfuerzo ni sacrificio.
Incluso aquellas que no sois madres biológicas, sois madres
de otra manera, porque la maternidad va más allá de tener hijos. Toda mujer,
fisiológicamente hablando, es una madre en potencia. Su configuración biológica
está orientada a la fecundidad. Por tanto, quiero hacer extensiva mi felicitación
a todas las mujeres del planeta, porque ¡cuántas mujeres están haciendo de
madres de aquellos que no tienen madre! Religiosas, misioneras, aquellas que
deciden adoptar niños, haciéndolos hijos suyos. Una parte de la sociedad debe
estar agradecida por este plus de generosidad, en especial aquellos más desvalidos
que han tenido la suerte de encontrar una mujer que, sin ser madre, los ha
cuidado como si lo fuera. Aquí está la belleza de un amor capaz de entregarse a
sí mismo para que otros tengan vida.
No quiero olvidarme de felicitar a todas las mujeres y
madres de mi familia: hermana, primas, sobrinas, tías… y también a aquellas
amigas que, de alguna manera, han contribuido a mi vocación humana y espiritual.
Pero, muy en especial, quiero felicitar a mi madre, que está en el cielo. Yo soy
feliz en mi existencia gracias a la mujer que un día me parió. Sin ella no sería
quien soy, ni haría lo que hago, porque nunca hubiera existido. Su vida como
mujer hizo posible la mía. Por eso, siempre, la amaré con gratitud.
¡Felicidades, mamá!
Hace unos años escribí esto, dedicado a una gran mujer. Aquí lo podéis leer.
domingo, 27 de febrero de 2022
Atrapados en la inseguridad
Cada vez más estoy constatando que ya no sólo muchos jóvenes ven y sienten que su futuro es incierto. También son los adultos quienes, en medio de un entorno social complejo, a veces padeciendo fracturas familiares y una baja autoestima, caen en el desaliento y se vuelven incapaces de tomar decisiones.
Muchos
han recibido una educación muy severa que quizás no potenció su talento y
capacidades. Han crecido con falta de referentes y modelos. La situación
económica y laboral precaria dificulta su proyección social y la inseguridad,
sumada a veces a la falta de valores, los hace sobrevivir como pueden, sin un
proyecto vital. Estando ya en una etapa de madurez, todavía tienen muchas dudas
sobre su futuro profesional, y el contexto social y cultural, con tantas
alternativas y cambios, no les ayuda a tener clarividencia a la hora de
decidir. La crisis que se da en todos los campos: político, económico, familiar
y de valores es otro factor decisivo.
Pero
me pregunto: ¿qué pasa con esas personas que ya no tienen veinte o treinta
años, sino que pasan de 40 o de 50? Es una edad en la que se supone que
deberían tener claro hacia dónde ir, orientando su vida profesional. ¿Qué pasa
con esta franja de edad, que algunos todavía no son capaces de tomar una
decisión definitiva? O van de un trabajo a otro, precario y que no les
satisface, simplemente para ir tirando. Me preocupa cada vez más, porque este
perfil de adultos está aumentando en los últimos años. Conozco a varias
personas así. Son valiosas, inteligentes, serviciales, con una gran bondad.
Pero, profesionalmente, están estancadas, atrapadas en su laberinto, que las
incapacita para dar el salto de su vida.
Del
análisis a la parálisis, suele decirse. Es un concepto muy utilizado en
psicología empresarial. Muchas de estas personas, preparadas y competentes,
pueden asumir retos para lanzarse y desplegarse, dando lo mejor de sí mismas.
¿Qué origina esta parálisis, que las empequeñece tanto? ¿Qué hay detrás de esta
gente valiosísima que está noqueada para tirar adelante? ¿A qué tienen miedo?
¿Qué les impide caminar hacia un futuro más atractivo y apasionante? ¿Dónde
está el problema?
Lo
lamentable es que ellas son conscientes de que, cuanto más retrasen su
decisión, el bucle en el que están atrapadas se hace más grande, y es entonces
cuando aumenta la sensación de estar perdidas, desubicadas, sin saber por dónde
tirar. Así se van autolimitando y entran en una espiral de creencias negativas,
donde el futuro es cada vez más oscuro. Lo más trágico es que el tiempo pasa a
velocidad de vértigo y no acaban de salir de su agujero negro. De una crisis
existencial pasan a un estado de depresión que todavía las aleja más del
esfuerzo necesario para salir. Así van encerrándose cada vez más en sí mismas.
Se sienten fracasadas, sin trabajo, sin estabilidad, desconectadas. Suelen ser
personas reservadas, que hablan poco o nada de lo que les ocurre. Lentamente,
van perdiendo la capacidad de comunicarse, se aíslan y no buscan ayuda. Si la
encuentran, les cuesta mucho escuchar, abrirse y dar un paso adelante. Así
entran en un estado de supervivencia psicológica. Rendidas, quedan atrapadas en
su inseguridad.
Estas
personas adultas, cuando fueron jóvenes quizás no supieron atreverse a luchar
contra una situación social o familiar que las dejó heridas. Quizás no
recibieron suficiente ayuda para estimular sus capacidades y sueños. No estaban
preparadas emocionalmente para combatir en un mundo donde la carrera siempre la
ganan los más fuertes, los más preparados o los que logran subir alto.
Pero
este es nuestro mundo. Vivir con realismo ayuda a enfrentarse a situaciones
difíciles. El mundo es complejo y convulso, y hay que aprender que ciertas
guerras no se deben luchar, pero otras sí. La voracidad económica es la brújula
que guía a muchos, la realidad es esta. Pero también hay muchos cuyo objetivo
no se centra en la ganancia, sino en el valor de la persona. Se han proyectado
y han sido capaces de superar el binomio economía-bienestar y valores, y han
salido adelante. En esta guerra, donde se parte de situaciones desiguales,
muchos han ganado el combate.
¿Cómo salir del hoyo?
Enfrentar
la vida con realismo es el primer paso para autoempoderarte. Acepta las cosas
como son, aunque no te gusten.
Ten
la certeza y la convicción de que tú eres soberano de tu propio cosmos
interior. En tu mundo interior, tú llevas las riendas.
Reconoce
tu propia valía: mereces un lugar en este mundo y tienes todo el derecho a
luchar por él.
Pero
también necesitas ayuda. Nadie llega lejos solo. Pide ayuda. Busca consejo y
apoyo. Y escucha lo que te digan, aunque en algún momento pueda incomodarte y
sacarte de tus esquemas. Un buen amigo que te aprecia te será muy sincero, no
te engañará ni te embalsamará, sino que te ayudará a crecer, aunque te duela.
Muchas
personas tienen claro qué deben hacer, pero no lo hacen. No pasar a la acción
muchas veces es la diferencia entre un triunfador y un fracasado. No tiene que
ver con tu valía ni tus conocimientos: se trata de tener coraje e intentarlo. Si
no sale, prueba otra vez, de otra manera, y estudia por qué no salió bien. Cada
fracaso es una lección.
Ponte
a caminar. A veces las cosas son menos complicadas de lo que te parece. Ves una
montaña inaccesible y, cuando empiezas a caminar, poco a poco, sin parar, vas
subiendo. Cuando te quieras dar cuenta, ya estarás arriba.
Nuestra
naturaleza está concebida para la victoria. No importa la edad ni la formación
ni los condicionantes sociales y familiares. Importa que tú creas en ti y lo
hagas.
Si
te reafirmas en las capacidades que tienes y las pones al servicio de los
demás, encontrarás tu gran proyecto vital. Darás un salto cuántico en la
dirección correcta, desplegando todos tus talentos, que has recibido como don.
Sólo así encontrarás sentido a tu existencia y se te abrirán las puertas de
enormes oportunidades.